Artículos sobre cerámica y ceramistas

Una pequeña historia sobre las porcelanas

Con más de1,000 años de historia, la porcelana se ha sostenido en el lugar más apreciado  por nobles y plebeyos. Su textura, resistencia y delicadeza le confieren un sitio de privilegio entre las bellas cosas con las que los seres humanos gustan rodearse.
La porcelana, tal como se conoce en la actualidad, nació en China en el siglo XIII, producto de la experimentación de anónimos artesanos orientales. Por sus características únicas, es la técnica más cotizada de las cerámicas decorativas y la que más fama ha conquistado para sus célebres fabricantes.
Básicamente, la porcelana es una pasta de caolín y feldespato horneada a 1,400 grados Celsius, la temperatura más alta que se usa en la industria cerámica. Cuando está húmeda se puede modelar a mano, en torno o bien con moldes de yeso, y luego se le da la primera cocción o sancocho.
En esta horneada, que dura por lo general entre 12 y 15 horas, el barro pierde toda la humedad y se compacta hasta alcanzar la dureza de la piedra. Luego, las piezas reciben el esmalte que consiste en pinturas preparadas con materiales fundentes y colorantes (el cobalto produce el azul, el cobre el verde, el manganeso los cafés).
Las piezas regresan al horno para la quema, que es una horneada más lenta y delicada, en cuyo transcurso los esmaltes se funden, se adhieren firmemente al barro y toman su color y textura definitivos. Las obras que reciben calcomanías, como las vajillas con figuras de flores o animales, por ejemplo, requieren una tercera horneada a menor temperatura, en la que las imágenes se fijan al esmalte.
Esta técnica, que requiere un cuidadoso control de las materias primas para obtener texturas limpias, suaves y sin manchas o deformaciones, alcanzó su máximo esplendor durante las dinastías Tang (618-906), Sung (960-1279) y Ming (1380-1644), en China, durante las cuales se produjeron obras inigualables como botellas, jarras, tazas para la ceremonia del té y los famosos guardianes y caballos rituales, que hoy pueden verse en los principales museos de Europa y América. Los esmaltes craquelados, las flores de loto y los motivos con dragones o paisajes campestres son típicos de estas épocas.
Fue a raíz de los viajes de descubrimiento que los europeos conocieron la porcelana y se fascinaron con los abigarrados dibujos en azules de cobalto sobre porcelana blanca, característicos de la dinastía Ming y que todavía hoy influencian la cerámica europea. Pero trasladar grandes volúmenes de adornos y vajillas desde China y otros países del Oriente resultaba lento y costoso; además, los artesanos chinos, japoneses y coreanos no parecían interesados en modificar sus antiguos motivos para halagar los gustos afrancesados de los nobles venecianos o florentinos. Así que no quedó otra solución que tratar de producir imitaciones adaptadas a las nuevas modas.
La gloria de descubrir los secretos celosamente guardados por los ceramistas orientales le correspondió a Johann Bötgger, un alfarero de Meissen que trabajaba para el príncipe elector de Sajonia. Esto ocurrió en 1703 y en los siguientes 50 años la técnica ya se había difundido por Austria, Francia e Inglaterra. En 1756, por ejemplo, se instaló en Sèvres, Francia, una factoría destinada a alcanzar sólido prestigio, vigente todavía en la actualidad debido a la consistencia de su producción, industrial pero intachable. Limoges, una planta más reciente, es igualmente respetada. Otro famoso investigador fue Bernardo de Palissy, de quien cuenta la leyenda que llegó a quemar las maderas del piso de su casa para alimentar su horno y alcanzar la elevada temperatura requerida para obtener los bellos colores de la porcelana.
Inglaterra fue un sitio donde la porcelana se difundió en gran escala y donde se produjeron, y todavía producen, variantes de la más alta calidad. Las más antiguas, de 1740, son las de Chelsea y Bristol, seguidas por las de Liverpool (1756) y Caughley (1772).
