ESPERANDO A AMELIA

Por Josep Ruiz H. Oct.1998-

Qué agradable resulta la cafetería "Samoa" a primera hora de la tarde. Mientras espero, me entretengo observando las parejas, volcadas sobre las mesas, conversando. Los de la esquina hace un minuto que han llegado. Él se ha prestado a quitarle el abrigo a ella. Ella ha sonreído y sus ojos han denotado cierto asombro. Se han sentado e inmediatamente se les ha acercado el camarero. Da la impresión de que se han reunido para aclarar su situación, pero tan pronto como él ha pedido un café ruso y un whisky, a ella le ha aflorado la irritación al rostro y ha dejado de sonreírle la mirada. A su manera, le ha dado a entender que censura la elección de él. No puedo ver la cara del hombre, pero lo intuyo cariacontecido. El ataque le ha pillado de sorpresa. Ha acudido de buena fe a dialogar y se ha dejado el armamento en casa. Tal vez la demostración de fuerza de ella no sea más que una estrategia, pero creo que no. Me da la sensación de que el furor ha sido instintivo y que posiblemente el objetivo de la reunión haya sido el de terminar con tan desagradables arrebatos. Un gesto de los hombros de él señala que ya que ha pedido el whisky se lo piensa beber. Amelia tarda. Me sudan las manos. He tomado un sorbo de café sin azúcar, como propone siempre Amelia, pero soy incapaz de vaciar la taza. Rasgo el sobrecito y vierto la mitad. Vuelvo a probar. Está mejor, pero...

Una figura esbelta ha pasado frente a la puerta y me ha parecido Amelia, pero no. No son sus cabellos. Me gusta tanto pasear con ella y ver cómo sus finos cabellos se despegan de sus hombros y tratan de volar... Ir con ella de la mano me produce una satisfacción que no sé expresar. La amo tanto... Y en esta última semana he pensado tanto en ella... Yo sabía que hoy habría de decirle que la amo. Me impuse esta fecha y no cabe ya aplazamiento. No lo podría soportar y sin embargo no sé cómo explicarle que quiero compartir mi vida con ella. Que carece de interés cualquier asunto que no esté relacionado con ella. Amo tanto sus manos...

Ha entrado una chica con una carpeta universitaria. Entra aire frío del paseo de Gracia. El café también se ha quedado frío. Y amargo. Amelia. ¿Por qué tarda tanto? No llevo reloj. No importa la hora, al fin y al cabo yo voy a continuar aquí. Esperando a Amelia. La joven ha ido a sentarse cerca del cristal que da a la calle y ha desparramado el contenido de su carpeta azul y negra. No debe ser muy miope, porque está limpiando sus gafas, mientras lee el folio que tiene más próximo. Ahora se pone a ordenar los papeles. Se le acerca el camarero. Antes de que él diga "Buenas tardes" ella pide. No la he podido oír, pero creo que dijo: "un cortado". Qué joven es. Me pregunto si alguna vez habrá dicho a alguien que lo ama. Si es así, qué palabras habrá empleado. He tratado esta última semana de componer cuatro o cinco frases suficientemente sólidas para luego presentar otras frases que sé de sobras habrán de ser improvisadas. Y cada oración ha resbalado, se ha roto, se ha muerto y hasta me ha interrumpido mi risa veces, por recurrir a tópicos desgastados.

Levanto el brazo. El camarero me ha visto. Ha guardado en la caja el cobro de un matrimonio sexagenario y ahora acude a mi mesa. No dice nada y yo le digo: "un café, por favor". La pareja mayor sale a la calle y vuelve a entrar el frío. Él anda algo torpe. Caminan paseo abajo. Tal vez vayan al cine. El camarero me trae en su bandeja el café. Lo deja sobre la mesa. Esta vez vacío en la taza todo el azúcar y oigo abrirse la puerta...

¡Amelia! Llega en el preciso instante del café dulce y sé que llegará a la mesa, levantará la taza y se la llevará a los labios. Y luego reirá con esa risa natural, que tanto echo de menos cuando no está conmigo. Lleva la chaqueta de piel y la falda plisada. Me sonríe y yo también esbozo una sonrisa, aunque siento calor y también frío, y creo que también miedo y tristeza. Llega. Amelia. Su cálida mano acaricia la mía, helada. No me besa, pero no me importa. Sé que llegarán sus besos. Nos sentamos. Le diré que la quiero. No sé cómo aún. Probaré con: "Te quiero".

- Amelia, te quiero.

Se ha turbado. Ha bajado la vista. Sus pestañas esconden la mirada de sus ojos verdes. La punta de su nariz apunta el centro de la mesa. Brillan sus suaves mejillas. Llega el camarero. Amelia pide un suizo. El joven da media vuelta y entonces Amelia me mira. Sus ojos, cuajados de ilusionados reflejos, me alcanzan. Y sus labios vuelven a sonreírme. Esta vez con una palabra preparada para escapar de ellos. Retumba mi pecho y Amelia pronuncia las palabras con las que yo, en la última semana, he estado luchando.

- Y yo... y yo también te quiero. Ya no sé imaginarme la vida sin ti... sin tenerte a mi lado. Y ¿Qué importa lo demás? Saldremos adelante. Sí. Yo también te quiero, María.

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