¿QUIÉN TE OBSERVA DESDE EL ESPEJO, PHILIP?

Por Marina Gómez, de L’Hospitalet (Barcelona)

Pasaban diez minutos de las dos de la madrugada cuando Philip Usys acabó con su trabajo. Había terminado su última novela: "El demonio tiene mil caras", y una mezcla entre alegría y disgusto se apoderó de su persona. Quizás el haber terminado su obra de dos años le trajo a la mente su etapa de sufrimiento, cuando se quedaba en blanco y debía esperar largas semanas hasta que le volvía la inspiración. Pero ya la había terminado; su novela POR FIN estaba acabada. "Me merezco un cigarrillo", se dijo, "pero no sé por qué se me ha quedado un sabor amargo en la boca. Quizás la he terminado demasiado pronto...", pero no, la acabó en el momento justo, en el momento perfecto, y éso él lo tenía que saber. Se reclinó para atrás, aún sentado en la silla, frente al ordenador, y alargó la mano hacia su paquete de "Whiston", que estaba junto al mouse y el teclado. "Espero que tenga el mismo éxito que las otras", pensó, y encendió el cigarrillo al mismo tiempo que guardaba el fichero. Cuando las 320 páginas estuvieron guardaas, Philip se acabó de fumar el cigarrillo y apagó el ordenador. Estaba agotado; el contrato con ELDER EDITIONS le había impedido dormir lo suficiente durante más de un mes, además de haberle hecho perder dos relaciones amorosas en siete meses y un par de amigos en dos, pero se sintió feliz al pensar que su "trauma" había finalizado. Decidió irse a dormir.

Cuando el teléfono sonó a las cuatro, Philip apenas podía abrir los ojos. "Maldita sea, ¿quién demonios será a estas horas?". Se incorporó para coger el portátil de la mesita de noche y contestó a regañadientes. "¿Sí? Philip Usys, ¿dígame?", pero no obtuvo respuesta y maldiciendo la llamada se dispuso de nuevo a dormir. De nuevo fue el silencio, y Philip se removió entre las crujientes sábanas hasta que tornó a estar cómodo, pero no pasaron ni dos minutos cuando el teléfono volvió a sonar. "¡SÍ! ¿DÍGAME?", gritó, pero ocurrió exactamente lo mismo; nadie le respondió. Ni un ruido, ni una respiración... ni siquiera colgaron. "¿Quién será el capullo que me está jorobando esta noche? ¡Maldita sea!...". Philip desconectó el teléfono y volvió a maldecir a quien osaba en molestarle, porque el que fuera había conseguido desvelar sus sueños. Empezó a dar vueltas en la cama sin poderse dormir y de pronto unas terribles ganar de orinar le obligaron a dirigirse al baño. "No puede ser, no puede ser... Quiero dormir, ¡Dios! Quiero dormir...", dijo mientras caminaba con los ojos como platos por el recibidor, pero ahora las ganas de ir al lavabo eran superiores a sus deseos de descansar. Entró al cuarto de baño y levantó la tapa del water; suspiró de alivio cuando dejó caer el chorro. Siempre se orinaba cuando estaba nervioso, pero antes de que hubiese terminado de orinar, le volvió a sobresaltar el sonido del teléfono. "No puede ser, si lo acabo de desconectar...", y siguió sonando hasta que terminó de orinar. "¿Se puede saber qué...?", dijo mientras se subía el pantalón corto que llevaba encima de los slips, pero antes de salir del aseo se le apagó la luz. "¿Qué demonios está pasando esta noche?", gritó, y se quedó quieto durante unos minutos hasta que se le acostumbró la vista a la oscuridad. "Está claro, alguien me quiere gastar una broma de mal gusto... ¿Quién demonios hay ahí?", pero en la oscuridad tenebrosa del lavabo de pronto le pareció ver una imagen borrosa y sin definir reflejada en el espejo; una imagen que estaba justo detrás de él. Philip gritó y miró para atrás, pero se le paralizó el corazón de miedo al descubrir que tras de sí no había nadie. En cambio, en el espejo, la imagen borrosa se fue tornando cada vez más clara, más concreta: una visión espantosa, espeluznante, tan irreal como sus propios personajes, y en la oscuridad los ojos diabólicamente encarnados de ese ser espectral destacaron enormemente, y aquella piel arrugada, casi azul, con cortes en las comisuras de la boca y frente, hicieron apartar la vista de Philip súbitamente. "¡AAHHHHHHH!¡Dios Santo!". Intentó salir del aseo, pero la puerta se le cerró de golpe y se vio atrapado. Forzó el pomo de la puerta, golpeó desesperadamente contra ella, pero no hubo manera de echarla abajo. Se hizo daño en el hombro.

En el cuarto de baño la penumbra era absoluta. La imagen del espejo seguía allí, inerte, diabólica. Su mirada perversa y vacía atravesó los sentidos del joven escritor -quien no fue capaz de seguir mirando y se cobijó con los brazos sobre su cabeza en el rincón de la puerta- y su boca llena de cortes dejó entrever los dientes extremadamente afilados. Su sonrisa le heló la sangre.

- ¡Oh, Dios Santo! ¿Quién eres? ¿Qué es lo que quieres de mí? -. Gritó Philip con la voz temblorosa, sin tener fuerzas para mirar al espejo.

- Túuuuuuuuuu eeereeeeeeees miiiiiii creadoooooooorrr-. Respondió la siniestra aparición, que ahora sonreía aún más.

- ¡No, no, no! Dios, esto no puede estar pasándome a mí... Estoy soñando, ¡seguro! Estoy soñando... -. Siguió gritando, medio llorando, paralizado por el miedo.

