Cuentos y Leyendas histórico-eróticas
de Carlos López Dzur
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Carlos López Dzur

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Obra Literaria
de Carlos López Dzur

Los tipos folclóricos del Pepino y la cultura popular e histórica

Carlos López Dzur

CAL

Comebacas y Tiznaos

Pepino /Cartas

Tipos folclóricos

Gaitiana

Bibliografía

Crucito

$365 a la mano

El guabá

El filósofo machista

Meditar el ser

Homenaje a Hebe

Letralia

Jacinta

Las esfinges

Lo idílico

Tus piernas

El vacío

La casa donde llegas

El hombre extendido (1)

Las prostitutas

A Merecedes / Apartamentos prestados

Te comprendo cuando chozpas

Santa Necesidad

Consolaciones de Agar

¿Quién habitará el canto?

Nuevo paradigma

Bíos

La mujer está aquí

El caldero

Cingulum

La última fase

Kaddish

En la muerte de Chato, mi hermano

Los peces

Bendición de la zorreada

Drácula

La muerte

El hombre quieto y pobre

Destinación

Antología / Heideggerianas

Elegía a mi madre

A una madre joven

Behaviorismo

La fruta saboreada

Los poetas

Ondas / Vibras

El mercader

Marco Antonio y Cleopatra

Sobre Jaime Sabines

Los parásitos

La sustancia

RELIM

Mondo de Kronhela

Listado de autores

Taller

Index

Interview

Biografía

Las goteras

Evaristo y la Trevi

El joven que hablaba solo

Lot y el esquizoide

Memoria del ultraje de Floris

La casa de los perversos

El filósofo machista

Consejos kantianos para el flaco

El guabá

El muerto

Crucito el feo

$365 a la mano

El rapto charro

Selena

El espejo de los pecadores

Lord Byron y Ammón

La ninfa y el arrecife

La bruja de la Torre

Megillah de la ovación

Enlaces

Antología (1)

Antología(2)

La sustancia

Detalles de amor y deseo

Desocultamiento

Marco Antonio y Cleopatra

Homenaje a las tortas

La noche de la maya

Homenaje a Hebe

Antología (3)

Antología (4)

Antología (5)

Antología (6)

Antología (7)

Antología (8)

Antología / La familia

Erotismo

Anthology

Poemas a Afganistán (1)

Poemas a Afganistán (3)

El hombre extendido (4)

El hombre extendido (5)

El hombre extendido (6)

Padre Nuestro

# 113 / Oir es (EHE)

El regreso del héroe

Oyéndola / de Tantralia

# 112 / Te fundaré los ojos (EHE)

# 114 / Por algo hice la córnea (EHE)

# 118 / La madre (EHE)

Yo sé que los ríos cantan

# 119 / La pera que no se pide al olmo (EHE)

# 120 / A Mercedes Carreño (EHE)

# 102 / Voy a crear al hombre (EHE)

# 104 / Fabricaré a la mujer (EHE)

# 107 / El amor vibrante de las cosas (EHE)

# 108 / El tímpano (EHE)

# 109 / Nada está en silencio (EHE)

# 110 / La escalera vestibular (EHE)

Voy a crear al hombre

A los POWs

Los condecorados

La caída

Las hienas

Los taimados

Diga yo

La guerra

Terrorismo (2)

Los obedientes

Los lobos

Los días

Frags. del 17 al 21

Texto #49

Fisiología de la excitación

La deuda (EHE)

Para meditar al ser / De Heideggerianas

Blandón indefinible / de Tantralia

Yo no sé que es hermosura

¡Me gustas cómo te mueves! (1)

# 58 (EHE)

¡Me gustas cómo te mueves! (2)

Soy tu amante (1)

El regreso del héroe

Amor In Mundus (2)

Homenaje a Pan

Privacidad (1)

Privacidad (2)

A unos ojos (112 al 115)

A las madres
de El Hombre Extendido

Fluidez del canto...

