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Carlos López Dzur / Tantralia /poemas
Homenaje a Hebe

Aquí pueden llegar los sedientos
de ideales, los cansados, los hambrientos
—de cambios y direcciones—, aquellos en fuga
de jolgorios, tedio y oprobio, desalentados
por tanta recholata, incómoda, vulgar y envilecente.

¡Navegantes con hambre de futuro,
conocedores de la oscura noche del alma,
compulsivos outsiders, realengos
—pese a la afinidad social y compasión al grupo—
aquí es la cita.

¡Vengan!
¡Se servirá del néctar de la Diksha!

Aquí se beberá la amrita gratis,
por gusto de transición contínua.

2.

Hebe se inventó la resbalada.
Se ideó los túneles raquídeos.
Tropezó con el chasco
y repartió el deleite
de las copas sagradas.

3.

Esta es la tala.
Aquí llueve el ritmo sobre la calle mojada.
Se lubricó un pedazo de cultura.
Se está en riesgo de recibirla en kundalini.
Anus
en mole, átomos del aceite más puro
en la superficie del quiero y no puedo!
¡Caer de nalgas, levantarse y despedirse,
ab irato!
Se denuncia, empero, la incomprendida hebefrenia,
demencia precoz de cada pubertario:
¡la chiquilla está emputada
con tantas rascazones y martirios en vano!

4.

Comecandelas, anarquistas, ilusos,
inmaduros, quijotes, chalaos
—de todo cromo: ¡vengan a tiempo!
Los todavía insatisfechos con las cortesías,
incrédulos, no convencionales, los que ladran
hasta morder del rabo remilgos y ortodoxias,
¡aquí es la cita!

Vengan por su nuevo sentido de individualidad.
Si están introspectivos por la luna nueva
y se les llama apopléjicos, turulatos, heboides,
zopencos, vitocos, idiotas, pendangos,
¡enteráos! — Hebe se inventó
la rapada de coco,
el desgreñe,
la piojera,
el cartel provocador,
la iconoclasia.

Ella quemó el sostén
y tiró las pantaletas a los perros
y las águilas y los voyeristas.
¡Y le vale, le vale, le vale
tres cochos y diez remiendos!
porque ya vive sin mea culpa,
sin complejo, sin bochorno.
El susto ya pasó.
¡No cayó en balde!

5.

José Clará y Ayats
—que es mi amigo en el mármol—
gritó: Juventa Vive y yo, con él, pigmalionaba.
José Llimona resolvió el Deconsuelo
al mirar la carita de tan modélica nymphette.
Creo que los tres la amamos cuando cayó
tan larga es y cuán cortamente fue vestida
entre las santas mugres del comportamiento.

En fin, que nos gozamos
las vasijas hechas trizas y a Hebe que brinca,
que patalea,
que despotrica
y, por cuya causa, fluyó líquido
de eterna juventud a nuestros pies,
lavándonos con su tibia jalea de vulva
y agua celestial de luna llena.

6.

¡Mentira que seamos enteomaníacos,
partida de vulgares voyeristas, yo y los cheos,
taumaturgos en la pedofilia del cincel!
Fueron devas que nos dieron
de la Gñana inaccesible
—un momento tan solo,
un instante—
y salimos del microcosmos,
dualístico y externo,
es decir, del agüite de estos días
sin mínima poesía
hacia la puerta de escape del samadhi,
donde Leda y el cisne
nos agarraron la polla.

7.

Otros la culparon, ¡pobre Hebe!
—¡Qué anárquica, qué torpe, qué imprudente,
qué excéntrica, qué impúdica, qué pelos!
Las copas son divinas —se quejaron,
El vino es ambrosía, mil años añejada,
gota a gota
(¿y ellos qué saben?).
Pero nosotros, por devas devorados,
la quisimos más, la descubrimos,
la deseamos; la sentimos
en los lícuos arrecifes de las perlas
y en todas las tormentas de los polos
—así y tan punky, tan guácalamente impredecible
y taruga y adorable y la gloria hecha pendejera
por tanto musgo y limo pegajoso y barranqueras
de su cuerpecillo de hidríade,
—supimos de su trotar de potrilla mañera
y de sus ganas de joder por amarnos.

