13 monografías sobre San Sebastián del Pepino / por Carlos López Dzur
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Orígenes del Pepinito

(Marcadas con astericos (*) aquellas familias que pueden considerarse familias «fundadoras». Esta es una versión revisada del artículo del mismo nombre que fue colocado en mis websites Trece monografías históricas sobre San Sebastián del Pepino en 1995).

El primer vecindario de colonos fue descrito por Fray Iñigo Abbad en 1788, en términos del Partido del Pepino, con extensión territorial de 24 leguas cuadradas aproximadamente (una legua equivale a 3 millas; o 5572. 7 metros), dispuestas como 4 y media lenguas de Norte a Sur y 6 lenguas de Este a Oeste. El poblado fue llamado también Pepinito por ubicarse sobre un monte pequeño y achatado en medio del valle cubierto de lomas calizas. [1]

El Dr. Rafael Picó describió la posición geográfica y regional de la aldehuela, en su libro Geografía de Puerto Rico:

Hacia el interior la topografía se hace más irregular. El terreno está cubierto por centenares de lomas calizas de forma especial, llamadas mogotes o pepinos, y de depresiones en forma de embudos, llamadas sumideros o colinas, que se extienden desde Aguadilla y el valle del río Culebrinas hasta el valle del río Arecibo. [2]

Pepinito se fundó en medio de la gran frustración de las autoridades coloniales con el régimen agrario-feudalista y la representación política en base a estatamentos (la nobleza, el clero y estado llano), es decir, sin representación proporcional a la demografía. [3]

En la isla, las cartas pueblas, las tierras más feraces y permisos de fundación de nuevos pueblos se concedieron en muchísimas ocasiones a aristócratas ausentistas, que adquirieron tales tierras como premio a servicios políticos a la Corona.

Desafortunadamente, tales hatos quedaban realengos, o desatendidos por sus dueños, es decir, aquellos hidalgos y exfuncionarios que los obtuvieron por concesión real. El principal caso, en Pepino, fue el del Duque de Mahon-Crillon.

Para fines de investigación y acceso documental, Puerto Rico fue parte del Virreinato de la Nueva España de 1534 a 1821. De 1509 a 1526, perteneció a la Audiencia Judicial de Santo Domingo, del Virreinato de Santo Domingo. En 1782, la isla de Puerto Rico se convirtió en Intendencia del Virreinato de Nueva España. Este es el por qué la historia puertorriqueña se vincula a la de México.

La autorización para fundar este pueblo data de 1752 y el capitán poblador fue Cristóbal González de la Cruz(¿y Mirabal?) La fundación de la primera Parroquia Católica, [4] en 1759, indicaría que, tras 7 años de labor colonizadora e intenso trabajo, entre los nuevos parroquianos y la vieja gente de campo, habrían unas sólidas miras de fructíficar en la zona, originando la rentabilidad y el crecimiento socialdemográfico. Es decir, se materializó menos indolencia que trabajo.

Empero, mientras F. Abbad y O'Really especulaban falazmente que la gente, en casi toda la isla, sería "de, por sí muy desidiosa y sin sujección alguna por parte del gobierno" [5] y que, por tal razón, se rehuyeron la alternativa de las milicias y la vida religiosa y moral, manifestándose una repulsión al trabajo, la verdad fue que mucha de tal gente (menospreciada por ellos) escaparía de las costas y puertos, yendo hacia los campos a fin de criar hatos de ganado vacuno y de cerda.

Adquirieran o no, las cartas puebla que, seguramente, los candidatos de solvencia o de abolengo las obtendrían más fácilmente, los inmigrantes iniciales, ya acostumbrados a las labores del agro, fundaron los campos y barrios de la isla. Los vecinos de asentamientos mayores, que ya habían sido declarados villas o ciudades oficialmente, consolidarían a lo que devendrían como sectores urbanos, todos siempre en vela para, progresivamente, insertarse en la economía agrícola y de comercio interno básico.

