EL CABALLERO DE LA ARMADURA OXIDADA
Robert Fisher

  • El Castillo del Conocimiento.
  • El Castillo de la Voluntad y de la Osadía.
  • La Cima de la Verdad.

  • Capítulo 5

    El Castillo del Conocimiento

    El caballero, Ardilla y Rebeca continuaron el viaje por el Sendero de la
    Verdad, en dirección al Castillo del Conocimiento.

    Se detuvieron tan sólo dos veces ese día, una para comer y otra para que el
    caballero afeitara su escuálida barba y cortara su largo cabello con el borde
    afilado del guantelete.

    Una vez hecho esto, el caballero tuvo mejor aspecto y se sintió mucho mejor,
    más libre que antes.

    Sin el yelmo podía comer nueces sin ayuda de Ardilla. Aunque había apreciado
    la técnica salvavidas, no consideraba que aquello fuera un modo de vida
    realmente elegante. Se podía alimentar también de frutas y raíces a las que se
    había acostumbrado. Nunca más comería paloma, ni ninguna otra ave o carne,
    pues se daba cuenta de que hacerlo sería, literalmente, como comerse a sus
    amigos.

    Justo antes de caer la noche, el trío continuó caminando penosamente por el
    monte y contempló el Castillo del Conocimiento en la distancia.

    Era más grande que el Castillo del Silencio, y la puerta era de oro sólido.
    Era el castillo más grande que el caballero hubiera visto jamás, incluso más
    grande que el que el caballero se había construido. El caballero contempló la
    impresionante estructura y se preguntó quién lo habría diseñado.

    En ese preciso momento, sus pensamientos fueron interrumpidos por la voz de
    Sam.

    El Castillo del Conocimiento fue diseñado por el propio universo: la fuente de
    todo conocimiento.

    El caballero se sintió sorprendido y a la vez complacido de volver a oír la
    voz de Sam.

    Me alegro que hayas vuelto, dijo.

    En realidad, nunca me fui, replicó Sam. Recuerda que yo soy tú.

    Por favor, no quiero volver a oír eso. Qué te parezco ahora que me ha afeitado
    y me he cortado el pelo?

    Es la primera vez que sacas provecho de ser esquilado, replicó Sam.

    El caballero rió con la broma de Sam. Le gustaba su sentido del humor. Si el
    Castillo del Conocimiento se asemejaba al Castillo del Silencio, estaría feliz
    de tener a Sam por compañía.

    El caballero, Rebeca y Ardilla cruzaron el puente levadizo por encima del foso
    y se detuvieron ante la dorada puerta. El caballero cogió la llave que colgaba
    de su cuello e hizo girar la cerradura. Al abrir la puerta le preguntó a
    Rebeca y a Ardilla si se irían como lo habían hecho en el Castillo del
    Silencio.

    No, replico Rebeca. El silencio es para uno; el conocimiento es para todos.

    El caballero se preguntó cómo era posible que se considerara a una paloma un
    blanco fácil.

    Los tres atravesaron la puerta y penetraron en una oscuridad tan densa que el
    caballero no podía ver su propia mano. El caballero buscó a tientas las
    acostumbradas antorchas que suelen estar en la entrada de los castillos, pero
    no había ninguna. Un castillo con puerta de oro y sin antorchas?

    Incluso los castillos de la zona barata tienen antorchas, refunfuñó el
    caballero al tiempo que Ardilla lo llamaba.

    El caballero tanteó el camino hasta donde se encontraba ella y vio que estaba
    señalando una inscripción que brillaba en la pared. Ponía:

    El conocimiento es la luz que iluminará vuestro camino.

    Preferiría una antorcha, pensó el caballero, quien quiera que gestione este
    castillo, está decidido a reducir la factura de la luz.

    Sam habló:

    Significa que cuantas más cosas sepas, más luz habrá en el interior del
    castillo.

    !Apuesto a que tienes razón, Sam! exclamó el caballero. Y un rayo de luz se
    filtró en la habitación.

    En ese preciso momento, Ardilla volvió a llamar al caballero para que se
    reuniera con ella. Había encontrado otra brillante inscripción grabada en la
    pared:

    Habéis confundido la necesidad con amor?

    Todavía perturbado, el caballero masculló:

    Supongo que tengo que encontrar la respuesta para conseguir un poco más de
    luz.

    Lo estas cogiendo rápidamente, replicó Sam, a lo que el caballero replicó
    bufando:

    No tengo tiempo para jugar a Preguntas y Respuestas. !Quiero encontrar mi
    camino por el castillo para poder llegar pronto a la cima de la montaña!

    Tal vez, lo que tengáis que aprender aquí, sea que tenéis todo el tiempo del
    mundo, sugirió Rebeca.

    El caballero no estaba de un ánimo muy receptivo, y no tenía ganas de oír su
    filosofía. Por un momento consideró la posibilidad de internarse en la
    oscuridad del castillo, e intentar atravesarlo. La negrura, sin embargo, era
    bastante intimidadora y, sin su espada, se sentía temeroso.