Los filósofos del agua

Todos los poetas son judíos

Nihilismo nocturno

Ritmo

La playa

La playa es mi resurrección

Como sátiro entre limos

Y no se cansó jamás

Lo irremisible

Esta gloria cavernaria

Biografía / Críticas

Comprar novela "Simposio de Tlacuilos" (Editorial Nuevo Espacio), 238 páginas: $13.95

San Sebastián del Pepino: Convocatoria al estudio de su historia

Monografía 1

Las partidas sediciosas en San Sebastián en 1898 (1)

Las partidas sediciosas en San Sebastián en 1898 (2)

Del autonomismo al anexionismo

La literatura pepiniana y el folclor

Bibliografía

Página de Cardé Serrano / La literatura pepiniana

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Carlos López Dzur

Cuentos


Las goteras


In 1999, 10,396 Americans ages 15 to 19 died by accident, homicide, or suicide: Kids counts Data Book, 2002

¡Que llueva, qué llueva, que se inunde todo! Ya no estoy aquí. Ni allí ni allá. Corrí. Tengo su cuerpo. Me escapé con ella. Marisol me espera. Salté sobre las bardas que el barrio impuso. Odié sus sentidos: lo baboso, lo que es pedo, lo que es mugre prosaica.

¡Qué importa otra amenaza hecha para rayar mis hígados! Diluvio, cúmplete al fin. No hagas a Dios pendejo ni a Noé... Ya mis hígados, mis riñones, son dos piedras, pintarrajeadas como los muros que cercan el cantón. ¡Qué se derrame la última copa, que caiga sobre ellos el amargo orujo!

¡Que se desplome el combo cielo y sus tejas de sótano pudrido! ¡Evadí la modorra de esta rutina de garata y desaliento! porque vestíamos chuecamente sobre la gacha calaca un camisón de asco y aún no me gustaba, no. Endurecer alma y huesos con amor, de ella y yo, tan separados, fue el ideal y no fue posible allí, en su casa y ni en la mía. Ni un mutuo villancico, con tibio olor a alconfor, nos dieron cuando más lo pedimos.

¡Ladren y griten como sepan, jódanse, a la chingada; pero sin nosotros! Yo me llevé su entrega, los relámpagos que reventaron en su talle cuando la abracé y tuve. Al fin, conocimos el amor y nos sudamos uno al otro, como si tuviésemos fuego y no la sucia humedad de estas cloacas. Ahora me sobrarán sus labios dulces y sus pálpitos tiernos. Unimos nuestros miedos y carencias para ser más valientes.

¡Que nos esparza la corriente muy lejos! ¡Que ni se molesten en hallarnos y decir: enterremos sus cadáveres!

Marisol cumplió 16 años apenas. En su casa, hay un velorio en su recuerdo. Nada habrá más noble y bello que ella; aún en la muerte, que es mi paraíso. El agua más salada de la mar me pareció tan dulc, al ser tragada. La más fría corriente, tan cálida, porque yo la abrazaba y ella era una ola deliciosa, y juntos como olas nos perdimos...

Esa tarde La Chuca fue por el pago de la renta, y dijo:

Le acompaño en su pena...

Quizás habría tenido yo, por ventana, otros ojos de mujer, sólo que el paisaje de la espuma de la mar que formó a la Afrodita venusina, hizo una para mí. Con mi edad y con mis fantasías, y mi novia se llamaría Marisol. Elegimos la misma playa y olvidamos que, en su casa, la gotera que fue suya, fue peor que la mía. ¡Ah, Dios! ¿Por qué hicíste la lluvia más pobre para el pobre?

Sin darnos cuenta, nuestras casas se volvieron otro cañocal fuera de cauce. Pensé que ella se llenaría de odio y de mugre. ¡Perdón! No del todo. Me amó. Mientras la llenaba de besos, le propuse: ¡Vayamos a la playa! ¡Olvidemos el destino de cochambre, estas casas y estos barrios marcados por pandillas y verbos crueles! Un mutuo deseo de no volver se nos metió en el corazón y ella dijo: ¡Sí, sí, vámanos lejos!

Seguro que, por dinero, nos estuvieron esperando.

Ayer llovió muchísimo. Se predijo tormenta al acecho. Entre las endijas del techo, un ejército de gotas de agua se filtró a la húmeda quejumbre y con más pánico que la reciente balacera. La alfombra (sobre la cual mi padre dormía sus borracheras) se mojó hasta pudrirse a la vista de mi jefa.

Ella disparaba su metralleta de dragón sonoro. Se le hinchó el cuello de ira y una batea de babas, que yo repugno, estuvo bajo su quijada para recoger la pólvora de su garganta de pura dinamita impía. Mi madre es gorda como un chile campana y yo la quiero, cuando no la veo ni la oigo ni la siento...

¡He llegado a odiar todos mis sentidos! Cuando repica y repica, me ensordece...

Ahora dice que me llora, pero, al no ver que yo llegara, con mis mínimos dólares a la mano, dijo que soy mal hijo, desagradecido, un chucho putejo que se va tras su morrita, u otras vagas, sabe Dios con qué vicios, y a culiar como animales. Yo había dejado la escuela por aprender el mugre oficio de la mecánica y los engrases.

