Los que amamos la posibilidad de salir a conocer nuevos lugares, sea de una u otra forma y en cualquier tipo de vehículo, de manera casi natural año a año revisamos lo que llamamos fines de semana largos, con días sándwich o puentes, como les denominan por allí...
Los moteros con espíritu de aventura no somos la excepción, y la oportunidad más reciente de viajar a algún lugar se nos dio con ocasión del 12 de octubre, día feriado en muchos países americanos de habla hispana.
Junto a un par de amigos traileros, dejamos además del feriado, un lunes, la posibilidad de tomar libre el viernes y martes en nuestros trabajos y estudios, por si la ocasión ameritaba un destino más lejano. Comenzaron consecuentemente las a veces eternas conversaciones personales y telefónicas respecto al rumbo a tomar.
Una alternativa planteada hacia algún tiempo, guardaba relación con conocer parte de Argentina, viajar por Chile a La Serena y cruzar a San Juan a través del Paso de Aguas Negras, lo cual implicaba pasar la Cordillera de Los Andes a una altura nada despreciable de casi 4.800 metros sobre el nivel de mar, luego debíamos entrar nuevamente a Chile por Mendoza. Un viaje no demasiado extenso, unos 1.500 km que nos conduciría a nuevos lugares y con sectores que implicaban bastante aventura, objetivo que de alguna u otra forma muchas veces buscamos, más allá de un destino o trayecto cómodo y fácil.
Las averiguaciones efectuadas nos llevaron a desestimar esta opción, debido a que ese paso no se abre sino hasta diciembre, aún cuando la rigurosidad de este invierno no se hizo sentir. No se puede cruzar antes debido a que los controles policiales y aduaneros no están habilitados.
Una segunda posibilidad, también recorriendo parte de Argentina, nos podría llevar a cruzar por Los Libertadores hacia Mendoza y desde allí emprender rumbo hacia el sur, conociendo Malargüe, Las Leñas y San Rafael, y luego ingresar a Chile por el Paso Pehuenche, esto es pasando por Laguna del Maule hacia Talca. El trayecto se veía bastante auspicioso, sin embargo las consultas que hicimos con relación a dicho paso, revelaron la misma situación de Aguas Negras, cerrado hasta diciembre, o quizás a mediados de noviembre, pero en todo caso imposible cruzar en esta fecha.
La última opción, y que fue la que decidimos, fue viajar a la cordillera de Ovalle, específicamente hacia Tulahuén y Las Ramadas, sector tristemente famoso a comienzos de este año '98 debido a los graves e inusitados temporales de nieve que lo afectaron y que significo la pérdida de vidas humanas al quedar un gran número de arrieros aislados en los pasos fronterizos que ocupan para llevar a su ganado, principalmente caprino, a las veranadas argentinas de la alta cordillera.
El objetivo sería llegar, o intentar llegar por segunda vez, a las minas de lapislázuli existente a unos 50 Km de los pueblos antes mencionados, viaje intentado hacía un par de meses pero que no pudimos cumplir dos de nosotros debido a la presencia aún de nieve y el consecuente mal estado del camino con destino a ellas. El paisaje que vimos en aquella oportunidad nos motivo a volver a intentarlo una vez más, unido al hecho que según la literatura turística consultada, estás son las dos únicas minas de lapislázuli en el mundo, a excepción de una en Afganistán. Este último país, por el momento, está fuera del alcance de nuestro pre$upue$to y tiempo....., entonces, ¿vamos a conocer las chilenas mejor....?.
El lapislázuli es una piedra semipreciosa que una vez trabajada por el artesano adquiere unas tonalidades azules muy bonitas, por lo cual es bastante cotizada. Muchos turistas que llegan a Chile, habitualmente se llevan como recuerdo algún adorno o joya engalanada con esta piedra. El hecho de saber la exclusividad de estas minas hace aún más motivante el viaje, unido a la belleza del paisaje.
Establecimos pues una tentativa hoja de ruta que significaría recorrer en total alrededor de 1.000 Km desde Santiago. Día viernes Santiago-Ovalle-Tulahuen, acampar allí, el sábado subir a las minas, acampar por allá, el domingo regresar a Tulahuén y cruzar por un camino de unos 50 km. no muy transitado hacía Combarbalá, dormir bien allí en una agradable hostería y dejar día lunes libre para regresar a Santiago el martes evitando los atochamientos de la carretera del día anterior.
