Sexta parte / Las zonas del carácter
Diga yo
¿Quién habitará el canto
que dobla su meta melodiosa,
sobresaltado por lo incierto sin sustancia?
¿Quién que sepa bifurcarse, transformar
la voz y hacerla carne y llenarla
de ternura todavía?
Donde se urjan más que palabras
exquisitas, semioscuras, decadentes,
caiga como rayo que nos parta, renovándonos,
sin la maldición que abre el lamento
de contínuo, día tras día...
¿Quién?
como el ángel prometido
que se espacia en sangre por nobleza
contra su gusto más puro y transmundano.
¡Diga, diga yo hasta la presencia disoluta
de los glóbulos; diga yo
sin hablar bajo el rebozo de la carne
ni con la niebla sideral de las ausencias.
¡Que no manipule el vuelo!
Somos el carajo de la carne
y los siglos nos cuestan en el tiempo
y, en conspiración de tierra estéril,
todo es una verdad de angustia eterna
y no un orgasmo de mierda de los santos.
Diga yo por la sed,
por las bocas ajadas,
hambrientas, secas y golpeadas,
que se abren y diga que sanemos,
¡ay! ángeles de lepra, invocados,
renuevos que han de ser benditos
en cada herida perpetuada por palabras
de gendarmes de fe, tan soterrados,
que aún duelen
en los proyectos del futuro
y mortifican y confunden.
3-1-1985
*
Cingulum
a Antonia Kozberg Cardona
Precisemos el síndrome de la mala conducta,
obseso-maniacona.
Hagamos el trabajo necesario
porque yo quiero la paz y a Tonina, sin oprobio
¡bien librada!, con cero tolerancia.
La quiero sin su tropel de viejas quejas,
sin terquedad de cara larga.
Dulcemente desde el gyrus cingulado la comprendo.
La adivino como dueña de mi clímax.
La actualizo con buena fe de la vigilia.
Si quiere ser mi amiga que me cuente
su hondo abismo, su caída.
Que permita a mis manos
ir a rescatar sus alegrías,
que se extienda hasta el alma,
que restaure su beso.
Entonces, me deleitaré con su silueta de niña
porque soy más lobo y viejo y zorriento.
Entonces, crecerá mi ángel;
sepultaré los fracasos
que depredan mutuos pasos,
escondrijos saciados en lo oscuro.
¡Yo no llegué a su vida!
Ella llegó a la mía; infringió mi vereda.
Yo sólo dije: ¡Me encuentras!
... Seamos pues codueños
del cohabitar y cohabitados;
acordemos las paces, no seamos
rivales nunca más; complétame...
Serás Tonina, mujer, y amada
como amazona, aferrada a tu cingulum,
a la batalla sustancial, cerebro adentro.
2-4-1992
*
Kaddish / In Memoriam
(Para repetir durante los Siete Días del Shivah)
A Víctor López (1919-1995)
Aquí estás aparentemente muerto, padre mío,
y yo que te amé, separado de tí,
también estoy tendido desde el alma
y recito mi trozo de alabanza
por tu honorable vida y tus ojos ciegos.
¡No es fácil escribir sobre hombres tan llenos
de silencio, tragados por las madreperlas,
sin la predecible sensiblería de los truhanes!
¡Fuíste tan fuerte, haz por haz,
conspirador velado en las costumbres,
pero tierno como los niños lujuriosos
y traviesos, tus alumnos sedientos de secretos!
¿Cómo fue tu vida de soldado?
¿Cuántas mujeres
tuvo tu uniforme de huesos grises,
tu guapura y tu estampa,
tu donaire de poeta caribeño?
Recuerdo tus muchos libros,
tus medallas, tus diplomas de hombre brillante,
tus monedas, tus piezas de recuerdos,
tus viajes a países extraños
y tus múltiples gabardinas y cobatas y trajes
y tus vivas a la independencia y al albizuísmo,
al Fidel de los '60s, a la ciencia soviética,
a la España democrática, sin Franco...
¿Cómo fue que llegaste a los campos, a la jaragua,
para robar la Luna en Mirabales y cazar
liebres con los Luiggi,
o despasearte por la Loma de Elizalde,
cómo descubríste el Charco del Peñón
y el Salto de Collazo?