Al estudiarse documentos de pueblos con mayor antiguedad que Pepinito (por ejemplo, Aguada, fundado en 1692, Añasco, f. 1728, Utuado, f. 1739 y aún Lares, siendo su fundación formal más tardía que la de Pepinito), se observa una tendencia de peones, esclavos y arrimados de informar a los amos de las haciendas, a sus contratantes, que su localidad de procedencia sería Pepinito. Las primeras generaciones de pepinianos tendían a buscar empleo fijo en los pueblos cercanos, donde hubiese una demanda de peonaje. Es decir, uno o más hacendados poderosos o bien establecidos. Esto representaba una garantía de sobrevivencia para la familia sin tierra, sin herramientas y sin capitales. Para esta gente pionera y, ciertamente, los más pobres, los pueblos a elegir eran pocos, los mencionados.

Desde el Partido del Pepino incipiente se abrieron los caminos a las zonas de espesura y bosques que vendrían a ser los pueblos limítrofes, dándose entre sus nombres Camino de Añasco, como el predominante, "a Lariz" y "a la Aguada" como los más antiguos, Camino de La Moca (para 1774) y a Utuado, como el que más trabajo brindaba a los desempleados una vez se agotó la caza y la demanda de artesanía por haber sido tan precarias industrias en El Pepino. En el año 1769, se tenían registradas al menos 110 estancias, dedicadas a la ganadería y al cultivo de subsistencia en el pueblo de Utuado.

La práctica más vieja y sustentada fue que los permisos de fundación se concedieron a los viejos Capitanes de Milicias Voluntarias o Disciplinadas, a párrocos (e.g., Martínez de Oneca, a quien se ha señalado en distintas fuentes como el Capitán Poblador de Pepino), exfuncionarios ultramarinos y peninsulares con cierta prominencia o peculio. La práctica se ejemplificó con los casos del adyacente pueblo de Camuy, que durante los albores del Siglo XVIII, fue el hato concedido a Antonio de Matos y con Amador de Lariz, quien echó los cimientos de una primera hacienda en lo que fue llamado el Sitio de Lares.

La villa de Aguada, por su ubicación, proveyó el principal puerto de entrada de peninsulares y extranjeros a la aldea del Pepino y a los suburbios rurales. Antes de cuajarse com tales, los barrios fueron haciendas, de mediano tamaño o pequeñas fincas, trabajadas por las familias, sin suficiente recursos para hacer contrataciones. Se prefería una familia grande, con predominio de varones, para compensar la falta de peonaje y la mítica idea de la debilidad de la mujer para las faenas. Sin embargo, a menos que la mujer se hubiese educado, desde la cuna, como señoritas de la casa, la campesina realizaba labores de ordeño, alimentación de aves y cerdos, además de las labores domésticas consabidas: preparación de alimentos, costura, lavado de ropa y limpieza de la casa, entre otras tantas.

Como se sospechara por los cronistas, hubo sobradas razones para la impopularidad de la vida marinera. El área del Caribe como nido de piratas y corsarios fue un contexto de preocupaciones y avatares para los puertorriqueños de los pasados siglos. Los antecedentes de esta realidad histórica, muy poco romántica entonces, datan de los mediados de 1600. "Throughout history pirates have terrorized the world's seas. The 1600's and early 1700's were known as the Golden Age of Piracy". [6]

No sería asunto de cobardía ni tampoco desamor a España que muchos pobladores de la isla, que habían sido grumetes, marineros o polizontes, desertaran y buscaran el refugio de una isla como Puerto Rico, otrora rica y bien fortificada para su protección militar, según las noticias que se conocían en España. [7]

El hecho de que el comercio entre América y España estaba dificultado por los piratas, es decir, filibusteros y corsarios que trabajaban para beneficio propio o para la corona de otros reinos como Inglaterra, hacía de todo buque español que se aventuraba a atravesar la mar, en uno u otro sentido, un blanco de ataque por bandas de saqueadores de Inglaterra, Francia, Holanda y otros marinos del mundo. Si escapaba de unos, habría de caer en manos de otros y esto significaba la muerte de toda la tripulación y por supuesto la pérdida de la carga.