    Le pareció que la única alternativa que le quedaba era intentar descifrar el
    significado dela inscripción. Suspiró y se sentó ante ella. La leyó otra vez:

    Habéis confundido la necesidad con amor?

    El caballero sabía que amaba a Julieta y a Cristóbal, aunque tenía que admitir
    que había amado más a Julieta antes de que le diera por ponerse bajo los
    toneles de vino y vaciar su contenido un su boca.

    Sam dijo:

    Sí, amabais a Julieta y a Cristóbal, pero, no los necesitabais también?

    Supongo que sí, admitió el caballero.

    Había necesitado toda la belleza que Julieta le añadía a su vida con su
    inteligencia y su encantadora poesía. También había necesitado las cosas
    agradables que ella solía hacer, como invitar amigos para que lo animaran,
    después de que se quedara atrapado en su armadura.

    Se acordó de las épocas en las que el asunto de la caballería había estado
    bajo mínimos y no se podía permitir comprar ropa nueva o contratar sirvientes.

    Julieta había confeccionado hermosos vestidos para la familia y había
    preparado deliciosos platos para el caballero y sus amigos. El caballero
    reconoció que Julieta había mantenido siempre el castillo muy limpio. Y él, le
    había dado muchos castillos para limpiar. A menudo, habían tenido que mudarse
    a un castillo más barato cuando él había regresado de las cruzadas sin un
    chavo.

    Había dejado que Julieta hiciera casi todas las mudanzas ella sola, pues él
    solía estar siempre en algún torneo. Recordó su aspecto agotado mientras
    llevaba sus pertenencias de un castillo a otro, y cómo se había puesto cuando
    se vio imposibilitada de tocarlo por causa de la armadura.

    No fue entonces cuando Julieta comenzó a ponerse bajo los toneles de vino?,
    preguntó Sam suavemente.

    El caballero asintió, y las lágrimas brotaron de sus ojos. Después se le
    ocurrió algo espantoso: no había querido culparse de las cosas que hacía.
    Había preferido culpar a Julieta por todo el vino que bebía. De hecho, le
    venía bien que ella bebiera, así podía decir que todo era por su culpa,
    incluyendo el hecho de que él estuviera atrapado en la armadura.

    A medida que el caballero se iba dando cuenta de lo injusto que había sido con
    Julieta, las lágrimas iban cayendo por sus mejillas. Sí, la había necesitado
    más de lo que la había amado. Deseó haberla necesitado menos y haberla amado
    más, pero no había sabido hacerlo.

    Mientras continuaba llorando, le vino a la cabeza que también había necesitado
    a Cristóbal más de lo que le había amado. Un caballero necesitaba un hijo para
    que partiera a las batallas y luchara en nombre de su padre cuando éste se
    hiciera mayor. Esto no quería decir que el caballero no amara a Cristóbal,
    pues amaba la belleza de su hijo. También disfrutaba oyéndole decir: "Te
    quiero, papá", pero, así como había amado estas cosas de Cristóbal, también
    respondían a una necesidad suya.

    Un pensamiento le vino a la mente como un relámpago: !Había necesitado el amor
    de Julieta y Cristóbal porque no se amaba a sí mismo!. De hecho había
    necesitado el amor de todas las damiselas que había rescatado y de toda la
    gente por, la que había luchado en las cruzadas porque no se amaba a sí mismo.

    El caballero lloró aún más al darse cuenta de que si no se amaba, no podía
    amar realmente a otros. Su necesidad de ellos se interpondría.

    Al admitir esto, una hermosa y resplandeciente luz brilló a su alrededor, ahí
    donde antes había habido oscuridad. Una mano se posó suavemente sobre su
    hombro. Miró a través de sus lágrimas y vio a Merlín que le sonreía.

    !Habéis descubierto una gran verdad!, le dijo el mago al caballero. Sólo
    podéis amar a otros en la medida que os amáis a vos mismo.

    Y cómo hago para empezar a amarme?, preguntó el caballero.

    Ya habéis empezado, al saber lo que ahora sabéis, dijo Merlín.

    !Sé que soy un tonto!, sollozó el caballero.

    !No, conocéis la verdad, y la verdad es amor!

    Esto consoló al caballero, que dejó de llorar. A medida que sus lágrimas se
    fueron secando, fue notando la luz que había a su alrededor. Era distinta de
    cualquier luz que hubiera visto antes.

    Parecía no venir de ningún lugar, y de todos los lugares a la vez.

    Merlín hizo eco del pensamiento del caballero: !No hay nada más hermoso que la
    luz del conocimiento!

    El caballero miró la luz que lo rodeaba y luego hacia la lejana oscuridad.

    !Para vos no hay oscuridad en este castillo!, no es verdad?

    !No!, replicó Merlín. !Ya, no!

    Animado, el caballero se puso de pie, listo para continuar. Le agradeció a
    Merlín por haber aparecido incluso sin haber sido llamado.

    !Está bien!, dijo el mago. Uno, no siempre sabe cuándo pedir ayuda.

    Y dicho esto, desapareció.

