Capote de Brega

Apuntes Taurinos

La Historia de una

Afición.

Continua. . .

ASPIRANTE A TORERO

Entre las dudas que me inquietan acerca de mi personalidad, está el porque me atrae - desde que era preadolescente - todo aquello que este ligado o recuerde a España...

Historia, cultura, tradiciones, literatura, cocina, arte, bailes, música -¡música!- y demás - incluyendo, obviamente a las gachis - me atraen irresistiblemente y no sé por que..

A manera de explicación, suelo afirmar que por mis venas corre - para ponerme tradicionalista - sangre indígena, pero que seguramente habra tres gotas de origen español, y que esas tres gotas, como me jalan, jolines...!

En mis años infantiles tuve ocasión de leer muchos libros de literatura hispana como "El Lazarillo de Tormes", "Platero y Yo" y desde luego el admirable "Don Quijote de la Mancha" (en edicion condensada para niños) y que me hizo enamorar del personaje de Cervantes hasta convertirlo en factor definitivo en mi concepción de la realidad social...

Tal vez esa pasión por la literatura española tenga mucho que ver, pues tambien leí y me emocione con personajes capitales de la historia de esa gran nación; legendarios como Rodrigo Diaz de Vivar, "El Cid Campeador" y profundamente humanos como Miguel de Unamuno y otros actores que forjaron la Espana actual.

En mi adolescencia fui terriblemente antifranquista y como consecuencia, admirador de la República y su gente, con el enorme Leon Felipe a la cabeza...

Sin embargo, en mis años de estudiante poco había escuchado hablar de la Fiesta Brava aunque no dejaban de gustarme mucho los pasodobles y la actuación de grupos de artistas de la península que pegaron fuerte en los años cincuenta por nuestro México, como Los Churumbeles o Los Bocheros, entre otros...

Pero llegue al último año de la Escuela Normal y "algo" me jaló al maravilloso mundo del Toro... Ese "algo" pudo ser aquel buen amigo Jose Luis Arámbula que una ocasión me invito a una corrida de toros en El Toreo de Cuatrocaminos... Y de ahi en adelante...

Francamente no recuerdo quienes integraban el cartel ni de que ganaderia eran los toros... Pero si tengo muy claro el recuerdo del impacto que me causó la enorme plaza - aun no conocía la "México"- y sobre todo el ambiente que ahi reinaba... Los pasodobles interpretados por la banda taurina de don Genaro Nuñez, el olor a cigarro puro, los gritos en los tendidos, los calcetines o medias con anilina que entonces se acostumbraba hacer volar por todo el coso...

"A las cuatro en punto de la tarde" dio principio el alucinante espectáculo de luz y sombra, seda y sangre, triunfo y tragedia...

Desde el despeje de cuadrillas hasta que el tiro de mulillas se llevó al último burel de la tarde, mi expectación, mi admiración y asombro crecian inconteniblemente y con ellas un propósito firme y categórico: yo sería TORERO...

Asi, recordé un pequeño ruedo que estaba en un terreno baldío a un costado del viejo Puente de Nonoalco y que era visible desde el camión que pasaba sobre él, donde en mas de una ocasión habia visto entrenar a muchachos como yo...

Y sin mas pensarlo, una tarde me armé de valor y entré en el predio. Me acerqué al ruedo y empece a ver el entrenamiento de las futuras "figuras", consistente en aprender a coger el capote y la muleta; hacer faenas de ensueño al toro de la ilusión y a ensayar la suerte suprema -el estoconazo- en el aparato usado por aquellos aspirantes...

Alguien me preguntó si alli entrenaba, y sin dudar dije que si, pero que no habia llevado mis "avíos" - palabra esta, la primera del lenguaje taurino, que minutos antes había escuchado de alguno de esos torerillos-...

"Vente, mano, vamos a hacer una faena", me dijo aquel muchacho quien rápidamente se dio cuenta que no sabia nada de nada y se aprestó a ser mi primer maestro...

De él recibí las primeras lecciones y seguí yendo al ruedito aquel, conocido entre ese grupo de maletillas con el rimbombante nombre de "Escuela Taurina Mañico de Osorno" como homenaje a quien fuera brillante novillero, Rafael Osorno - entonces ya muy buen peón de brega - y a la faena que habia cuajado en la Plaza Mexico a un novillo precisamente llamado "Mañico"...

Poco tiempo despues conoci a Diego Larrañaga por una parte, y por otra a Alberto Garduño y algunos amigos de el que vivían por el Jardin de Santiago Tlatelolco

Diego tenia su modesta casa en una vecindad de Allende y Rayón, en el taurino barrio de La Lagunilla, muy cerca del jardín mencionado, por lo que decidimos pasar nuestro campo de entrenamiento a ese hermoso y hoy desaparecido lugar...

Alli entrenábamos todas las mañanas, en principio confiando en la afirmación de Diego de que "ya había toreado mucho por muchos pueblos", pero pronto nos dimos cuenta que estaba igual que nosotros en cuanto a conocimientos, por lo que decidimos regresar al ruedo de Nonoalco y pedir a alguien que nos enseñara a torear...

Ese alguien fue Don Jorge "Nosequé", quien se dedicaba a alquilar viejos capotes y muletas que se amontonaban en un cuartucho del lote donde estaba el ruedo; cuartucho que por estar profusamente decorado con carteles, fotos taurinas, banderillas y demas parafernalia, tenía un ambiente cuasi sagrado, y donde luego de que la luz del sol faltaba, nos reuníamos a platicar - o escuchar, como era mi caso- hazañas reales o inventadas que hacían crecer en mi la afición y la convicción de que eso era lo mio...