Partiríamos en forma separada, dos el viernes temprano y el tercero un par de horas después debido a unos impostergables trámites bancarios. Acordamos que llevaría cada uno, carpas, artículos de cocina, bidones para agua y bencina, comida y demases. El día jueves por la noche, cada uno dejo su moto lista y cargada con el equipaje.
Los integrantes seríamos Carlos en su Suzuki DR 350, Ignacio en una Yamaha Super Ténéré XTZ 750, y Claudio, también Yamaha, pero un modelo algo más "económico", una fiel y eficiente XT-600 E.
Viernes
Quedamos de juntarnos con Ignacio en una estación de servicio a las 8:30. El ya estaba cuando yo llegué con 10 minutos de retraso, producto de un atasco bastante grande debido a un bus en pana.
El día que amaneció muy prometedor, absolutamente despejado, al poco andar comenzó a descomponerse, algo nublado y un poco de niebla inclusive saliendo de Santiago, pagamos el peaje y nos detuvimos para abrigarnos.
Seguimos inmediato rumbo, con poco tránsito pero encontrando un desagradable y serio accidente en las cercanías de Rungue. Poco antes de Calera un camión volcado a un costado de la ruta y el tiempo seguía extraño, sectores con algo de llovizna y en otros algo mejor, pero siempre nublado. Murphy no falla, siempre puedes contar con él, sequía grave, buen tiempo por varias semanas, sales de viaje y crestas, ¿que pasa?....
Nos detuvimos en Los Vilos luego de 230 Km y poco más de dos horas para repostar combustible piloto y moto de la XT, es decir yo, pues iba con algo de frío, y el calor de un café y la compañía de un tabaco hicieron algo más grato ese primer descanso.
Después de unos 20 minutos continuamos viaje a Ovalle. Lamentablemente las expectativas que el tiempo mejoraría se vieron desvanecidas inmediatamente al salir de Los Vilos, la llovizna y el frío se hicieron sentir de inmediato y nos acompaño hasta Socos, haciendo bastante desagradable el viaje, más que nada por la inseguridad que transmite el conducir una moto por una carretera húmeda en un sector conocido por la cantidad de accidentes que allí suceden, más aún, producto de los actuales trabajos de ampliación de esa vía, las continuas salidas laterales de camiones dejaban en el pavimento lo que parecía ser una resbalosa capa de barro.
Luego de 5 horas de viaje desde Santiago, llegamos a Ovalle donde nos detuvimos a almorzar. Mis rodillas extrañaban un buen pantalón térmico o impermeable, aún cuando las botas enduro protegían muy bien hacia abajo.
Continuamos viaje hacia el muro del embalse La Paloma, donde deberíamos esperar a Carlos, sin embargo luego de mas de una hora y media sentados allí, observando el tráfico por la carretera hacia los pueblos interiores y sin que él llegara, decidimos continuar hacia Monte Patria, donde se ubica la última estación de servicio en el sentido de nuestro rumbo, y punto obligado de reabastecimiento para todos, donde le dejamos el "recado" que íbamos con destino más allá de Tulahuén.
Después de 10 Km llegamos a Las Juntas, donde acaba el pavimento y nos internamos por el Valle del Río Grande. Pasamos por Chilecito, Caren y un poco más allá el tiempo se compuso completamente, ofreciéndonos una preciosa vista a los cerros que circundan el valle, tranquilizándonos además respecto a las expectativas de acampar. Luego de 45 Km de camino de tierra, en buen estado, salvo un tramo que están arreglando y que presenta sectores sueltos y con piedras, llegamos a Tulahuén, donde nos detuvimos a descansar y decidir que comprar.
Se suponía que Carlos llevaría bidón para el agua, pero en vistas de la incertidumbre de su llegada decidimos comprar agua embotellada y algunas cervezas en lata para acompañar la noche, una cosita poca ¿? que se veía muy divertida afirmada por los pulpos por sobre el equipaje de la XTZ 750.
Cerca de las siete de la tarde y sólo 6 Km más allá de Tulahuén, a la izquierda del camino hay un pequeño desvío de no más de 100 metros donde hay un sector muy apropiado para acampar, que ya habíamos visto en el viaje anterior, suelo blando de arena, bastante sombra de árboles y a orillas del cristalino río Grande. Antes que se fuera la luz natural pusimos la carpa y empezamos a preparar nuestra cena, acompañados ya de una cerveza y comentando las peripecias del viaje y lo agradable que se sentían esos instantes de disfrutar del camping.
