«Hard times don't worry me, I was broke when it first startet out»: Lonnie Johnson (canción «blue» de los ' 30s)
La historia migratoria de los mexicanos, los asiáticos y otros grupos inmigrantes del Viejo y Nuevo Mundo, proletarizados en los Estados Unidos, antecede a las generaciones presentes por cientos de años. Antes tal historia se ignoró. Hoy sabemos que tiene importancia que sea conocida.
Al comenzarse a estudiar, no fue escrita ni contada apropiadamente por los historiadores y los científicos sociales del influential mainstream. Se diluyó ex profesamente dentro de otras historias y, casi siempre se destacó, anecdóticamente, el dato de escándalo. Hoy los propios inmigrantes están preparados para dar una fiel perspectiva, una reflexión crítica y una crónica histórica sobre sus afanes, luchas y aportaciones.
Al citar de un estudio sobre los textos de historia norteamericana del siglo pasado y del presente, realizado por Frances FitzGerald (America Revised: History Schoolbooks in the Twentieth Century, 1976), Robert A. Pastor informa que:
... los historiadores del siglo XIX tenían profundos prejuicios contra todos los extranjeros, pero especialmente contra los de habla española... Los libros de texto tendían a incluir listas de prejuicios y estereotipos sobre los rasgos negativos de los latinoamericanos. Apenas en la década de 1920 detecta FitzGerald los primeros indicios de disposición a reconocer las contribuciones de América Latina al mundo».1
Con mis ensayos en este Website, ofrezco el análisis de algunos de los aspectos más recientes y, al mismo tiempo, más visibles y generales, de la problemática del inmigrante pobre: sus dificultades para darse un modus vivendi en el país de procedencia y alcanzar su compensador estatus, tras sus años de sacrificios, en el país al que inmigra. Por esta razón, el trasfondo histórico que aquí planteamos muy pocas veces antecederá a la Gran Depresión, el período caracterizado por el desempleo masivo, la deflación, el decreciente uso de recursos, la restricción de los créditos y el bajo nivel de inversiones, sufrido por la nación, durante la presidencia de Herbert Clark Hoover.
Durante tal período y el previo, la inmigración mexicana tuvo un auge; pero la pérdida de empleos acaecida durante la Gran Depresión provocó una drástica medida, el Programa de Repatriación, durante el cual tanto como 500,000 descendientes mexicanos fueron voluntaria o involuntariamente deportados a México. Le medida no habría sido necesaria porque, según Pastor, «a medida que la Depresión empeoraba, el flujo de inmigrantes hacia Estados Unidos perdió impulso e incluso se invirtió. Cuando los trabajos comenzaron a escasear, los mexicanos comenzaron a regresar a su tierra a su tierra, o fueron repatriados». 2
Posteriormente, bajo la presidencia de D. D. Eisenhower, del Partido Republicano, se aceptó una solicitud de México de repatriar a los mexicanos y éste nombró, como Comisionado de Inmigración, al general retirado Joseph Swing que emprendió la Operación Espaldas Mojadas («Operation Wetback») que arrestó y deportó a más de un millón de inmigrantes. El informe del Servicio de Inmigración de 1955, una vez finalizado el operativo paramilitar, declaró su victoria en términos de que el problema de los mojados ya no existe. La frontera está asegurada. El gobierno mexicano dió el visto bueno al operativo para que el «programa de braceros» funcionara.
Escribo con el beneficio de varias décadas de caudal informativo que, por fortuna, ha pasado del norte al sur y, una vez examinado críticamente, por mexicanos, latinoamericanos y norteamericanos, se reviste con visos más confiables. Me concentraré en el Sur de California que, en la actualidad, es como el microcosmos representativo de la condición del inmigrante latinoamericano en toda Norteamérica. Hay, fundamentalmente, dos aspectos que enfatizar, el socio-ecónomico y el político-cultural.
En el aspecto económico, hay que reconocer que, aunque México reconoce el derecho legal que asiste a Norteamérica para controlar sus fronteras, constitucionalmente, México no ha estado preparado para la cumplimentación de una ley de fronteras, propuesta por los EE.UU., ni para cerrar la llamada «válvula de escape». Válvula que significa, en remesas económicas enviadas por los mexicanos a su país, más de un billón de dólares al año. 3
Sin embargo, entiéndase que no se trata de México, exclusivamente, el país que es beneficiario de tal relación migratoria, tan compleja como ha sido en la región. Se puede hablar de este asunto como uno de dimensiones hemisféricas. Además de este beneficio adquirido por la América Latina, gracias al envío de remesas desde los EE.UU., hay su aporte productivo dentro de los EE.UU.