8.

No lo sé, no me importa, ¿qué más da?
Se inventó el acomodo reológico del prâna
en nuestras copas... ¡es lo que vale!
¿Por qué con su salto sin pértiga hacia el alma?
Rara avis in terris, entre castas de rajputas,
así lo consumó, sin marometas
de tambores siderales ni torbellinos
de peroratas necias.

Fue el acto simple y súbito
por llevar las bragas en agaches del tobillo:
y, ¡qué obra maestra! cuando a címbalos
hizo un revoltillo con mi aliento y se inventó
the dishonest exposure.

Y los coros de ranas, pargos y guachinangos
(«comediantes» del Agora, como Nietzsche les llamara)
vieron su ombligo y dijeron:
—¡Qué asco!— y los prosudos sin raquis
se hicieron bolas a la vista del cóccix,
a la revelación de su magno coñazo.
Así es la turbulencia natural
de 50 billones de básicos instintos.
Los pobrecitos de hipotálamo,
santiguándose entre ellos, pidieron:
—¡Que sea sustituída de inmediato,
cubrid su endija,
tapad su nalgatorio!

Y los rebaños de la sadhana a Ganímides
ofrecieron el trabajo y él fue por las copas
de cualquier bebedizo, trago amargo...
mientras Zeus hizo vitatrones con el ego,
—because the show must go on!
Entonces, La Ballena se llenó de gurudevas
y la flor de loto se destrozó sobre las lozas
y, siendo todos, amantes de utensilios
y mundarros cautelosos y códigos de moral
y gestos previsores, a Hebe la vistieron de hopalanda
y los pobres faquires le obsequiaron taparrabos
y las mojigatas ofrecieron sus velos
y alguna veterana comenzó una plegaria
en tiempo extra y fue cuando dijimos:
—¡Nos cagaron!

Dizque su hermano, argumentó:
—Ven a la trincha y ayúdame a mear—
y verbalizó del shrutis su odio a la pudenda.
Fue que vimos el ojo más caliente de la hornilla
y adivinaron la katutsha en medio de las cejas
y fue que los vellos horizontes púbicos de Hebe
parecían avionetas y volaron como arañas al tejado
y por su tamal se reveló su doble torta
y el hazteallá se quejó

—¡Qué extravagancia!—
ya que su clítoris fue tamaño escarabajo
(¡qué carnoso hesperidio para chupar en privado!)
y sus nalgas, dos joyas, duplicado deseo al chintamani
(¡qué joyete! házme el favor — yo me lo llevo)
y los richis se purgaron el nabo
como obreros del pulmón llenos de cuitas
y se vinieron cuando apenas se habían ido
y los chelas, bebechelas tan chalados,
sustituyeron la amrita por chicoria
y esa noche salieron vomitados
por acusar a la flor inmarchitable
cuando Hebe los puso parejitos,
inventándose, en fin,
que la corrieran.

9.

Así, tan desmadrosa, fue su Diksha
(y la nuestra). Quiso irse sola.
Salir por el ojo invisible de la esquina.
Verse renunciada de estos puercos de kama
para quienes la noche de La Ballena fue chasco.
Mas —digo yo— Hebe fue
lo mejor de miles de ocasiones:
relámpago en la matriz del mundo.

Se quitó el mandil y quedó en cueras
y lanzó la copa del Olimpo sobre el hombro
y cayó redondita como jarro de OM
que flota con su gracia y se arrenja entre olas
como loto en el cieno o la nenúfar sobre colcha de espuma.
¡Qué agasajo lunar, qué wahine!
Hebe cruzó hasta la salida de los baños
porque su padre la aplastó como a una mariposa
y dijo, en voz de trueno:
—¡No sirves para nada, niña!

10.


Esta es la senda renovada de Hebe.
Sígala el que oye el sonido primario que ella invoca,
el que guste que sus pies sean refrescados
por la espontánea viña del ritmo de la lira.

