TESTIMONIO DE UN CONDISCIPULO DE
ISIDORO DUCASSE
(Conde de Lautrèamont)
En 1927, Francoise Alicot tuvo la feliz idea de reportear a Paul Lespés, que entonces tenía más de ochenta años. He aquí algunas de sus respuestas:
"Conocí a Ducasse en el Liceo de Pau en el año 1864. Estaba con Minvielle y conmigo en la clase de retórica y en el mismo salón. Todavía veo a este muchacho grande, delgado, con la espalda un poco encorvada, la tez pálida, los cabellos largos que cubrían la frente, la voz un tanto chillona. Su fisonomía no tenía nada de atrayente."
"A menudo, en la sala de estudios, pasaba horas enteras con los codos apoyados sobre el pupitre, las manos sobre la frente y los ojos fijos en un libro clásico que no leía; se veía que se había sumergido en su sueño. Yo pensaba, junto con mi amigo Minvielle, que sentía nostalgia y que sus padres no podían hacer nada mejor que llamarlo de nuevo a Montevideo."
"Admiraba a Edgar Poe cuyos cuentos había leído antes de entrar al liceo. Por fin vi entre sus manos un volumen de poesías, Albertus, de Thèophile Gautier, que le había hecho llegar, creo, "Todos estos detalles no tienen gran interés, pero hay un recuerdo que debo evocar. En 1864, hacia fines del año escolar, Hinstin, que frecuentemente había reprochado ya a Ducasse lo que él llamaba sus exageraciones de pensamiento y estilo, leyó una composición de mi compañero. Las primeras frases, muy solemnes, excitaron primeramente su hilaridad, pero pronto se enojó. Ducasse no había cambiado de estilo, pero lo había agravado singularmente. Nunca antes había soltado tanta rienda de su imaginación desenfrenada. No había una sola frase en que el pensamiento, hecho de algún modo de imágenes acumuladas, de metáforas incomprensibles, no estuviera además oscurecido por invenciones verbales y formas de estilo que no siempre respetaban la sintaxis. Hinstin, clásico puro, cuya fina crítica no dejaba escapar ninguna falta de gusto, creyó que se trataba de una especie de desafío a la enseñanza clásica, una broma pesada al profesor. Contrariando su hábito de indulgencia, infrigió a Ducasse un castigo. Esto hirió profundamente a nuestro compañero; se quejó con amargura a mi amigo Georges Minvielle y a mí. Nosotros no tratamos de hacerle comprender que había sobrepasado el límite con exceso."Georges Minvielle."
"Durante el verano, los alumnos iban a bañarse en la corriente de agua de Blois-Louis. Era una fiesta para Ducasse, quien era excelente nadador. Me haría mucha falta, me dijo un día, refrescar mi cerebro enfermo más a menudo en esta agua surgente."
"Todos estos detalles no tienen gran interés, pero hay un recuerdo que debo evocar. En 1864, hacia fines del año escolar, Hinstin, que frecuentemente había reprochado ya a Ducasse lo que él llamaba sus exageraciones de pensamiento y estilo, leyó una composición de mi compañero. Las primeras frases, muy solemnes, excitaron primeramente su hilaridad, pero pronto se enojó. Ducasse no había cambiado de estilo, pero lo había agravado singularmente. Nunca antes había soltado tanta rienda de su imaginación desenfrenada. No había una sola frase en que el pensamiento, hecho de algún modo de imágenes acumuladas, de metáforas incomprensibles, no estuviera además oscurecido por invenciones verbales y formas de estilo que no siempre respetaban la sintaxis. Hinstin, clásico puro, cuya fina crítica no dejaba escapar ninguna falta de gusto, creyó que se trataba de una especie de desafío a la enseñanza clásica, una broma pesada al profesor. Contrariando su hábito de indulgencia, infrigió a Ducasse un castigo. Esto hirió profundamente a nuestro compañero; se quejó con amargura a mi amigo Georges Minvielle y a mí. Nosotros no tratamos de hacerle comprender que había sobrepasado el límite con exceso."