En la época, las torturas eran consabidas:

The pirates had several ways to punish captives. One torture was to tie the victim in ropes and drag his body along the barnacles on the bottom of the boat. Another way was to maroon people. It may seem like a mild punishment, but it was not. Sailors were left on islands populated by dangerous or cannibalistic natives and were given little or no food, supplies, or water. Yet another way consisted of cutting open the captives chest and nailing one end of the chest to the floor of the ship. The prisoner was then forced to dance until all off his guts had fallen out. A common form of torture was flogging. The whip usually used was a particularly vicious type called the Cat-O-Nine Tails. It was a whip frayed at the end into nine seperate strings.Finally, the most simple punishment was to throw the prisoner off the ship. [8]

Por situación tan peligrosa, España dispuso de dos flotas de guerra, que cada seis meses salían de Cádiz dando convoy a todos los barcos de comercio que llevaban mercadería a América y a los que iban a retornar de sus colonias con valores y frutos. Las dos flotas marchaban juntas hasta la isla de Santo Domingo. Una se llamaba Flota de Tierra Firme y la otra Flota de la Nueva España. La de tierra firme desembarcaba en Portobelo, costa de Panamá, todo el surtido del Perú. Este surtido pasaba de allí al Callao, del Callao al Alto Perú, y entraba mas tarde en la Provincia del Tucumán. De allí se llevaba a Córdoba y luego a Buenos Aires.

En medio de sus temores y pobrezas, muchos puertorriqueños estaban muy concientes de cómo se tendrían que enfrentar los desafíos de la vida comercial por mar. Los ataques más feroces de los piratas contras villas puertorriqueñas se dieron en 1528 (San Germán), en 1595 (el incendio de la ciudad de San Juan por Francis Drake), en 1625 (ataque de Belduino Enrico y el nuevo incendio de la capital), en 1702 (ataque inglés a la villa de Arecibo) y en 1797, cuando 7,000 tropas inglesas y 64 buques de guerra, comandados por el General Ralph Abercromby, atacaron San Juan, nuevamente. [9]

Este último ataque dio a los puertorriqueños una idea definitiva sobre la dimensión de la piratería durante aquellos años, la vulnerabilidad de la isla y los riesgos que conlleva el comercio exterior y la vida militar. Pepinito tenía 42 años de haberse fundado cuando una delegación, presidida por el Teniente General Alejandro O' Reilly, investigaba el contrabando y el mercado negro en la isla, por comisión de la Corona. La visita sirvió para dar noticias sobre la exigua población de la isla (del informe de O' Reilly data el primer censo de pepinianos) y para promover en España la necesidad de repartos de tierra baldía, pretensión que caería en oídos sordos. [10]

El puertorriqueño comprendía ciertos hechos que no se presentaban tan claros a los funcionarios conservadores y corruptos que pululaban por las Cortes Españolas y, localmente, en La Fortaleza. El típico funcionario español consideraba una traición el desinterés mostrado por los criollos ante la alternativa de enlistarse en el servicio militar. Este no entendió que, materializada una agresión (como las ya ejecutadas por corsarios) el patriotismo y amor al terruño unía a los borincanos, inspirándoles el vigor insospechado por la defensa, con uñas y dientes, de la integridad del lar nativo. Por otra parte, entre los criollos, la milicia española se asociaba a otra cosa, a la prepotencia peninsular y al rezago de los criollos en la ostentación de cargos públicos.

Juzgar como dóciles e indolentes a los criollos fue una flagrante petulancia de funcionarios que se ampararon en la desigualdad de posición social y poder, que creaba la sociedad colonial. Si el natural de la isla, como se decía eufemísticamente para aludir al mestizo con sangre indígena o al mulato (por su cruce con esclavos), fue dócil y «desapegado al trabajo y toda empresa» (O' Reilly), ¿por qué es la historia de los gobernadores coloniales una sucesión de coroneles obsesionados con las conspiraciones locales y el intenso contrabando y trato de criollos con los vecinos piratas del Caribe? ¿No fue tal preocupación la que trajo al Teniente O' Reilly como evaluador a la isla? Del mismo modo que los utuadeños, para los pepinianos, comerciar con los piratas fueron «quizás la única manera de obtener herramientas y otros bienes que, de otra forma, no entraban a Puerto Rico o eran de mala calidad» (Angel Ortiz).