Amaste la aviación, piloto de fantasías,
y a los héroes de la Sierra Maestra
y amaste a diez piedras de tu sangre
y a tus nietas y tu casa y tu Yuya, nueva Eva.
Al final, amaste la fe con ojos ciegos
y la tristeza de perder la mitad más querida
de tu cuerpo para ganar la mitad
más gloriosa de tu alma...
¡Qué irónica plenitud el amor tiene!
Hasta los poderosos como Nimrod
caen quebrantados y se los traga Seol
para llenarlos de vida.
2.
Lev yodea marat nefsho
Aquí recuerdo tu corazón
cuando aceito esta piedra con espíritu
y la guardo en la morada clara, sin espiguillos,
para que no se hurte tu cuerpo por salteadores.
Consagro para tu tumba,
el limpio tabernáculo
para que el sol en directo queme
el plexo de tu pecho.
Ya que el corazón es nuestra roca,
que sea tu propia piedra
la que consuele tus angustias.
Sobre tu cabecera la puse
porque ya estás muerto
y se te llama a secarte
como la vid en la inopia.
¡Ya para nada sirve tu esqueleto
ni en nuestra memoria viva!
De otro modo, colocaría esta piedra
sobre tus pies, con orden
... patead, dad coces.
Pero el corazón sabe más
que el calcañar y las rodillas
y ahora vives para volar
en las sospechas de lo inefable
como el piloto, el guerrero, el navegante
en otra barca de la vida...
Creed en aras de conocer,
no esperéis la verificación a priori,
crede quiad absurdum,
crede, ut intelleges, viejo ateo.
Ahora que penetras en la realidad de la muerte,
yo aceito la piedra de tu cabecera
y te encarezco que despiertes
en la pulpa cuántica,
con ondas de contínuo movimiento
ante el gran Testigo de la Constancia de la Luz.
27-4-95
*
Timidez adolescente
A veces, yo digo que casi siempre,
el valor hace falta.
Está su cara dulce, limpia, misteriosa,
con ojos plácidos delante de nosotros
y el tambor que musita su lenguaje
(resumible encuentro in situ que aconseja:
... Díle que es adorable, que te gusta.
Que hay un divino beso sin reposo
y la voz, la tuya, que ella enmudece.
Que tus ojos se entusiasman
por hallar suaves rutas,
senderos hacia sus senos.
Hay miradas vencidas, timoratas,
enternecidas, conturbadas, imprecisas
y algunas que no te pertenecen
y así compiten en silencio
por la caducidad suicida
como si no amaras,
ni tuvieras un corazón gatuno
de uñas afiladas, con esa sed de presa,
el valor animal de algún reclamo).
A veces sientes que quitaron algo tuyo
porque está en cuerpo ajeno,
tan deliciosamente.
Una represión cultural
se vuelve cuita, aniquilación,
y yo digo casi siempre, por la pluralidad
de palabras no dichas, o calladas.
Tu corazón, sorbido en el misterio,
se acobarda y ella sonríe,
pragmáticamente sospechosa,
servida para tí y retirada
en el gran plato de oro:
las expectativas...
*
Frags. 21 al 23
Antes que yo me vuelva desamor,
o agresión o piedra de tropiezo,
yo voy por lejanía, me exilio.
Si no voy a dar la esperanza
por obsequio o a evocar por tí noblezas,
resensanchando tus límites,
no rondaré tu espacio, Vida,
no estorbaré tu sombra.
De muchos modos estarás diciendo: Véte,
no sé si queriendo crecer o reducirte
alimentada por tu solo aliento,
normas a tu gusto, sedes del tamaño.
22.
Es demasiado limpio, demasiado,
y sus ojos los tiene muy atentos.
Quiere ser felino desde el alma.
Aquí estoy, casi zorro y pantera,
casi gato, casi humano desde adentro.
Venzo a los perros seratónicos del mundo
cuando a la jauría, observo malcontento.
Mi día viene conmigo, cauteloso y temblando.
Y yo rompo almohadas de benzodiazepina.
El se esconde. Tiene miedo, igual que yo.
