Toda su vida invierte el brujo en descubrir qué se puede hacer cuando sabe que nada se puede hacer, pero siente que algo se puede hacer.
Paralelamente, el hombre del mundo gasta toda su vida en el esfuerzo por ganar, y no sabe que todo lo que tiene es un obsequio del Cielo. Por eso es que cuando gana se enorgullece de sus obras, ignorante de las fuerzas invisibles responsables de su victoria.
Cuando el hombre del mundo se convierte en brujo, reconoce estas fuerzas celestiales y se limita a no contradecirlas. De ese modo, el brujo permanece atento a las señales del Cielo y ya no lo desafía, porque sabe que no puede ganarle y porque se ha reconciliado con Él. Entonces, él ya no lucha más por conquistar su destino, simplemente lo espera.
Pero si el brujo profundiza en la en la búsqueda, resurrección y liberación de su identidad eterna y superior, entonces se convierte en el maestro de su propio destino, siendo amado y respetado por el Cielo. Y por su amor y respeto recíprocos, el brujo decide indirectamente el rumbo que tomarán sus pasos a través del Cielo que siempre los guía. El brujo entonces, ya no pide, porque sabe que se le dará; y da, aun cuando ya no se le pida. Ésta es la suprema relación entre el Hombre y el Cielo.
26 de noviembre del 2001.