    Cuando el caballero se dispuso a continuar, Rebeca apareció volando desde la
    oscuridad.

    !Escuchad!, dijo toda emocionada. !Esperad a ver todo lo que voy a mostraros!

    El caballero nunca había visto a Rebeca tan excitada. Normalmente, era más
    bien, tranquila, pero ahora no dejaba de dar saltos sobre su hombro, sin poder
    contenerse, mientras guiaba al caballero y a Ardilla, hacia un gran espejo.

    !Es eso! !Es eso!, gorjeo, en voz alta, los ojos brillando de entusiasmo.

    El caballero tuvo una decepción: !Es sólo un viejo espejo!, dijo impaciente.
    !Vamos, pongámonos en marcha!

    No es un espejo corriente, insistió Rebeca. No refleja tu aspecto. Refleja,
    cómo eres de verdad.

    El caballero estaba intrigado, pero no entusiasmado. Nunca le habían importado
    mucho los espejos porque nunca se había considerado muy guapo. Pero Rebeca
    insistió, así que, de mala gana, se colocó ante el espejo y contempló su
    reflejo. Para su gran sorpresa, en lugar de un hombre alto, con ojos tristes y
    nariz grande, con una armadura hasta el cuello, vio a una persona encantadora
    y vital, cuyos ojos brillaban con amor y compasión.

    Quién es?, preguntó

    Ardilla respondió: !Sois vos!

    !Este espejo es un fantasma!, dijo el caballero. !Yo no soy así!

    !Estáis viendo a vuestro yo verdadero!, explicó Sam, el yo que vive bajo esa
    armadura.

    !Pero, protesto el caballero, contemplándose con atención en el espejo, ese
    hombre es un espécimen perfecto! !Y su rostro está lleno de inocencia y de
    belleza!

    !Ése es tu potencial, le respondió Sam, ser hermoso, inocente y perfecto!

    !Si ése es mi potencial, dijo el caballero, algo terrible me sucedió en el
    camino!

    !Sí!, replicó Sam. Pusiste una armadura invisible entre tú y tus verdaderos
    sentimientos. Ha estado ahí durante tanto tiempo que se ha hecho visible y
    permanente.

    !Quizá sí escondí mis sentimientos!, dijo el caballero. Pero no podía decir
    simplemente todo lo que se me pasaba por la cabeza y hacer todo lo que me
    apetecía. !Nadie me hubiera querido!

    El caballero se detuvo al pronunciar estas palabras, pues se dio cuenta de que
    se había pasado la vida intentando agradar a la gente. Pensó en todas las
    cruzadas en las que había luchado, los dragones que había matado, y en las
    damiselas en apuros que había rescatado; todo para demostrar que era bueno,
    generoso y amoroso.

    En realidad, no tenía que demostrar nada. Era bueno, generoso y amoroso.

    !Jabalinas saltarinas! exclamó. !He despreciado toda mi vida!

    !No!, dijo Sam rápidamente, !no la has desperdiciado! Necesitabas tiempo para
    aprender todo lo que has aprendido.

    Todavía tengo ganas de llorar, dijo el caballero.

    Pues, eso sí, sería un desperdicio, dijo Sam.

    Acto seguido, entonó esta canción:

    Las lágrimas de autocompasión no te pueden ayudar.
    No son del tipo que a tu armadura puedan eliminar.

    El caballero no estaba de humor para apreciar ni la canción ni el humor de
    Sam.

    Deja ya esas pesadas rimas, o te echaré fuera, chilló.

    No me puedes echar, rió Sam. Yo soy tú. No lo recuerdas?

    En ese momento, el caballero se hubiera pegado un tiro gustoso con tal de
    librarse de Sam, mas, por fortuna, aún no habían inventado las armas de fuego.
    Aparentemente, no había manera de librarse de Sam.

    El caballero se miró al espejo otra vez. La amabilidad, la compasión, el amor,
    la inteligencia y la generosidad le devolvieron la mirada. Se dio cuenta de
    que todo lo que tenía que hacer para tener todas esas cualidades era
    reclamarlas, pues siempre habían estado ahí.

    Ante este pensamiento, la hermosa luz, había brillado una vez más, con más
    fuerza que antes. Iluminó toda la habitación revelando, para sorpresa del
    caballero, que el castillo tenía tan sólo una gigantesca habitación.

    Es la construcción estándar para un Castillo del Conocimiento, dijo Sam.

    El verdadero Conocimiento no se divide en compartimentos porque todo procede
    de una única verdad.

    El caballero asintió. Estaba listo para partir justo cuando Ardilla se acercó
    corriendo.

    Este castillo tiene un patio con un gran manzano en el centro.

    !Oh!, llévame a él, pidió el caballero ansioso, pues empezaba a tener hambre.

    El caballero y Rebeca, siguieron a Ardilla hasta el patio. Las robustas ramas
    del árbol se torcían por el peso de las manzanas más brillantes y rojas que el
    caballero hubiera visto jamás.

    Te gustan las manzanas?, preguntó Sam.

