El Subterráneo. Por: David Cortés

A partir de la segunda mitad del siglo XX, la cultura ha sufrido transformaciones vertiginosas. La tecnología ha incidido en ella interna y externamente; ha modificado los recursos para su elaboración y los mecanismos para su difusión y distribución. Es un proceso en contínuo cambio que nos ha legado una escisión y la creación de etiquetas.

Hoy, la cultura se nos ofrece fragmentada, dividida en géneros y al interior de éstos las divisiones se ahondan, las separaciones "reales o ficticias" se profundizan. Y en esa globalidad, parcelada, tenemos que enfrentarnos a dos criterios valorativos: el mainstream y el subterráneo.

El primero todos lo conocemos, caminamos por él diariamente, lo escuchamos sin esfuerzo alguno; el segundo requiere de una inmersión, de un viaje. Más que una etiqueta, el subterráneo es una postura estética. Hay quienes trabajan en él toda la vida y no pueden salir del mismo, ya sea por incomprensión o por no encontrar los canales adecuados para emerger. Otros se ven confinados a éste no por sus cualidades estéticas, sino por su imposibilidad de recursos (administrativos y mercadotécnicos) para abandonarlo.

Quienes empeñan la vida en el subterráneo son los iconoclastas, aquellos que pugnan por crear nuevos sonidos, nuevas imágenes, lenguajes diferentes. Tienden, sin pretenderlo, nexos con las subculturas que se mueven junto con ellos y con quienes guardan afinidades. Porque el subterráneo no es un territorio único, en él existen los vasos comunicantes que únicamente esperan un ligero toquido para abrir sus puertas, hablarse entre sí y reconocerse.

La estética subterránea, que no existe como tal pero que utilizaremos así para un mejor manejo, se extiende a todos los campos, ha invadido todos los espacios y sus movimientos, verdaderamente telúricos, pueden percibirse con un poco de sensibilidad. Es un mundo que a simple vista aparece caótico, raro, diferente. Pero no se trata de una diferencia rebelde por la rebeldía misma, sino de una diferencia que busca ejercerse a partir de la constitución de un lenguaje (icónico, verbal, gestual) para el cual no son satisfactorios los cánones dominantes y aceptados como únicos.

El subterráneo es esa subcultura callejera que ha conquistado espacios, que alimenta al mainstream día a día y que, las más de las ocasiones, lo revoluciona, lo transforma para inmediatamente perder su condición subterránea. Y paradoja de paradojas, en ocasiones el subterráneo lo tenemos enfrente, visible; pero su "anormalidad" nos hace alejarnos de él. Nos impele temor porque creemos que es violento, nos repele porque emplea los mismos códigos pero aporta nuevos usos. Y el subterráneo exige su precio, sus gratificaciones no están exentas de un valor: el aislamiento es su premio, el gozo que obtenemos de su delectación es la soledad. Por eso quienes pululan por el subterráneo se reconocen en una mirada, en el intercambio de unos nombres, en un Mysterium.

 


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