Pasaron unos dos o tres vehículos por el cercano camino, siempre nosotros pendientes de escuchar el inconfundible sonido de una moto o de ver la única luz que las guía. Nos preguntábamos si Carlos llegaría o no, y cual sería el motivo de su atraso.
Cuando la comida estaba lista, no podía ser en un instante más apropiado, llegó nuestro amigo, quien luego de los consabidos saludos y preguntas del porqué del retraso nos acompaño a comer. La demora fue mas que nada producto de la velocidad de crucero que emplea, unos 80 km/h, hay que recordar que en nuestro país la velocidad máxima en "carretera" son 100 km/h, esperándose que luego de la ampliación de ciertos tramos de nuestra ruta 5, la Carretera Panamericana, el límite máximo se establezca en 120, velocidad que adoptaron las autoridades ante mi recomendación de ser la óptima de crucero para mi XT.....JAJA!
Estuvimos conversando hasta un poco más allá
de las 11 de la noche y luego a dormir. La noche estaba espectacular, la
luna ya menguante aún no salía y el cielo se veía
inmenso de estrellas. Los colchones inflables nos hacían sentir
muy cómodos y la noche no estaba fría. Sólo fue interrumpida
a eso de las tres de la mañana por una salida al baño de
los bebedores de cerveza.
Sábado
El despertar fue cerca de las 8:30 de la mañana, pero al salir de nuestra carpa descubrimos que Carlos ya se había levantado hacía un buen rato. Recién a esa hora pudo contemplar el entorno del lugar donde acampamos, dado lo tarde que había llegado la noche anterior.
Un buen rato de conversa, acompañado de varios cafés, lo interrumpimos para ordenar el equipaje, desarmamos carpas, escondimos los bidones de bencina y agua adicionales bajo la arena y emprendimos la marcha a eso de las 11 de la mañana con destino a Tulahuén Oriente, donde debíamos pedir la autorización para acceder al valle del río Cortaderal, por el cual nos internaríamos hacia las minas.
Grande fue nuestra sorpresa al no encontrar a nadie en la casa de la persona que posee las llaves del portón de acceso, se encontraba en un rodeo en las cercanías de Combarbalá. Tres personas del lugar nos informaron que nadie más tenía copia de esas llaves y que quizás podríamos pasar a través de un acceso de unos 80 cm. de ancho, por donde la gente entraba a caballo.
Fuimos al lugar y vimos que las motos pasaban casi justas, la DR-350 inclusive apenas le sobraba un cm. a cada lado, puesto que llevaba maletas laterales de aluminio, al más puro estilo "motero europeo en largo viaje". Un grupo de personas que paso cerca de nosotros nos comento que a esa hora debía bajar una camioneta de la mina, y que mejor esperáramos su llegada para entrar en buenos términos, en caso contrario el administrador lo más probable es que nos expulsara del lugar.
Esperamos una media hora, pero ante la incertidumbre si el hombre llegaría o no, decidimos cruzar igual y pasado mediodía emprendimos el ascenso al valle.
El camino en general está en regular estado, salvo un par de lugares donde hay mucha piedra suelta, aún cuando en casi gran parte de su inicio corre al lado de una ladera que invita a conducir con precaución. En al menos dos lugares veíamos sencillas y rústicas construcciones temporales de los cabreros, que en esta fecha tenían su ganado en el valle, aprovechando los pastizales que crecieron tras el invierno. La vida de ellos es increíblemente difícil y es inevitable pensar en lo afortunado que uno es...... Llega a dar un sentimiento de culpa pasar por sus "territorios" en plan turístico mientras ellos viven de ese modo para tratar de subsistir.
Vadeamos un par de veces el río, no muy profundo pero algo más dificultoso que la vez anterior producto del equipaje de las motos, tomamos algunas fotos y de pronto, oh!, sorpresa, la camioneta frente a nosotros.
Su conductor, algo molesto en forma obvia por nuestra presencia, nos pregunto en primer lugar como habíamos pasado y nos invito a salir del lugar, ante lo cual replicamos que la vez anterior habíamos logrado subir hasta cierto punto con autorización pero no pudimos seguir mas allá debido al estado del camino y esta vez, si bien es cierto reconocíamos nuestra falta por entrar de ese modo, andábamos sólo conociendo sin pretender causar problemas o daño alguno.
Los argumentos al parecer fueron razonables y por tanto comprendidas nuestras pretensiones, por lo cual nos sugirió esperar su regreso en una pequeña casa de madera, poco más arriba y a su llegada, en su compañía podríamos conocer las minas.
