A estas alturas ya sabíamos que Villanueva estaba muy cerca lo cual nos relajo bastante pues en algún momento nos preocupamos de no llegar de día al pueblo. Aunque hubiera sido una gran cosa, pues la luna estaba espléndida y la noche muy clara. Tuvimos atardecer de libro durante varios minutos y vimos a Villanueva como media hora antes de llegar. Mona consiguió novio, un perro negro medio hambreado, que nos acompaño esa noche. Comimos en un restaurante un suculento plato de carne y sopa y todo el liquido que nos cupo. Luego fuimos al comando de policía con tal de que supieran que los cinco tipos de morral que había en el pueblo no eran sino paseantes. Ellos mismos nos indicaron que mejor que dormir en el parque, al descubierto, lo hiciéramos en un quiosco comunal, a unas cuadras de allí. Y allá fuimos a dar, en medio de la curiosidad de los vecinos y las preguntas de los niños que nunca habían esta especie de gitanos. Esta vez, agotados como estábamos, sí caímos redondos en nuestras colchonetas, y aunque hizo algo de frío, según los vecinos, nosotros ni nos dimos cuenta. |
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