Entrevista con Hugo
Velásquez, en Cuernavaca:
Génesis de
sus tribus artísticas
La figura de Hugo Velásquez es bien conocida
por los amantes de la llamada cerámica contemporánea: alto
y delgado, de apariencia frágil pero lleno de energía, luce
desde hace muchos años una larga y ensortijada cabellera, ahora
matizada de canas. No tiene las manos que uno esperaría de
un ceramista, sino las más delgadas de un pintor. Y es que,
en los orígenes de su carrera artística, en Nueva York, fue
precisamente eso.
"Hacia fines de los años cincuenta,
viviendo en Nueva York, yo pintaba y no lo hacía mal -cuenta, instalado
en el enladrillado patio de su casa-taller en Cuernavaca, donde reside
desde hace más de una década. En aquel tiempo los artistas
se cotizaban como en la bolsa y las cifras que se manejaban eran enloquecedoras.
Era una situación que daba miedo porque le cambiaba la vida a la
gente. De pronto, un pintor, de medio mal comer, pasaba a disponer de una
tarjeta de crédito sin limite y de privilegios totalmente insólitos."
Este fenómeno llevó al artista
a una verdadera crisis interna, de la que salió con una vocación
rediseñada: "Yo quería hacer algo anónimo, que no
tuviera una cotización en un mercado especulativo, que fuera humilde,
honrado y bello. Entonces vendí mi estudio y me metí a la
Greenwich Pottery House, donde aprendí, más teoría
que práctica, sobre cómo se hacía un cuerpo cerámico
y cómo eran los vidriados. Un bagaje técnico muy sólido
pero sin aplicación. Puro papel".
Sus primeros escarceos con el stoneware, por
lo mismo, no fueron fáciles.
Lo más cercano a las rocas
De Nueva York a México las cosas no fueron
más sencillas: 30 años atrás muy pocos artistas utilizaban
la técnica del stoneware. Aún hoy día, cada ceramista
debe preparar sus materiales y hasta diseñar y fabricar su propio
equipo, comenzado por el horno y siguiendo por mesas, batidoras, herramientas.
A pesar de las dificultades, Velásquez creó un taller que
a lo largo de tres décadas ha producido una obra rica y variada:
desde piezas de línea utilitaria y para decoración, como
pies de lámparas, vajillas, platones, etc., hasta la personalísima
aunque escasa obra artística realizada y firmada por el ceramista,
y expuesta en algunas contadas ocasiones en México y el extranjero.
Porque Hugo X. Velásquez, a pesar de su trayectoria y prestigio,
sigue siendo un artista intimista y hasta reservado, poco afecto a las
promociones y al exhibicionismo.
"Mi desafío no es ser mejor ceramista
que fulano o mengano; el verdadero desafío esta en el barro, el
vidriado, los engobes, el horno. Creo que sigo haciendo cerámica,
30años después, por la emoción que siento cuando cierro
el horno, hago la quema y, al abrirlo, veo lo que hice yo y lo que hizo
el horno, que también aporta lo suyo. Mientras el estómago
se me estruje al abrir la puerta seguiré haciendo cerámica.
Cuando eso cambie, quizá ya no me siga interesando como ahora."
Velásquez no duda cuando se le pregunta
por qué escogió la cerámica de alta temperatura, aun
técnica valorada por su aspecto opaco y algo rústico, y su
paleta más reducida y menos vistosa que la de la baja temperatura:
"Hago stoneware porque me parece lo más cercano a las rocas, a la
tierra, a los volcanes. México es mucho un país así.
Recio, con fuerza".
La horneada es como los toros
"Para que la pieza sea un poco mía, siempre
me gustó trabajar cerca del tornero, y una vez que sale del
torno la trabajo yo mismo, alterándola, dándole una forma
nueva. En este momento estoy haciendo piezas de gran tamaño, que
representan un enorme desafío técnico y que me han obligado
a cambiar toda la estructura del taller, desde la composición
del cuerpo cerámico, el secado, el modo de meterlas al horno sin
tocarlas, etc. Nosotros no hacemos sancocho, horneamos una sola vez, el
cuerpo y los vidriados, a cono 9 y en atmósfera reductora. Creo
que en este modo de trabajar hay un desafío aparte."
Cuando hay alguna pieza que de verdad le
importa, él mismo se ocupa de la horneada, que tarda unas 14 horas.