Seguimos pues nuestro camino y nos detuvimos unos tres kilómetros antes del punto de encuentro, en un lugar a orillas del río, con un prado muy lindo y donde almorzamos una olla común que hicimos con dos tarros de legumbres con tocino, muy sabrosos y una porción para cada uno más que razonable. Después nos tomamos dos cafés y descansamos un buen rato más.
El único contratiempo es esos momentos fue una impensada y fuerte ráfaga de viento que boto la DR y provoco la rotura de la tapa de una de las maletas, nada serio afortunadamente.
El lugar mencionado como encuentro, era una pequeña casita de madera, en medio de la nada, a unos 100 m. del río y que era usada ocasionalmente como refugio por los operarios de la mina. Llegamos allá y tuvimos que cruzar el río a pie, puesto que el atravieso estaba en muy mal estado como para llegar a ella en las motos.
La pequeña casa tenía en su interior sólo dos camarotes muy sencillos y nada más, observamos que algunos sectores de las paredes estaban forrados con plumavit para resguardar algo del frío que debía hacer a esa altura, 2.700 m.
Comenzó nuestra espera de la camioneta, conversamos la posibilidad de acampar allí, sin embargo desistimos de ello puesto que el viento y frío por la noche serían obviamente muy molestos. Pensamos la alternativa de ocupar la casa, sin embargo ya el hecho de ingresar de mal modo al valle había causado malestar, si ahora dormíamos en su interior sin autorización expresa podría significar nuestra última visita a esa zona, cosa que no sería de nuestro agrado, al menos del mío. Siempre cuando visitas un lugar, pienso que es bueno dejar las puertas abiertas.
La espera se hizo eterna y más allá de las 6 de la tarde decidimos regresar a Tulahuén y desistir de la visita a las minas. Inmediatamente al llegar a las motos, afortunadamente arribo la camioneta. Su conductor, el encargado del yacimiento, ya más relajado con nuestra presencia nos indico que la mina estaba sólo a unos 15 minutos de subida, por un estrecho valle perpendicular al río principal que habíamos venido siguiendo. Nos autorizó a dormir en la casa y pensamos en un principio en ir a la mina a la mañana siguiente, sin embargo la cercanía del lugar y puesto que aún quedaban unas buenas horas de luz que se podían aprovechar nos hizo decidirnos por subir esa misma tarde.
Descargamos el equipaje y lo dejamos a un costado del camino, y comenzamos a subir. En cierto punto a unos 3.200 m de altura la XTZ comenzó con problemas producto de una carburación que no se veía normal inclusive en Santiago. Ignacio pues pensó en esperar allí nuestro regreso y nosotros seguimos subiendo. Desde ese punto el camino se veía impresionante por el ascenso que tenía, cosa que me preocupo un poco, pues no sé debido a que, las bajadas muy pronunciadas siempre me complican y me ponen tenso y torpe sobre la moto. Sin embargo el destino del viaje estaba demasiado cerca como para echar pie atrás y seguimos arriba.
A los 6 Km medidos desde la casa se abrió una explanada a nuestra izquierda cubierta de nieve y con muchas y lindas yaretas al costado de la huella, arbustos que no veía desde hace unos 24 años, cuando pase todo un verano a orillas del lago Chungara, a 4.500 m de altura en el altiplano ariqueño, en el extremo norte de Chile, un punto ubicado prácticamente junto a la frontera con Perú y Bolivia. La yareta es un arbusto de muy demoroso crecimiento que ha sido empleado sin ningún cuidado para hacer fuego, pues posee grandes propiedades caloríficas.
Un kilómetro más allá llegamos al campamento constituido por varios container habilitados expresamente para tal efecto. Allí nos recibió nuestro "anfitrión" de la camioneta, ingresamos a la oficina donde nos explicó el historial de la mina, las proyecciones de explotación nuevas y diferentes a los métodos más artesanalmente empleados, esto es, extracción de la piedra por bloques y su exportación tal cual, hacia mercados asiáticos, españoles e italianos en su mayoría. Se esperaba el pronto arribo de un técnico español que vendría a enseñar los métodos de extracción señalados. Nos señalo, ante nuestra consulta, que la frontera estaba "ahí mismo", en las cumbres que se veían a nuestro lado, en verdad, no lo podíamos creer.