Aquí es la cita y vengan todos,
excepto el hazteallá,
el bufón de precauciones saturninas,
el déspota, el sabihondo infalible
con cerebro de bula y privilegios de papa...
(Basta que existan en los jolgorios del artha),
aquí que no vengan, ni consigo traigan
a los gananciosos, satisfechos de quemón,
ni a los veristas académicos, asalariados sin AUM,
ni a los remendones de posibilidades al azar
ni a los puritanos,
cantores de puranas.

Que vengan mejor los de sucios pies
porque aquí, donde Hebe está,
el supernéctar es agua
y canción de torrentes,
revolcón de olas,
rock del salpiqueo,
estrofa de lluvia fría,
derrame contínuo, bautismo,
estanque y ánfora de versos,
sangre de profecía y vida,
ritmazo de meada, disparo de semen.

Lo mejor del caldo, la saliva,
el sudor, la adrenalina
lloverá sobre el cuerpo y desde el cuerpo
y el manantial será mano y pies
en pos de las doncellas

y la ninfa irá en pos del varón que ama y comprende.
Aquí se riega ella, Juventud,
y con ella la regamos.
Las ninfas chapotean y Venus trae el pomo hecho trizas.
Juventa se rebela contra renacuajos y guabinas;
pero algunos, sumergidos en gozo por su causa
y, por susto de su regazón,
en su lugar,
llenos de pelos y vibra,
aplaudiremos.

Cortaremos su paso.

Con ella y por ella, larguémos al tubo,
a la cloaca,
al desmadre,
a donde quiera que se ubique su carajo.
Ella sí que es ambrosía
para los que escuchamos la lira de Apolo
y el canto de los manantiales.

¡Con ella, somos como ella!
jóvenes, desafiantes, enérgicos, impredecibles,
orgullosos, candidatos a otros oficios, lugares y ciencias,
donde el amor echa pelos y se cuelga de la estrella,
y danzamos así con las musas y las Horas
y vamos a las islas encantadas
en aras de las hembras de los mares
y salimos de La Ballena
—¡despedidos!
pero llenos de porvenir y dignidad.

1-9-93.
Inicio


El Ladrón (2)

¡Yo vivo de robar del robar benéfico
corazones igualmente agónicos!
Esa es mi dicha,
mi lujo,
mi tarea,
mi razón de anhelar y sufrir
al mismo tiempo!

Ser el ladrón que se es,

honestamente limpio, intuitivo,
es inducirlos al canto invocativo.
¡Por eso me acusan de judío, usurpador,
víbora del desierto, semilla de Jacob;
pero hay que comprender que uno vive
para este gran proyecto de unirlos
productivamente
al destiempo regresivo
de la maña
sin la dualidad brutal de los deseos!

Vibras


El poeta es el gorgojo vibrátil.
Para el mundo, no adorna ni instrumenta lo útil;
apenas se organiza con conveniencias prácticas.
A la cultura tiene por plexo de externas referencias.
Es ladrón caprichoso que navega en silencio.
Su destino son lejanos quarks,
infrarrojos guiños de los cielos.

El poeta no da algo como algo, a trasquilones.
Da su justa vibración, su nexo corpuscular
con lo más precisamente honesto y cósmico que existe:
¡la onda, la herziana libertad
de sonar como campana!
Las ondas son ferozmente poesía.

Las ondas no promulgan sabidurías de oídas.
Las ondas no son noveleras.
No son crédulas, no son publicitarias.
No están en tanganillas.
Nadie las desfigura.
Nadie las encubre.
Después de vivas, nadie las mata.

El amor existe

Precisamente,
el amor existe para ésto:
para que aprendas
—¡qué hermosamente llenas mis pupilas!
Que eres esa hembra que se adora
y que la cama ataca con suspiros
y subyuga con calidez tierna y animal.

Mientras sudamos, desnudos y apetentes,
se procesa la vida continuada
y se jala, desde escondite inagotable,
a las nuevas melodías,
tierra de anhelos vivos,
tantra oscilatorio y puro.
Creación in extensa...

El amor es el sueño biológico, misterioso,
que se plasma con este material de cuerpos tibios,
orgullosos, erotizados... y tú, mujer,
la mitad más bella de este sueño...
Arcilla blanda, hueso duro,
sacerdotisa del planeta.

