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«Dios bendiga ese andarcito sandunguero» / 43

Universal morals are objective. They are not based on opinions of the author or anyone else. Universal morals are not created or determined by anyone. Feelings and emotions, on the other hand, cannot be considered as standards, absolutes, or morals: Frank R. Wallace

Ya dieron la queja al director escolar de la Escuela Narciso Rabell Cabrero. Cancel el Locoestá más que arrebatado. Se efectuó inclusive una reunión con padres y maestros.

«Es necesario que ésto no vuelva a repetirse».

A Alfredo lo observan con las caras largas. Es un momento incómodo.

«Entiendo que la calle es libre, pero, ¿es posible que no se acerque más a estos predios?»

El profesor Cancel enseña en el plantel. Es un buen hombre, intachable, y si bien hoy le llenaron la cara de vergüenza, no es culpa suya lo que hizo Estéban, su hermano. Se abrió la bragueta delante de unos niños, sacó el pene de un pantalón meado. Vino a ligarse a las colegialas, pero con su traje que huele a rayos. La chaqueta raída, sucia. La corbata grasienta.

Una niña del plantel se atrevió a gritar: «¡Báñate!»

El entendió que le dijeron apestoso. Esto fue más terrible que si lo hubieran regañado por borracho. ¿Qué clase de mujercitas da Pepino hoy que no saben que él, aún bebido, no quiere ser grosero? Un poquito de ilusión en su pecho es lo que lo mantiene vivo, con ganas de mirar a sus alrededores y ver las cosas lindas del mundo. Las muchachitas, por ejemplo. Gráciles, formándose con bellos cuerpos, caritas tersas, haldearcillos sensuales, que inspiran, por lo tanto, que él les diga sus piropos.

Dios bendiga ese andarcito sandunguero,
ay, trigüeña, porque me inspiras, te quiero...

Tiempo atrás nadie se habría quejado de él. Se tenía cierto respeto por su padre. Don Julio Fagundo dio 32 años a la docencia en el pueblo. Antes trabajó en Salinas, Rincón y Mayagüez. Hace cinco años que murió. Junto a Tomasita Henríquez, su amada esposa, crió catorce hijos. Todos son personas ejemplares, algunos profesionales... pero éste, sí, Estéban, en quien tantas esperanzas se tuvo, tiene la cabeza a las once. Se ha vuelto cuaco, cabeza de toro que es. Tan bien que iba, bien comportado, cuando de la Iglesia Católica fue monaguillo. ¡Hasta dijeron que era santo! Fue Sacristán Mayor y don Julio y Tomasita, con alguna ilusión, pregonaron que Pepino va a dar un nuevo sacerdote. «Que no vengan de España, aquí podemos cosecharlos».

Queda ese lugar tan santo para escrutar a las almas sin desprecio. ¡La Iglesia!

Dentro de sí, don Julio Fagundo Cancel tenía la fe, porque él sufrió mucho. Con el sueldo de un maestro, ¿cómo hacer? Muchas bocas en su casa dependen de unos bajos salarios. Unos funcionarios con menos educación que él, desde los años '20, se empotraron en un sistema injusto. Burócratas, inspectores escolares, superintendentes, gente que de pedagogía y métodos, de amor a la enseñanza sabía un comino, entraron al sistema de enseñanza pública por la puerta ancha, con promociones y privilegios, con mejores sueldos. A veces sin octavo grado. El, Julio Fagundo, desde 1919, tenía un Bachillerato. Era brillante, indiscutiblemente un maestro preparado.

Sí, pero era negro.

Aunque, desde niño, Estéban dio indicios sicóticos, verbalizó ante su padre sus alucinaciones con tánganas angélicas, diablazos que pelean con el sistema que Dios propuso para el mundo, teofonías que lo inclinaron a la iglesia, Don Julio lo ubicaba en la tierra, en lo que existe, la realidad de lo dado. Dijo: «no utilices tu imaginación para negar el mundo; la realidad existe independientemente de nuestros deseos; no confíes más en lo que oyes que en lo que puedas tocar con tus manos; no confundas la decencia con las poses del beatón o el místico; decencia es el aseo, la dignidad con que te miras a tí mismo, ser honesto en hecho y en palabras».

«Aplícate en tus estudios», le dijo, «haz como tu hermano», añadió refiriéndose a Alfredo.

Sin embargo, se dedicó a perseguir las voces que le hablaban desde los tabucos. «Lo que fuere, sonará y, con espíritu de Dios en mí, hasta nos oirán los sordos».