    El caballero se encontró riendo. Luego notó una inscripción grabada en una
    losa junto al árbol:

    Por esta fruta no impongo condición,
    pero ahora aprenderéis acerca de la ambición.

    El caballero reflexionó sobre esto pero, con franqueza, no tenía ni idea de lo
    que significaba. Finalmente, decidió olvidarlo.

    Si lo haces, no saldremos de aquí, dijo Sam.

    El caballero gruñó: Estas inscripciones son cada vez más difíciles de
    entender.

    Nadie dijo que el Castillo del Conocimiento fuera fácil, dijo Sam con firmeza.

    El caballero suspiró, cogió una manzana y se sentó bajo el árbol con Rebeca y
    Ardilla.

    Vosotras lo entendéis?, les preguntó.

    Ardilla, negó con la cabeza.

    El caballero miró a Rebeca, que también negó con la cabeza.

    Pero lo que sí sé, dijo pensativa, es que no tengo ninguna ambición.

    Ni yo, intervino Ardilla, y apuesto que este árbol tampoco tiene ninguna.

    Tiene razón, dijo Rebeca. Este árbol es como nosotras. No tiene ambiciones.
    Quizá, vos, no necesitéis ninguna.

    Eso está bien para los animales y los árboles, dijo el caballero. Pero, qué
    sería una persona si no tuviese ambición?

    !Feliz!, dijo Sam.

    !No! No lo creo.

    !Todos estáis en lo cierto!, dijo una voz familiar.

    El caballero se volvió y vio a Merlín de pie, detrás de él y los animales. El
    mago vestía su larga túnica blanca y llevaba un laúd.

    Estaba a punto de llamaros, Merlín, dijo el caballero.

    Lo sé, replicó el mago. Todo el mundo necesita ayuda para entender a un árbol.
    Los árboles son felices simplemente siendo árboles, al igual que Rebeca y
    Ardilla son felices siendo simplemente lo que son.

    Pero los humanos somos distintos, protestó el caballero. Tenemos mentes.

    Nosotros también tenemos mentes, declaró Ardilla, un tanto ofendida.

    Lo siento. Es sólo, que los seres humanos tenemos mentes más complicadas que
    hacen que deseemos ser mejores, explicó el caballero.

    Mejores que qué?, preguntó Merlín, tañendo ociosamente unas notas en su laúd.

    Mejores de lo que somos, respondió el caballero.

    Nacéis hermosos, inocentes y perfectos. Qué podría ser mejor que eso?, demandó
    Merlín.

    No, quiero decir que queremos ser mejores de lo que pensamos que somos, y
    mejores que los demás... ya sabéis, como yo, que siempre he querido ser el
    mejor caballero del reino.

    !Ah, sí!, admitió Merlín, la ambición de vuestra complicada mente os llevó a
    intentar demostrar que erais mejor que otros caballeros.

    Y qué hay de malo en ello?, preguntó el caballero a la defensiva.

    Cómo podíais ser mejor que otros caballeros, si todos nacisteis tan inocentes
    y perfectos como erais?

    Al menos era feliz intentándolo, replicó el caballero.

    Lo erais? O es que estabais tan ocupado intentando serlo que no podíais
    disfrutar del simple hecho de ser?

    Me estáis confundiendo, musitó el caballero. Sé, que las personas necesitan
    tener ambición. Desean ser listas y tener bonitos castillos y poder cambiar el
    caballo del año pasado por uno nuevo. Quieren progresar.

    Ahora estáis hablando del deseo del hombre de enriquecerse; pero si una
    persona es buena, generosa, amorosa, comprensiva, inteligente y altruista,
    cómo podría ser más rica?

    Esas riquezas no sirven para comprar castillos y caballos, dijo el caballero.

    Es verdad, Merlín esbozó una sonrisa, hay más de un tipo de riquezas, así como
    hay más de un tipo de ambición.

    A mí me parece que la ambición es la ambición. O deseas progresar o no lo
    deseas.

    Es más complicado que todo eso, respondió el mago. La ambición que proviene de
    la mente te puede servir para conseguir bonitos castillos y buenos caballos.
    Sin embargo, sólo la ambición que proviene del corazón puede darte, además, la
    felicidad.

    Qué es la ambición del corazón?, le cuestionó el caballero.

    La ambición del corazón es pura. No compite con nadie y no le hace daño a
    nadie. De hecho, le sirve a uno de tal manera que sirve a otros al mismo
    tiempo.

    Cómo?, preguntó el caballero, esforzándose por comprender.

    Es aquí donde podemos aprender del manzano. Se ha convertido en un árbol
    hermoso y maduro, que da generosamente sus frutos a todos. Cuantas más
    manzanas coge la gente, dijo Merlín, más crece el árbol y mas hermoso deviene.
    Este árbol hace exactamente lo que un manzano debe hacer: desarrollar su
    potencial para beneficio de todos. Lo mismo sucede con las personas que tienen
    ambiciones de corazón.

    Pero, objetó el caballero, si me pasara el día regalando manzanas, no podría
    tener un elegante castillo y no podría cambiar el caballo del año pasado por
    uno nuevo.