En 1880, el artista Josiah Spode descubrió, en Staffordshire, la posibilidad de mezclar la porcelana con cenizas de huesos de animales, con lo que consiguió texturas más finas y una mayor resistencia. Así nació la porcelana bone china, que en la actualidad es la más conocida de todas las producidas en Inglaterra.
También de gran mérito son las figuras (soldados, campesinos, cortesanos) que todavía se fabrican en Meissen, la centenaria casa alemana. De allí salieron para las meses de reyes y papas suntuosas vajillas conocidas por sus motivos florales, tanto de figuración oriental (indianische Blumen) como europea (deutsche Blumen).
De Italia son conocidas las vajillas y figuras del taller que la familia Ginori instaló en Doccia en 1735, y que subsiste hoy día. Más renombrada es la producción de Capodimonte, nacida en 1743 por inspiración del rey de Nápoles. Aunque por azares de la historia la fábrica fue más tarde trasladada a Buen Retiro, en España, todavía llevan el nombre anterior las piezas decorativas producidas en la actualidad. Las que representan grupos de aldeanos o campesinos, muy características, son de una delicadeza y realismo que pocas veces ha sido superado por otros talleres.
Tampoco puede desdeñarse, aunque en un segundo plano, la buena porcelana que se ha venido produciendo desde antaño en Holanda, Austria, Suecia (especialmente la de Estocolmo y Marieberg), y Estados Unidos. En este último país, la porcelana fina guarda gran cercanía con la inglesa. C.W. Fenton produjo buenas figuras a mediados del siglo pasado en Benington, Vermont, lo mismo que su sucesora, la United States Pottery.
Aunque es muy fácil dejarse seducir por las vajillas de porcelana muy suave, delgada y translúcida, como la conocida "cáscara de huevo", las buenas porcelanas pueden tener cuerpo y hasta ser gruesas, como los tradicionales servicios para la ceremonia del té usuales en Japón, y que tienen siempre un acabado rústico y asimétrico, y cuyos esmaltes no cubren la pieza por completa, sino que dejan parte de la pasta a la vista.
En México, la porcelana fue conocida y utilizada desde los primeros tiempos de la Colonia, gracias a los frecuentes viajes de la Nao de la China. Justamente, la porcelana de la Compañía de las Indias, cuyas vajillas con dibujos azules conocieron las mesas de nobles y virreyes, fue realizada en china con fines casi exclusivos de exportación a México y España. Hoy, uno de esos bellos platos puede cotizarse, con los anticuarios de Puebla, San Miguel de Allende o la Zona Rosa, en varios miles de pesos.
Ahogada por la rica variedad de cerámicas de baja temperatura, --entre las que destaca la Talavera de Puebla--, o bien por el recio stoneware de matices contemporáneos, la porcelana ha hecho poca carrera en México. Los trabajos más llamativos son recientes: la escultora austríaca Gerda Gruber, radicada desde hace una década en México, ha presentado varias exposiciones con piezas de notable belleza. Cerámica de Cuernavaca, por su parte, está colocando en el comercio algunas vajillas de muy aceptable fabricación a precios realmente accesibles
En materia de porcelanas importadas, en almacenes departamentales y tiendas de decoración se pueden conseguir, casi siempre aprecios inflados, piezas de Lladró, en general cursis pero que tiene el misterio de encantar a las personas, y también buenas vajillas inglesas y alemanas.
Finalmente, para los que se contentan con la simple admiración de la belleza, pero sin sentir la necesidad de aumentar el adeudo de sus tarjetas de crédito, el museo Franz Mayer exhibe varias verdaderas joyas de porcelana china, como un gran platón con el escudo de armas del virrey conde de Gálvez, unas palomas chinas de mediados del siglo XVIII, y un par de figuras que representan a los gemelos Ho y Hua, dioses de la buena suerte, también de la dinastía Ching. En el Museo Nacional del Virreinato, en Tepotzotlán, también pueden admirarse tibores y porcelanas chinas, japonesas y europeas.

Este texto fue publicado en noviembre de 1987 en la revista Expansión de la ciudad de México.
 

 

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