Con ese título sugestivo, Jorge Adoum, reconocido escritor ecuatoriano, timidamente, empezó a indagar en la figura monolítica y sin resquicios de Carlos Marx. Y lo hizo desde la óptica latinoamericana, pero con un gran pudor. Sin embargo, ese libro escrito en 1979 dejaría apenas soslayado lo que vendría. El ídolo tenía pies de barro.
La revolución que iba a cambiar la faz del mundo no se produjo, la utopía de un mundo mejor proclamada por su filosofía y sus postulados políticos, tropezó y se descabezó en Europa, los proletarios del mundo no se unieron en pos de los ideales revolucionarios. La teoría y la historia chocaban. El marxismo se halla en reflujo. Como método de administración de una sociedad, ha quedado descalificado. En setenta y cuatro años de aplicación práctica no alcanzó ninguno de sus objetivos, no ha proporcionado, a quienes lo han soportado, ni bienestar, ni dignidad, ni libertad. Pero como método de investigación, como instrumento de análisis, queda la obra, magistral en la cual un espíritu poderoso, reuniendo una gigantesca masa de datos, ha construido una historia científica de la humanidad. La forma en que funciona la historia es el aporte de Marx a la humanidad.
Como Wagner, su contemporáneo, dirá: El mundo me debe lo que necesito. En los momentos más trágicos de su vida, Jenny, su esposa, jamás le reprochará que nunca supo ganarse la vida. Acepta incluso las recaudaciones en favor suyo, de gentes pobres. El suyo no es un socialismo sentimental, cuya conciencia sangra con las penurias de la clase obrera. Le gusta lo bueno, lo bello, los lugares agradables, las bellas mujeres, los vinos finos y los cigarros exquisitos. Nunca entró en un hogar obrero. La compasión le es ajena. Es un intelectual puro que considera a la clase obrera bajo un único aspecto: la acción revolucionaria de la que debe ser capaz para apoderarse de los medios de producción. Su madre en el colmo de la furia decía: En lugar de escribir El capital, mejor que lo gane, defendiendo ferozmente sus ahorros, de los embates de su temible hijo. Su vida privada, sus amores, sus mujeres y sus hijos no se acercaron ni por asomo a ese teoría luminosa que hallaba su esencia en un modo de producción humanizado y compartido. Nacido en la Prusia pos bonapartista, vivió treintiocho años de matrimonio con una aristócrata de Tréveris, la baronesa Jenny von Westphalen. Hija de un aristócrata prusiano, liberal y culto fue durante 22 años la reina de los salones en Alemania. Cuatro años mayor que Marx, sus padres fueron amigos entre sí y los hijos compartieron la vida familiar. Sin reservas, Jenny entregó su vida, su juventud y sus fuerzas al Moro. Había nacido en 1814, justo un año antes de Waterloo. El año en que Prusia es incorporada junto a Sajonia, Renania y Westfalia, convirtiéndose en la principal potencia de la Confederación germánica. Alta, morena, de ojos verdes, rostro de óvalo perfecto, divertida, burlona y cáustica, el poeta Heinrich Heine dirá de ella: Es mágica. Descendiente de una ilustre familia escocesa, su familia era la crema de la sociedad. Carlos Marx, es hijo de un prominente abogado que, nacido judío se convierte al protestantismo por motivos puramente prácticos.
El es imperioso, autoritario, de piel atezada y con una cabellera aleonada. Díscolo, imperativo, dogmático y absorbente vivirán un amor apasionado. Ambos, nacieron en la época del Sturm und Drang. El romanticismo es un movimiento literario que representa la tormenta y el esfuerzo y que surge como reacción contra el racionalismo. Jenny es una romántica que escribe poesía a su Moro y una correspondencia abundante que sus hijas celosas se encargarán de destruir.
Su vida transcurrió entre exilios, pobreza y privaciones. En pos de los sueños e ideales, Jenny acompañó a Carlos Marx, empobrecida, recluida en una sórdida pieza de Londres, viviendo de prestado, pendiente de las dotes que podían venir de cualquiera de los padres o de l beneficencia de los amigos. Carlos Marx , nunca trabajó y creyó con espíritu mesiánico que la validez de sus estudios filosóficos y revolucionarios lo hacían acreedor a la adoración y la estima del mundo. Durante toda su vida estuvo sostenido emocional, afectiva y económicamente por Jenny y por Federico Engels, apodado El General. Federico Engels constituyó el otro pilar de esa troica que dio carnadura y sentido, a buena parte del siglo XIX y XX.
Sin embargo, de los postulados teóricos revolucionarios a la práctica cotidiana había un abismo en la vida privada de Carlos Marx.
Durante casi un siglo, historiadores, apólogos y admiradores, clausuraron los aspectos más oscuros de la vida del filósofo.
Infiel y convencional en sus relaciones matrimoniales, Carlos Marx no dudó en disfrutar una dote con su prima Nannette, en Bruselas, aún cuando sabía que su esposa y familia se hallaban hundidas en la miseria de Londres. En 1851, Jenny escribe en su diario una frase que durante mucho tiempo fue un misterio: A comienzos del verano de 1851 ocurrió un acontecimiento acerca del cual no me explicaré, por más que agravó mucho nuestras penas públicas y privadas. Y en otra carta agrega: No sabía entonces qué otra desgracia me esperaba, ante la cual todo se hundió en la nada.
