Querido Plinio:
Me gustó mucho tu artículo, publicado en Ventana el domingo 22 de junio. Pensé contestártelo ampliamente vía e-mail, pero sólo salieron un montón de balbuceos. Si nuestro ser ha sido idiotizado, tal y como dices, ¿cómo vernos, perdida ya “nuestra magia en carne y hueso” (a propósito: ¿sabes el http/ de Heidegger?).
Pasó que pensé. Pensé mi mismidad en la exposición de Picasso en la National Gallery de Washington, sólo unos días antes de publicado “El ser y el INTERNET”. ¿Estuve más cerca de Picasso que de ti, cuando intenté encontrarte en la red para saludar tu artículo? Sin dudas. Porque no sé si estás frente a mí o de espaldas, cuando afilas tus lanzas cibernéticas, y esta carta es, tal vez, la posibilidad de negarme al conocimiento de dónde existimos en este diálogo de sordos; norte o sur, todo es igual en el ciberespacio. Y me dieron ganas de ser (vuelvo a lo pictórico, y ahora me voy a El Prado) Saturno devorando el address book de mi mail.
Es cierto que este monitor está totalmente congelado, y su propuesta no la presupuestó Henri Michaux en sus grandes pruebas del espíritu, cuando habló de un mensaje que absolutamente todo el mundo debe entender: un mensaje sin palabras y sin lengua. Como el de Picasso en su retrospectiva. El mensaje ABSOLUTO: “Tan sólo ESPÍRITU. SOLO cuando esté enteramente transformado en espíritu podrá entregar el mensaje. Mientras el mensaje se hincha, se hincha, le asfixia, incesante, desorbitante, infinito, infinitamente fragmentador”. Imposible fundar una metafísica sin contar con el espíritu. El INTERNET, entonces, ha logrado lo imposible, donde la información, mercancía absoluta (no el poema), en su valor de uso y su valor de cambio, se hincha y se (te) fragmenta infinitamente en su virtual espiritualidad. En el ciberespacio asistimos a una mutación del silencio. Absolutamente silenciosos, silenciados, estamos todo el tiempo comunicándonos. No importa la calidad de esta... errancia (así la llamarías), sino su cuantificación. El fracaso de esta forma postmoderna de comunicación descomunicada, es precisamente la que endilgara Wallerstein al capitalismo: su éxito. La virtualidad fracasa donde es exitosa; así, fracasamos nosotros en nuestra virtualidad. Y por eso estamos todos, junto a ti, hipnotizados, “frente al hechizo y la teatralidad de la imago de esa transparencia”, mientras se transforma, tal y como planteara Jean-Francois Lyotard, la naturaleza misma del saber. El conocimiento se transforma en desconocimiento; algo que es basura si no es traducible (¿reductible?) a un lenguaje informático (no temamos, Borges ya está en CD Room).
La página virtual (mi monitor/tu monitor), es la que siempre permanecerá en blanco. Aquella que nunca podrá ser manchada con PALABRAS, sólo con símbolos que enajenan nuestra convicción de estar ausentes. Convincentes y convencidos por nuestra propia alienación, desnudos de alma (frente al arma virtual). Si Nietzsche viviera este tiempo cibernético, posiblemente hubiese comprado un e-mail bomb para mandárselo a Bill Gates, quien desesperado por sus propias neuronas se habría suicidado sobre las notas amarillentas de Zaratrusta Make Me Happy. “Ese fantasma es más hermoso que tú. ¿Por qué no le prestas tu piel y tus huesos?”. Y es eso lo que no podemos soportar: la belleza fascinante y desbordada de la infinita posibilidad. Estas son las verdaderas “eras imaginarias”, no las del poema (que se derrite en el ciberespacio como el pétalo de una rosa congelada, donde Artaud no ha podido perpetuarse/nos).
Y aquí nos quedamos frizados, como un CPU cualquiera (fíjate en esta composición: CorPUs /CPU/PUS). Así quedo yo frente a tu artículo, en esta pantalla que viaja hacia mí misma idiotizándome, y que se atrevería a escanear mis ojos para llevártelos. Auténtico carnicero en la postmodernidad el ordenador. Nos secciona y condena a la suerte del cadáver. Uno de mis oídos se ha convertido ya en bocina, mientras el otro digita el sonido de la posteridad. Perpetuados, por fin delirantes frente al triunfo de una memoria que nos transgrede: la virtual. La que nos recordará cuando estemos muertos, y sólo naveguen las naves cibernéticas por el espacio blanco y gris: ese que piensan los chips.
Olvidémonos de las cucarachas y las arañas vasculares. Metales mutantes, alambres sin sangre. En el INTERNET sólo es posible pensar nuestra propia destrucción.
(c)Martha Rivera. Artículo "Carta a Plinio Chahín", columna "Enemigo Rumor", periódico Listín Diario, Santo Domingo, República Dominicana. 1997.Prohibida la reproducción parcial o total sin previa autorización.
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