Al poco rato logro llegar Ignacio y a bordo de la camioneta todos visitamos los puntos donde están haciendo nuevas prospecciones para extraer lapislázuli que han tenido buenos resultados. Desde uno de ellos la visión era sencillamente espectacular.
Hacia el sur se veía la cresta de la Cordillera de Los Andes con la línea divisoria de aguas que conforman el límite chileno-argentino, el encargado nos mostró unos pequeños senderos a lo lejos que se perdían en la frontera y que eran los pasos que empleaban los arrieros para cruzar a uno y otro lado, pasos fronterizos que sólo conocía por nombre cuando observaba las cartas del Instituto Geográfico Militar. Nos mencionó al menos tres.
Hacia abajo se veía el campamento de la segunda mina, por ahora fuera de explotación, con su camino de acceso aún con nieve, por encontrarse en la ladera sur de los cerros de esa zona. Mirando hacia el norte la cordillera se mostraba espectacular, numerosos cerros imponentes cubiertos de nieve se perdían en el horizonte y nos hacían soñar con la inmensidad de la montaña.
Después de tomar bastantes fotos, filmar un poco nuestro entorno y recoger algunas piedrecitas de lapislázuli, que hay que señalar que sin el trabajo del artesano en términos de pulimento, no denotan la belleza que llevan escondida salvo el tono azul característico, decidimos que era una hora prudente para regresar a la "casa", que sería nuestro refugio por esa noche, previendo que no se hiciera de noche en ese camino algo peligroso.
Conversamos un poco más con nuestro anfitrión, nos dio a conocer muestras trabajadas de diferentes calidades del producto, tremendamente lindas, nos intercambiamos direcciones, nos entrego algunos folletos de la empresa propietaria del mineral y luego de hablarnos un poco del sistema de vida que allá arriba llevaban, nos despedimos en forma absolutamente más afectuosa con relación al encuentro que tuvimos por la mañana.
Al regreso el frío se hacía sentir, quedaba sólo la luminosidad del sol, pero ya no rayos directos y la altura se hacía presente. Llegamos frente a la cabaña, estacionamos las motos y partimos con todo nuestro equipaje a cuestas a tomar posesión de nuestra pequeña casita en la pradera.....
Preparamos nuestros colchones inflables, fuimos a buscar agua al río para preparar una sencilla cena, cosa que por el viento también hicimos dentro de la casa y acompañados, en mi caso, de tres tazones de té para reponer liquido, conversamos hasta un poco más allá de las 10. El viento se sentía muy fuerte a través de los orificios de la casa, pero al menos era mejor refugio que una carpa.
Todos a la cama y a esperar lo que no sospechábamos sería una noche interminable (e inolvidable). Pese a que dormimos prácticamente con toda la ropa que llevábamos, sólo faltó en alguno el casco y las botas, el frío fue muy intenso, pero lo más desagradable fue el viento que se mantuvo toda la noche y debido a una pequeña lata de zinc del techo que se movía con una crueldad impresionante, prácticamente no pudimos dormir nada. A ratos creía que se estaba volando alguna plancha completa de la cubierta. Sólo sentí que dormite a ratos y la noche se hizo eterna.
Domingo
A eso de las 8 escuche que Ignacio bajó de su camarote y salió al exterior, desde donde nos llamó comentándonos que una de la paredes protegía del viento y el sol ya alumbraba calentando el ambiente más que en el interior de la casita.
Creo que hacía tiempo que no tomaba tantos cafés continuos, por una parte para entrar en calor y por otra para despertar bien y sacar el sueño producto de la mala noche. Cerca de las diez paso la camioneta hacia Tulahuén con nuestros vecinos mineros quienes se despidieron con bocinazos y saludos con la mano. Comentamos la noche pasada y nos dimos cuenta de la absurda situación que se produjo, nadie quiso abrir la boca para conversar algo, pensando que los otros estaban durmiendo, y los tres nos desvelamos en absoluto silencio.....
Ordenamos todo y partimos hacia las motos con todas nuestras cosas. Una vez cargadas la sorpresa más desagradable del viaje. La Super Ténéré se negaba a partir y ante la posibilidad de agotar la batería decidimos empujarla cuesta arriba de donde estacionamos hasta llegar al camino y ahí con el impulso intentarlo. Quizás no serían más de 20 metros los que debimos empujar, pero crestas que pesaba esa 750 y más aún con equipaje y de subida. Ignacio se preguntaba que habría hecho sólo en esas circunstancias... Bueno, quizás invocar a los Santos y apóstoles para clamar ayuda divina.