"La horneada es como los toros -explica-, para hacer una gran faena hacen
falta dos: el torero y el toro. El horno es como un socio: coopera o no
coopera. Tiene mucho que decir en el resultado final. Si una pieza se va
a estropear porque le eché mucho o poco humo, prefiero ser el responsable
antes que dejarle el riesgo al hornero del taller. Entonces, ese día
yo llevo la quema. Es un rito delicioso levantarse a las cuatro y media
o cinco de la mañana, cuando todavía están las estrellas,
tomar café, hacer anotaciones en la bitácora cada media hora
(tengo la bitácora de estos 30 años perfectamente conservada).
Y ahí me paso, desde que está oscuro todavía, viendo
como se hace de día, y sube el sol, hasta bien entrada la tarde,
velando la marcha del fuego. Disfruto mucho todo eso, aunque suene algo
cursi".
En los últimos tiempos ha dejado de lado
las piezas torneadas para trabajar con cuerdas o churros, que él
mismo prepara y que, de alguna manera, le exigen una dedicación
completa. "Es la técnica ideal para hacer piezas grandes, porque
al ser más lenta se ve el avance gradual y hay posibilidades de
modificar la forma a medida que va creciendo. Es algo que el torno no permite,
porque su ritmo es más intenso y, además, tiene la limitante
de las formas circulares. Y si quiero hacer una pieza con muchos chipotes,
por decirlo de una manera, la técnica más adecuada son las
cuerdas":
Aparte de sus platones, cacharros y botellones,
y otras piezas de corte más abstracto, Hugo ha realizado varios
extraordinarios murales cerámicos, como el del Instituto Mexicano
de la Tecnología del Agua, en Cuernavaca, y el monumental Tierra
Adentro, de 54 metros cuadrados, que originalmente estuvo en una biblioteca
pública y que, a raíz de los terremotos de 1985, fue trasladado
a la plazuela ubicada en Paseo de la Reforma y Mina, contigua al edificio
de la Procuraduría General de la República.
"Tenemos una máquina perfecta para amasar
el barro, mejor que si se hace a mano. Y hay otra que hace las losetas.
Las tendemos en grandes mesas y a partir de ese momento todo lo que le
sucede al mural pasa por mis manos: los tallados y el vidriado, todo. Y
no me separo ni siquiera al momento de estibar el horno y que quemarlo."
El horno es nuestro control de calidad
Aunque es reacio a hablar de si mismo y de sus
motivaciones íntimas, Velásquez admite que sus obras le nacen
por familias o tribus. "Una pieza llama a la otra. Es como la veta de un
minero, que la sigue y la sigue hasta que se agota. Encuentro un tema,
hago una pieza, y es cuando me pregunto cómo funcionará tal
o cual modo. Entonces hago una segunda forma tal como la pensé.
Y sigo buscando hasta que se acaba. Pueden salir diez piezas, pueden salir
20; nunca se sabe":
La cerámica, a diferencia de otras manifestaciones
artísticas, tiene la dificultad de que el resultado final no es
inmediato, que entre la realización y la conclusión hay a
veces angustiosa espera. "Trabajo en una pieza y cuando termino me digo
cómo la voy a vidriar. No tiene que ver con mi estado de ánimo
sino con la pieza misma. Quizá la pieza tenga que ver con eso, pero
de todos modos, entre que se hace, se seca y se puede vidriar, ya pasó
tanto tiempo que la vinculación con mi mundo interno se diluye casi
por completo.
"Esto tiene una enorme repercusión interior,
porque reconozco que estoy algo cansado de trabajar así. Me da una
gran envidia la pintura, en la que uno expresa sus estados de ánimo
en forma inmediata, con los colores verdaderos, y no con unos vidriados
grisáceos que se volverán colores al cabo de las quemas,
varias semanas después de haber modelado la pieza. Siento muy fuerte
el hecho de tener que vidriar mucho tiempo después, cuando mis estados
de ánimo pudieron haber cambiado. Es algo que me pasa mucho, que
no me gusta, porque mis emociones no encuentran camino franco."
Este artículo se publicó en el
número 3 de la revista Linaje, editada por Cerámica Santa
Julia, en México, invierno 1991-1992; el original incluyó
un retrato y fotografías de obras tomadas por Ana Lourdes Herrera;
estamos tratando de conseguirlas para mostrárselas.
En septiembre de 1998, en el centro cultural Ex-Teresa
de la ciudad de México, Velásquez presentó una instalación
llamada El otoño en el jardín. Aquí
pueden leer una reseña.
Con motivo de ese evento se publicó en
el diario Reforma (4 de septiembre) una reseña y comentarios sobre
la obra del ceramista, por Dora Luz Haw; veremos si conseguimos el permiso
para reproducirla aquí.