Y yo, el que te despierto
a las perspicuidades
al escindir
al placer original y primario.

Hurto de tí —confieso—
un pedazo de tus eternas geografías
—esencia de tus años—
el trozo más encantador, no sé...
pero, sí imprescindible es decirlo,
el más egoísta o caprichosamente turbulento
dentro de tu piel, el que será mío.

Precisamente,
el amor existe para ésto:
para que alguno de los dos recoja el signo
de la responsabilidad, lo imperativo,
el tiempo existencial con sus deberes:
el pago de la casa, manutención, educación
hijos, ropa, hospital, deudas
y solidaridades:
«que se enfermó la vieja,
que enviudó fulana, sus cuitas,
despidamos al que se va, lleno de anhelos,
no puede más con la penuria, tiende una mano».

Saldemos, pues, la cuenta de este amor y dicha
porque ni tú ni yo, somos imponderables
y juramos no mentir, pero al paso
de rábanos, comprarlos...


El amor desafía y complica muchas cosas
y uno imagina que pausa y no es cierto.
Sigue eternamente envejeciendo el hueso
y, en nuestras causas, muestra el refilón
del horizonte óntico y, en medio de él, perpicuidades.
Precisamente, el amor existe para ésto:
dividir el infinito en momentos de memorias iniciales
y coherencias sociales, sucesivas, de praxis.

El amor no quiere hacerse sencillo como el beso
ni ritual como el abrazo
ni lineal como cruce de miradas
o callado asentimiento,
a corta distancia del encanto.
Aún así, existe aunque no haya más
el atractivo cuerpo ni la inicial esperanza.

Precisamente, el amor existe para ésto:
para estarse juntos, a veces tristes,
confundidos, apagados, lerdos...
para marcar el final y el comienzo
una y otra vez,
para entregarse, a pesar de que nadie sabe
si habrá alborada, después del sexo,
o eterna noche sin sabor conocido de labios,
ni solidaria complicidad de cuerpos...


Publicado en El Golem, originalmente.


Testimonio de la separación

A mi ex-esposa
Claro está: ¡yo admiro a los fieles
que gravitan por contrato, ante el altar,
sus vidas enteras
diciéndose el amor con mil demonios hasta sacar
ternura de las órbitas,
compensación de los puercos neutrinos
y girones de belleza de los tuétanos radiantes!
Los hay.
¡Pero no somos de esos!

Somos precarios bichos de lo oscuro.
Te conocí como al amor hecho abeja en el Foro Boario
y acepté tus dulzuras de magnetones,
limpio de polvo y paja, ambicioso del beso y la maraña
que prometió tu cuerpo endemoniado.
Fue una noche medieval del espacio que te ví,
bruja con curvas de capricho
y elipsoide maña de panales.

Me propuse ser tu zángano de turno,
a perpetuidad, por 1031 años de aspavientos...
Tú, en mi lomo, tomándome de escoba,
trapeándome el salario para vestir de ángel
tus hambrientos antojos.

¡Tan mediocre, vedezuela de bazofia y bambalinas!
Nos horneamos en la mufla de panes desiguales
que se muerden en la gavia del estómago
a pesar de beberse como velámenes de entena.
Zarpamos juntos a la aventura de ir al viento
con la ambición de ser felices
a cuestas, calle abajo,
hacia inciertos puertos
y mares de amor y farándula.

Queríamos volar, con esta piel.
atados a la murria de la Urania;
pero, ¿cómo, cazadora de hadron?,
si estuvimos vestidos con biotina amarga
y sobre camarotes de chalupas y no vimos
otro sol que dos cuerpos
contra el denso océano de eclipse
y el telón del teatro...

¡Claro está, en la carne, sí fuimos felices!
Tú fuíste el lipocito más sabroso
y, exclusivamente, por eso me gustaste.
Y si el amor es placer, ¡fuimos felices
hasta el día que quisimos un sorbito del dolor
que la pasión esconde,
veta del sol que al amor quema!