"No volví a ver a Ducasse después de la salida del liceo, en 1865. Pero algunos años después, recibí en Bayonne los Cantos de, Maldoror. Era sin duda, un ejemplar de la primera edición, la de 1868. Sin dedicatoria. Pero el estilo, las ideas raras que se entrechocaban a veces como en una pelea, me hicieron suponer que el autor no era otro que mi antiguo compañero. Minvielle me dijo que él también había recibido un ejemplar, enviado, sin duda, por Ducasse."
(Traducción de Diana Castro)
"CANTO A LAS MATEMATICAS"
¡Oh matemáticas severas! No os he olvidado desde que vuestras sabias lecciones, más dulces que la miel, filtraron en mi corazón, como una onda refrescante: aspiraba yo instintivamente desde la cuna a beber en vuestra fuente, más antigua que el sol, y sigo aún pisando el atrio sagrado de vuestro templo solemne, como el más fiel de vuestros iniciados. Había vaguedad en mi espíritu, un no sé qué espeso como humo; pero supe subir religiosamente las gradas que conducen a vuestro altar, y habéis disipado ese velo obscuro, como el viento disipa las humaredas
Colocasteis en su lugar una frialdad excesiva, una prudencia consumada y una lógica implacable. Por medio de vuestra leche fortaleciente, mi inteligencia se ha desarrollado rápidamente, tomando proporciones inmensas en medio de esa claridad arrebatadora que dais como presente, con prodigalidad, a los que os aman con un amor sincero. ¡Aritmética! ¡Algebra! ¡Geometría! ¡Trinidad grandiosa! ¡Luminoso triángulo! ¡El que no os ha conocido es un insensato! Merecería sufrir los mayores suplicios porque hay algo de desprecio ciego en su ignorante despreocupación; pero el que os conoce y aprecia, no desea ya los bienes terrenos; se contenta con vuestros goces mágicos, y transportado sobre vuestras alas sombrías, no desea ya más que elevarse en un vuelo ligero construyendo una hélice ascendente hacia la bóveda esférica de los cielos.
La tierra no le muestra más que ilusiones y fantasmagorías morales; pero aún la pequeñez de la humanidad,y su locura incomparable, declina su cabeza, vosotras encanecida, sobre una mano descarnada y permanece absorto en meditaciones figuras simbólicas, trazadas sobre el papel llameante como otros tantos signos misteriosos, vivos con un hálito latente, que no comprende el vulgo profano y que no eran sino la revelación deslumbradora de axiomas y de jeroglíficos eternos, que han existido antes del universo y que le sobrevivirán. Pregúntase ella, inclinada sobre el precipicio de un signo de interrogación fatal, por qué las matemáticas contienen tantas grandezas imponentes y tanta verdad incontestable, en tanto que si las compara con el hombre, no encuentra en éste más que falso orgullo y engaño. Entonces ese espíritu superior entristecido y a quien la familiaridad noble de vuestros consejos hace sentir más sobrenaturales.
Se postra de rodillas ante vosotras y su veneración rinde homenaje a vuestro divino rostro como si lo rindiese a la propia imagen del Todo-Poderoso. Durante mi infancia aparecisteis ante mí una noche de Mayo, a la luz de la luna, sobre una pradera verdeante, en las orillas de un límpido regato, iguales las tres en gracia y en pudor, llenas las tres de majestad como reinas. Disteis unos pasos hacia mí con vuestra larga túnica, flotante como un vapor, y me atrajisteis hacia vuestros altivos senos, como a un hijo bendecido. Entonces, acudí veloz, crispadas mis manos sobre vuestra blanca garganta. Me nutrí, reconocido, con vuestro maná fecundo y sentí que la humanidad se agrandaba en mí tornándose mejor. Desde ese día ¡oh diosas rivales! no os he abandonado. Desde ese día, ¡cuántos proyectos enérgicos, cuántas simpatías, que creí haber grabado sobre las páginas de mi corazón como sobre mármol, no han desvanecido lentamente de mi razón desengañada las líneas de su contorno, como el alba naciente desvanece las sombras de la noche! Desde ese día he visto a la muerte, con la intención, visible al ojo desnudo, de poblar las tumbas, devastar los campos de batalla, cebados con sangre humana y hacer brotar flores matinales sobre las osamentas. Desde ese día he asistido a las revoluciones de nuestro globo; los temblores de tierra, los volcanes, con su lava abrasadora, el "simún" del desierto y los naufragios de la tempestad han tenido mi presencia por espectadora impasible. Desde ese día he visto varias generaciones humanas elevar por la mañana sus alas y sus ojos hacia el espacio, con la alegría inexperta de la crisálida que saluda su última metamorfosis y morir