En una nación, con una población estimada en 261 millones de habitantes, el 10% de los latinos que la pueblan produce para sí, en 1992, un ingreso neto de más de $190 billones, lo que la revela como una población significativamente productiva. Según la Asociación de Negocios Latinos (LBA), entre 1982 y 1987, el número total de compañías pertenecientes a mexicanos y latinoamericanos representó el 3% del total de empresas existentes en la nación, o 422,373. En 1987, en California, los negocios establecidos e iniciados por latinos sobrepasaron los 132,000 y, en el Condado de Los Angeles, a más de 103,000. «A estos números, sin embargo, habría que agregar el de todos aquellos establecidos sin licencia ---desde los paleteros que cruzan las calles con sus atractivos carritos, hasta los jardineros, fabricantes de ropa, trabajadores de la construcción y vendedores de tacos--- que, a pesar de no estar registrados, contratan empleados, compran materias primas, ofrecen bienes y servicios y pagan impuestos». 4
Por otra parte, hay que entender que antes que el Tratado de Libre Comercio (NAFTA) se firmara, entre los EE.UU., Canadá y México, unos 2,000 extranjeros poseían fábricas o maquiladoras, con el beneficio de 400,000 mexicanos empleados, que operaban en estados tales como Baja California, Sonora, Coahuila, Chiahuahua y Tamaulipas. 5
Con el aspecto político-cultural, para fines de este libro, definimos una etapa que se extiende específicamente, a partir de 1984, cuando bajo la administración de Ronald Reagan y el Partido Republicano, se da un fenómeno que Jorge G. Castañeda ha llamado «periodo anti-mexicano», durante el cual William von Raab, la DEA, Constantine Menger, Elliot Abrams, Jesse Helms y Oliver North, entre otros, han buscado impulsar sus propios planes para México, formando un cuadro cultural y político «sin una comprensión clara ni una confirmación definitiva» de la problemática mexicana y la relación real entre ambos países. 6
El libro de Castañeda y R. A. Pastor, que ha sido saludado como «el primer acto de las futuras relaciones entre México y los Estados Unidos» y «un punto de partida» valioso, oportuno y fascinante, al tiempo que reconoce «las tensiones, los conflictos y las percepciones erróneas que siempre han caracterizado la relación entre Estados Unidos y México», concluye que la cooperación «será siempre difícil, pero nunca imposible». 7
El Concilio Americano de Educación, a través de un comité de estudio sobre el contenido interamericano de los libros de texto sobre América Latina, escritos en los EE.UU. después de la Segunda Guerra Mundial, halló que los textos todavía mostraban «cierta tendencia a dar más importancia a los aspectos políticos y militares de la relación (interamericana) que a las dimensiones económicas y culturales». 8
Pastor analiza correctamente el hecho de que la Segunda Guerra Mundial ocasionó una tranformación profunda en la mentalidad norteamericana, zanjando el debate entre aislacionismo e internacionalismo, que vendría a reflejarse en los libros de texto. Comenzó a reconocerse el racismo de la sociedad norteamericana, el intervencionismo de la política exterior de Washington y se dió el estímulo a reconocer la diversidad cultural, no como una deficiencia; hay un esfuerzo, no siempre totalmente eficaz, de presentar «los conflictos como resultado de múltiples causas», distribuyéndose «proporcionalmente la culpa», entre los EE.UU. y los países at issue. Pastor interpreta este «nuevo relativismo» no en términos de debilidad o culpabilidad; pero en términos «de la combinación de un viejo optimismo con una nueva sensibilidad». 9
Las circunstancias económico-sociales vividas por los pobres en Norteamérica durante la Gran Depresión tiene similitudes muy grandes con la realidad que vive el inmigrante de hoy. Los contextos internacionales, que se dieron durante las administraciones de Hoover y F. D. Roosevelt, y que prepararon el escenario para la Segunda Guerra Mundial, explican ciertas circunstancias, más o menos repetitivas, con causalidad e impacto económico comparables, a las que habría de vivir el inmigrante que es el producto gestado por las doctrinas de la post-guerra. Mientras los EE.UU. tuvo necesidad de mano de obra barata de México en la década de 1920, sus empresarios agrícolas y hombres de negocios se opusieron a toda regulación laboral y anti-discriminatoria que los alejara de sus campos. De hecho, querían reclutar ellos mismos sus jornaleros mexicanos. Durante 1920 a 1930, la guerra cristera trajo a los EE.UU., sumados a los jornaleros habituales, a 45,929 mexicanos cada año; pero, al empeorar la Depresión y escasear los empleos en Norteamérica, los mexicanos regresaban a su tierra o eran repatriados, con ayuda del gobierno mexicano. Ni México ni los EE.UU. quisieron perder a sus trabajadores.
Todavía en 1948, fue México el que protestaría ante Washington, D.C. por la inmigración ilegal, instigada por los patronos fronterizos y empresarios agrícolas que deseaban socavar el acuerdo sobre braceros entre ambos países, firmado durante la Segunda Guerra Mundial y renovado después de la misma. La incapacidad de México para dar a sus emigrantes las oportunidades de empleo, a las que optaban por la vía de la contratación ilegal por los coyotes, trajo la dimensión escandalosa y triste con que hoy se conoce por la explotación del inmigrante sin documentos de entrada y la suerte del «Programa de Braceros». De 1942 a 1964, participaron en dicho programa entre 4 y 5 millones de trabajadores agrícolas mexicanos. La migración ilegal no se detuvo cuando el programa terminó. Ciertamente, empeoró.
Antes de la década de los Noventas, a partir de sus propios estudios, México manejó la cuestión de sus inmigrantes con el criterio de la «calidad temporal» de gran parte de la migración. Por ejemplo, los asesores del gobierno mexicano concluyeron que no pasaban de 900,000 los trabajadores indocumentados cuya residencia normal estaba en México y que, en un momento dado, estaban presentes en los EE.UU.. «Del casi un millón de migrantes identificados en diciembre de 1978, el 48% estaba en México, bien de vacaciones, bien entre cosechas, subrayando con ello la calidad temporal de gran parte de la migración. Las cifras que indicaron que sólo el 3.2% de los migrantes estaban desempleados antes de dirigirse al norte y que el 77% encontró un empleo dentro de las dos semanas siguientes a su llegada a Estados Unidos permitieron a México sostener que ni exportaba desempleo ni quitaba puestos de trabajo a los estadunidenses». 10
La ley de Reforma y Control Inmigratorio (IRCA) de 1986 abrió nuevos estímulos a la inmigración ilegal y lejos de estabilizarse la fuerza laboral que trabaja en los campos, mediante el propuesto control inmigratorio y la amnístía, el mercado laboral quedó saturado en la década de 1980, proliferándose los contratistas agrícolas, más intensamente que en el pasado. El superávit de mano de obra y la actividad de los contratistas golpeó negativamente el progreso del sector laboral inmigrante que, genuinamente, trabaja en las cosechas. No hubo mejores salarios, sino que el número de contratos del Sindicato de Trabajadores Agrícolas (UFW, por sus siglas inglesas), que iniciara César Chávez en los ' 70s, bajó de 108 en 1978 a 30 en la actualidad. El salario mínimo en los contratos sindicales se elevó de $5 por hora a $6 por hora, a principios de los Ochentas, pero se ha estancado hasta la fecha. Los costos de producción de los agricultores se han mantenido bajos a expensas de los bajos salarios de los trabajadores del campo. 11
En California, la agricultura genera 1.4 millones de empleos. Es la fuente de trabajo para una de cada diez personas. En el valle central, el 30% de los empleos están directa o indirectamente relacionados con la industria agropecuaria. En el Condado de Orange, los inmigrantes hispanos son el 70% de la fuerza empleada en el sector agrícola. 12
No sólo el emigrante de México se ha convertido en manzana de la discordia en Norteamérica. Confiados en que los EE.UU. es la potencia económica y el Gigante del Mundo Libre que antes se contrapuso a la Fuerza del Mal (la entonces Unión Soviética), millones de emigrantes todavía miran a los EE.UU. como una fortaleza de refugio. Se mira a los EE.UU. como el país ideal para ir a trabajar.