Prometíste cien millones de íntimos momentos angulares
y derramar la horchata en brincos de isospín
y desvanecer sobre mi pecho
tus peras térmicas de abrazo,
puchunguita de helio,
y rozar sobre mí tu vientre y tu ombligo,
tu clítoris que es 1840 veces mayor al Amazonas,
es decir, protón amado,
al que obsequié electrones
(y así, pensamos, tendríamos hijos de luz,
gusanos con porvenir).
... pero luego hicíste chafaldetas con el ano
porque, ¡eso si, tanto que sabes!
rumbas con sabiduría.
Todo tienes en forma de cadera
y culo maravilloso.
¡Duras y redondas serán tus nalgas
hasta que, a tontas y locas, se colapsen
entre las espirales del quarkonio,
y en la candela lipoide
de la danza y el polvo sideral, sin nadie que te aplauda!
... pero, si por algo te amé, fue por tus nalgas,
por tu cuerpo de sirena, por tus duros muslos
y esos tobillos de vedette, bruja del cosmos...

Trajíste a mi vida la Urania en mancebía
y yo me embravecí como una ola
para entrar en pabellones de tu alcance
e intimar con tu útero y carpelo,
tu fragua más sabrosa,
porque eras mujer con olor grato
para labios golosos como los míos.

Yo, el zángano de la chufa,
tuve anhelos volátiles, ab irato,
y una soledad de pocilga soñadora.
Necesité de tí, desesperadamente.
Estuvíste sedienta de espectáculo,
cantante, actriz, modelo, bailarina...
¡Eras la extroversión, pirotecnia
del lenguaje, el carnaval de la emoción
y la anarquía del cariño y el juego!

Me enamoraste, entonces.
¡Me enamoraste!
Llenaste con deleite mis ojos
hasta el fondo del iris.
Entraste en forma de palabra y, por años,
te quedaste con las cuencas de mi oído
y la raíz de mi voz y las puntas de mis dedos
y mis pezuñas hundidas y mis entrañas...

Los hay.
Habrá quien no quiera más que la atadura
y sea conforme con que tengas la voz suya como tuya
y que sus dedos ya no pertenezcan a sus manos
porque son dedos que han tomado
tu espléndida pulpa
y han quedado presos a tu piel, sin escapada.
Una hembra que chozpa como mula
lo hace mulo, ciego, torpe, imberbe, manso, oscuro...

Los hay.
... pero tú y yo no somos de esos
y la promesa del altar se hizo mentira cuando llegó
la sordo-muda sabandija, núcleosíntesis,
y se partió en dos el Jordán y nos perdimos.
Te fuíste por tu cartel de películas baratas
y tus senos se salieron del corpiño
y tu doliente tráfago de bohemia te hizo
querer halagos de otros hombres
y yo me fuí, por mi poema y por mi voz,
por mi aventura y por mis libertades de ladrón.
Sin mi anarquismo, mi dignidad no vale
y nada puede obsequiarte que me pertenezca.

Tú, por las demencias diminutas
de modelar un tanga, o filmar cinco minutos
de escoria, o desvelarte en egotismo de grandeza
creyéndote una estrella consumada, renunciaste
a todo juramento; pero quisíste lo que menos vale
del pan de trastrigo y los huesos de ferroníquel.

Cada quien haga con su vida
lo que pegue la gana.

No hay loco que coma lumbre
y por eso, en la carne, me gustas todavía;
pero mías son las palabras
—mientras yo tenga voz,
mías son las orejas
—mientras te pueda escuchar
sin entenderte, mías son las yemas de los dedos
y las uñas porque te escarbé en aras de tu alma
y me gustó tu lepra cósmica, elemental, de abejorra;
mía es la voluntad con que te dejo
y mía la nostalgia con que te dije adiós.

Claro está: yo admiro a los fieles
que gravitan por contrato, ante el altar,
sus vidas enteras,
pero bajaste demasiado a prisa del amor sublime
y tu cuerpo —que fue, panal o colmena— se volvió
la tumba del peligro, donde me sepultaste
y no me dejaste subir, supinamente,
cuando tendí mis brazos para retenerte
y alcé mi voz para acusarte
y limpié mis oídos
para oír si me amabas.

4-8-1985. Miami, Florida.

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