Y mas allá del rizo del tiempo no queda nada. Pero esa nada palpitaba aunque carecía de forma material, se transformaba sin tener previamente geometría alguna definida, estaba viva. Pero no una vida orgánica como la conocida en planetas simples: Tierra,Saturno,Yuggoth,...,tampoco era una vida espiritual como marca aquella leyenda del que yace dormido en las profundidades esperando la hora de resurgir de su letargo y dominar el mundo con los de su raza. Esta vida era el principio, la base, el todo, contenìa y desprendía. No se oía sonido alguno pero podía oír cánticos entrelazados que mezclaban gruñidos con silbidos mientras un eco lo devolvía en forma de recurrencia que hacía perder cualquier indicio de análisis de lo que se escuchaba. Mas creo recordar no sin dudarlo que se repetía una cantinela de la que recordar solo puedo esta palabra: Azathot.
Pasados tres años terrestres volví a traspasar el rizo del tiempo sin poder entender el porqué de tamaño privilegio hacia mi insignificante persona. Pero esta vez pude ver algo aunque no con los ojos, pues en este estado carecía de todo órgano que fuese capacitado para la visión, lo percibí con mi interior, con mi esencia. Utilizando palabras jamás podría definirse lo que pude ver con mi ser incorpóreo en aquel espacio sin tiempo. Para describirlo, mas bien para darle un sentido la sensación que presencié era como un núcleo. Me sentía cansado y soñoliento mientras avanzaba a velocidades abismales hacia el núcleo el cual me atraía con una fuerza sobrecogedora. Me pareció que este trayecto que duró unos quinientos años no lo estaba realizando sólo. Sentía una presencia que se desplazaba por aquel insondable camino junto a mi y que me atenazaba en alguna parte de mi inapreciable cuerpo. Debido a la curiosidad que se apoderó de mi realicé un acto que sólo sirvió para sumirme en un nuevo grado de horror que agravaba el miedo que llevaba acumulado en todo este tiempo, doblé hacia arriba una parte de mi ser que supuse era mi cabeza y lancé un alarido, aunque carecía de boca, al ver la criatura inmunda y recalcitrante que me atenazaba con sus dos poderosas garras y que me transportaba hacia un destino que jamas podría haber imaginado. Intenté buscar en su rostro alguna expresión pero esta bestia alada carecía de toda facción. Impasible e imperturbable me adentraba en aquel lugar del que nunca regresó ser alguno. Resignado y aturdido me dejé llevar visto que mi fuerza no podría igualase jamás a la del ser alado y me puse a divagar en rincones de mi mente que normalmente no son posibles de socavar intencionadamente. Fue entonces cuando recordé un pasaje de mi juventud que me hizo estremecer. Cierta ocasión me había introducido por procedimientos no muy ortodoxos en una catacumba donde se decía había sido enterrado un sabio al cual las gentes le tenían odio y repudio pues desìase que había pactado con el demonio ofreciéndole no ya su alma sino la de todos los habitantes de Kli-Sabhet. Los rumores fueron ciertos y encontré la pared donde había sido empalo este sabio del que jamás nadie pronunciaba su nombre. En el suelo junto a una túnica dorada habían abundantes pergaminos escritos en árabe que contenían inscripciones en una simbologìa que nunca antes había visto. Transcurrieron varios días mientras leía aquellos manuscritos pero no me pareció muy importante lo que en ellos pude hallar, así que no volví a pensar en ellos. Pero e aquí que dirigiéndome hacia lo desconocido apresado entre las terribles garras de un ser detestable se me vino a la memoria un fragmento de aquellos manuscritos en los cuales el sabio emparedado hablaba de unas criaturas aladas de rostro impasible y fuerza inimaginable que eran temidas hasta por los mismísimos Dioses. Estas criaturas eran sobrias y eficaces poco amigas de vivir en sociedades organizadas y de muy alta ferocidad. El Sabio hacia referencia a ellas con una admiración que casi podía ocultar el terrible miedo y temor que sentía por ellas a las que llamaba Alimañas Descarnadas de la Noche.
Transcurrían periodos de calma con otros de algo parecido a una tempestad marina aunque no había cosa alguna que se pareciese a semejante proceso natural. Quizás fuese una explosión, quizás fuese un terremoto o tal vez no ocurriera nada pero lo único que recuerdo es un alboroto sublime de los conceptos del espacio y comprendí que no se me daría el privilegio de conocer el origen del origen. La sucesión de procesos vitales que allí se produjeron me dejaron en un estado de seminconsciencia mientras giraba extremadamente rápido. Aún así me di cuenta de que mi horrendo acompañante me había dejado de sostener y ahora se encontraba volando hacia un destino que acabaría con su existencia. Yo mientras avanzaba vertiginosamente en la otra dirección e inundado por un sentimiento no muy lejano a la piedad le grité a aquel ser inmundo para que retornara y no sucumbiera al holocausto que le aguardaba. Vanos fueron mis intentos de llamada puesto que aquel ángel de la noche se mantenía impasivo y erguido hacia su inevitable final y entonces comprendí el porqué del miedo de los dioses hacia estas criaturas que a su lado eran insignificantes. Viendo como aquella alimaña volaba desafiante hacia una especie de infierno sin el mas mínimo gesto de duda o miedo me di cuenta de que los dioses las temen por su osadía.
Poco más puedo llegar a recordar, mas en algún lugar de mi mente al cual no puedo acceder a voluntad, se que quedaron grabados los signos de aquel que baila en la oscuridad. Mi ultimo y vano recuerdo es mas bien como una pesadilla que traspaso el umbral de la realidad sofocando el resto de mi existencia. Pululando a gran velocidad y sin fuerzas ni voluntad para reaccionar realicé un último y prodigioso esfuerzo por volver en mi. Lo conseguí sólo por breves instantes y lo que pude ver retozaba una fuerza y poder inmenso mayor que algo sublime y más pequeño que algo ínfimo, era la esencia lo que había vislumbrado y es un milagro o un don que se me ha dado el que vuelva de aquel infierno para poder seguir viviendo. Aunque a veces pienso que más bien fue un castigo pues fui encontrado al borde de un río seco en el desierto de Frankl en un estado deprorable. Desnudo y con la piel desgarrada, inconsciente me recogieron una caravana de mercaderes que me cuidaron y alimentaron. Una semana tarde en recobrar el sentido y aún recuerdo aquel momento en el que intenté mover las piernas y estas no me respondieron y volví a intentarlo con nulos resultados, desesperado intenté abrir los ojos para ver si estaba atado o encadenado y cual fue mi horror y desasosiego cuando por más intentos que realicé sólo pude ver una oscuridad inmensa. Me llevé con urgencia las manos a mi cara para palpar mis ojos y no los pude encontrar puesto que mis dedos se escurrieron por unas cuencas ásperas y vacías.
En la oscuridad y soledad que desde entonces siempre me acompañan me parece que hay algo o alguien que me vigila y me acecha; y en mis sueños aún puedo ver aquella alimaña valiente, carente de todo miedo, temor, respeto o pánico propio de los hombres, como se adentraba desafiante en aquel aquelarre final. Y en estos sueños puedo oír aun aquella cantinela estúpida e idiota que se repetía sin cesar de la que sólo recuerdo una palabra: Azathot.
Alejandro Ramos