Los documentos de la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Social, realizada en Copenhague (Dinamarca) entre el 6 y 12 de marzo de 1995, citan cifras aterradoras sobre el desempleo mundial, que ha empeorado en los últimos años «en términos de cantidad como de calidad, con excepción de zonas de cecimiento del oriente y sudeste de Asia». Se indicó, en tal cumbre, que el 20% de la población mundial (1,400 millones de personas) viven en estado de extrema pobreza, sin alimento, vestimenta y vivienda adecuada.
De una población activa de 2,800 millones de personas, se calcula que el 30%, la mayoría de ellos en los países en desarrollo, no tiene empleo productivo. De ellos, 120 millones desean trabajar, pero no encuentran trabajo. Un número mucho mayor ---700 millones--- se clasifican como subempleados: trabajan muchas horas, pero lo que ganan no es suficiente para sacarlos a ellos y a sus familias de la pobreza... Esas personas subempleadas constituyen la mayoría de los pobres del mundo, que se calculan en 1,100 millones... Al mismo tiempo, muchos trabajadores, tanto de los países industrializados como de las naciones en desarrollo, se han visto obligados a aceptar trabajos precarios de bajo nivel de seguridad... En este entorno socialmente primitivo, los grupos vulnerables sufren más. Por ejemplo, las tasas de desmpleo entre los jóvenes a menudo son más elevadas que el promedio nacional: en América Latina esa tasas superan al 20%, mientras que en algunos países industrializados se registran tasas de desempleo entre los jóvenes superiores al 30%... 13
El director de la Organización Internacional del Trabajo, Michele Hansenne, al referirse al posible «desastre social» que se gesta y cuya causa son los «arreglos políticos e institucionales» entre las naciones, desde los tiempos de la post-guerra, en el Informe sobre Empleo Mundial, publicado de 1995, indica que la situación mundial de desempleo (30% de la fuerza laboral mundial, o 820 millones de personas sin trabajo, a finales de 1994) es la peor desde la Gran Depresión de principios de los años ' 30 y que, si no se toman las medidas urgentes, el número aumentaría drásticamente.
Para los EE.UU. este dato implica que el flujo de inmigrantes de América Latina seguirá en aumento. Entre 1951 y 1960, dos de cada diez inmigrantes procedían de América Latina. Durante los ' 70, la proporción amentó a 4 de cada 10 y, para la década de 1980, a 5 de cada 10. En la actualidad, sólo cerca del 15% de los inmigrantes de los EE.UU. provienen de Europa. América Latina y Asia, dos regiones del Tercer Mundo, son los principales proveedores.
Se calcula que 872,704 inmigrantes procedentes de Latinoamérica, parte del Africa subsahariana, el norte de Africa, Asia y otros países desarrollados se quedaron a vivir en los EE.UU. por tiempo indefinido en los Ochentas. La cifra no incluye a los casi 3.5 millones de extranjeros indocumentados de todos los países que se ha estimado, oficialmente, radican en la nación. «La disparidad económica, las guerras, la extrema pobreza, la desesperación y la reducción de la ayuda monetaria exterior, son consideradas por la organización Population Action International (PAI) entre las principales causas del traslado voluntario de millones de personas a otros países, donde tienen mejores perspectivas». 14
El compa ha discernido su consciente voluntad de emigrar a los EE.UU. por una variedad de razones, además de su necesidad de empleo y de mejoramiento de sus condiciones de vida, y no sabe que los contextos internos han variado:
1. La Política de Buena Vecindad y «no intervencionismo» de F. D. Roosevelt hizo pensar que la presencia del disidente de las dictaduras «non gratas» a los EE.UU. sería bien acogida en los EE.UU.
2. La Alianza Para el Progreso y el Plan Marshall, con sus $300 billones de dólares en donativos (montantes a más de dos tercios de la cifra) y su ayuda económica y militar, y las transferencias de recursos de EE.UU. a través del Banco Mundial y el Banco Interamericano, ha hecho pensar a sectores migrantes de las naciones más pobres del mundo, que parte de tal «generosidad» es tolerar de buen agrado la presencia de migrantes en territorio estadounidense»15
3. El programa de apoyo, confeccionado por el gobierno norteamericano, para los inmigrantes cubanos de clase alta y profesional que emigró en los primeros años del régimen de Castro, creó la falsa esperanza de que el mismo trato preferencial se daría a los refugiados políticos de una postrera oleada migratoria cubana, centro o suramericana. 16
4. La popularidad del Sueño Americano, explotada como propaganda, hace pensar que Norteamérica no es una sociedad hostil al extranjero, sino una que exhíbe «un dinamismo social y económico, un optimismo y una adaptabilidad que son raros entre las sociedades más cerradas y entre los países generadores de emigración. Como todas las importaciones, los inmigrantes traen algo nuevo, y el país que lo recibe es modificado por ellos al tiempo que los transforma. Los inmigrantes traen consigo un sentido de movimiento, el deseo de mejorar y la disposición de correr riesgos». 17
5. Los datos estadísticos, que abarcan un periodo de más de dos decenios, indican que en los EE.UU. se han creado 41 millones de nuevos empleos desde 1970. En Europa, únicamente, 8 millones. 18
Este es uno de los por qué elegimos trazar muchas de las causas inmediatas de la actual problemática del inmigrante en los años más recientes.
Una vez descrita la situación del trabajador agrícola, anglocaucásico y afroamericano, delinearemos la situación del compa y los contextos que dan a éste un perfil especial en la historia. Ciertamente, reconocemos, como el profesor de California State University (Fresno), Cosme Zaragoza, que hay un pasado de «las comunidades de origen mexicano (indígenas, mestizos, mulatos) en los Estados Unidos» que antecede la Guerra Mexico-Nortamericana y que «debe ser tomado en cuenta para explicar la actual diversidad de la comunidad, su localización geográfica y sus referencias culturales, tanto con respecto a la sociedad estadounidense como a la mexicana». 19
Enfatizamos que no todas las comunidades de origen latinoamericano en los EE.UU. participan de la experiencia histórica de las comunidades de origen mexicano, pero sociológicamente dicho, perviven afectados por los mismos factores que desligan, en unos casos, a las inmigraciones de más reciente arribo de la sociedad en su conjunto y que, por otro lado, involucran y ligan a la comunidad chicana con éstas, la comunidad de los compas.