Es un vil animalejo, intramundano.
Espera la ráfaga del pánico sobre mi cama limpia
y en el sucio del asco, nos odiamos
por higiene de absolutos encumbrados
y la pira del temor y el orden y el reposo.
12-4-1992
*
23.
Ya comienzo a creer
que el mundo es una flecha
con tristeza, perpetuada,
y congal de mentiras
y una danza macabra
y una asfixia.
Antes la escoba a mis pies
iba cantando.
Un trapeador con el alba surgía.
No había lamentos entre nubes oscuras.
y mis ojos apetecían el sol
y ver lluvias, alcoiris, estrellas...
Un estropajo quitaba los mocos a los tristes.
Limpiaba manos sucias, lavaba
la nostalgia, derrumbes de palabras
y de las contradicciones, despercudía la ira.
Aún parecen tan lejanos los comienzos.
Si la ansiedad se desploma así,
como hasta ahora,
tan suciamente, sin catharsis,
¡qué muerto estoy en vida, no lo quiero!
19-4-1992
*
42. / En la muerte de Chato
In memorian: a Victor Emilio
Fui primero por él, la oveja negra
de tu casa, zángano infantil
lleno de lodo... ¡él era mío!
él que se dio postín con la noche y la gavela
y a todo dijo adiós y supo irse
con alegrías de zorro por los montes,
con la boca rabiosa y satisfecha.
Un día, cuando tú estabas ausente,
casi olvidándolo, yo mandé por él
al herodes de la Muerte
y lo hice beber sangre de sus hígados.
A Chato lo premié con el honor
de estar conmigo y saqué las tulangas
de su boca soñadora de dulzura
y lo mandé al hospital, a costa de su ira,
sus maldiciones y odio...
A él sí me lo llevé.
De tí no quiero nada todavía.
II.
Tú conocíste ya las zonas del carácter.
Eres menos frágil, gozas
con emociones subterráneas
y tus ojos están abiertos noche y día
y te atarea el destino
y juegas a las consignas.
Huyes de mí, me eludes, aborreces
mi sombra, me apaleas, me versas
morringuero y cotudo.
Es difícil matarte y darte palos;
te lanzas entre farolas por una muerte digna.
Crees que mereces el mundo que no tienes,
uno justo, solidario, placentero,
donde haya dignidad bajo los soles,
donde haya amor con oleajes de luna.
Tú sí eres un listo, Carlos, aún en quebranto
y por eso te abjuro, no te quiero.
A otro elegiré que pueda herirlo;
a otro que te hiera cuando muere.
III.
Yo voy hasta las sombras
donde crecen las audacias del ánimo.
A los más pintados, tatuados de jenipa,
descabezo, los tuerzo.
Yo quito la ilusión de sus imágenes,
sus qualias alterados, sus victorias,
visiones alucinatorias de escondite.
Si ellos, con los dedos me mienten
por seudafia, yo les pudro los dedos.
Al montonero, con metralleta en mano,
con el tiro de un cobarde, lo descuento.
Cosido a balas lo dejo por gracia
del más torpe cagarriche con gatillo.
Yo voy más allá de tintes de copey y jagua.
Ninguno se me esconde, ninguno sobrevive;
yo les pudro las caras, yo les quemo
con pústulas el rostro y hago del ácido
la sed de la epidermis;
con cirugías estéticas no me elude nadie.
Yo hago polvos las máscaras, Palilo.
Todo el que huye es mío.
Todo el que canta, jactado por fáciles alegrías,
dirá elegíacamente: ¡Muerte, me cagaste!
Me gustan los inocentones y los temerarios.
El que no quiere morir, me enoja y tienta
y yo voy y lo mato, lo persigo.
Le doy mi dulce trago amargo.
Soy el dolor de muelas de muchos valentones,
guapos de esquina, curros de barrio.
En las cárceles me doy festín, suplo
navajas y fileros largos.
Al guerrillero lo mato en la manigua.
Al policía granuja, como al patriota artero,
los sumo a los heroicos pendejetes
a los que mato, yo soy más narco que el narco,
yo soy el hampa insorbornable de la Muerte.
IV.
