"Es que no me entendéis, joder". Típico. Es lo que todos los hijos hemos dicho a nuestros padres, alguna vez. No nos entienden, no nos comprenden; decimos. Llegamos con las armas de la adolescencia y la voz grave y el cuerpo desarrollado. Tenemos pelos por el cuerpo o tetas o músculos o granos. Y queremos salir por la noche y tener accidentes de tráfico. Queremos beber, queremos expresar nuestros sentimientos gritando, cantando, escribiendo, escupiendo, leyendo, pegando, ligando, follando, rompiendo, comiendo, saltando y haciendo mil cosas cada dia. Y, después de todo, por dentro tenemos la sensación de no haber hecho nada de nada. Queremos, fundamentalmente, que nos traten como a otras personas. Como a los primos mayores, como a los hijos de sus amigos. Como tratan los padres de las peliculas a los mierda de hijos de las películas. Y no somos conscientes que hijos vamos a ser siempre. Incluso cuando seamos padres. Pero es que crecer, crecer es algo muy extraño. No es nada de nada. Es aburrirse con las frases de los directores de la empresa, es escuchar las noticias por la radio en el BMW yendo a trabajar. Crecer es ir los domingos por la mañana a tomar unas tapas a los chiringuitos del puerto y comprar el periódico. Es conocer palabras extrañas de la administración del Estado, saber rellenar los impresos de la renta. Crecer es hacer gestiones en el banco, es comprar cartones de tabaco en el estanco y servirse un Carlos III -de ciento a viento- un viernes por la noche. Crecer es dormir en una cama de matrimonio, es mirarse las arrugas en el espejo. Crecer es ir al jodido Caprabo de la Illa y comprar una tabla de quesos y un vino caro. Pues vaya mierda. ¿Por qué queremos, entonces, crecer? Pagar impuestos, tener responsabilidades, tener un sueldo. Todo eso suena fatal. ¿Por que queremos, entonces, ser tratados como adultos? Llevar traje y corbata todo el día, tener un teléfono móvil, ir a tomar unas copas con los compañeros de la oficina. Tener una casa en la playa y chuparse cada fin de semana las retenciones y los puestos de peaje. No. No es posible que deseemos -en general- todas estas cosas. No es posible. Supongo que, en parte, nuestros padres no nos entienden que queramos salir de la locura adolescente y vacia. No les cabe en la cabeza que queramos salir de nuestro pequeño abismo para ir al Gran Abismo Mundial; es lógico que no nos comprendan, digo yo. No está muy claro. Pero sucede una cosa más. Crecer tiene un punto curioso de locura y felicidad. Durante la infancia aprendemos lo elemental: andar y hablar. Lloramos, comemos y dormimos por naturaleza. Está bien, nos empezamos a mover por el mundo. Alrededor de los diez años dejamos las Barbies y los Clics de Playmobil y empezamos a oír cintas de los Toreros Muertos y los Hombres G (actualmente las Spice Girls y Enrique Iglesias, indudablemente) y nos sonrojamos cuando dicen "cojones" o "follar". Luego entramos en la tremenda fase de los cambios hormonales. Sexual y físicamente comenzamos a ser adultos. Pero, mentalmente, aún flojeamos un poco. Los niños siguen siendo unos brutos que sueltan gallos al hablar y se pegan con los compañeros de clase y se pavonean cuando hay chicas delante y las niñas parecen mamás escala "Catalunya en ministura" y se rien y ligan con los chicos mayores (respecto a esto último, algún dia alguien debería hacer un estudio, porqué a mi, me resulta increíble qué tios de 19 y 20 años puedan estar realmente interesados por niñas de 13 o 14, pero bueno). Después, llegamos a la fase de los sentimientos tomados en serio. Escribir versos o hacer dibujos, o quedarse despierto pensando en tal chica o tal otra. Y a su vez llega la fase de la experimentación personal en todos los temas. Probamos a escaparnos de casa, cogemos una turca del cuatro mil y vomitamos a las diez de noche todas las comidas desde Navidad, y asi. Ligamos, el primer beso y estas cosas. Valoramos a los colegas ya que suponen un apoyo ante la tremenda decepción de la existencia. Y todo esto, no dejan de ser simples fases. Pero lo que de realmente crecer es algo mucho más simple. Crecer es, simplemente, ir tomando fuerzas durante los primeros años de vida para, un dia por la mañana, poderse levantar y, como quien no quiere la cosa, mirar a la cara del mundo y decirle: "Por mí, jódete y muere." Ya está. Crecer es mandar todo a la mierda. Y, o soy adulto desde los cuatro años, o no quiero crecer jamas, la verdad. |
© Terrisse 1997