En el trayecto de regreso nos detuvimos a fotografiar una roca donde antiguos habitantes del lugar habían grabado jeroglíficos de animales de la zona y uno de cuyos dibujos es la imagen corporativa de la empresa dueña del mineral.
Salimos por nuestro acceso ilícito y pasamos al lugar de camping de la noche antepasada a buscar los bidones escondidos y a retirar la bolsa de basura que llevaríamos a un lugar adecuado donde depositarla, ecológicos eh!. El lugar estaba ocupado por unas tres familias haciendo asados.
Arribamos a Tulahuén a las 14 hrs y nos tomamos unas bien merecidas bebidas, pensamos en almorzar allí en una sencilla residencial, que por cierto es la única del lugar, pero luego preferimos continuar rumbo a Combarbalá por un camino que no conocíamos. Tulahuén estaría de aniversario al día siguiente, el 12 de octubre, por tanto en sus cercanías ya se preparaban celebraciones con buenas comidas y carreras de caballos, entre otras manifestaciones. Quizás habría sido interesante vivirlas....
Si bien el estado del camino es mas que regular, inclusive razonablemente bueno en algunos sectores, éste responde a las características típicas de esa zona precordillerana, largas cuestas con amenazantes precipicios y escasa vegetación, salvo en el entorno de unas dos o tres modestas casitas que encontramos. Fueron 40 Km donde no nos encontramos con ningún vehículo, pese a habernos detenido a tomar bastantes fotos.
Desde el pueblito que arribamos, Chineo, Combarbalá dista sólo 14 Km por un camino de tierra en excelente estado que invita a enroscar el acelerador más allá de lo aconsejable, pero el cansancio y la sed nos llevaban a tratar de arribar pronto.
Poco más allá de las 16 horas llegamos a Combarbalá, donde nos dirigimos directamente a la hostería, un lugar muy bueno y a precios razonables, que invitaba a tomar una buena ducha, buena comida y un reparador descanso para la mala noche anterior. Allí Carlos nos señalo que él prefería irse a acampar sólo en los alrededores de la localidad, por lo que acordamos encontrarnos a la mañana del siguiente día.
Las horas que pasamos en Combarbalá fueron sólo de descanso, comida y sueño temprano.
Lunes
A eso de las diez nos levantamos, engrasamos cadenas, y mientras tomamos un muy buen desayuno llegó Carlos con quien conversamos las expectativas de ese día, sabiendo que aún disponíamos del martes siguiente.
Se pensó por un instante que Carlos e Ignacio regresarían a Santiago ese mismo lunes y yo me quedaría en Combarbalá "haciendo nada", pero finalmente decidimos regresar juntos y en el trayecto haríamos planes. El regreso lo emprendimos por la preciosa cuesta Los Espinos, que a través de algo más de 70 Km nos conduciría a Illapel. Aún cuando ya había pasado por ese camino no dejó de maravillarme el entorno.
Justo donde se encuentra la Reserva de Conaf llamada Las Chinchillas, a no más de 15 Km de Illapel, me detuve a fotografiar unos hermosos y abandonados vagones del ferrocarril que antiguamente transitaba por esa zona. La vista desde ellos, desde una ventana fotografié mi moto, te hacen vislumbrar épocas pasadas, destinos ferroviarios con un sabor diferente.
En Illapel, decidimos regresar de inmediato a Santiago, previa parada en Pichidangui a almorzar en el conocido y barato buen restaurante El Volante. En el trayecto hacia allá nos separamos de Carlos y lo vimos pasar cuando estábamos ya pagando la cuenta del almuerzo.
Los casi 200 Km que nos separaban de Santiago fueron muy cansadores por la carretera producto del intenso tráfico en la ruta y los ya habituales tacos que llevaban a los autos inclusive a detenerse.
A los 1.013 Km de haber partido de Santiago el día viernes, esto es en una intersección en pleno centro de Santiago, mientras conducía por la pista de motos de ésta última, un fierro de unos 6 mm. de diámetro y 12 cm. de largo se hundió por la banda de rodado del neumático trasero de mi XT y salió por un costado, a escasos centímetros de la llanta. Ahí termino mi viaje en moto, puesto que preferí pedir auxilio a un amigo motero con camioneta quien me llevo a casa.
No es una buena manera de acabar un viaje, pero al menos lo acabe acá en Santiago. Buenas aventuras, buenos paisajes, buenas "minas", buenas noches.....
El Duende
oct-98