Zaragoza enumera en su ensayo ocho factores de un planteamiento de Juan Gómez Quiñones que son totalmente válidos, aplicables y comunes, en la experiencia migratoria de los compas y, entre los 8 mencionados, uno sólo hay que es exceptuable, ya que se explicaría, en un contexto posterior, al que el propio Gómez Quiñones llama el «proceso dinámico bifurcado» que dio origen a la «comunidad hispanohablante de indígenas, mestizos y mulatos que residen en el suroeste de los EE.UU.».
Con el término compa, identificamos en este libro al elemento emigrado que todavía no es parte voluntaria, premeditada y real, de la entidad cultural chicana, pese a que puede serlo, por su origen mexicano o centro y suramericano, sino que, más bien, éste aún no forma parte de la consciencia del pueblo chicano porque no ha vivido muchas de sus fases históricas, o no se ha identificado, aunque ha sido una víctima de la Guerra Fría, la agresión cultural y el acomodamiento en el país.
A menudo, el compa es diluído en el cliché o designación «burocráticamente» definida de «latino», o Hispanic, y no es identificado como Mexican American. De hecho, no todos los mexicoamericanos v se identifican a sí mismos con el elemento de resistencia y toma de consciencia que ha distinguido al segmento chicano, a partir del Movimiento de 1965 y sus metas expresadas como ideología.
No obstante, como en el análisis propuesto por Gómez Quiñones y Zaragoza, el compa participa, o es permeado, por los siguientes factores:
1. Es una comunidad racialmente diferenciada de otros sectores de la sociedad.
2. Ha sido víctima del racismo.
3. Convive con el chicano en una región considerada como «tierra natal»; en particular, para sus hijos y segundas generaciones.
4. Participa de una cultura sincrética.
5. Tiene intensos conflictos en un gran número de planos (culturales, sicológicos, socio-económicos, etc.)
6. Han sido jornaleros, con ingresos muy bajos.
7. Viven bajo una condición de subordinación.
Difiere el proceso del compa, respecto al del chicano, por la periodización etnohistórica de su proceso (1598-1848 y 1875-1900), principalmente. Distinto de la experiencia del pueblo de origen mexicano en los EE.UU., la mayor parte de los compas son el resultado de las condiciones sociales creadas por F. D. Roosevelt, más sensitivas al problema del desempleo y la miseria dentro de la nación, y las doctrinas de Harry S. Truman, Dwight D. Eisenhower y John F. Kennedy, respecto a la América Latina. Estas condiciones aceleraron numéricamente el flujo de mexicanos hacia los EE.UU. y el de otros grupos latinoamericanos, principalmente del Caribe (dominicanos, haitianos, cubanos, etc.) y Centroamérica. Antes de 1845, Texas que fue sede del primero y más grande grupo de mexicoamericanos sólo contó con cifras menores a 5,000, que se multiplicarían debido a una alta tasa de nacimiento, comparada con la de los anglo-caucásicos y su concepto estructural de familia extendida y, sobre todo, cuando la Revolución Mexicana de 1910 y la Primera Guerra Mundial ocasionan un flujo significativo que se añade a los tejanos.
Durante las primeras décadas del 1900, muchos afroamericanos se mudaron a las ciudades de los estados del noreste en aras de mejores condiciones de trabajo. Los empleos conseguidos fueron mayormente en el servicio doméstico y labores no diestras. Se les segregó en ghettos que terminaron densamente poblados; pues, no fueron libres para elegir, sino sus zonas marginales, apartadas del anglo. Pese a su condición de ciudadanos estadounidenses, su participación y su aceptación política dentro de los círculos de poder fue tan escasa e insignificante como para dar al traste con su imagen durante la etapa de Reconstrucción.
Después de la primera Guerra Mundial, el afroamericano de las ciudades tuvo sus primeros logros en el área del comercio, las profesiones y las artes, ayudados por la National Association for the Advancement of Colored People, fundada en 1910. Algunos ghettos del Noroeste, e. g., Harlem, New York, se convirtieron en centros de la creciente clase media negra. La Gran Depresión los golpeó tanto como al afroamericano pobre de las ruralías del Sureste.
El mismo año que el republicano H. C. Hoover arribó a la presidencia, la nación entró dentro de una severa depresión económica. El 29 de octubre de 1929, la Bolsa de Valores de New York sufrió el «crash». Fue el llamado colapso del Viernes Negro. Hubo una pérdida de valores financieros montantes a $26 billones de dólares, en los EE.UU. únicamente. La llamada Gran Depresión de los años ' 30 comenzó localmente, con sus más crudas implicancias en la primavera de 1930, y se extendió al extranjero. El desempleo alcanzó a 13.7 millones de norteamericanos y adicionó a otros 30 millones alrededor del mundo. De 1929 a 1933, la producción fue en declive y el recobro del descenso fue muy lento, de 1933 a 1937. Una severa recesión se produjo de 1937 a 1938.
Como consecuencia del desempleo, la primera ley de seguro por desempleo se hizo necesaria y surgió en Wisconsin. El sucesor de Hoover aprobaría la Ley de Seguro Social, el Acta Wagner (o Ley Nacional de Relaciones Laborales), bajo la Comisión Nacional de Relaciones Laborales (NLRB, por sus siglas en inglés). Es la ley que da el derecho a la sindicalización, la conciliación, el arbitraje y la lucha por un contrato colectivo de trabajo. La ley Wagner fue posteriormente enmendada por el Acta Laboral Taft-Hartley de 1947 y el Acta Landrum-Griffith en 1959.
La ley Taft-Hartley fue aprobada, a pesar del veto de Truman. Esta ley, más propiamente conocida como Labor Management Relations Act, declara que el sindicato o la empresa patronal, antes de pactar un contrato colectivo, debe notificar a la otra parte y al mediador gubernamental, autoriza al gobierno a decretar un injunction de 80 días contra cualquier huelga que amenace la salud o la seguridad nacionales.
Otras de sus provisiones incluyen: la prohibición de huelgas juridiccionales y boicot secundarios; niega la protección a trabajadores en wildcat strikes e ilegaliza the close shop. Obliga a las uniones a presentar evidencias ante el Departamento del Trabajo de que los dirigentes sindicales no son comunistas antes de que ellos puedan utilizar las concesiones de la Junta Nacional de Relaciones del Trabajo.
