No hay muerto a velar por los vivos.
Si tanta morbosa urgencia por sepultar algo, metan en un cajón todo este dolor nuestro, todo el afecto, todos nuestros "Cómo?", todos los "por qué?" y toda la rabia de esa lágrima legítima.
Y si sepultan eso, nos quedaremos sin piel, sin preguntas, sin agua, sin pulso, sin revolución. No es negocio.
"Algo hay que enterrar" siguen apurando los muertos, con voz que suena sensata. Enterremos entonces, en lugar de Luca, a su homenaje. Toda esa súbita y sonada importancia socio-cultural-antropológica. Todos los adjetivos póstumos, toda la sindicación de mito, toda la parafernalia de un sistema en el que siempre estuvo, sin ser parte de él.
Si supiera que se lo compara con Tanguito, escupiría de costado, groseramente: "Bolú...".
Si leyera sus necrológicas, de filosofías apuradas y psicologías analíticas, diría que estamos locos.
QUE NO ENTENDIMOS NADA.
Y las lee. Las lee con Marley, seguramente.
Sí, un tornado arrasó a nuestra ciudad y nuestro jardín primitivo. Y ya que nos toca juntar los pedazos, al menos celebremos que el mono sigue entero.
Y que es mejor hablar de ciertas cosas.
La Historia del Palo - Ediciones de la Urraca