    Vos, como la mayoría dela gente, queréis poseer muchas cosas bonitas, pero es
    necesario separar la necesidad de la codicia.

    Decidle eso a una esposa que quiere un castillo en un mejor barrio, replicó
    mordaz el caballero.

    Una expresión divertida se dibujó en el rostro de Merlín.

    Podríais vender algunas de vuestras manzanas para pagar el castillo y el
    caballo. Después podríais dar las manzanas que no necesitarais para que los
    demás se alimentasen.

    Este mundo es más difícil para los árboles que para las personas, dijo el
    caballero filosóficamente.

    Es una cuestión de percepción, dijo Merlín. Recibís la misma energía vital que
    el árbol. Utilizáis la misma agua, el mismo aire y la misma nutrición de la
    tierra. Os aseguro que si aprendéis del árbol, podréis dar frutos y no
    tardaréis en tener todos los caballos y castillos que deseáis.

    Quieres decir que podría conseguir todo lo que necesito simplemente quedándome
    quieto en mi propio jardín?, preguntó el caballero.

    Merlín rió.

    A los seres humanos se les dio dos pies para que no tuvieran que permanecer en
    un mismo lugar, pero si se quedaran quietos más a menudo para poder aceptar y
    apreciar, en lugar de ir de aquí para allá intentando apoderarse de todo lo
    que pueden, entenderían verdaderamente lo que es la ambición de corazón.

    El caballero permaneció en silencio, reflexionando sobre las palabras de
    Merlín. Estudió el manzano que florecía ante sus ojos. Observó a Ardilla, a
    Rebeca y a Merlín. Ni el árbol ni los animales tenían ambición, y la ambición
    de Merlín provenía, sin duda, de su corazón. Todos parecían sanos y felices;
    eran hermosos especímenes de la vida.

    Después, pensó en sí mismo: escuálido y con una barba que empezaba a tener mal
    aspecto. Estaba malnutrido, nervioso y exhausto por tener que arrastrar su
    pesada armadura. Había adquirido todo eso por su ambición mental, y ahora
    comprendía que todo eso debía cambiar. La idea le inspiraba temor, pero luego,
    ya lo había perdido todo, así que, qué más podría perder?

    A partir de este momento, mis ambiciones vendrán del corazón, prometió el
    caballero. Mientras pronunciaba estas palabras, el castillo y Merlín
    desaparecieron, y el caballero se encontró otra vez en el Sendero de la
    Verdad, con Rebeca y Ardilla.

    Junto al sendero se extendía un cabrilleante arroyo. Sediento, se arrodilló
    para beber de su agua y notó con sorpresa que la armadura que cubría sus
    brazos y piernas se había oxidado y caído. Su barba había crecido. Era
    evidente que el Castillo del Conocimiento, al igual que el Castillo del
    Silencio, había jugado con el tiempo.

    El caballero reflexionó sobre este extraño fenómeno y no tardó en darse cuenta
    de que Merlín estaba en la cierto. Decidió que era verdad, que el tiempo
    transcurría con rapidez cuando uno se escuchaba a sí mismo. Recordó cuántas
    veces el tiempo se había hecho eterno mientras él esperaba que otras personas
    lo llenaran.

    Ahora que todo lo que quedaba de su armadura era el peto, el caballero se
    sintió más ligero y más joven delo que se había sentido en años. También
    descubrió que no se había sentido tan bien consigo mismo desde hacia mucho
    tiempo. Con el paso firme de un muchacho partió hacia el Castillo de la
    Voluntad y la Osadía con Rebeca volando sobre su cabeza y Ardilla corriendo a
    sus pies.


    Capítulo 6

    El Castillo de la Voluntad y de la Osadía

    Hacia el amanecer del día siguiente, el inverosímil trío llegó al último
    castillo. Era más alto que los otros y sus muros parecían más gruesos.
    Confiado de que atravesaría velozmente este castillo, el caballero cruzó el
    puente levadizo con los animales.

    Cuando estaban a medio camino se abrió de golpe la puerta del castillo y un
    enorme y amenazador dragón, cubierto de relucientes escamas verdes, surgió de
    su interior, echando fuego por la boca. Espantado el caballero se paró en
    seco.

    Había visto muchos dragones, pero éste no se parecía a ninguno. Era enorme, y
    las llamas salían no solo de su boca, como sucedía con cualquier dragón común
    y corriente, sino también de sus ojos y oídos. Y, por si eso fuera poco, las
    llamas eran azules, lo cual quería decir que este dragón tenía un alto
    contenido de butano.

    El caballero buscó su espada, pero su mano no encontró nada. Comenzó a
    temblar. Con una voz débil e irreconocible, el caballero pidió ayuda a Merlín,
    más, para su desesperación, el mago no apareció.

    Por qué no viene?, preguntó ansiosamente, al tiempo que esquivaba una
    llamarada azul del monstruo.

    !No lo sé!, explicó Ardilla. Normalmente se puede contar con él.

    Rebeca, sentada sobre le hombro del caballero, ladeó la cabeza y escuchó con
    atención.