El principal creador de esta ley fue el Senador de Ohio, Robert Alphonso Taft, quien sirvió por 15 años en el Congreso, de 1938 a 1953, y fue un gran opositor de las legislaciones del New Deal. Se opuso vigorosamente a la participación de los EE.UU. en la ONU y en el Programa de Recuperación Europea.
El Congreso creó la Corporación de Financiamiento de la Reconstrucción que prestaría dinero para reestablecer la economía de la nación y que proveyó, para finales de 1932, cerca de $1.7 billones de dólares. En 1932, se aprobaron las leyes de Recobro de la Industria Nacional y Crédito Agrícola y se creó la Administración de Obras Públicas (PWA, por sus siglas inglesas).
A casi 20 años de terminada la participación norteamericana en la Primera Guerra Mundial, Hoover tuvo que entenderse con las consecuencias del conflicto. El vetó el Acta de Compensación a los Veteranos. El Senado la aprobó, a pesar del veto en 1931. Ese mismo año pidió una moratoria de un año para cumplir con las reparaciones y las deudas de la guerra.
En 1932, cerca de 20,000 veteranos de la Primera Guerra Mundial se reunieron en Washington, D. C. para demandar del Congreso la autorización inmediata del Anacostia Flat. La policía trató de desalojarlos, sin éxito.
El Presidente Hoover dió instrucciones al Ejército de «rodear el área afectada y desalojarlos sin demora». El General Douglas McArthur hizo un despliegue de tanques de infantería, fuerzas de caballería y gases lacrimógenos, y quemó el campamento. Afortunadamente, nadie resultó muerto; pero Hoover quedó en la mente de los veteranos como un autócrata sin corazón al tratar tan brutalmente a los ex-combatientes de la guerra y defensores de la patria norteamericana. El bono de compensación reclamado se convirtió en un bono de fuerza expedicionaria contra el pueblo.
Los críticos de la renuencia de Hoover a brindar ayuda federal directa a los desempleados les señalarían los centenares de pueblos destartalados que surgieron durante la década, señalándolos como hoovervilles. Los republicanos afroamericanos, no muy contentos con Hoover, sintieron la tentación de apoyar a Franklyn D. Roosevelt, para las elecciones presidenciales de 1932; pero éste no había mostrado mucho interés por los problemas de los afroamericanos.
El país, entonces con 122 millones de habitantes, tuvo su agricultura en ruinas; pero el Presidente Calvin Coolidge, anterior a Hoover, vetaría toda medida de alivio hasta el final de su periodo. En junio de 1929, Hoover creó la Agriculture Marketing Act, diseñada para ayudar a los agricultores de bajos ingresos.
A Hoover lo derrotó un demócrata en las elecciones de noviembre de 1932. Franklin Delano Roosevelt identificó al Sur como el Problema Económico Número Uno de la nación, por su altísimo número de pobres. En la década del ' 30, el 79% de los agricultores del suroeste no eran los dueños de la tierra que cultivaban. David E. Conrad, profesor de Southern Illinois University y autor de The Forgotten Farmers: The Story of Sharecroppers in the New Deal (1965) juzgó que el «sueño jeffersoniano» de una América compuesta por pequeños, libres e industriosos agricultores, jamás existió en el Sur.
Antes de la Guerra Civil había esclavitud y después el sistema de arrendamiento de fincas («farm tenancy system») lo reemplazó como base del orden económico y social del sureste. El sistema creó una nueva y creciente clase de trabajadores agrícolas pobres y suprimidos permanentemente...
Cuando el sistema de arriendo de tierras alcanzó su cumbre en las primeras tres décadas del siglo XX, éste se asemeja a la esclavitud, especialmente, en las plantaciones de arriendo en las áreas agrícolas ricas del Sur. Los arrenderos viven en chozas provistas por el dueño («planter»), reciben sus abastos a crédito del Comisario de la plantación, van a los campos cada mañana de madrugada cuando la campana de la plantación suena y se regresan al oscurecer cuando la campana suena otra vez. Sus quehaceres son supervisados por un mayordomo a caballo, quien, por lo general, es un alguacil y, por tanto, armado e instruído para infligir castigo físico... En tales plantaciones, las mujeres trabajan en los campos hasta que es la hora de preparar la comida de la noche. Después de la edad de 6 años, los niños trabajan y asisten a la escuela sólo esporádicamente. Las escuelas públicas en las áreas rurales se cierran, habitualmente, por semanas, en el otoño, para que los niños puedan recoger el algodón...
Los niveles más altos del arriendo («the cash tenants» y «share tenants») viven unas vidas más cómodas y bajo menos control de los propietarios («landlords»); pero la triste verdad es que el sistema funciona para llevar a más y más personas dentro de los niveles más bajos del arrendamiento. Muchos diferentes factores pueden convertir a un agricultor independiente en un peón de arriendo, o a un co-arrendatario en un piscador: inundaciones, sequías, granizadas, tormentas, the boll weevil, desgaste del suelo, mecanización, enfermedad, apatía, lastimaduras, ignorancia, bajos precios, o el engaño del hacendado o el almacenista.
El sistema de arrendamiento de fincas agrícolas (de entre 40 a 10 acres) comenzó en el Sur como una manera de atraer otra vez a los esclavos libres, por la emancipación, al cultivo de la tierra; pero, al final del siglo XIX, el sistema se convirtió «en el último refugio de la creciente clase de los blancos pobres («poor whites») del Sureste» que, en 1930, sumaron tanto como 1,475,325 arrendatarios y peones de finca.
En su libro, Conrad explicaría las presiones sociales a las que se subyugó al trabajador agrícola. En el sureste de la nación, al peón y al pequeño arrendatario se les juzga como:
... una clase permanente de indolentes, ignorantes e inmorales subpersonas, que no encajan en la sociedad humana normal. Cuando los arrenderos son negros, el racismo añade un tanto más de degradación personal; pero el desprecio social en el Sureste por los trabajadores agrícolas no está confinado a los negros. A menudo los arrenderos de raza blanca son considerados como poor white trash, un estatus social un poquito más alto que el más bajo de los negros. La gran diferencia es que los arrenderos agrícolas no están segregados por la ley en los lugares públicos.