Fui primero por él, la oveja negra
de tu casa, zángano infantil
lleno de lodo... ¡él era mío!
Tú lo querías porque fue como el niño
que no crece, crédulo, soñador,
caprichoso; a cada niñaja de su rumbo
quiso engañar con besos, acostarlas,
olvidarlas, tirarlas de su lado
(yo estuve con él, viendo su lado oscuro;
yo comencé a ser Herodes al matar su inocencia;
yo te pegué con el martillo en la frente,
¿recuerdas? te noquié, te levanté
aquel chichón que fue como tu marca ciclópea
de espíritu, un ojo de ajna chakra,
señal de tu monte mágico en la muerte.
Usé su mano de niño,
su temerosa mano; por golpearte lo premié,
lo hice majo, azotador, travieso,
más fuerte que tus versos,
más fino que tus oídos, ya por sí agudos,
pues han soñado lo sagrado en la pobreza,
en la santa y fuácata casa del maestro.
Tú lo querías y se fue, lo quité
de tu lado para que no se llenara de palabras
ni de libros, como tú...
¡No sabes, Carlos, como odio tu silencio
desde entonces; no sabes cómo odio
tus palabras, Carlos, tus lamentos!
V.
Siempre rondé la casa de la asmática
(la mitad de la muerte es dolor y agonía).
A Yuyita, tú la querías como a tu propia alma.
Así querías a Chato, el más travieso,
la oveja negra de tu casa.
Una vez le quemaste el pelo, ¿recuerdas?
Tiraste kerosene en una esquina
del fogón cuando él se arrimó, desprevenido,
al fuego; tras las tres piedras calientes, víste
las llamas subiendo a su cabeza
y te asustaste; víste su muerte.
Yo soy la muerte traviesa
y contigo también juego y me plazco.
Yo fui en el gas, tu mano, quise probarte;
entonces supe que hasta la vida darías
por él, tú lo querías.
Por eso lo abrazaste y corríste a él,
lo llenaste de besos y apagaste
cada greña encenizada, casi llorando;
¡Te asustaste, pendejo! ¡Pobre Carlos!
¡Así son mis simulacros, niños importunos
como flamas; a riesgo de coquipelarse
con un puño de fuego; no así los infiernos
que tengo prometidos!
VI.
Una vez se tostaba el café,
o más bien, los garbanzos que como té
beberían aquellas sangüijuelas adventistas
que el Sábado alabaron, ¿recuerdas?
se alababan a sí mismos, sí, mentira
y, además, bebían de tu café y de tu trabajo
(¿qué palabras dieron a tí, mi pobre Carlos?
sino clamores por tu arrepentimiento,
el Juicio Final viene
y a Dios te encaras, con corazón rebelde,
emplazando el fin del asma
de tu madre; al pastor dijíste, mentiroso).
Se fueron siempre bien servidos,
orondos, anchos, de tu casa.
Llamaron el reposo su joder, prohibir,
gesticular, adoctrinar y hacer predicaciones...
Desde siempre los odiaste; eras un listo,
caramba, detrás y por delante de tu tez de rosa
y tus pequeñas manos, debajo de esos ojos
que lloraban, pese a tanto miedo
y fastidio e himnos fatuos.
VII.
¡Cómo me gusta la guifa de matadero,
la tristeza de ese trecho final,
después de la agonía!
El enfermo que ya no combate
y perdió las ilusiones
y se entrega a mí, ya suplicante.
¿Serás tú otro bohemio acobardado?
El, marido golpeador, inspirador
de ajenos lloros y terrores, al dolor temía
y lloraba él, en lecho de amarguras difuntales.
Como bebito desvalido y desvelado, al fin
gritó sus postraciones, me dio sus alaridos.
¿Cómo harás cuando seas tú
el que deba morirse y estés tendido?
¿Serás dulce otra vez, te estarás quieto
y estoico, o azotarás con tus manos
el cráneo que arde con el infierno vivo?
No lo sé aún. Te gusta el fuego.
Antes de reclamarte, yo pondré
mucha ceniza, Carlos,
en tus cabellos y tus bigotes.
Entonces, recordaré
las zonas de tu infancia,
semillas de tu carácter.