al atardecer, antes de la puesta del sol, inclinada la cabeza, como flores secas que mece el silbido quejumbroso del viento. Pero vosotras permanecéis las mismas siempre. Ningún cambio, ningún aire pestilente, roza las rocas escarpadas y los valles inmensos de vuestra identidad. Vuestras pirámides modestas durarán todavía más que las pirámides de Egipto, hormigueros levantados por la estupidez y la esclavitud. El fin de los siglos verá aún, de pie sobre las ruinas del tiempo, vuestras cifras cabalísticas, vuestras ecuaciones lacónicas y vuestras líneas esculturales, sentarse a la diestra vengadora del Todo-Poderoso, en tanto que las estrellas se hundirán con desesperación, como trombas, en la eternidad de una noche horrible y universal y la humanidad, gesticulante, pensara en ajustar sus cuentas con el juicio final. Gracias por los servicios innumerables que me habéis hecho. Gracias por las singulares cualidades con que habéis enriquecido mi inteligencia. Sin vosotras, en mi lucha contra el hombre, hubiera podido ser vencido. Sin vosotras me hubiese hecho rodar por la arena y besar el polvo de sus pies. Sin vosotras, con pérfida garra, habríame desgarrado la carne y los huesos. Pero he estado siempre en guardia como un atleta experto. Me proporcionasteis la frialdad que se desprende de vuestras sublimes concepciones, exentas de pasión. Me serví de ella para rechazar desdeñosamente los goces efímeros de mi corto viaje y para apartar de mi puerta los ofrecimientos, pero engañosos de mis semejantes. Me inculcasteis la prudencia tenaz que se lee a cada paso en vuestros métodos admirables del análisis, de la síntesis y de la deducción. Me serví de ella para frustrar las arterias perniciosas de mi enemigo mortal, para atacarle a mi vez con destreza, y hundir, en las vísceras del hombre, un puñal agudo que permanecerá para siempre clavado en su cuerpo, porque es una herida de la que no se curará.
Me disteis la lógica que es como el alma misma de vuestras enseñanzas, llena de sabiduría; con sus silogismos, cuyo complicado laberinto es por eso mismo más comprensible, mi inteligencia sintió aumentar doblemente sus audaces fierezas. Con ayuda de ese terrible auxiliar descubrí en la humanidad, nadando hacia sus bajofondos, frente al arrecife del odio, la maldad negra y horrorosa acurrucada en medio de miasmas deletéreos, admirándose el ombligo. Fui el primero en descubrir entre las tinieblas de sus entrañas, ese vicio nefasto ¡el mal! superior en él al bien. Con esta arma envenenada que me prestasteis, arrojé de su pedestal, levantado por la cobardía del hombre, ¡al propio Creador! Rechinó los dientes y sufrió esta injuria infamante porque tenía por adversario a alguien más fuerte que él. Pero lo dejaré a un lado, como un paquete de cordeles, con objeto de rebajar mi vuelo... El pensador Descartes, hacía una vez la reflexión de que no se habíais construido nada sólido sobre vosotros. Era un modo ingenioso de dar a entender que el primer advenedizo no podía descubrir de buenas a primeras vuestro valor inestimable. En efecto, ¿hay algo más sólido que vuestras tres cualidades que se elevan, entrelazadas como una corona única, sobre el pináculo augusto de vuestra arquitectura colosal? Monumento que aumenta incesantemente con descubrimientos cotidianos, en vuestras minas de diamantes y con exploraciones científicas, en vuestros soberbios dominios. ¡Oh matemáticas santas, quiera Dios que podáis, por medio de vuestro comercio perpetuo, consolar el resto de días de la maldad del hombre y de la injusticia del Omnipotente
(Traducción de Julio Gómez de la Serna)
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