El sureste de la nación ha sido, históricamente, receloso de los «yankees» y «fuereños», con ideas extranjerizantes o heréticas, a los ojos de las clases tradicionales y dominantes. Tanto así que hay la predisposición a tildar como socialista y comunistoide cualquier intento de lucha democrática por cambio social y se ha menospreciado los movimientos sindicalistas y los que luchan por justicial racial y los derechos de la mujer. Muchos burócratas que han ido al sur para administrar los programas de beneficencia, creado durante el Nuevo Trato, han enfocado la pobreza en términos de cerencias económicas, ignorando sus dimensiones culturales.
Muchos pobres, de raza blanca, proletarizados, no reconocen que son pobres. Muchos rechazaron los servicios de agencias creadas para servirles con la alegación de que «beneficencia fue socialismo», Welfare was socialism, aún necesitándolo. En la misma situación, se colocaron los jornaleros pobres, de raza blanca, cuando los negros fueron admitidos a los programas de OEO, perdieron interés en los programas y le quitaron su apoyo.
La Depresión golpeó duramente al Sur porque muchos aspectos de la economía de la región ya cundían críticamente en el caos. Para 1930, el problema de los arriendos agrícolas, la explotación del peonaje, su dieta pobre, el hacinamiento de sus familias en las chozas, sus hogares carentes de plomería, calefacción y electricidad, las pésimas condiciones de higiene sanitario, que provocaba tantos casos de anemia, pelagra, triquinosis, mala y enfermedades venéreas, advino ante la atención pública y la consciencia del problema de los tenant farmers, o la peonada agrícola, tuvo su efecto en el Nuevo Trato. C. Vann Woodward, en The Burden of Southern History (1960) describe que la población dedicada a la agricultura en el Sur, a la altura de 1929, vivía con el ingreso per cápita de $183 al año.
Charles Reagan Wilson, profesor de la Universidad de Mississippi, advierte que todavía en la década de 1970, la riqueza en la región sureña permanece peor distribuída que en el resto de la nación. El 20% de las familias más pobres recibieron el 4.8% del ingreso regional. El 20% de las más prósperas el 43.3% de la riqueza regional. Más recientemente, en 1984, un estudio del Southern Regional Council reveló que el 18.2% de los residentes de los otrora once Estados Confederados están bajo la línea de pobreza, oficialmente definida entonces como la familia de 4 miembros con ingresos anuales de $10,178 dólares. El problema de pobreza ha sido siempre peor para el afroamericano que para el anglocaucásico. La tasa de pobreza entre los negros del Sureste fue del 39% en 1983 y del 60% para las familias negras, cuya jefa de familia es típicamente soltera o abandonada.
El fenómeno migratorio que nos compete aquí parte del 1937, con los programas del New Deal y la Gran Depresión de los 30's, en la que mexicanos y pobres anglo-caucásicos («white poors») tenían en común una desesperada búsqueda de trabajo. Entre 1910 y 1930, entre 400,000 y 800,000 mexicanos emigraron a los EE.UU. y unos 400,000 regresaron a México entre 1930 y 1933. «En 1940, la economía de Estados Unidos necesitó a los mexicanos otra vez y, desde 1942, el Programa Oficial de Braceros les permitió trabajar al norte de la frontera durante períodos específicos». 20
En términos generales, habría que agradecer a muchos escritores liberales de las décadas de 1920 y 1930 por su intención de enfatizar hasta qué grado la pobreza existió en Norteamérica y hasta qué punto los terratenientes sujetaron a millones de pequeños arrendatarios al endeudamiento, el desamparo, el desalojo y la desesperanza. Entre esos escritores, Dorothy Scarborough (Tobaco Road, 1932), John Steinbeck (The Grapes of Wrath), James Agee y Walker Evans (Let Us Now Praise Famous Men, 1941), etc. Contribuyeron, por igual, a crear un alerta nacional sobre el problema una serie de cristianos que insistieron que las «buenas nuevas» de la Biblia deben ser aplicadas, con óptica social, e.g., Don West, Myles Horton, Claude y Joyce Williams, Alice y Howard Kester, Ward Roger y James Dombrowski.
Durante sus primeros 100 días como Presidente, F.D. Roosevelt, el primer presidente en visitar a la América Latina, lanzó su programa New Deal bajo la fuerte oposición de los conservadores republicanos y todos los administradores, de raza blanca, que deseaban la preservación de la segregación racial. Las medidas de alivio del Nuevo incluyeron al negro pobre, tanto como al blanco pobre.
Los conservadores hicieron de los welfare giveaways del Nuevo Trato la punta de lanza de sus críticas. Alegaban que tales programas fomentarían la indolencia, la dependencia y crearían una subclase permanente de personas viviendo del sistema público y de heredar estilo de vida a sus hijos. El Congreso había iniciado programas tales como la Administración Nacional sobre Jóvenes, Cuerpos Civiles de Conservación, Administración de Obras Públicas y Administración de Desarrollo de Empleo, que tuvieron un efecto dramático en la región del sureste y entre los pobres de las ruralías. Muchos de los críticos del Nuevo Trato temía que los nuevos empleos se restaran a la agricultura y sirvieran para que el negro y el inmigrante dejaran de ver el campo como su aporte productivo y su medio de subsistencia en la vida.
En 1937, se creó Farm Security Administration (FSM), la primera agencia que construyó un mínimo de vivienda decente para trabajadores migrantes en unas pocas áreas de la nación y que definió las normas de salud que deberían seguirse. En el contexto de la explotación obrera, tales medidas fueron relegadas. Aún las mínimas demanda del FSM parecieron excesivas a los explotadores del campesino. El dócil trabajador agrícola mexicano fue sustituyendo al afroamericano cuando éste miró hacia las ciudades como una mejor alternativa de empleo. Sin embargo, más por hostilidad política y racial que por conveniencia económica, durante la Depresión se repatriaron a muchos miles de campesinos mexicano que inmigraron a los EE.UU.