Los historiadores han hecho contorsiones para ocultar la realidad de que Marx le hizo un hijo a la criada.
No dudó en tener amores con Helene Demuth, dejarla embarazada y apelar al eterno amigo y cómplice, Federico Engels, para que asumiera la paternidad del hijo nacido de esos amores clandestinos.
En las biografías, historias y panegíricos, Helene Demuth, apodada Lenchen, aparece como la fiel criada de los Marx, encargada de criar los hijos, ayudar a la enferma Jenny y calmar al león, perdido entre pilas de textos, entre nubes de humo, sillas destrozadas, tazas desportilladas y niños enfermos.
Sin embargo, Helene Demuth fue el ángel tutelar de la familia Marx. Criada desde niña en la familia materna de Jenny Westphalen, la madre de Jenny la envía como regalo a su hija, en Bruselas, para que la alivie de tanta penuria vivida entre exilios , arrestos y pobreza.
Helene Demuth, fue de por vida, la esencia y el soporte de una familia que giraba en torno al Moro y sus teorías revolucionarias.
Un amigo de los Marx, Wilhelm Liebknecht, que los frecuentaba en Londres, ha descrito las relaciones de el Moro y su criada: Marx no podía mandarla. Lo conocía en todos sus caprichos y debilidades, y habría podido manejarlo con el dedo meñique. Cuando estaba irritado, gritaba y fulminaba y nadie se atrevía a acercársele, pero Lenchen entraba en la jaula del león y si éste rugía, Lenchen le hablaba de tal modo que se volvía dulce como un cordero. Jugaban al ajedrez , a menudo le ganaba y le daba su opinión sobre política, que él escuchaba atentamente. Durante un viaje de Jenny a Holanda, Marx sintió súbitamente deseo de Lenchen y ésta que lo amaba en silencio, consintió. Durante años fue el secreto familiar, guardado herméticamente, del cual jamás hablaron y que se llevaron a la tumba.
Durante años, se atribuyó la paternidad de Frederick Demuth a Federico Engels. Hasta que en su lecho de muerte, y condenado por un cáncer de laringe, El general enfrenta a Eleonor, la hija menor de Marx apodada Tussy, que sufre de celos patológicos y que lo acusa de haber olvidado a Frederich Demuth. Incapaz de hablar, escribe en una pizarra ante los ojos de Tussy y de su abogado Sam Moore: Frederick es hijo de Marx. Tussy se deshace en lágrimas y él agrega: Quiere hacer de su padre un ídolo. y no lo es.. Este testimonio escrito en una carta, quedó enterrado en los archivos negros del marxismo durante más de sesenta años. Lo descubrió en el Instituto de Historia Social de Amsterdam y lo exhumó en 1962, un colaborador de ese centro, Walter Blumwenberg. Según testigos, Engels autorizó a su abogado a citar la revelación sólo en caso de que lo acusaran de tratar con mezquindad a Frederick. No quería que su nombre quedara deshonrado.
En 1881, Jenny tiene sesenta y siete años y padece un cáncer de hígado. Ha llegado al límite de sus fuerzas. Poco antes de morir le dice al Moro: Ya no me quedan fuerzas... y muere suavemente. Marx la sobrevivirá apenas dos años. Inconsolable le escribe a Engels: Sabes que pocos detestan tanto como yo las demostraciones patéticas. Pero sería mentir no confesar que mi espíritu está en gran parte absorbido por los recuerdos de mi mujer, que fue la mejor parte de mi vida. A la muerte de Marx, Engels acoge a Lenchen en su casa. Esta vivirá siete años más y será enterrada junto a los Marx en el cementerio de Los réprobos en Londres. Apenado Engels escribe a su amigo, Sorge: Mi buena, mi querida, mi leal Lenchen, murió dulcemente, sin haber sufrido. Vivimos juntos siete felices años. Éramos los últimos de la vieja guardia de antes de 1848. Ahora estoy otra vez solo. Si durante años Marx, y durante los siete últimos yo mismo encontramos la paz para trabajar, fue gracias a ella. Lo que me sucederá ahora no lo sé... Sus consejos perspicaces sobre la marcha del partido me harán también cruelmente falta... Extraño cuarteto, encadenado por la utopía, girando en torno del dios sol, padres de millones de hombres y mujeres que han venerado al profeta del cielo en la tierra, y que creyeron encontrar en su obra no una filosofía, sino una ciencia que proporcionaba las leyes para erradicar la miseria y los sufrimientos. La ilusión ha muerto, el mito se ha desintegrado, y el socialismo científico queda como el hecho más trágico del siglo XX, en aras del cual Jenny von Westphalen, criatura de amor y de fe, fue su primera y voluntaria víctima.
Graciela Azcárate es una argentina que ya todos asumimos como dominicana. Vive aquí, dirige el suplemento "Cultura" del periódico Hoy, y "vosea" como nadie. De modo que "ché, nunca trates de hincharle las pelotas".(c)Graciela Azcárate, Sto. Dgo. 1997. Prohibida la reproducción parcial o total.
© 1997 martha.rivera@codetel.net.do