    !Por lo que he podido captar, Merlín está en París, asistiendo a una
    conferencia de magos.

    !No me puede abandonar ahora!, se dijo el caballero. !Me prometió que no
    habría dragones en el Sendero de la Verdad!

    !Se referÍa a los dragones comunes y corrientes!, rugiÓ el monstruo con una
    voz que hizo temblar a los Árboles y que por poco hizo caer a rebeca del
    hombro del caballero.

    La situación parecía seria. Un dragón que podía leer las mentes era
    definitivamente lo pero que se podía esperar pero, de alguna manera, el
    caballero logró deja de temblar. Con la voz más fuerte y potente que pudo,
    gritó:

    !Fuera de mi camino, bombona de butano gigante!

    La bestia bufó, lanzando fuego en todas las direcciones.

    !Caramba! !Qué atrevido el gatito asustado!

    El caballero, que no sabía qué hacer, intentó ganar tiempo.

    Qué haces en el Castillo del Voluntad y la Osadía?, preguntó.

    Hay algún otro sitio mejor donde yo pueda vivir?. !Soy el Dragón del miedo y
    de la Duda!

    El caballero reconoció que el nombre era muy acertado. Miedo y duda era
    exactamente lo que sentía.

    El dragón volvió a vociferar:

    !Estoy aquí para acabar con todos los listillos que piensan que pueden
    derrotar a cualquiera simplemente porque han pasado por el Castillo del
    Conocimiento!

    Rebeca, susurró al oído del caballero:

    !Merlín dijo una vez que el conocimiento de uno mismo podía matar al dragón
    del Miedo y la Duda!

    Y tú lo crees?, susurró el caballero.

    !Sí!, afirmó Rebeca con firmeza.

    !Pues, entonces, encárgate tú de ese lanzallamas verde!

    El caballero dio media vuelta y cruzó el puente levadizo, corriendo en
    retirada.

    !Jo, jo, jo!, rió el dragón, y con su último "jo" por poco quema los
    pantalones del caballero.

    Os retiráis después de haber llegado tan lejos?, preguntó Ardilla, mientras el
    caballero se sacudía las chispas de la espalda.

    !No lo sé!, replicó él. !He llegado a habituarme a ciertos lujos, como vivir!

    Sam intervino:

    Cómo te soportas, si no tienes la voluntad y la osadía de poner a prueba el
    conocimiento que tienes de ti mismo?

    Tú, también crees que el conocimiento de uno mismo puede matar al dragón del
    Miedo y la Duda?, preguntó el caballero.

    !Por supuesto! El conocimiento de una mismo es la verdad y ya sabes lo que
    dicen: "La verdad es más poderosa que la espada".

    !Ya sé que eso es lo que dicen!, pero, hay alguien que lo haya probado y
    sobrevivido?, preguntó sutilmente el caballero.

    Tan pronto como acabó de pronunciar estas palabras, el caballero recordó que
    no necesitaba probar nada. Era bueno, generoso y amoroso. Por lo tanto, no
    debía sentir miedo ni dudas. El dragón no era más que una ilusión.

    El caballero, dirigió la mirada a través del puente hacia donde se encontraba
    el monstruo lanzando fuego hacia unos arbustos, por lo visto, para no perder
    la práctica. Con el pensamiento en la mente de que el dragón sólo existía si
    él creía que existía, el caballero inspiró profundamente y, con lentitud,
    volvió a atravesar el puente levadizo.

    El dragón, por supuesto, fue a su encuentro, bufando y echando fuego. Esta
    vez, sin embargo, el caballero siguió adelante. Pero el coraje del caballero
    no tardó en comenzar a derretirse, al igual que su barba, con el calor de las
    llamaradas del dragón. Con un grito de temor y angustia, dio media vuelta y
    salió corriendo.

    El dragón dejó escapar una poderosa carcajada y disparó un chorro de fuego
    contra el caballero en retirada. Con un aullido de dolor, el caballero
    atravesó el puente como una bala, con Rebeca y Ardilla tras él. Al divisar un
    pequeño arroyo, sumergió rápidamente su chamuscado trasero en el agua fresa,
    sofocando las llamas en el acto.

    Ardilla y Rebeca intentaban consolarlo desde la orilla.

    !Habéis sido muy valiente!, dijo Ardilla.

    !No está mal por tratarse del primer intento!, añadió Rebeca.

    Sorprendido, el caballero la miró desde donde estaba.

    Cómo que el primer intento?

    Ardilla le respondió con toda naturalidad.

    !Tendréis más suerte la segunda vez!

    El caballero respondió enfadado:

    !Tú irás la segunda vez!

    !Recordad que el dragón es sólo una ilusión!, dijo Rebeca.

    Y el fuego que sale de su boca? Eso también es una ilusión?

    !En efecto!, respondió Rebeca. !El fuego también era una ilusión!

    !Entonces, como es que estoy sentado en este arroyo, con el trasero quemado?,
    exigió el caballero.