Como mi piel que conoce al jabón que forma espuma, conozco yo que su alma es menos cosecha de granos que de pajas. Hay que oírla para odiarla y yo me sé sus cuentos punto en boca: América es la tierra del progreso y no echamos pa'lante, mugre suerte. Ay, que tu padre no trabaja; ay, que este barrio lleno de envidias y ladrones; ay, mugre vida que vivimos... y si esa rucaila maldita que dio calcio a mis huesos y me puso su pezón en la boca para quitarme el pulgar de la sed de consuelo, ay esa vieja, valemadre, si se callara, me alimentaría más sanamente que todo refín que echa a mi plato. La mar y sol se habrían mudado conmigo hace mil siglos si yo hubiese acertado a escuchar menos a ella que al silencio. Mas no fue posible.

Suspendidos como gotas de lluvia que no acaba de caer, fueron mis días. ¡Qué pesadez, combez de muecas y el plafón, llantén de nuestras caras ya no soportaba otro mojón encabronado! En las habitaciones, la palabra mugre ha sido mi número, convocatoria sórdida de una loteria a la que no juego y, aún jugando, nunca se gana! Se agasajó con gritos de oquis cada uno de mis momentos, oir es una condena y para que cada gota caída, su rito de baba bombardeada, sonara para mi desconcierto, estas orejas han sido radares sensitivos, que yo devolvería al que fabrica musgos y setas venenosas.

Odio mi olfato. Yo sí me repugno, me retuerzo con cada latido de culantro, con cada olor de pedo lastimero. Mugre es la palabra favorita de mi madre. Déjate de babosadas es el único recurso con que mi jefe protesta. Mugre casa, dice ella, pinche cantina, añadía cuando lo miraba con náuseas. El llega borracho cuando se le pega la gana, al cantío del gusto, y vomita fuera por no molestarla. Mugres cacerolas, pinches frijoles, mugre vecindario, pinche familia que somos.

Así se pasan las horas y días, días y ollas, y yo en el medio, con el puñal atravesado, con una agonía de decepciones, queriéndolos y odiándolos, preocupado por añadir mi propio chivo para que ellos coman y se atrevan a decir, a mi cuenta, al menos, una vez al año siquiera: Gracias.

Olvídalo, falta gratitud bajo este techo. También mis ojos me condenaron a no ver una sonrisa, ni perdida.

Antes de que Marisol y yo nos largáramos, supe que a la siguiente mañana sería el día en que, como de costumbre, vendría la rentera. ¡Ojalá se pudiera pagar en mugre, o en pinches quejas! O en cagadas de punto en boca -porque nos levantamos y acostamos con profanidades, con galas por hacer la palabra pendejo la perfección del día. Y yo no tenía lana... O más bien, me había cansado de pagar por tan poco.

Pancho del Rancho es el filósofo de mi padre. Se buscó un estúpido pendejo por maestro y seríamos víctimas de cualquier babosada que nos endilgara el primer necio en la radio que nos vea la costuras y se dote del deseo de ser el rendentor de nuestras vidas... Así los días de rentas y cobros llegan y se van, y el pancho bien sintonizado y éramos cada vez más pobres, tres almas que vivimos aquí como en la charca de las maldiciones y el hedor de los lamentos. Sólo que la nueva radio nos halló en el aire como mensos y no cesaría de anunciar que somos unos piojos en el maravilloso mundo de avelar.

La Chuca, que se cree gabacha, según mi madre, había sido feliz porque pagamos, sea como sea, por esta pocilga, techo y habitaciones en el edén de la piojambre. ¡Pero ya no más! Que pague mi madre con sus maldiciones y el jefe con su peda y vómitos frente a la puerta. Esta vez no doy un centavo más por ser un inquilino de la cloaca. Llevaré a la mar y al sol todo lo que tenga. La corriente estará furiosa en nuestra calle. ¡Que llueva, que se limpie el mundo, que venga el naufragio cósmico, el Diluvio!

En nuestro patio, el barrio había comenzado a ser lápida, viacrucis, infierno... Frente a la mata de jitomate, aquella que está allí, llena de hormigas, todavía se recogen las balas. Dos años atrás, mi única hermana murió herida de un proyectil de metralleta; ahí mismo, donde se antoja que crezca el jitomate.

Aquí agredimos cada espacio de onda audible en que quepa una palabra o una buenaventuranza... y la neta: la mugre del alma (si es que existe) y la sangre de los cuerpecitos inocentes sustituyen una mirringa de magnitud a la que convenga el silencio o la ternura. O el amago de ambas cosas. Nadie dijo que me ama, a no ser Marisol. Nadie canta. Nada es dulce ni esperanzador. Nada me obliga a querer lo que ya conocí.

