Los Francos
(del 509 en adelante)
Los francos fueron uno de los pueblos bárbaros germanos conocidos por los romanos. A principios del siglo V empezaron a expandirse hacia el sur desde sus territorios de origen a lo largo del río Rin hasta la Galia (actualmente Francia), dominada por los romanos. Sin embargo, a diferencia de otros pueblos germanos, no abandonaron sus lugares de procedencia, sino que más bien ampliaron sus territorios. Clodoveo, jefe franco, venció a los últimos ejércitos romanos de la Galia y, hacia el 509, unificó a los francos, convirtiéndose en el gobernante de gran parte de Europa occidental. Durante los siguientes 1000 años, el reino franco fue evolucionando hasta dar origen a la actual nación de Francia.
De acuerdo con la tradición, los cuatro hijos de Clodoveo se dividieron el reino tras su muerte. Esta costumbre condujo a guerras civiles y luchas internas entre los sucesivos pretendientes al trono durante muchos siglos. Hacia finales del siglo VII, los reyes merovingios (descendientes de Clodoveo) gobernaban simbólicamente. A principios del siglo VIII, Carlos Martel se convirtió en mayordomo de palacio, estando justo por debajo del rey en importancia. Hizo de los francos una gran fuerza de caballería. Luchaba tan bien que sus enemigos lo apodaron Carlos el Martillo. En el año 732, la caballería francesa derrotó en la batalla de Poitiers a los invasores musulmanes que les atacaban desde el norte de España, dando fin para siempre al avance del Islam desde el sudoeste.
El Papa coronó a Pipino, hijo de Carlos Martel, con el título de rey de los francos a cambio de haberle ayudado a defender Italia de los lombardos. Pipino fundó la dinastía de los carolingios. El más grande de estos gobernantes fue Carlos el Grande o Carlomagno, quien gobernó desde el 768 hasta el 814. Convirtió el reino franco en un imperio donde floreció la cultura y el saber. Sus nietos se dividieron el imperio que, como resultado, quedó fraccionado en dos. La parte occidental se convirtió en el reino de Francia, aunque los reyes posteriores perdieron gradualmente su control político. La autoridad central se derrumbó bajo la presión de las guerras civiles, las luchas fronterizas y las incursiones vikingas. El único medio de conseguir soldados y dinero era hacer concesiones a los terratenientes. Los feudos pasaron a ser hereditarios y quienes los detentaban se convirtieron en señores feudales con vasallos propios. Hacia el siglo X, Francia se encontraba dividida en dominios feudales que actuaban como estados independientes.
En el 987, la nobleza francesa proclamó rey a Hugo Capeto. La razón principal fue que su feudo, centrado en París, era más bien débil, por lo que pensaron que no supondría una amenaza. Hugo fundó la dinastía de los reyes capetos, quienes lentamente y a lo largo de dos siglos recuperaron el poder mediante la creación de seguros caminos reales, engrandeciendo sus dominios, fomentando el comercio, y otorgando cartas reales a las nuevas ciudades y feudos. Aliándose con la Iglesia, los Capetos consiguieron una fuerte posición moral y se beneficiaron de la influencia cultural, política y social de ésta. La administración real se volvió más eficiente y leal al rey al dejar los cargos públicos de ser hereditarios.
Empezando por Felipe II en 1180, Francia se convirtió en una de las naciones más importantes de Europa gracias a tres grandes gobernantes. Mejoraron el funcionamiento del gobierno, fomentaron un próspero comercio, recaudaron impuestos de manera eficiente y fortalecieron su posición en la cima de la jerarquía feudal. Aunque se estableció una asamblea nacional llamada los Estados Generales, ésta no tenía realmente ningún poder y fue ignorada con éxito.
La Guerra de los Cien Años, largo conflicto entre Francia e Inglaterra, tuvo lugar para decidir de quién eran las tierras de Francia que habían sido heredadas por reyes ingleses, y duró desde el año 1337 hasta 1453. Finalmente, la victoria francesa hizo del rey la fuerza política más poderosa de Francia.
Carlomagno
Los francos consolidaron su reinado en la actual Francia mediante una serie de poderosos reyes y caudillos militares durante los siglos VII y VIII. En el 732 derrotaron a un ejército musulmán que invadía Francia desde la Península Ibérica. En torno al 750, los francos invadieron Italia para liberar a Roma y rescatar al Papa, que estaban bajo la amenaza de los lombardos. Carlos el Grande, conocido como Carlomagno, se convirtió en rey de los francos en el 768, dando comienzo su gran reinado.
Carlomagno regresó a Italia atravesando los Alpes en el año 774, y una vez más rescató al Papa. Se convirtió en el soberano de Roma y en rey de los francos y los lombardos. Continuó sus conquistas convirtiendo al cristianismo a sus enemigos. Se apoderó del sur de Francia y de la zona norte de España, dirigiéndose posteriormente al oeste de Alemania, donde convirtió a los sajones y luchó contra los magiares de Hungría. Estableció "marcas" en sus fronteras, que consistían en estados tapón entre el imperio franco y los bárbaros del este. Carlomagno fue coronado por el Papa emperador de la Santa Iglesia de Roma el día de Navidad del 800 (el título, que no había solicitado, fue para él una sorpresa).
La importancia de Carlomagno trasciende al tamaño y a la creación del Santo Imperio Romano, que se desmoronaría tras su muerte. Apoyó y defendió a la Iglesia Católica y la utilizó para fomentar el aprendizaje y las artes entre sus contemporáneos. Fundó escuelas asociadas a las catedrales para educar a los cargos públicos y a los nobles con el fin de que mejorasen el gobierno. Recopiló y codificó las leyes, lo que mejoró el sistema judicial. Finalmente, creó el feudalismo como sistema de establecer un orden local que le permitiese a un tiempo mantener la autoridad central.
Sin embargo, la gran promesa de un resurgimiento europeo que simbolizaba el Imperio franco pronto se extinguió. Tras morir el hijo de Carlomagno, el imperio fue dividido entre sus tres nietos. El imperio occidental se convirtió más tarde en la Francia actual. La parte oriental pasó a ser Alemania en tiempos posteriores. La parte central fue causa de disputa entre las otras dos durante sucesivas generaciones y hasta el siglo XX. No obstante, la repentina aparición de oleadas vikingas provenientes de Escandinavia, que causaron graves trastornos al norte de Europa durante los dos siglos posteriores, se convirtió en el problema más inmediato.