Como seis meses después de que empecé a ser asiduo concurrente al ruedo de Nonoalco, don Jorge nos dijo: "¿Que van a hacer el próximo domingo...?", y ante la respuesta de que "nada en concreto", nos dio la noticia de que "habia un festejo en un pueblo del Estado de Hidalgo" y que si queríamos, podíamos ir a "echar la capa" para verle la cara al toro... ¡Vaya que fue emocionante saber que por fin, podria probar mi valor en un ruedo...!

Obvio decir que aquellas noches casi no pude dormir por la emoción que sentia, pero en igual medida, por el miedo atroz no solo frente a algo que desconocía -porque no es igual el torero "de salon" que el que se enfrenta al animal- sino ante la posibilidad de que a la hora buena fuera a fallarme la voluntad o simplemente mi miopia me impidiera defenderme adecuadamente...

Pero, ¡que caray!, eso es lo que andaba buscando y muy temprano ya estaba en Nonoalco ataviado a la usanza novilleril: pantalón vaquero bien ajustado con rojo paliacate al talle, camisa blanca, tenis y cachucha, asi como los "avíos": un modesto y mal cortado capote que le requisé a Diego y una muleta pesada de tantos parches, y que en ese momento constituían mi mas preciado tesoro...

En una camioneta de redilas nos acomodamos como pudimos una decena de muchachos, entre aspirantes y novilleritos, y así hicimos el viaje por el rumbo de Tizayuca y veredas llenas de tierra y hoyancos, hasta que a eso de las doce del dia y bien desayunados con polvo del camino, hicimos nuestra entrada triunfal a Santa Maria "Sepalamadrequé", para inmediatamente ir a ver el escenario de nuestro próximo triunfo...

Este era un modesto y rústico "ruedo" construido con troncos, vigas y tablas que en mis sueños me pareció mas hermoso y taurino que la clásica plaza de Chinchón, en las inmediaciones de Madrid...

Las horas entre nuestra llegada al pueblo y el momento de hacer el paseillo se me hicieron eternas pues ya deseaba probarme frente al novillo, porque pensaba, ingenuamente, que se trataba de novillos de casta aptos para que los aspirantes mostraran sus cualidades...

Por fin sonó la Hora Cero... No fue un paseillo como lo habia soñado, sino el desfile de un abigarrado grupo de muchachos -algunos ya no tanto que estaban en el pueblo o llegaron después de nosotros y se colaron al iniciarse el festejo- y que marchaba lo mas gallardamene posible con el acompañamiento de las notas "musicales" de tres o cuatro vecinos un poco mas borrachos que el resto de la concurrencia y que con mas voluntad que suerte interpretaron "algo" levemente parecido a La Virgen de la Macarena y eran opacados por los gritos etílicos de aquella "afición" pueblerina que colmaba todos los espacios disponibles y hasta cuajaba los árboles cercanos, mas ansiosos por ver como los bureles golpeaban a los toreros, que de disfrutar algo semejante a verdaderas faenas...

Hasta ese momento aún pensaba que el festejo habría de ceñirse a la ortodoxia taurina aprendida en mis clases teóricas, con un primer espada -el mas antiguo en esas lides-; un segundo, tercer o cuarto alternantes, y si bien sabía que yo no figuraba entre ellos por mi novatez, si pensé que ya se habian puesto de acuerdo ellos y sus "apoderados"...

Pero cuando salio el primer bicho -una vaca vieja, cornalona y fea que empezo a tirar derrotes y bufidos desde que pisó la arena del ruedo- vi que ni eran novillos ni habia cartel conformado, sino se trataba de que el mas valiente fuera a la vaca e intentara burlar sobre piernas sus descompuestas embestidas para salir lo mejor librado posible...

Aquello era un auténtico herradero en que toreó quien quiso, sin orden ni concierto, se le clavaron banderillas al "ahi se va" y alguien tomó la muleta dispuesto a cubrir el último tercio de la lidia... Desde luego que para ese momento, la vacota se defendía a mas no poder y tiraba cornadas que hasta a mi - que, muy valiente, no habia dejado la protección del burladero- me causaban pánico...

Pero no fue un "matador" sino varios, los mas valentones, quienes intentaron torear de muleta, siempre por la cara, pues era materialmente imposible que el bicharrajo aquel "tragara" algo mas que simples trapazos dados con mas precipitación que arte...

Finalmente y obedeciendo la orden que no se quien dio, la vaca fue devuelta a los corrales y no por indulto, sino porque esa era costumbre en pueblos como el que me vio "debutar", ya que lotes de cuatro, cinco o seis animales de tal naturaleza se alquilan para las pachangas pueblerinas... ¡Por eso saben lo que saben...!

Así transcurrió el resto del festejo... Ni mi menda ni mis amigos nos decidimos a "salir al toro" pues entendimos que aun no estabamos para ese tipo de "toreo"...

Lo mas que hice, enmedio de gran emoción, fue dar un mal trapazo con la especie de capote que llevaba, a uno o dos pasos fuera del burladero, ¡y regresar a su amparo a velocidad de vértigo...!

Ese fue mi "debut" taurino... Pero el gusanillo del toro en lugar de fallecer, creció y se fortaleció sobre todo luego de escuchar las explicaciones de don Jorge en el sentido de que "ya llegaría el momento de ir a ganaderias y torear vacas "limpias" como preámbulo de mi presentación formal vestido de luces y en un festejo serio..."

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