El tedio se atora a cada paso y me agüito, ¿cómo no? Mi novia siente igual que yo. Un deseo de ir hacia... otro mundo, al cielo inefable... más allá de las goteras y del altar al jitomate, donde las semillas son balas, o un torpedo que lastima.

A pesar de todo, en una absurda güeva, las imágenes son difíciles de fraguar. En este estado, uno oye a los ángeles; encaprichado por dar a ellos la cara de una chava conocida, a Marisol la veo desfigurada por un poco de mis lágrimas, sumo a las suyas y las ilusiones frustradas. Por esta razón, no la conozco del todo; sino que la silueta de su cuerpo es mágica y el peso de sus nalgas, las redondeces más tibias que mi vientre ha conocido. Invoco su boca, dulce y tímida, y la pulpa rizosa que mi mano ha escarbado, como si quisiera yo meter mis dedos en una alforja, o morral de dichas prohibidas y prometidas, que sólo a una escuincla se ha dado a guardar. Ella está más allá de los argüendes de una pinche bellacada; pero yo vivo con demasiada prisa... Y, aún así, vamos a la muerte sin caminos.

En el McDonald's, donde ella trabaja, su padre le hizo una escena cuando le dijeron que noviaba conmigo. El cabrón estaba borracho y le manoteó la cara y le dijo resbalosa, putilla, mala hija... delante de la gente y de eso hará unos días, como si fuera hoy... y sólo vino a mi casa a decir: ¡Yo quiero morir, yo quiero morir! Estaba embarazada y, yo en miseria, lo mismo que sus padres.

Yo me arrepentí de husmear, en su rajita de vírgen, y clavar mi boca a esa gruta, donde mana miel de las peñas del deseo. Y, aunque nadie nos ha visto tan sedientos de dulzura, yo sufrí con ese manotazo al rostro de los ángeles, si es que los hay. Mucho más arrepentido dije yo, antes que ella lo dijera: ¡Me gustaría estar muerto; pero no me gustaría dejarte!

Y si el amor no para mieces a los pedos y a las palabras cochinas de piojos en cloacas, temo que tampoco da caminos fáciles. No es cómplice de este apego al fango y al gotear del malvivir.

Al menos, a unas horas de su osote, ví al viejo llorar como si la hubiera matado, al ofenderla. Escuché, al ella regresar a casa y vernos, la lengua de mi madre, quien es todavía una culebra en mis paredes, una viuda negra, venenosa; total que le dijíste lo que no debíste, qué puta suerte, que te pegó tu padre... Querías un pedacito de alfombra, pero a mi lado...

¡Tan mala y mezquina que ni ese espacio permitió! Negó a ella la protección de una noche en la casa porque su padre podía volver a pegarle y lo temía.

¡Pues no cuentes con mi renta, carajo!

Esta copa de hiel hoy se desborda. Si es mucho o es poco lo que he dado al gasto, ya no coopero más para que haya techo y alfombra. Después de todo, el mundo que dejamos hiede a mugre... Si dejé la escuela por mi chamba por ellos lo hice. Ahorita que se quejen de mí, me vale...

Que el único horno con brasas sea amor, Marisol, mi morrita, y su única piel, esa tortilla... y mi único placer su boca y adivinar su silueta, sus nalgas con redondez encantadora... Yo no sé que pasará con nuestras vidas.

¡Vámonos! No dormiremos sobre la alfombra de lodo, ni resbalaremos sobre la agresión y el miedo que ellos escupen. No quiero oír más centellas de voces oscuras, roncas, sucias y maldicientes... Aunque vayamos solos y desnudos, ¡seguro que serán las sales de las olas más dulces!

A la casa de ella cortaron el teléfono y la luz. Nos van a cortar el agua, dijo Marisol.

Bueno, tu padre hiede a rayo. Es otro briago como el mío, dije. También en su casa había goteras: chispitas de menosprecio, cayendo y goteando, cayendo y goteando, cotidianamente, hasta colmar el corazón tan delicado que ella tenía.

La Chuca se enteró primero que mis padres que nos llevó una ola gigantesca hacia otro cielo.

Murieron juntos, dijo y agregó:

Les acompaño en la pena... y, por casualidad, ¿dejó el morrito, entre sus cosas, el abonito de la renta?

Santa Ana, Octubre 1987

Carlos A. López Dzur

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