Ella quiso recuperar el tiempo perdido. Toda la sangre que se escapaba en cada mirada enajenada, hacia un cielo hueco y desprovisto de ángeles. Sabía que no había ventanas para un dolor que era más viejo que ella. Alejandra Pizarnik no trató de encontrar esas ventanas, pero el azar hizo que tuviera que mirarse a través de las rendijas, y encontrarse con el único rostro de su vértigo que no necesitaba de las máscaras: el silencio. Por eso su existencia no fue más que un pretexto para iluminarnos con la melodía de ese silencio: los símbolos en la danza macabra que iluminaba sus noches perpetuadas. Alejandra encontró el silencio en la palabra. Contrario a Rilke, a quien le preocupaba morir su propia muerte, ella no pensaba morir porque se sabía ancestralmente muerta. Escribió desde la ausencia y por eso su suicidio se convirtió en lenguaje. En ella la pasión, esa pasión que a decir de Kierkegaard es imprescindible para que "sea" la poesía, esa pasión que la hace temer "el no poder nombrar lo que no existe"(A.P.), es manejada por su esquiza, exquisita lucidez con maestría y brillantez. El lenguaje la obsesiona, trata de dominarlo y subvertirlo: "Por eso cada palabra dice lo que dice y además más y otra cosa"(A.P.).
Muchos lectores me han preguntado quién fue Alejandra Pizarnik, presente como personaje o como epígrafe obligado, en todos mis libros. Como ocurre con un gran número de autoras latinoamericanas, la Pizarnik es casi una desconocida precisamente en Latinoamérica, a pesar de ser una de nuestras pocas poetas publicadas y leídas en Europa. Escribo entonces este rumor sobre ella, sabiendo de antemano que nunca podré retribuir, mínimamente, todo lo que le debo a esa extraordinaria y atormentada poeta argentina.
Nació en 1936, en Buenos Aires, y se marchó para siempre, por decisión propia, en el 1972, a la temprana edad de 36 años. Estudio Filosofía y Letras, ambas carreras dejadas inconclusas para estudiar pintura con el surrealista uruguayo Juan Batlle Planas. De 1960 a 1964 vivió en París, perteneciendo al comité de colaboradores de la revista Les Lettres Nouvelles, y colaborando en algunas de las principales revistas de Europa y América Latina. Tradujo poemas de Antonin Artaud, Henry Michaux y Aimé Césaire, entre otros. En 1968 ganó la beca Guggenheim. Su poesía fue, junto a la pintura que también cultivó, simplemente un instrumento para develar su quejumbrosa memoria de lo perdido y nunca recuperado, en las nociones de infancia, miedo y soledad. Para ella, a decir de Orietta Lozano (otra casi desconocida poeta colombiana), "el arte es un hijo maldito y desesperado, un paria, un fuera-clase de este vasto territorio; uno que hace y deshace la figura y apariencia de este mundo", donde "la creación adviene del dolor y la fascinación, la creación como un acto terrible y solitario; el arte, no el espectáculo artístico". Recuerdo ahora las palabras virtuales que me enviara Plinio Chahín, recuperadas en nuestras comunicaciones a través del ciberespacio, con respecto a Valery: "Un Valery, llegará algún día a convertirse en bestseller? Lo dudo mucho. La transparencia desgarrada de Valery es peligrosa para la salud y el capital.". Tal vez sea cierto. Quizás sea saludable que la poesía de la Pizarnik no se convierta en parte del espectáculo del arte y del mercado. Tampoco ella, quien todo lo escribió postumamente, estaría de acuerdo. Por eso sentenció: "Esperando que un mundo sea desenterrado por el lenguaje, alguien canta el lugar en que se forma el silencio". Ese alguien era ella misma, la que canta: "La muerte ha restituido al silencio su prestigio hechizante. Y yo no diré mi poema y yo he de decirlo. Aun si el poema (aquí, ahora) no tiene sentido, no tiene destino".
La obra de la argentina puede considerarse como la construcción de un muro, bajo los efectos alucinados de una exigente compulsión hacia la arquitectura perfecta; de ahí que su decir sea casi siempre breve. Instantáneos y lacerantes destellos de un pensamieno confinado por las urgencias de un tiempo y un espacio que, desde siempre, sentenció como breves. Conscientemente. Esto es evidente en sus primeros libros: La Tierra Ajena (1955), Las Ultima Inocencia (1956), Las Aventuras Perdidas (1958), Arbol de Diana (1962) y Los Trabajos y las Noches (1965); hasta llegar a sus dos últimos textos terminados: Extracción de la Piedra de la Locura (1968), y El Infierno Musical (1971), donde su ansiedad la desborda, conduciéndola a las teorizaciones sobre su propia poética (su infierno), y donde encontraremos poemas más largos, escritos casi siempre en prosa igualmente desgarrada. De hecho escribió algunos textos de largo y terrible aliento, en prosa, entre los cuales se destaca "La condesa sangrienta", de la cual diría en carta a uno de sus amigos: "Me alegra que te haya interesado el ensayo sobre la maldita condesa (alude a la Elizabeth Bathory) -ha sido mi primer y último, espero, encuentro con el sadismo, que no comprendí, que nunca comprenderé". También su lucidez produjo ensayos excelentes, como "El verbo encarnado", una de las más brillantes reflexiones sobre otro poeta atormentado: el francés Antonin Artaud, e igualmente entrevistas reseñables (es una pena que no podamos encontrarlas en las librerías), como las realizadas a Borges y a Roberto Juarroz, entre otros.
Alejandra Pizarnik murió en Buenos Aires, el 25 de septiembre de 1972,luego de varios intentos fallidos de suicidio. Llevaba de la mano a la niña que nunca dejó de ser. De su correspondencia se recuperan algunos textos que ofrecen una pequeña luz :
Buenos Aires, 12 de febrero de 1972: Juan, tu libro es bellísimo. Si el médico me deja, le haré una nota (hace tres semanas volvió a atropellarme un auto, por supuesto: yo había estado muy prudente). En fin, no logro leer los mensajes que me envían mediante desastres y dolores (...) Emprendo algunas cosas pero acabo de descrubrir que duarnte dieciseis años ahogué en mí la ternura. Par Litterature... J'ai perdue ma vie. Ahora la sonrisa de cualquiera me es necesaria. Extraño. ¿Por qué tanta desdicha, esta ternura aprueba de todo por mis prójimos extraños....".
Ya pesaba la soledad que había convertido en palabra y en argumento. Era tarde, obra y vida se confundían en su última inocencia. Murió sola, como nos había advertido.
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La Página de Gabriela De Cicco
La Página Oficial de Alejandra Pizarnik
(c)Martha Rivera. Artículo publicado en su Columna Enemigo Rumor, del Periódico Listín Diario. Junio 1997. Prohibida su reproducción total o parcial sin autorización de la autora.
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