En la historia privada de la familia Prat-Vélez, de Mirabales, hay testimonios significativos sobre el patriarca Manual Prat en tareas de disuadir a su hijo mayor (Edelmiro Prat Vélez) de enlistarse en el servicio militar, o cursar tal carrera. Le dijo que si quería ser útil a la Mare Patria que se hiciera médico, que más se lo agradecería el país, que está lleno de anemia y de bubas (sic.). Y también se recordó cómo, en la misma familia, uno de ellos (Luis Prat, o Prats) que se hizo capitán del ejército recibió maldiciones (entre los suyos) el día que se fue a San Juan. También se alegaba que Manuel Prat y Paché Vélez trataban con piratas y esclavistas de Jamaica y Haití, desafiando grandes penalidades impuestas por el gobierno español, ya que el tráfico de esclavos había sido abolido por España en 1820. [11]

Puerto Rico no fue reconocido como provincia ultramarina, con el derecho a enviar un delegado o representante a las Cortes del Reino hasta 1809 y en el reconocimiento influyó la invasión napoleónica a España. Un gobierno metropolítico, estructuralmente antidemocrático, no podía solicitar hombres de armas sino por virtud de imposición. En el hogar del criollo se evitaba, en cuanto fuese posible, dar carrera militar a los hijos y verse sujeto a servidumbre involuntaria. Para una España, burocráticamente insensitiva, las vidas de los criollos tenía un valor instrumental y pragmático, no sentimental. Los hijos criollos eran, resuelta y acumulativamente, mano de obra, peonaje de su imperio.

Al llegar a América, los nacidos en España, con alguna educación formal, nunca perdieron la esperanza de tener esclavos, crecer en movilidad social y sustraerse de la costumbre de prohijar una prole que ser1a condenada a ser peones del jefe de una familia propia y ajena. A la menor oportunidad, ellos buscaban oficio en el comercio, como ventorrilleros o viajantes. Especulaban con el tráfico de esclavos; aprendían oficios menos pesados que la agricultura, por ejemplo, notarías, sastrería, artesanías de paja y cuero y, en último caso, el servicio religioso y las milicias. Acostumbrados a la paz del campo, su bucólica sensualidad y paliques, pese al duro trabajo que realizaban para medrar económicamente, el criollo consideró que la milicia ofrecía muy pocos estímulos. Hablar sobre la política españolas era más divertido desde un batey, o una hamaca, disfrutando de un cigarro o buches de café prieto. Es muy posible que, a pesar de haber constituído una aldea urbana, Pepino no formalizara un cabildo ordinario regular sino tardíamente. Si es cierta una afirmación de D. Dolores Prat quien dijo "hubo un tiempo en que no había más alcalde que loa ricos de los barrios" (sic.) y, por ello alegara, que en el Mirabales de 1800, «el único con autoridad fue Josep Vélez» (sic) y después el mayor de los hijos de éste, Francisco José ("Paché"), la posibilidad de una autoridad civil señalaría al hecho de que los alcaldes de barrios fueron predominantes y su ejercicio público aún anterior al desempeñado por los regidores. En este caso, se trataría de una concesión de poder espontánea y autolegislada por la comunidad hacendataria. Los hacendados mirabaleños José y Miguel González de Mirabal —de hecho, los protectores de Josep Vélez, inmigrante catalán de Vinarós y quien recibió tierras de ellos «sin renta ni pago, antes de que el pueblo fuera pueblo» (D. Prat)—, se documentan como los primeros alcaldes ordinarios; pero no se han hallado los nombres de sus regidores.