    !Porque vos mismo hicisteis que el fuego fuese real al creer que el dragón era
    real!, explicó Rebeca.

    !Si creéis que el Dragón del Miedo y de la Duda es real, le dais el poder de
    quemar vuestro trasero o cualquier otra cosa!, dijo Ardilla.

    !Tienen razón!, corroboró Sam. !Debes regresar y enfrentarte al dragón de una
    vez por todas!

    El caballero se sintió acorralado. Eran tres contra uno. O, mejor dicho, dos y
    medio contra uno; la mitad Sam del caballero estaba de acuerdo con Ardilla y
    Rebeca, mientras que la otra mitad quería permanecer en el arroyo.

    Mientras el caballero luchaba contra un coraje que flaqueaba, oyó a Sam decir:

    !Dios le dio coraje al hombre! !El hombre le da coraje a Dios!

    !Estoy harto de intentar comprender el significado de las cosas. Prefiero
    quedarme sentado en el arroyo a descansar.

    !Mira!, le animó Sam, si te enfrentas al dragón, hay una posibilidad de que lo
    elimines, pero si no te enfrentas a él, es seguro que él te destruirá.

    Las decisiones son fáciles cuando sólo hay una alternativa, dijo el caballero.

     

    Se puso en pie, de mala gana, inspiró profundamente y cruzó el puente levadizo
    una vez más.

    El dragón lo miró incrédulo. Era un tipo verdaderamente terco.

    Otra vez?, bufó. !Bueno, esta vez, sí que te pienso quemar!

    Pero esta vez el caballero que marchaba hacia el dragón era otro; uno que
    cantaba una y otra vez: "El miedo y la duda son ilusiones".

    El dragón lanzó gigantescas llamaradas contra el caballero una y otra vez
    pero, por más que lo intentaba, no lograba hacerlo arder.

    A medida que el caballero se iba acercando, el dragón se iba haciendo cada vez
    más pequeño, hasta que alcanzó el tamaño de una rana. Una vez extinguida su
    llama, el dragón comenzó a lanzar semillas. Estas semillas, las semillas de la
    Duda, tampoco lograron detener al caballero. El dragón se iba haciendo cada
    vez más pequeño a medida que continuaba avanzando con determinación.

    !He vencido!, exclamó el caballero victorioso.

    El dragón apenas podía hablar.

    Quizás esta vez, pero regresaré una y otra vez para bloquear tu camino.

    Dicho esto, desapareció con una explosión de humo azul.

    !Regresa siempre que quieras!, le gritó el caballero. !Cada vez que lo hagas,
    yo seré más fuerte y tú más débil.

    Rebeca voló y aterrizó en el hombro del caballero.

    !Lo veis!, !yo tenía razón! El conocimiento de uno mismo puede matar al dragón
    del Miedo y la Duda.

    Sí realmente creías que era así, por qué no me acompañaste cuando me acerqué
    al dragón?, preguntó el caballero, que ya no se sentía inferior a su amiga
    emplumada.

    Rebeca mullió sus plumas.

    !No quería interferir. Era vuestro viaje!

    Divertido, el caballero estiró el brazo para abrir la puerta del castillo,
    pero !el Castillo de la Voluntad y la Osadía había desaparecido!

    Sam le explicó:

    !No tienes que aprender sobre la voluntad y la osadía porque acabas de
    demostrar que ya las posees!

    El caballero echó la cabeza hacia atrás, riendo de pura alegría. Podía ver la
    cima de la montaña. El sendero parecía aún más empinado que antes, pero no
    importaba.

    Sabía que ya nada le podía detener.


    Capítulo 7

    La Cima de la Verdad

    Centímetro a centímetro, palmo a palmo, el caballero escaló, con los dedos
    ensangrentados por tener que aferrarse a las afiladas rocas.

    Cuando ya casi había llegado a la cima se encontró con un canto rodado que
    bloqueaba su camino. Como siempre, había una inscripción:

    Aunque este universo poseo,
    nada poseo,
    pues no puedo conocer lo desconocido
    si me aferro a lo conocido.

    El caballero se sentía demasiado exhausto para superar el último obstáculo.
    Parecía imposible descifrar la inscripción y estar colgado de la pared de la
    montaña al mismo tiempo, pero sabía que debía intentarlo.

    Ardilla y Rebeca se sintieron tentadas de ayudarle, pero se contuvieron, pues
    sabían que a veces la ayuda puede debilitar a un ser humano.

    El caballero inspiró profundamente, lo que le aclaró un poco la mente. Leyó la
    última parte de la inscripción en voz alta: "Pues no puedo conocer lo
    desconocido si no me aferro a lo conocido".

    El caballero reflexionó sobre algunas de las cosas conocidas a las que se
    había aferrado durante toda su vida. Estaba su identidad, quien creía que era
    y que no era. Estaban sus creencias, aquello que él pensaba que era verdad y
    lo que consideraba falso. Y estaban sus juicios, las cosas que tenia por
    buenas y aquellas que consideraba malas.
    El caballero observó la roca y un pensamiento terrible cruzó por su mente:
    también conocía la roca a la cual se aferraba para seguir con vida. Quería
    decir la inscripción que debía soltarse y dejarse caer al abismo de lo
    desconocido?

