l despertarme

tenía los ojos clavados
en un armario de roble.
Aunque no era en verdad
mi primera visión
de la mañana.
Sin duda alguna
había permanecido toda la noche
con los ojos clavados
en las vetas
del armario de roble
mientras dormía
como dicen que duerme
un lirón.

2
La habitación es tan alta
que sólo con dificultad
percibo el cielo raso
hondo y oscuro
sobre mi cabeza
poblado de pantanos
y saurios relucientes
de ojos entreabiertos
iguales a mi padre
en alguna taberna
de Hammersmith Street
donde pasé mi infancia
diciéndole papá dice mamá
que vayas a la casa
mientras papá decía
dile que ya voy
y no iba papá,
pero eso ya no cuenta
sino este cielo raso
que no tiene final
como la eternidad.

3
Cuando el conde
me dijo buenas noches
con suma cortesía
y se marchó
yo abrí los ventanales
que dan al precipicio
y respiré a todo pulmón
el aire de las sombras
húmedo y negro
como las narices
de un perro pastor.

4
La habitación
podría ser sencilla
sin ese viejo armario
con dragones
y hojas de acanto.
Hay una mesa
y un banco de trabajo
contra la pared.
La cama es confortable
(temo que arruine
mi columna vertebral).
Hay también
una silla de Viena
con incrustaciones de marfil.
Debe costar unas 4 libras
por lo menos.

5
No he de ocultarle a Mina
que ayer fui visitado
por tres hermosas damas
de muy alto linaje.
Tampoco he de ocultar
que desde entonces
me siento un animal
acorralado por la carne
aún a mediodía.

Antonio Cisneros

(Perú)

 

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