Según opinión de J. N. Oronoz Font, la familia González de Mirabal, exploradores pioneros de este barrio, fueron "hidalgos poderosos". Es muy probable que fungieran como Tenientes a Guerra, o de Justicia Mayor, sin la existencia de un cabildo y sin una Casa del Rey siquiera construída, ya que tal cosa fue común. Un teniente de este tipo si tenía vínculos con un Gobernador de provincia, o si se convertía en su representante, tenía la autoridad de intervenir y votar en los asuntos de una aldea, aún no siendo oficiales de cabildo alguno. De todos modos, lo que faltan son las verificaciones documentales acerca de cómo funcionó la estructura político-jurídica local en los primeros 50 años de historia del Pepino.

Para el jíbaro, entender la política de España se hizo cada vez más enredoso y de las pocas cosas que produjeron algún entusiasmo unas fueron la victoria de los españoles sobre Napoleón y, más importante aún, la elección de Ramón Power y Giralt (1810) como delegado a España. El puso la casa en orden y su legislación para la isla fue beneficiosa. También vale mencionarse el precario triunfo de la Constitución de 1812, la que concedió a los puertorriqueños una ciudadanía condicional. Si antes de la concesión de esta ciudadanía condicional había que ser peninsular, con limpieza de sangre y cierta renta, para ejercer con derechos una participación, ¿cuántos fueron antes de 1812 los que calificarían como clase política activa?

Elegir a sus primeros Alcaldes Constitucionales fue motivo de algunas fiestas en pueblos puertorriqueños. Pepino no fue la excepción. La Casa del Rey se construyó en 1808, en gesto que fue señal de cierta premura para organizar políticamente a un pueblo que estuvo desarticulado y apático ante los asuntos de España, más interesado en sus asuntos de sobrevivencia.

Las razones para que esto fuese así van a los antedentes mismos de la Revolución del 2 de Mayo de 1808, en España, durante el reinado de Carlos IV, el proceso reformador y liberal que crea la Constitución de 1812 (o de Cádiz) y que fracasa con la negativa del rey Fernando VII a jurarla. Esto dejaría casi intacto el absolutismo, patrocinaría la persecución y condena de los militantes liberales españoles y, al final de su regencia, una ambivalencia ideológica interna, dentro y fuera de las Cortes.

Pepinito tuvo varios Alcaldes Ordinarios y un primer Cabildo; pero aún queda por determinar, y esto por causa de insuficiencia de documentos, quiénes fueron, o sea la mayor parte de los nombres de sus funcionarios y los periodos a los que correspondió la gestión. Por desgracia, San Sebastián del Pepino es uno de los pueblos que más sufrió con las pérdidas documentales, cualquiera que hayan sido las razones. En el A.G.H.P.R., los fondos históricos sobre el Pepino anteriores al año de 1800 brillan por su ausencia. Se valdría, empero, hacer más investigación sobre los primeros 48 años de la vida municipal de este pueblo.

Por lo general, durante el periodo colonial, el cabildo constituyó la unidad de gobierno local y constituyó, en su estructura, versión modificada que seguía pautas provenientes del modelo de leyes para las ciudades romanas. Las ciudades fueron consideradas por los hispanolatinos de primordial importencia y a una villa urbana se subordinaba directamente sus alrededores rurales. De más reciente parentezco, el cabildo como unidad y modelo gubernativo fue la reminiscencia de la praxis de pueblos castellanos de la Edad Media. Sus alcaldes ordinarios ("magistrates"), junto a los regidores ("concejales") y el corregidor, designado por el Rey, gozaban de prestigio y poder significativo.

Los cabildos puertorriqueños tenía un pequeño número de funcionarios. Los de ciudades importantes podían llegar a constituirse hasta con 12 miembros. Las funciones de un cabildo, grande o pequeño, solían ser las mismas: asuntos de vigilancia policíaca, sanidad, supervisión de obras públicas, regulación de precios y salarios, pesos y medidas y administración de la justicia. Un cabildo formal podía hacer nombramiento de ayudantes 12 para cumplir con sus responsabilidades, por ejemplo, recaudadores de impuestos, inspectores de pesas y medidas y oficiales de fiscalización de mercados, así como comisarios de barrio.

