Colaboraciones
Colaboración enviada
desde Culiacan, Sin., por Martín Quintanilla <quintanilla_martin@hotmail.com>
publicada en el "Diario Zeta de Tijuana", "Debate de Culiacán" y "Heraldo de México" Autor: Jesús Blanco Ornelas El principio. A la Feria de San Marcos ibamos contentos año tras año. Mi padre nos llevaba en un Chrysler azul verde, largo, amplio y aguantador. De segunda o tercera mano, modelo 45. No se como le hacía mi madre. Ni siquiera me daba cuenta cuando empacaba. Lo sabía nadamás cuando decía "...ya está el veliz en la cajuela". Entonces ni seguro de vida. Tampoco reservaciones para hospedarnos. Nos trepábamos al carrazo y al rato estábamos en carretera. Sin problemas el auto subía las famosas "cuestas" de "El Cochino" saliendo de San Luis Potosí. Un alto en Ojuelos a medio camino. En aquellos años me parecía un pueblo dramático. Descolorido y triste. Casi ausentes los hombres, seguramente entre los zurcos. Mujeres enrebozadas, tapada la cabeza, falda larga de percal y huaraches. Chilpayates al lado o siguiéndola. Lo maravilloso de la escala eran los "puestos" en la plaza central, cerquita de la iglesia. Cazo de cobre al lado y atiborrado con deliciosas carnitas de puerco. Calientes y recién cosidas en su propia manteca. Buche y tripas me encantaban más que la maciza. Nos servían en plato de peltre y con gruesas, sabrosas tortillas de maíz salidas apenas un ratito antes del comal. "Barrilito" de naranja al tiempo porque hielo ni sus luces. De todos modos era un banquetazo. No había carnitas "recalentadas". Era mucho el pasadero de viajeros en "Camiones de los Altos" o de carga. Unos y otros iban o venían de San Luis, Guadalajara o San Juan de los Lagos. También León, Silao, Lagos de Moreno, Guanajuato y como decían los letreros en sus autobuses "puntos intermedios y anexas". El chofer paraba allí. Le convenía. Recibía comelitona gratis con tal de dar oportunidad para vender al pasaje. Por eso tanto comensal. Naturalmente, abundaba la perriza. Esperaban hueso, sobras o que a un tarado se le cayeran las carnitas. Reanudar el viaje era cuestión de siesta general. Yo en cambio tenía la oportunidad de manejar el Chrysler en carretera. No llegaba a los 18 años para tramitar licencia. Pero mi padre comprendía y dejaba que "chafireteara" un buen rato. Eran los mejores momentos del viaje. Siempre a un límite de velocidad. Ni muy acelerado para no forzar el motor, ni menos de lo debido "...porque se va a 'tironear' y lo 'ahogas' en las subidas". Aguascalientes siempre me gustó. Teníamos parientes. Unos, propietarios de tupida jarcieria cerca de El Parián. Otros, matrimonio sin hijos, dos tres cuadras de la iglesia donde estaba el Cristo Negro. Casi siempre almorzábamos en el restaurante Mitla. Cenábamos en la feria, alrededor de jardín. Me encantaban las "entomatadas". También las tostadas de "cueritos" o los tacos de pollo. En casi todos los "puestos" estaban a la vista cacerolas, comales, corte de verduras, carne o pollo. Cocineros y meseros homosexuales. Bien limpiecitos. Atentos. Pintados labios, chapetes y pestañas. Con sus pantalones muy ajustados. Pañoleta o paliacate rojo tapándoles cabellera y anudada en el centro y arribita de la frente. Les sobraban piropos pero nunca burlas. Todo mundo quería comer allí. De Aguascalientes tengo agradables recuerdos. Muchas veces volví de paso o en escala. Obligado punto de referencia en las carreras ciclistas. Primero fui competidor y luego reportero. Muchos años después, forzoso trasbordo avión-autobús en la ruta Tijuana-San Luis. . . . . .
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