Se integró a la Iglesia, conoció los misales y, por la vía de una sotana, quiso explicar el miedo, la visión de los dioses, los contenidos de lo pesadillescos. Dijo que Dios le hablaba. Que en visión vio a Moisés bajando del Monte Sinaí y oyó de su propia boca la lectura de las Tablas de la Ley. Y mezclando berzas con capachos, explicó al Padre Aponte su deseo de negar la carne y apartarse del pecado.

Y Don Julio, incrédulo, dijo: «No creo que mi hijo sea santo».

Y menos santo creyó al Cura Aponte, quien le metió por los ojos el sacerdocio porque éstos alcanzan más poder que los alcaldes y conservan el habla esencial (que es «Dios hablando por la boca de los justos») y el ver comprehensor de la poesía, la apófansis trascendental, aún en lo simple de ser-ahí que se ve, se toca, se desenmascara, presentándose tal como es y no interpretado por los incrédulos de la Palabra de Dios.

«Usted está insinuando que su hijo es un demente, don Julio», le dijo el Dr. Franco.

«Lo he observado. Conozco los niños como la palma de mi mano y él no es normal. Duro es decirlo».

«Déle entonces una oportunidad a Dios para que trabaje en su alma, si es que su alma está confundida por causa del pecado original. Dios transforma la piedra bruta en un diamante por la obra del Espíritu».

Y, entonces, don Julio calló.

También el Dr. Muñiz tomó cariño al mozancón de Estéban porque, como Sacristán Mayor, parecía entregado en carne y en espíritu y honraba así a la iglesia, en días de prueba y desconsuelo.

... por ejemplo, cuando murió en el templo la hija del Doctor Franco, degollada al pie del Altar por un cuadro, cuando Cucán y el Cura Aponte, se acusaron enojándose, dispuestos a abrir sendas cloacas de pecado.

Y, por ese amor de la grey católica, Estéban fue a un seminario. En San Juan estuvo, poco antes, porque cayó en «atrición mística, en dolor por el mundo», pero, al fin se repuso.

«Tenía razón, don Julio», dijeron los feligreses que oraban por aquel que tuvo hasta prestigio de santo.

«Es que ya está jovenzuelo. Es la etapa rebelde e insegura de los jóvenes».

Había bebido. Llegó a la Misa borracho.

«¿Qué enferma al hombre?», preguntó antes de morir don Julio. Fueron a verle muchos de la Iglesia el día en que Estéban regresó a Pepino, abandonando el seminario.

«¡El pecado! ¡El pecado!»

No. No. Movía su rostro en desaprobación el viejo maestro.

Dijo que es la mente que ha dejado de crecer por estar atrapada en invenciones creadas, sin base real, victimizó a su hijo. «Yo le dije que confiara en realidades verdaderas. No en fantasmas. Que no confiara en quienes le han sembrado ese deseo de cargar unas culpas que no existen. Aponte lo fascinó con el pecado original y con idolatrar a hombres en la cúspide del éxito, sin haberse juzgado cómo llegaron a dónde están; a veces victoriosos por el fraude, la racionalización del sinsentido y medios deshonestos».

«No hable así, don Julio. Es duro con su hijo».

«Con él no. No es con él».

Viéndose libre de aquella atadura del servicio en los altares externos, lejos ya del Padre Aponte, a quien llamara la Sotana del Diablo, alborotaba los cafetines de Millán. Se metía en los cuartitos de los mataderos. «Amor con dinero se paga», le dijo.

«Mira si crió cuervos el curita», se reía Matos del muchacho.

Con los años, ya muerto Don Julio, el gran maestro, Cancel el Loco está más arrebatado. Lleva quince años o más ligando las nenas en la Rabell Cabrero. En la Plaza predica ya los piropos, no los salmos. Siempre con elegancia, aunque lo púdico apenas sobrevive en la dignidad de lo trajeado. El pudor es la epidermis del alma, pero el alma la trae ya desbraguetada. Es mejor dejarlo solo. Siempre piensa en la hermosura de las niñas y en los poemas que a ellas que hay que decir para halagarlas.

Son las doce del mediodía. Va rumbo a la escuela.

Le dijeron que ni se asome. Que si vuelve a mostrar el pudendo se le va arrestar por faltas a la moral. Se hará sin miramientos.

Huele su traje a sudor viejo, alcohol rancio. Ya trae los calzones cagados. El ni cuenta se da. Quiere echar bendiciones. En su mente sólo cuenta el evangelio. Ha visto a Dios en una trigüeña que tiende un andarcito sandunguero.

Noviembre 2005

Del libro «El corazón del monstruo»

*

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