Tú atizaste la leña
bajo una enorme paila,
tú, niñajo, hacendoso en quehaceres,
por amor a tu madre...
¡Para tí, como juego sería
y hacerlo, en largas horas, solitarias,
menear los granos
y echar tus ojos a fantasmas espirales,
ángeles del humo, visitantes de fuego,
y largarte con ellos, quedo, callado.
Con dedos intrusos dentro de la olla,
seleccionabas tus garbancillos tostados
(para tí, sabrosos, semicrudos).
¡Qué pueril tu delicia
al comerlos y mascarlos
y ver las llamas y cantar al humo
y sentir los olores y danzar con el viento
y, finalmente, echar la azúcar,
oh, azuquita mami, hasta que hierva
y sea negra la jalea como una oveja,
granos del descarrío, dolor
desmenuzado a caspucias, a despellejo.
Sobre un papel de estrasa, ¿recuerdas?
tendías tú el granerío, tu mejunje;
se tendrían que secar las semillas oscuras
del café o el garbanzo.
VIII.
Danzaba él, mamito en las discotecas,
hábil en el meneo,
guisaba la figura del donaire.
Usó el pelo como Sandro,
aquel puma argentino, y cantaba
sus canciones, imitándolo.
Debbie, la gringa, fue su chica más hermosa
y ella lo amaba como a nadie, se casaron
pese a él ser ingrato, ofensivo, violento.
Se aferró al circo de amigos y parranda
y al pretexto, con las copas me calmo,
con la coca y otras viejas me alimento.
En farra lo fue perdiendo todo,
su bella casa en el Viejo San Juan,
su apartamento, su mujer,
sus amigos...
y hasta perdió el trabajo
y fue a la inopia, enfermo, avergonzado...
Por compasión, esencia del amor mío,
lo reventé con cólicos biliares
y le sequé la boca y le dije: No bebas,
te lo ordeno; ni sufras ni repliques.
Yo soy el Lobo y depredo.
A su linda cabellera,
del negro más intenso, la desgreñé
con prematuras canas;
sus cachetes chupé
como ebrio que escurre la botella.
En fin, yo soy la ira hepatálgica.
No respeto ni rostro ni quijada.
Tumbo y tiro como a moco al que me place.
No serías tú, Carlos.
De tí no quiero nada todavía.
IX.
Cuando danzas, tú...
el que todo lo sufre y lo perdona,
cuando cantas, muchas veces callaste,
Tus tonás no son de mi fandango.
Bebes y jodes a ratos,
pero tus vinos no son de mi cova.
No se te puede hopear ni echar diabladas
ni de habladas ni gritos; no soy
lo que has llamado Tu Zorra, tu poema.
Me has odiado, quizás, antes que yo.
Me has detenido para quizás amarme;
me has olvidado quizás para quererme.
Contrario él, en horas muertas,
vas hucheándome con tus perros blancos.
Entonces fui por él, la oveja negra
de tu casa, zángano infantil
lleno de lodo... ¡él era mío!
1984
*
Infernalis Locatio
... la Ilusión es la libre voluntad de Siva
Con el desafío de todo cuanto impulsa a muerte,
a cada instante se prueba el hombre.
Todo lo destruye
con su obsesión de glorias...
pero la riqueza no termina de hartarlo
porque su lugar
es debajo de la tierra,
infernalis locatio.
En la más oculta y recóndita porción
del alma humana, en ese inferus predio,
infernalis locatio, se cocina
la muerte diariamente.
Dentro de nosotros, la naturaleza
se alimenta de ansias,
de apetitos oscuros
y todo es una larga noche,
una larga noche.
No hay madrugadas
por la falta de soles.
El hombre enciende la luz que puede,
su deseo de transparencia.
Y ésto no basta
porque todo es breve, sucio, antiheroico.
Cada mortal se levanta hambriento
como si comiera sales del sequedal,
gusanos que son externas huellas.
Incapaz de morder las duras rocas
por la blanda bestia, coces da al aguijón.
Se la pasa soñando con pasiones y riquezas,
con cambios y transformaciones,
con luchas, con anhelos,
pero así como sueña y construye, olvida
y da pasos atrás y cae y muere...