Adviértase que la historia que las rutas de migrantes del suroeste y California, en el oeste del país, surgieron antes del siglo XX. La presencia del mexicano que viajó hacia el Norte hacia las Montañas Rocallosas («Rocky Mountain») y las Grandes Planicies, con ganado vacuno, durante las temporadas más activas, anteceden el siglo. Los mexicanos, como obreros migrantes («migratory laborers»), son pioneros de patrones de la búsqueda de trabajo permanente cada año en jornadas de cosecha del algodón en Oklahoma y Texas, caña de azúcar en las zonas de Rockies, vegetales en la región de los altos del Medio Oeste y la gran variedad de cosechas de California y el Sur de los EE.UU. Tan grande fue el Tanto en el Suroeste, como en el Pacífico Oeste, incluyendo California, la cercanía con la frontera mexicana atrajo, periódicamente, ciertos flujos migratorios. El estallido de la Revolución Mexicana en 1910 no sólo nutrió a Texas y California con refugiados de clase humilde, sino con familias adineradas que no deseaban los riesgos de verse entre el fuego de las balas.
La Segunda Guerra Mundial obligó, por primera vez, al gobierno a la importación de obreros migrantes. En 1942, debido a la carencia de mano de obra, se importa de los estados del Atlántico y del Caribe miles de trabajadores. Los primeros braceros de México hacen su aparición en los estados del suroeste. El programa de importación de braceros tendría su final en 1964. Las leyes de inmigración permitieron que miles de portadores de tarjetas verdes («green carders») entraran a los EE.UU. legalmente. «No obstante, muchos mexicanos viajaron sin permiso y, después de la guerra, se inició la primera deportación masiva, que llegó a su cúspide con la Operación Espaldas Mojadas de 1954, durante la cual más de un millón de mexicanos fueron recogidos y enviados a su país». 21
Al final de la Segunda Guerra Mundial, dentro del Departamento de Trabajo, apareció el Farm Placement Service (FPS) que ofreció ciertas esperanzas a los trabajadores agrícolas, así como a los beneficiarios de éstos, los dueños de fincas y haciendas agrícolas. El FPS había sido una excelente agencia de apoyo a la War Manpower Commission hasta que la American Farm Bureau Federation (AFBF) reemplazó a la Comisión, bajo la War Food Administration (AFD) y sus servicios de extensión estatal que fueron muy cónsonos a los intereses de los empleadores, por lo general. La AFBF ayudó a la eliminación de la FSA durante la guerra, pero los campamentos de migrantes de la FSA fueron autorizados a permanecer bajo operación pública y privada.
En 1951, Harry Truman estableció la Commission on Migratory Labor y Edward R. Murrow, en 1960, produjo el teledocumental titulado, Harvest of Shame, que se enfoca en las décadas de mayor simpatía pública para los trabajadores migrantes.
Muchos de éstos se beneficiaron de cierta cobertura del Seguro Social entre 1954 y 1956 y muchos de los estados dieron cumplimiento a leyes de protección en las áreas de salud y vivienda. Mas, como veremos más adelante, ésto no fue suficiente. Aún así, los mezquinos intereses de los nativistas se resistieron a que se compartiera con extranjeros los beneficios de Seguro Social. En 1954, una ola de histeria anti-inmigrante forzó la Operación Espaldas Mojadas, que realizaba miles de rebatiñas en los centros de trabajo, a fin de capturar y deportar obreros con estadía ilegal en el país.
En 1954, la FPS desarrolló el Plan Anual para el Trabajador con el fin de estabilizar la fuerza de trabajo del obrero migrante y brindarle trabajo consecutivo en las cosechas, así como para monitorar su desempeño. El plan fracasó y después de 1960 las condiciones del obrero migrante empeoraron debido a la preferencia del patrono o empleador por una fuerza de trabajo desorganizada, de inmigrantes ilegales, de mano de obra barata, dóciles y no competitivos.
«Cuando concluyó el Programa de Braceros en 1964, no sólo se habían otorgado 4.6 millones de permisos temporales, sino que, en gran parte del México rural, se había reforzado la sólida tradición de trabajar al norte de la frontera» (Riding, ibid.).
En algunas investigaciones (Truman E. Moore, Robert Coles y George G. Coalson), sobre la condición de estos obreros migratorios, se documenta la progresiva desatención y desprotección gubernamental, así como la aparición de índices altos de tuberculosis, malnutrición y alcoholismo, así como la cáfila de mayordomos dictatoriales que se impuso sobre ellos.
Vivir en tierra extranjera abre ciertas etapas de aprendizaje y de aventuras. Quien posee una excelente estámina emocional y un acervo sólido de cultura se complacerá con los desafíos. Para un británico, culto, de clase media o clase alta, para un alemán capaz de hablar tres o cuatro idiomas, para un profesional europeo, entusiasta y ambicioso, Norteamérica o cualquier país del mundo es una aventura.
En otra cara de la moneda, está el inmigrante asiático, el haitiano, el centroamericano y, en fin, el individuo y la familia pobre de cualquier país de la Tierra. Emigrar, para ellos, tiene un matiz diferente. Son los que recibirán la amenaza filistea: «Apártate de nosotros» (Gn. 26: 16). Quedarse, sobrevivir, luchar y vencer, cuando es posible, es glorioso y admirable.
Muy pocos individuos están preparados para decir, como Séneca, «mi patria es todo el mundo». A no todos los labios se cree la frase, «soy ciudadano del Universo; no reconozco fronteras». Marco Aurelio, en su tiempo, se jactó: «Yo tengo mi patria: Como Antonino tiene a Roma, yo como hombre tengo al mundo». El que emigra como aventura, tarde o temprano, sufre. Ciertamente, no para todos los temperamentos se hizo la aventura. No sacar el provecho, útil y sustancioso, de la aventura es como no haber aventurado. ¿Por qué llamar aventura al sufrir temerariamente y quedar, o regresar, con manos y corazón vacíos?
No obstante, en esta colección de ensayos, no platicaremos sobre el que emigra, en aras de excitantes hazañas para el ego. Emigrar no es hacer turismo. Ni medrar al amparo de una situación de privilegio. Aquí estudiaremos el sacrificio y el heroísmo que implicó emigrar y triunfar en un mínimo de las metas propuestas.
Si aún para el individuo aventurero es duro partir y arribar a tierra ajena, ¿qué no será para el más simple, menos temerario, hombre de bien que emprende su camino hacia extraños horizontes y, pese a los riegos, bendice su simiente y abre sus pozos en Lugares amplios y espaciosos, como cuando Isaac salió del Valle de Gerar y triunfa con su trabajo sobre sus enemigos en Ezek y Sitna? (Gn. 26:16-22).
