CUANDO YO
TENIA 14 AÑOS, Y ME creía crítico de
cine, me acuerdo que vi Vertigo, en video, y me cargó. Yo
en esa época estaba seguro de que todos los críticos de cines
eran unos farsantes, que decían que les gustaban las películas
de cine arte sólo para demostrar que eran más listos que
el resto de la gente, y que -por eso- yo tenía que ser honesto con
lo que pensaba. Vertigo para mí, en ese momento, era una
película absurda, mal actuada, cursi y con una trama que no calentaba
a nadie. Estaba feliz de decirlo, aunque nadie estuviera escuchando. Yo
decía, "ya va a ser el día que tenga una revista de cine,
o escriba en un diario, y dé mis razones de por qué Vertigo
está sobrevalorada".
Por supuesto, todo en esta historia es muy cándido, porque con
el tiempo, me encontré viendo Vertigo unas seis o siete veces,
en el cable, o de nuevo en video, y siempre hasta el final, y siempre cada
día más entusiasmado. Ver Vertigo no cansa, porque
es como escuchar música, y más aún, es como ver música.
Es una película obsesa, con dolor de guata, enfermiza. Me da lata
escribir sobre ella, y no poder encontrar palabras distintas a las que
se han dicho de ella por tanto tanto tiempo. Lo que causa algo de impotencia,
porque -claro- siempre que veo Vertigo me dan ganas de escribir
algo... un ensayo, una historia para un guión, o sólo encontrarme
con un amigo cinéfilo y contarle que la vi. Me dan ganas de leer
todo lo que encuentro en mis libros sobre Hitchcock, o incluso hasta disfruto
leyendo las malas críticas para cachar cómo alguien que está
escribiendo sobre ella no tiene idea de lo que está diciendo. Porque
Vertigo
es enigma, es la esencia misma del enigma, de lo que no se entiende. Es
el rizo que da vueltas en el ojo de una mujer, es el mareo que produce
la obsesión y el miedo intrínsecamente humano de que un día
nos demos cuenta de que todo lo que siempre nos han dicho que es real (esta
mesa, este computador, pero especialmente la gente que quieres) no lo sea.
Y eso es lo que tiene Vertigo, que tiene un secreto. Un secreto,
un código que sólo cachan los iniciados (y los muy pegados
que la han visto hasta el cansancio). No quiero sonar elitista, pero yo
creo que es la clase de película que evidentemente no le gusta a
toda la gente, sino que a los tipos totalmente imbéciles con el
cine. Para de verdad cacharla, hay que tener un par de miles de películas
en el disco duro. Como que Vertigo las conecta todas y comienza
a dar una respuesta de por qué uno dedica tantas horas de su vida
a ver películas. Como que te dice "porque" eres alguien tan pegado.
Vertigo,
en rigor, es sobre alguien muy pegado, que no puede avanzar, que se congela
ante el miedo, y con ello lleva a la desgracia a los que lo rodean y de
verdad lo quieren. Vertigo, como el acto mismo de ir al cine, es
sobre amar lo que no existe, y darse cuenta que no existe, pero aún
así seguir amándolo, sólo por tener cabeza dura, sólo
por querer creer en la ilusion. Yendo más lejos, a un nivel más
personal, Vertigo es sobre ser porfiado, y enfrascarse con la idea
de que la mejor mujer es la que está un poco loca, la que lo necesita
a uno, la que se tira a la bahía de San Francisco, y es media suicida,
y uno está seguro que la puede sacar de eso. Vertigo, además,
es sobre cómo se te puede pasar la vida (y hasta perderla) si no
te das cuenta de eso a tiempo, y agarras a la Midge que tienes a tu lado
(la mujer que te quiere, la que se preocupa de ti y hace lo posible por
entenderte) y la haces feliz como si fuera tu único propósito
en la vida. Vertigo es sobre la irracionalidad pura, el animal que
tenemos dentro, el que no entiende, el que insiste, el que alimentamos
cada día y que nunca podemos entender.
UF, VERTIGO
ES SOBRE TODO ESTO y muchas otras cosas, y no quiero
seguir lateando con ella. Pero no la nombraría acá si no
estuviera conectada profundamente al momento que vivo. Vertigo la
dieron el domingo, en el cine Paramount, en programa doble con El hombre
que sabía demasiado, cuatro horas frente al cine después
de la cuales uno se siente pequeño y apabullado por tanta catarata
de ideas e imaginación. La función fue perfecta porque el
Paramount es perfecto. El Paramount es un teatro de principios de siglo,
onda Teatro Municipal, con abuelitas vestidas de uniforme que te cortan
los tickets (que son de cartulina amarilla), y te miran como el nieto que
las viene a ver en Pascua. El público en el Paramount, además,
es mas respetuoso y con mas ganas de sorprenderse. No es ese público
college-irónico del Alamo (el cine donde hicieron el festival de
Tarantino), sino que es más de biblioteca pública, más
familiar y acogedor. Aca nadie se reiría con la cara de James Stewart
en la secuencia de la pesadilla de Vertigo, por ejemplo (una cara
ridícula, sólo su cabeza con los ojos saltones en una secuencia
de animación algo sicodélica) De hecho no paso. En el Alamo,
en cambio, habría risotadas antipáticas. Y eso cansa, porque
te saca de la película, te pone sobre ella, y te desconecta.
El caso es que la tarde del domingo en el Paramount ya está entre
los momentos top ten de mi vida. Así de simple. No fui con nadie
(de verdad quise, pero ese día nadie me pescó): eramos sólo
yo y la pantalla, como en los viejos tiempos. Yo creo que era el proceso
de empaparse de vida, de abandonarse a lo que venga, la vieja escuela de
mirar y pensar. No creo que pueda explicarlo mejor. Sé que esto
es lo más raro que he escrito en esta página, y es lo más
difícil de hacer entender. Ya contaré pronto mis historias
buscando departamento con mi nuevo roomate, Jeff. Pero de momento, tengo
que hacerle justicia a esa tarde domingo. Si de verdad quiero practicar
el juego de ser honesto con lo que uno escribe, y si de verdad quiero que
esta página sea un pedazo de mí perdido en la web.
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