El aire del invierno
Hace tu azul pedazo,
Y troncha tus florestas
El lamentar callado
De alguna fuente fría.
Donde posas tus manos,
La espina de la risa
O el caluroso hachazo
De la pasión encuentras.
Si te vas a los astros,
El zumbido solemne
De los azules pájaros
Quiebra el gran equilibrio
De tu escondido cráneo.
Huyendo del sonido
Eres sonido mismo,
Espectro de armonía,
Humo de grito y canto.
Vienes para decirnos
En las noches oscuras
La palabra infinita
Sin alineto y sin labios.
Taladrado de estrellas
Y maduro de música,
¿Dónde llevas, silencio
Tu dolor extrahumano,
Dolor de estar cautivo
En la araña melódica,
Ciego ya para siempre
Tu manantial sagrado?
Hoy arrastran tus ondas
Turbias de pensamiento
La ceniza sonora
Y el dolor de antaño.
Los ecos de los gritos
Que por siempre se fueron.
El estruendo remoto
Del mar, momificado.
Si Jehová se ha dormido
Sube al trono brillante,
Quiébrale en su cabeza
Un lucero apagado,
Y acaba seriamente
Con la música eterna,
La armonía sonora
De luz y mientras tanto,
Vuelve a tu manantial,
Donde en la noche eterna,
Antes que Dios y el tiempo,
Manabas sosegado.
Este sitio fue creado por: Marina J. Orquera