Notas bibliográficas

[1] Raúl Hernández Vélez, San Sebastián en el siglo XIX (Universidad de Puerto Rico, Río Piedras, 1970), monografía; y Fray Iñigo Abbad y Lassiera, Historia geográfica, civil y natural de la isla de San Juan de Puerto Rico (Edición Acosta, San Juan, 1966). En este trabajo suyo, en 1788, se censó el vecindario de El Pepino, contándose 190 familias, con 1,053 vecinos. El sector urbano constaba de 17 casas alrededor de la Iglesia, según Abbad.

En la actualidad, San Sebastián de las Vegas del Pepino, con sus 24 barrios, es un municipio del oeste de la isla de Puerto Rico. Confina con Isabela y Quebradillas, al norte; con Las Marías, al sur; con Lares al Este y con Moca y Añasco, por el Oeste.

Según el Censo de 1990, contaría con 38,700 habitantes, 6,000 de ellos en el sector urbano, en tal fecha. La densidad poblacional se acrecienta, década tras década, pues, según la proyección demográfica de Junio de 1997, habría 43,989 habitantes que representan 321 residentes por kilómetro cuadrado (830 pepinianos por cada milla cuadrada).

[2] Rafael Picó, Geografía de Puerto Rico (Editorial UPR, Río Piedras, 1954), p. 18. Con referencia a la hidrografía de San Sebastián del Pepino, se informa: «(Pepino) está regado por los ríos Grande de Añasco, que le sirve de limite por el sur con el municipio de Las Marías; Culebrinas, que atraviesa su territorio de este a oeste, y Guajataca, que penetra en su territorio a la altura del limite entre los barrios Juncal y Cibao. Los afluentes del Grande de Añasco que también riegan a San Sebastián son las quebradas Sumaria, Las Cañas, Alto Sano, Caña India y La Mona. Al Culebrinas tributan sus aguas los ríos Juncal, Guatemala, que nace en el barrio Aibonito, y Sonador, que nace en el Calabazas. El Guatemala tiene de afluentes a las quebradas Chicharrones, de la Boca y del Guano; y el Sonador a las llamadas Quintana, del Anón y de las Lajas. Además, al Culebrinas tributan sus aguas las quebradas Grande, Lajas, Collazo, Moralón, Bejuco, Zalla, Salada, otra más de nombre Grande, Loro y El Salto. En el cauce del río Guajataca, entre los barrios Guajataca de Quebradillas y Aibonito de San Sebastián, se forma el lago Guajataca» (Citado de Angel Ortiz, de su Página Virtual Historia de San Sebastián).

[3] Eugenio Fernández Méndez, Crónicas de Puerto Rico (Editorial UPR, Río Piedras, 1969), ps. 18, 316-16, 342.; Ciríaco Pérez Bustamante, Las regiones españolas y la población de América, en; Revista de Indias, Año 2, núm. 6, 1941, y Gabriel A. Puentes, Instituciones políticas y sociales en América y en el actual territorio argentino hasta 1810 (Bs. As.; 1956) p. 209.

[4] Real Cédula al Gobierno de Puerto Rico para que informe sobre la Iglesia de San Sebastián del Pepino, 14 de octubre de 1778, en: A.G.I., Secc. Santo Domingo, legajo 2380 y Carta del Consejo de Indias solicitando informes sobre la petición de José Feliciano González, 16 de noviembre de 1776, A.G.I., Secc. de Santo Domingo, legajo 2283.

[5] Andrés Méndez Liciaga, Boceto histórico del Pepino (Tipografía La Voz de la Patria, Mayagüez, 1925), ps. 2, 9, 28, 84-85 y 117; además, Cayetano Coll y Toste, Boletín Histórico de Puerto Rico, tomo 12, p. 42 y Reseña del estado social, económico e industrial de la isla de Puerto Rico (Imprenta de La Correspondencia, San Juan, 1899), ps. 15, 314-316.

