La página del misterio

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Aunque creamos que sabemos todo de alguien, hay que tener presente que siempre hay un lugar al que no podemos llegar. Muchas veces este lugar es oscuro y terrorífico.

La hermandad negra.

En un pequeño pueblo pesquero de las Rías bajas tengo un buen amigo que tiene a bien dejarme la segunda vivienda que él posee también en dicha zona. Por ésto llevo veraneando en este lugar desde hace varios años. Soy una persona abierta, por lo que me es fácil entablar conversación con otras gentes y ya el primer año tenía un grupo de amigos con los que jugar a las cartas mientras tomábamos café y una copa de licor después de las comidas. Prefiero no citar ni sus nombres ni el número de personas que componíamos el grupo. Los dos primeros veranos transcurrieron tranquilos y las conversaciones entre mi grupo de amigos y yo no pasaban de los temas que se hablan en cualquier tertulia.

Volví al año siguiente y me pareció sentir algo diferente. Si esa hubiese sido la primera vez que les hubiese conocido, probablemente no habría sido consciente de nada, pero en nuestras habituales reuniones noté que a veces su conversación, franca en ocasiones anteriores, discurría por derroteros incomprensibles para mí. Lo que si saqué en claro que además de nuestras habituales reuniones delante del tapete, parecía que ellos efectuaban otras a mis espaldas. Me sentí ofendido. No entendía porqué se me excluía. Así que en una de las partidas saqué el tema.

Ellos no lo negaron y me confesaron que habían estado buscando el momento para hablar conmigo acerca de esas reuniones y fui invitado a participar en la siguiente.

Me citaron en una cabaña a las afueras del pueblo y me dirigí a ella en mi coche. Al llegar abrí la puerta y entré en una habitación grande que hacía las veces de entrada y de distribución al resto de las estancias de la casa. A pesar de estar completamente a oscuras podía ver la estancia gracias a la luz que se colaba por debajo de una puerta. Al ser ésta la única prueba de que había en la casa alguien más que yo me dirigí a la estancia de la que salía la luz. La puerta también estaba abierta y se abrió con facilidad al mover el picaporte hacia abajo. La escena que presencié me dejó completamente helado. De espalda al suelo y dentro de un pentáculo había una mujer atada de pies y manos, quedando sus extremidades y cabeza metidos en cada uno de los brazos del pentáculo. Los que hasta ese momento habían sido mis amigos la rodeaban, mientras uno de ellos cortaba en ese momento la cabeza a una gallina de un rápido tajo y mojaba con la sangre del , aún palpitante, animal todo el cuerpo desnudo de la mujer. Aterrado, salí de la casa corriendo, monté en el coche y volví a toda velocidad hacia el pueblo.

Ese verano no volví a frecuentar los lugares donde sabía podía coincidir con alguno de los integrantes de la macabra reunión. Adelanté mi regreso a Madrid y no volví nunca más a ese pueblo.

Durante un tiempo estuve recibiendo cartas no firmadas instándome a guardar silencio, cosa que hice. Pero lo peor es el remordimiento que me asalta tantas veces, cuando a mi cabeza viene el recuerdo de aquella mujer atada con la cara desencajada por el terror a la que debido a mi cobardía no fui capaz de ayudar.


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