LAS CIUDADES QUE NUNCA
EXISTIERON.
SOUVENIRS DE VOYAGE:
“Pocos libros, nos dice Italo Calvino,
tienen la fortuna de crear continentes”. Recuerdo que mencionaba como ejemplo
a Las Mil y Una Noches, pero yo agregaría también a esa cartografía
ese otro lado del espejo con que la Alicia de Lewis Carroll ensanchara
nuestro conocimiento de los mundos imaginados, y también aquellos
anillos infernales con que Dante revelara a la conciencia occidental los
goces de la culpabilidad y la poesía sublime del castigo, es decir,
la topografía de nuestros fantasmas.
El libro de viajes es poco menos que imposible
en un mundo plagado de clubes vacacionales, uniformizado por centros comerciales
y homogeneizado por estrategias de globalización. Pretender revelar
tierras extrañas y remotas en épocas de la National Geographic
y el Travel Channel es de antemano redundante. Nos queda la triste opción
del turismo, uno de los renglones económicos mundiales más
importantes, aquel en donde, por su calidad de producto suntuario, se mide
la capacidad de gasto y consumo de los pueblos y los individuos. Y digo
triste no por lo que él implica en el plano de las desigualdades
económicas: los del hemisferio norte vienen al sur como turistas,
los del sur van al norte como trabajadores ilegales e inmigrantes indeseables,
insertos en redes de tráfico de blancas, de drogas..., etc (o al
menos es lo que nos hacen recordar en muchos casos las miradas sospechosas
de los agentes de aduanas e inmigración). Digo triste porque a través
del turismo en realidad sólo alcanzamos a entrever los aspectos
más superficiales de una cultura, si es que ésta nos interesa,
a reconfirmar de ella los clichés que ya teníamos previstos.
La mayoría de las veces esos valiosos souvenirs que constituyen
las fotos de viaje son una suma inevitable de lugares y puestas en escena
arquetípicas, sin los cuales tendríamos la impresión
de no haber viajado. La foto constituye allí una suerte de documento
que prueba nuestro haber estado allí, en ese preciso centro del
mundo.
¿Cómo escapar en esa mirada
del viaje a ese instinto de consumir al otro que constituye quizás
la forma más sofisticada de canibalismo contemporáneo? (si
alguno cree que exagero bastaría que averiguara un poco sobre las
cifras del turismo sexual que cada año se desplaza de Europa hacia
Tailandia o Cuba).
Las fotos de Nelson Cárdenas constituyen
un bello ejemplo y una sabia enseñanza: hay que dejarse impresionar,
hay que aprender a ser humildes, hay que aprender a callar y a mirar. Pero
ese aprender a ver implica una primera regla: la de que el mirar no es
tanto un hecho biológico como un hecho cultural, constituido por
filtros, presupuestos, prejuicios, idealizaciones y deseos. A ese mirar
condicionado debe sobreponerse otro ojo, aquel que siendo capaz de capturar
la ciudad real nos hable también de las que le antecedieron y sucederán,
de aquellas que en apretadas capas de significación se ocultan detrás
de las ciudades “reales”, es decir, aquellas otras que, aunque ahí,
presentes y visibles, jamás existieron más allá de
su capacidad de apresarlas y de hacerlas visibles, es decir de revelarlas...
EL MAPA ES EL TERRITORIO:
Coleccionar postales es querer coleccionar
el mundo, nos decía la escritora norteamericana Susan Sontag en
alguna de sus páginas, tal vez para recordarnos lo que Nelson Cárdenas,
lo que todo fotógrafo y todo artista de la imagen va comprendiendo
con mayor lucidez a medida que avanza en su proceso: que el mundo es por
definición inaprensible, pero que contra esa imposibilidad tenemos
un arma, a la vez irrisoria y todopoderosa, endeble e indestructible a
un tiempo: podemos secuestrarlo por medio de su imagen.
En alguna época tuvimos la concepción
pueril de que hacer imagen equivalía a calcar el mundo, a copiarlo
y volverlo a presentar (re-presentarlo). Hoy preferimos pensar que ese
copiado es imposible y que a toda forma de imagen y representación
corresponden una concepción, una mirada y un sistema de interpretación
y lectura; la imagen no nos mostraría ni explicaría el mundo,
ella nos habla más de quienes la producen y consumen, de sus sueños
y fantasmas, que del objeto mismo copiado o representado por ella. Estas
aclaraciones pueden parecer innecesarias y académicas pero son aquí
esenciales para poder aproximarnos a un tipo tan especial de imagen como
lo es hoy en día la fotografía, heredera de todos los mitos
y ficciones que se fraguan en esa interacción permanente entre real
y representado, y que, al menos en el marco de la cultura europea, esclavizaron
a la pintura durante siglos; mitos y ficciones de los que ésta logró
liberarse, aunque fuera sólo en parte, a través de la epopeya
vanguardista de principios de siglo.
Después de la pintura la fotografía
heredó la tarea de tener que “dar cuenta del mundo”, de lo real
y su supuesta “objetividad”, pero el hecho fotográfico, a pesar
de que la fotografía hiciera suyo el término, tampoco nos
revela el mundo: la imagen fotográfica se elabora en un abrir y
cerrar del obturador, pero ella presupone una compleja serie de manipulaciones
y elaboraciones, tanto “físicas” (luces, lentes, etc.) como conceptuales
y formales: puestas en escena, encuadres, temas, recorridos, etc., que
el ojo del fotógrafo, es decir su sentido de orden, sus finalidades
y afinidades ontológicas y éticas, su visión del mundo,
han tomado antes de esa fracción de segundo en el que se imprime
imagen sobre la película. Y eso es precisamente lo que Nelson nos
invita a mirar en este recorrido de su lente, en ese safari en que, a la
caza de imágenes, se apropia de un continente y sus ciudades.
Sus fotos no nos devuelven los lugares
comunes, ni su conciencia es la del colonizado tocando el ombligo del mundo,
sino la del poeta que a través de su exploración se descubre.
Sus territorios, sus ciudades, tienen un nombre y una marca, pero son también,
y tal vez ante todo, ese reino del hombre que constituye hoy la ciudad.
Sus recorridos nos devuelven, curiosamente, a nuestro mundo, a ese complejo
de formas geométricas, de volúmenes precisos, de ambientes
impersonales que constituyen nuestros espacios urbanos. La Europa pintoresca
existe, y es bella, tanto como puede existir nuestro Girón y nuestra
querida Barichara, pero otras capas de urbanización, otras funciones
y tipologías del ente urbano contemporáneo se superponen
y conviven con ella, y nos obligan también a otra mirada, o más
bien Nelson, supo escuchar también el lenguaje de sus formas, porque
si bien es cierto que a través de la fotografía tampoco “conocemos”,
afortunadamente, como bien nos lo demuestra, gracias a ella podemos seguir
soñándolo, inventándolo, interpretándolo, jugando
a apresarlo... aunque sólo sea para despertar mañana con
el convencimiento de que, una vez más, se nos ha evadido.
Adolfo Cifuentes, Bucaramanga, Marzo de 1999.
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