La impermanencia está en sus ojos
y hiede tras la máscara del humus
y se lo come la inercia
como volcán de gorgojos
y avisperos de cuitas.
Y entonces... viene la primiginia manera
de matarse y, al hacerlo, más olvido,
y por lo que olvida, sufre el hombre
y el ímpetu de sangre
(que en él es su riqueza)
se agita y no se lo perdona
y no se reconcilia con la vida
que yace en las moléculas.
Y es por ello que el hartazgo de la muerte
es el drama más sincero con que despertamos.
Es nuestro trago de vino mañanero:
y la patria no es una razón de morir
(ninguna guerra tan heroica
que no sea más de lo mismo).
Nos medimos por el polvo y el olvido
y nos vivifica y lame la muerte
como a perros precarios y pulgosos.
La batalla nos sangra las manos
y el odio es la cadena, nuestra cola
de crímenes históricos.
El oro y la fama no son razones para morir
sin esta jerarquía perdida entre los dioses.
Cocinar fantasías es sólo aproximación,
no memoria del fuego perpetuo,
pero si dejamos de soñar
también se deja de vivir.
Y ninguna venganza,
ningún orgullo,
ninguna jerarquía
desoculta lo que es tan deseado,
lo que habríamos perdido, sin buscarlo.
La muerte sigue siendo nuestra sombra
y sobre ella, sin gusto, cohabitamos.
17-3-1990
*
El hombre quieto y pobre
Antes yo, sin ser feliz,
era un pobre tranquilo, arrinconado.
Como un santón cantaba
todo el santo día y, agradecido
de mis pilchas, mis harapos,
suspiraba...
Yo en nada dí pie con bola
ni en nada ni con nadie.
Quedaba de una pieza
con cualquier artilugio de la tarde.
En pobreza hallaba mi piedra de amolar
y mi historial progresivo de pimpollo
enfrentado a la pillada de mis días.
Yo lité mi ofrenda seductora
y, en el esfuerzo, dí pichincha
y humildad de mi miseria bruta.
Han cambiado las cosas.
Ya mis huesos son compadecidos.
Los extranjeros dicen
que no soy tan libre como había creído.
Se me ha obligado a buscar diez pies al gato.
Han golpeado mis costillas
con piedad en bruto.
Me abrazan los que tienen fe
en la democracia y la riqueza inagotable.
Por eso he dejado mi reino de piltrafas
y maldigo los viejos días
cuando, sin ser plenamente feliz,
era un pobre tranquilo
que en la esquina
como un santón, cantaba.
*
Los filántropos inauténticos
Cuando ya no son pobres
esas gentes que respiran tan tranquilas
y opinan a gusto sobre todo
y contra todo, ¡ay, ya sé!
con ellas no puedo contar.
Mas bien, estorban.
Ayudan poco.
Este trámite de vencer límites
y necesidades depende de una pizca
de confianza y necesario decoro.
Y esta gente de tantísimos oficios,
tan valiosos al parecer, ya no comprenden.
Una mente que discierna justamente,
voz que sienta, la buscamos.
Ellos dejaron de creer que el pobre
es digno y que tiene su orgullo planetoide
y que, en dolor, ha gritado por su causa.
En medio de acusadores
(quienes miden con sus normas
lo que en nosotros valoran, inconsultos),
somos los badulaques.
Su piedad es estorbo, camino de espiguillos.
Los compasivos, a dienticos pelados,
se jactan: yo estoy arriba
aunque jodido estuve y véme ahora...
No bailo con la fea.
No arrastro mis lamentos.
Cuando el pobre está expuesto
y llagas y pulgas tiene por corona,
los triunfadores son sus puyas
de mayor tormento.
2.
Son gente en misa, harta con su pan,
la hostia del discurso demagógico
y gestos de aparato en hojas de servicio.
Ya olvidaron cómo hincarse de hinojos
desde el alma sonora de lo amargo
y ahora mienten facilongamente...
Se pungen, con el pulpejo de la ira,
y dardos de triunfalismo filantrópico.
Las viejas vicisicitudes duelen todavía,
pero, sin pucheros, es arduo decirlo.
Se guarda una distancia
ante la puerta trasera del recuerdo.
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