    !Lo has cogido, caballero!, dijo Sam. !Tienes que soltarte!

    Qué intentas hacer, matarnos a los dos?, gritó el caballero.

    !De hecho, ya estamos muriendo ahora mismo!, dijo Sam. !Mírate! Estas tan
    delgado que podrías deslizarte por debajo de una puerta, y estás lleno de
    estrés y miedo.

    !No estoy tan asustado como antes!, dijo el caballero.

    !En ese caso, déjate ir y confía!, dijo Sam.

    Que confíe en quién?, replicó el caballero, enfadado. Estaba harto de la
    filosofía de Sam.

    !No es un quién!, respondió Sam. !No es un quién, sino un qué!

    !Un qué!, preguntó el caballero.

    !Sí!, dijo Sam. La vida, la fuerza, el universo, Dios, como quieras llamarlo.

    El caballero miró por encima de su hombro y vio el abismo aparentemente
    infinito que había debajo de él.

    !Déjate ir!, le susurró Sam con urgencia.

    El caballero no parecía tener alternativa. Perdía fuerza cada segundo que
    pasaba y la sangre brotaba de sus dedos allí donde se aferraban a la roca.
    Pensando que moriría, se dejó ir y se precipitó al abismo, a la profundidad
    infinita de sus recuerdos.

    Recordó todas las cosas de su vida e las que había culpado a su madre, a su
    padre, a sus profesores, a su mujer, a su hijo, a sus amigos y a todos los
    demás. A medida que caía en el vacío, fue desprendiéndose de todos los juicios
    que había hecho contra todos.

    Fue cayendo cada vez más rápidamente, vertiginosamente, mientras su mente
    descendía hacia su corazón. Luego, por primera vez en su vida, contempló su
    vida con claridad, sin juzgar y sin excusarse.

    En ese instante, aceptó toda la responsabilidad por su vida, por la influencia
    que la gente tenía sobre ella, y por los acontecimientos que le habían dado
    forma.

    A partir de ese momento, fuera de sí mismo, nunca más culparía a nada ni a
    nadie de todos los errores y desgracias. El reconocimiento de que él era la
    causa, no el efecto, le dio una nueva sensación de poder. Ya no tenía miedo.

    Le sobrevino una desconocida sensación de calma y algo muy extraño le sucedió:
    !empezó a caer hacia arriba! !Sí! !Parecía imposible, pero caía hacia arriba,
    surgiendo del abismo! Al mismo tiempo, se seguía sintiendo conectado con lo
    más profundo de él, con el centro de la Tierra. Continuaba cayendo hacia
    arriba, sabiendo que estaba unido al cielo y a la tierra.

    Repentinamente, dejó de caer y se encontró de pie en la cima de la montaña y
    comprendió el significado de la inscripción de la roca. Había soltado todo
    aquello que había temido y todo aquello que había sabido y poseído. Su
    voluntad de abarcar lo desconocido lo había liberado. Ahora el universo era
    suyo, para ser experimentado y disfrutado.

    El caballero permaneció en la cima, respirando profundamente y le sobrevino
    una sobrecogedora sensación de bienestar. Se sintió mareado por el
    encantamiento de ver, oír y sentir el universo que le rodeaba. Antes, el temor
    a lo desconocido había entumecido sus sentidos, pero ahora podía experimentar
    todo con una claridad sorprendente.

    La calidad del sol del atardecer, la melodía de la suave brisa de la montaña y
    la belleza de las formas y los colores de la naturaleza que pintaban el
    paisaje, causaron un placer indescriptible al caballero.

    Su corazón rebosaba de amor: por sí mismo, por Julieta y Cristóbal, por
    Merlín, por Ardilla y por Rebeca, por la vida y por todo el maravilloso mundo.

    Rebeca y Ardilla observaron al caballero ponerse de rodillas, con lágrimas de
    gratitud surgiendo de sus ojos.

    !Casi muero por todas las lágrimas que no derramé!, pensó. Las lágrimas
    resbalaban por sus mejillas, por su barba y por su peto. como provenían de su
    corazón, estaban extraordinariamente calientes, de manera que no tardaron en
    derretir lo que quedaba de su armadura.

    El caballero lloraba de alegría. No volvería a ponerse la armadura y cabalgar
    en todas las direcciones nunca más. Nunca más vería la gente el brillante
    reflejo del acero, pensando que el sol estaba saliendo por el norte o
    poniéndose por el este.

    Sonrió a través de sus lágrimas, ajeno a que una nueva y radiante luz
    irradiaba de él; una luz mucho más brillante y hermosa que la de su pulida
    armadura, una luz destelleante como un arroyo, resplandeciente como la luna,
    deslumbrante como el sol.

    Porque ahora el caballero era el arroyo. Era la luna. Era el sol. Podía ser
    todas estas cosas a la vez, y más, porque era uno con el universo.

    !Era amor!

    FIN
     

     [PRINCIPAL]
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