[6] En su libro A History of World Societies (Hougthon Miffing Company, Toronto, 1992), los autores Mckay, Hill and Buckler, explican que la gran plaga del comercio fue la piratería maríima. Tanta era la audacia de los piratas que el gobierno obligó a los navieros a enviar sus barcos en grupos y con escoltas de buques de guerra y que la única industria que se desarrolló en la Nueva España durante el periodo de la colonia fue la textil. Se fabricaban telas de lana y de algodón en talleres llamados obrajes. Generalmente, se empleaba a trabajadores cautivos, presos por algún delito o endeudados con sus patrones. De esa manera era difícil que escaparan a sus duras condiciones de trabajo.

Refiriéndose específicamente a los más antiguos parientes de su familia en el barrio Mirabales, de San Sebastián, mi entrevistada Dolores Prat Prat, y su hija Laura Alicea Prat, viuda de Ortiz, afirmaron durante varias entrevistas, realizadas en su hogar, en diciembre de 1972, que tenían memorias que respaldaban, por tradición oral, acerca de vínculos con la piratería y el tráfico negrero, al parecer, durante el periodo de gobernación de Francisco González Linares que recibiera una queja en tal sentido, procedida por Miguel de la Torre y "limpiada de cuestionable reputación" por gestión del mariscal Juan Prim y Prats, Conde de Reus, según el relato de un expediente en la Sección IX, en la Serie de Santo Domingo, del Ministerio de Estado (que hoy correspondería a Asuntos Exteriores en el Archivo de Indias y que guarda una veintena de legajos sobre Cuba, Puerto Rico, Santo Domingo, Luisiana y la Florida, de 1729 a 1834). Legajos en esta sección proveen "una documentación fundamental para conocer la Cuba de fin siglo, de la Revolución Francesa y de la independencia del continente" (Luis Miguel García Mora) El grueso de la documentación parte de 1785; pero en un addendum del Archivo del General Polavieja, ex-Gobernador de Puerto Príncipe (Haití), entre 502 documentos, vuelve a mencionarse la piratería y el tráfico esclavista en el Caribe, lo mismo que en la Sección XV del Tribunal de Cuentas, donde menciona la petición de Prat en favor de los los vecinos de Cuba, a saber, Vélez Cadafalch y Monse de Prat (sic., posiblemente, refiriendo a Manuel Prat como Monsier De Prat). Los documentos de la Sección XV, del Tribunal de Cuentas, en A.G.I., Sevilla, se fechan entre 1851 y 1887, lo que coincide con los testimonios de la nieta y biznieta de Manuel Prat y Ayats, uno de los aludidos, en el sentido de que partió a Cuba poco antes de 1868, poco después de --- Vélez y su mujer, y que ambos de algún modo eran sospechosos de estarse en contrabando en las antillas.

Al parecer, la acusación la produjo un delator en el Puerto de La Habana y confirma que D. Prat dijera «que mi abuelo tenía amigos y enemigos en todas partes, no sólo aquí en Pepino». También parece ser la razón por las que los miembros de la familia veían tanta peligrosidad y vulnerabilidad en involucrar a sus hijos en viajes, milicia y lo que fue su negocio en alguna etapa de su vida, antes que el Gobernador Prim intercediera por ellos.

Con referencia al asunto, véase además: Entrevistas con Doña Dolores Prat Prat, viuda de Alicea, 10 al 18 de diciembre de 1972. Ella fue la única hija de Eulalia Prat Vélez y Cadafalch (1830-1890), cuyo padre Manuel Prat y sus tíos fueron prósperos hacendados en Mirabales, Cidral y Las Marías. Esta familia se fue yendo a la ruina, desde 1865, al mudarse sus cabecillas a Cuba y, tras la muerte de Edelmiro Prat (1821-1865), por suicidio. Cf. La Ruina de los Prat, en este libro.

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