En verdad, como me planteó un amigo periodista del Condado de Orange, Juan Romero, quien ha visto desde sus comienzos el proyecto de este website, una posible metáfora para explicar la condición en que llega el inmigrante, pobre y étnicamente estigmatizado, al país es la del «ciego, sordo y mudo», es decir, totalmente desventajado. No conoce otros panoramas, no ha escuchado voces orientadoras, que le sean confiables antes de emprender el «cruce», y no habla el idioma. El también es un aventurero temerario.
Patria es una palabra intensa, extrañadamente sagrada, y a millones de seres humanos les basta un rinconcito de tierra, que puedan llamar suyo. Hay bellísimas definiciones de patria, formuladas como teorías o dichas como verso. Hay quien, como Lord Byron, cree que «el que no ama a su patria, no puede amar nada». Y es que la patria es como el hogar. Y, de veras, hay quien se educa para amarla y favorecerla. Es éste el que vive en ella y la sirve a pesar de los ingratos, y quien muere por la patria, aunque sepa que el patriotismo fatuo de los políticos es «el huevo del que nacen las guerras». Por desgracia, hoy por hoy, el fenómeno migratorio se produce en medio del progresivo germen de desintegración del sentido, profundo y primario, de patria. De la patria queda el concepto, pero no la certidumbre.
Para cada emigrante, dejar el país natal es una mezcla de olvido y rescate de diferentes cosas. Olvido, en el sentido, de que la «patria» como vínculo instintivo con un proyecto social ya no es visible, ni estando en el país en que nacimos. La patria necesita reinventarse otra vez; rescate, porque, en quiebra hay indicios, todavía remanentes, de su territorialidad. Patria significaría, en el mejor de los casos, unas intuiciones, esperanzas y afectos, tantas que puede no necesitarse jamás viajar a otros lugares. O, por el contrario, la partida obligada puede ser el sendero que nos conduzca al encuentro de una auténtica patria.
Samuel Johnson dijo —en comentario recogido por James Boswell, su biógrafo—, en 1790: «El patriotismo es el último refugio de los pícaros». Vicente Monti recuerda que hay quien confiesa de boca, como discurso hipócrita de politicón, que el más perfecto amor, superior al amor de un hijo o de un hermano, es l' amor santo e perfetto della patria. A la patria, a veces, se la ensalza tan apasionadamente, que se olvida que cada sociedad, geografía y pueblo, es para «alguien», por igual, patria concreta, histórica, contradictoria y que cada conceptualización en torno a ésta es ofrecida por hombres y mujeres de carne y hueso. Que la instituciones de cualquier nación sufren en manos de quienes las sirven mal, igual que el individuo sufre cuando ni prospera ni es feliz. A cada sujeto le va de un modo diferente en la vida. Y aún la patria puede morir, cuando muere el que la sueña, la cree y la forma, de veras.
De modo que cohabitan las abstractas aproximaciones sobre un colapso predecible de la experiencia patria con otras tantas meditaciones sobre la nostalgia del folclor y las raíces por quien la añora. En consecuencia, el buen patriota y el malo, el que se va de su tierra, por la razón que sea, puede que alguna memoria, por mínima o relevante, extrañará de sus mitos o se llevará consigo cuando comience su proceso de encarar el futuro y sepultar el pasado. Al considerar que el presente es también un proceso y, en parte, continuidad y suma viviente del pasado, el emigrante entrará en el debate silencioso, íntimo y sutil, que abre la consciencia como experiencia de la responsabilidad moral. Tendrá que plantearse, en rigor, si hizo lo que creyó que estuvo bien, o si la angustia de una culpa lo señala.
Emigrar, más que ninguna otra experiencia del homo politicus, dificulta y complica el vínculo entre la honestidad y la realidad, así como la lealtad a la honestidad.
Ser emigrante implica un sentimiento y una causalidad. Irse del país e iniciar una aventura en otro es un proyecto para el que muchas veces se carece de preparación y de conocimiento. Es difícil, emocionalmente, abandonar una persona que amamos, dejar la familia y la parentela, partir del pueblo que nos vió nacer y perder el contacto directo con el país propio. Todavía hay un arraigo a la autoctonía, verdaderos soñadores de patria.
Aquí, tanto como en subsiguientes páginas de este Website, estudiaremos la inmigración mexicana, centro y suramericana al Sur de California, y las formas en que, después del abandono del país natal, la vida del inmigrante comienza a peligrar dentro de estas dos áreas tan básicas: el conocimiento adecuado sobre la realidad y la habilidad para aumentar la productividad, una vez se ha perdido la honestidad, la auto-estima y los derechos individuales, civiles y humanos.
El conocimiento adecuado de la realidad permite al inmigrante saber hasta qué grado ha de ser asimilado dentro de un nuevo sistema. Le permite ser honesto a la pregunta: ¿Valió la pena haber abandonado mi cultura? ¿Soy capaz de formar una patria nueva? ¿Es la cultura de la que hoy participo mi aspiración íntima de sociedad y el contexto eficiente para mi dar la plenitud de mis potenciales humanos?
Este proceso difícil que sufre el inmigrante, caracterizado por una atormentadora confusión de sentimientos y presiones de imperativos sociales sobre él, se enfoca como problema de salud mental, en cuanto afecta la honestidad con la realidad y, como un problema moral, en cuanto afecta la lealtad con la honestidad. La honestidad significa la apertura emocional, no automática, el proceso de esfuerzo, que se convertirá en el instrumento para combatir el engaño de sí mismo y las racionalizaciones fuera de contexto.
La honestidad requiere de intencionalidad meticulosa y concentración, disciplina y alerta. En conjunto, son las habilidades requeridas para entender la realidad y solucionar los problemas que esta realidad presenta.
Es necesario ser honesto, vivir la experiencia integral de la honestidad, para evitar la apatía optada, lesivamente, por y contra nosotros mismos y que nunca permite que nos armonicemos con la realidad, al originar tanta confusión de sentimientos. La honestidad permite que superaremos la conformidad, a pesar de los puntos de vista, las visiones de mundo, las imposiciones y las amenazas de otros individuos y grupos. Aún más, la honestidad desafía a nuestros propios sentimientos, en los momentos de debilidad. La honestidad nos ayuda comprender que las mejores guías del comportamiento son universales, objetivas e independientes de las proclamas y los contenidos normativos de otros predicadores, sea filósofos, partidos, gobiernos, iglesias o grupos sociales, los que pretendan llevarnos hacia sus direcciones e intereses, lavándonos el cerebro.