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Una explicación para la inteligencia del hombre
La gran decisión: ¿Cabeza o cola?
Fuente: Casa Editorial EL TIEMPO (30 de Noviembre de 1998)

En algún momento de la carrera de la evolución, los organismos de nuestros antepasados decidieron que era mejor destinar recursos (protoplasma) para desarrollar el cerebro y abstenerse de la cola. Un estudio sobre una especie de topo arroja las pistas.

Por JARED DIAMOND

El topo spalax ehrenbergi, un roedor con pequeñas patas y sin ojos visibles, está ayudando a los biólogos a descubrir cómo el hombre perdió la cola.

La mayoría de las discusiones sobre la evolución en el campo de la biología se relacionan con la adquisición de elementos útiles. Pero en la evolución, los animales también se desprenden de algunos objetos de su organismo.

La larga lista de atributos ancestrales que hemos perdido o se han reducido en el curso de nuestra evolución incluyen la cola, abundante pelo en el cuerpo, y huesudas prominencias en las cejas.

Por ejemplo, cuando los primates comenzaron a pasar gran parte de su tiempo en el suelo, especies mutantes con colas reducidas no experimentaron desventaja alguna. Eventualmente, los mutantes que perdieron la cola se transformaron en el modelo familiar.

La otra explicación puede ser descrita como motivada por la búsqueda de ganancias. Cualquier estructura fisiológica ocupa espacio en un organismo y mantener su marcha requiere el insumo de energía. Un primate mutante que perdió su cola pudo haber dedicado la energía, el protoplasma y el espacio sobrantes, para obtener un cerebro más grande. Como es obvio, el primate logró más beneficios de su agrandado cerebro que de su cola.

Ciego por oficio

Las teorías alternativas de Darwin han sido sometidas a prueba en la historia del topo spalax ehrenbergi, un animal que prácticamente ha perdido sus ojos. El topo, de unos 20 centímetros de largo, parece una salchicha y es difícil de descubrir a primera vista donde esta la cabeza y donde la cola (excepto cuando uno se le acerca demasiado y el animal muestra dos hileras de poderosos dientes).

Pero ese extraño aspecto tiene sentido desde el punto de vista funcional pues los topos pasan la mayor parte de su tiempo en túneles, donde los ojos tienen escaso uso.

Por supuesto, los topos no son enteramente ciegos. Ojos del tamaño de cabezas de alfiler están ocultos debajo de su espesa pelambrera.

Cada ojo se halla incrustado en una espesa glándula. Las retinas están arrugadas y carecen de pupilas, o de músculos para moverlas o enfocarlas. Es por eso que si se enfoca al topo spalax con un poderoso rayo de luz, no muestra reacción alguna.

Sin embargo, los ojos del spalax siguen en su cabeza, y uno se pregunta la razón de esa permanencia.

El spalax exhibe respuestas periódicas a la luz. Dichas respuestas desaparecen del spalax cuyos ojos han sido extirpados quirúrgicamente. Evidentemente, sus ojos todavía siguen siendo utilizados para reconocer las diferencias entre la oscuridad y la luz cada vez que sale del túnel.

¿Cómo es que esa especie de topo ha ido reduciendo el tamaño de sus ojos sin perder algunas funciones esenciales? Eviatar Nevo es un biólogo israelí que ha trabajado en colaboración con los científicos franceses Howard Cooper y Marc Herbin (que han estudiado la anatomía de los ojos y del cerebro del spalax) y con los investigadores alemanes Reinhold Necker y Gerd Rehkem, que han examinado la electrofisiología de su cerebro.

Cuestión de tacto

En el curso de la evolución del spalax, el ojo heredado de sus ancestros - roedores con excelente vista - fue reconfigurado.

La estructura cerebral y ocular del spalax es un 90% inferior al de roedores del mismo tamaño. Pero la estructura del cerebro involucrada en controlar la respuesta a períodos de luz es tan grande en el spalax como en los roedores dotados de buena vista. El sector de la corteza cerebral que en otros roedores está asignado a la formación de imágenes, en le caso del topo se adjudica a su sentido del tacto.

Cooper, Herbin y Nevo hicieron algunos cálculos y determinaron que al reducir su visión en más de un 90% en relación con otros roedores, el spalax ha logrado ahorrar casi un 2% de la energía total que consume su cuerpo. Y esa cuota de energía la transforma en leche para sus hijos, en resistencia para buscar comida, y en su vigor para cavar túneles.

Pero la disminución del sistema visual permite otras ventajas: el spalax emplea mejor su espacio cerebral. El topo necesita otras facultades para explorar túneles: un exquisito sentido del tacto, un oído alerta y un buen olfato. A eso se añade un notable sistema de orientación como si tuviera un compás magnético.

¿Y el hombre?

La investigación sobre esa clase de topo podría contribuir a resolver el enigma planteado por Darwin. Evidentemente, la selección natural no solo destruye, sino que también crea nuevas aptitudes.

Algo similar habría ocurrido con la cola que fue desapareciendo de nuestros ancestros.

Cuando nuestros antepasados eliminaron protoplasma de la cola pudieron aumentar el tamaño del cerebro, así como obtener músculos adicionales y riñones capaces de descartas mayor cantidad de orina. Afortunadamente, gracias a la perdida de la cola, ganamos mucho en materia de inteligencia, de desplazamiento y de eliminación de desechos.

Nuestros ancestros dejaron de usar la cola, la perdieron, y nosotros salimos ganando.

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