- Noooooo. Sooooooooy reaaaaaaaaaal. Soooooooy tú mismooooooooooo. Sooooooooy el demoooooonio que sieeeeempre has llevaaaaaaado deeeeentro de ti... Míiiirame, Philip, míiiiirame...-. Proseguía el espectro.

- ¡No, joder, no! No me obligues a mirarte, no puedo... ¡esto es demasiado, no puede ser cierto! Lárgate de aquí, ¡y déjame salir de mi propio cuarto de baño!

Y de pronto el demonio del espejo se desvaneció. Volvió la luz, pero hubieron de pasar veinte minutos hasta que Philip se diera cuenta, porque hasta entonces no se vio capaz de abrir los ojos y ni siquiera percibió la luz desde su rincón. Miró asustado al espejo, revisó a su alrededor durante unos segundos y giró instintivamente el pomo de la puerta, ya desatrancada, y las piernas le temblaron de tal forma que no tuvo aliento para correr, sino para arrastrarse hasta la puerta de entrada a su apartamento de RAILLON STREET. Se le ocurrió picar a uno de sus vecinos, James McArthur, compañero suyo de copas y de noches de juerga, pero recordó que aquella noche McArthur había quedado con una mulata de ojos verdosos y que posiblemente ambos yacerían entrelazados en aquellos momentos, evidentemente ajenos a su desesperación. "Tranquilízate, Philip", se dijo. "Quizás esa maldita novela tuya te está crispando los nervios", y todavía con el corazón acelerado entró de nuevo a su apartamento. Encendió todas las luces, abió todas las puertas, y aunque era una noche fresca salió a la terraza, no antes sin coger su paquete de Whiston. "Dios mío, necesito una copa", dijo, y se dirigió al mueble bar -que tomaba forma de una enorme bola del mundo-, situado muy cerca de la mesa y las sillas. "Un whisky. Sí, eso es. Necesito un whisky".

Después de tomarse tres copas y fumarse lo que quedaba del paquete de cigarrillos, a Philip se le desvió la mirada hacia los cristales. Fue por inercia. Se vio a sí mismo reflejado en ellos, y para su espanto, pudo ver con sus propios ojos cómo un dedo invisible marcaba con algo parecido a la sangre estas palabras:

"NO TRATES DE ESCAPAR, PHILIP. PERDISTE UNA VEZ LOS NERVIOS Y TUVISTE UN DESEO: TERMINAR TU NOVELA, COSTASE LO QUE TE COSTASE, Y TAMBIÉN PEDISTE UN EXITO ABSOLUTO, PERO METISTE A TU ALMA POR MEDIO. NO TRATES DE ESCAPAR, PHILIP. RECUERDA QUE EL DEMONIO TIENE MIL CARAS...".

La diabólica imagen volvió a reflejarse en los cristales y las puertas se cerraron. La oscuridad fue de nuevo absoluta y Philip volvió a estar atrapado. Su única salvación, pagar con su alma lo que inconscientemente pidió meses atrás, o, bien, tirarse al vacío, pero lo que él no sabía era que su alma ya no le pertenecía, y que quitarse la vida era lo más absurdo jamás pensado.

- ¡Déjame en paz! ¡Olvídate de la novela y de mí! ¡Destrúyela si quieres, pero déjame en paz o me mato! - Gritó subido a la barandilla. El diablo se rió con la risa más odiosa y espeluznante del mundo. Desde allí pudo oler su fétido aliento.

- Qué tonto eres, Philip. Si te matas ahora todo se acabó. Tu éxito, tu vida, TODO. No puedes escapar, tu alma me pertenece. Pero para que veas que no soy tan malo te voy a dejar elegir. ¿Prefieres verme en cada espejo donde te mires o lamentarte en el infierno durante toda la eternidad de lo que te perdiste en vida? Yo de ti me lo pensaría bien... Recuerda que hiciste un pacto conmigo mientras te quedaste con la mente en blanco. No seas tonto, Philip, a partir de mañana tendrás todo lo que desees, te lo debo, pero recuerda que te estaré vigilando mientras tu éxito dure y... mientras tu vida dure.

Philip Usys notó lágrimas en sus ojos y cuando miró hacia la desierta RAILLON STREET decidió que lo mejor era esperar. El maldito diablo tenía razón. Había cometido un error y debía pagar por él, pero no se lanzó al vacío. Volvió a su silla y allí se quedó hasta que amaneció, hasta que a las ocho de la mañana del día siguiente alguien llamó por teléfono. Alguien de ELDER EDITIONS, su editor.

- ¿La tienes, Philip? -. Le preguntó.

- Sí, la tengo -. Contestó Philip Usys.

- Estoy seguro de que será un éxito total, como todas las demás, pero esta será mucho mejor. Te espero en mi despacho dentro de dos horas. Estoy deseando tenerla entre mis manos...

Con los ojos arrasados en lágrimas Usys encendió su ordenador e imprimió las 320 páginas. Se vistió, no se le ocurrió mirar al espejo, pero sabía que él estaba vigilando. Sabía también que no se separaría nunca de él, pero quizás su fobia hacia los espejos le arregló bastante las cosas. Procuraba no mirarse en ninguno, evitaba los escaparates, las ventanas, incluso el reflejo del agua, pero en el fondo de su alma, ese alma que ya no le pertenecía, tenía la certeza de que con espejos o sin ellos, con reflejos o sin reflejos, ahí estaría él, acechando hasta que su éxito durase, hasta que su vida durase... Hasta el FIN de su propia historia.

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