Fue hace casi exactamente un año atrás. Mis dos amigos habituales, habían conocido a otro motociclista en un semáforo, algo normal en nosotros. Se hicieron algo mas amigos de él y finalmente este posible nuevo integrante del "grupo" se le ocurrió que podríamos organizar un viaje a la casa de sus padres, ubicada en la localidad de Hualañé, un pueblito campestre ubicado unos 250 km. al sur de Santiago.
Por motivos de trabajo de algunos, la fecha planeada originalmente no se pudo cumplir, así que de común acuerdo postpusimos el viaje una semana más. El destino prometía un verdadero azote gastronómico. Por ser una casa de campo, nos esperarían, entre otras cosas, con cazuela de ave y el carneo de un chancho. Menudo panorama.
Sin embargo, por esas circunstancias de la vida, devaneos cerebrales e intuiciones masculinas, algo me decía que no debía ir. No se explicar los motivos. Una conjunción de razones. Incertidumbre ante la experiencia de compartir, en su casa, con alguien a quien apenas conocía, no lo sé, creo firmemente que el principal motivo fue un temor a que algo podría pasar si iba. Es una sensación no desconocida. A veces pienso que el de más arriba me quiere y me indica de alguna u otra forma que a veces es mejor no hacer algo que mi corazón y mi mente me motivan también a dudar.
Fue una semana de tiras y afloja, que si voy, no lo se, mira, el pronóstico del tiempo no es muy alentador, bueno si, es probable que vaya, en fin. Resultado, hora de partida, viernes a las 20:00 en casa de un amigo y yo a las 19:00 aún con mis dudas. Finalmente decidí no ir. Avisé, lamentablemente demasiado tarde a uno de mis amigos, quien ya había partido al lugar de reunión. Al llegar él allá y enterarse de mi decisión, la obvia discusión, que nos mantuvo alejados al menos un mes. El viaje finalmente se frustró. Supe después que el dueño de casa partió junto a otro amigo el día sábado.
Yo esa noche, cuestionaba mi decisión, no era el andar en moto, sino el ir para allá, y me dormí con las ganas de haber salido a algún lugar.
El sábado desperté con la misma bronca, y los mismos sentimientos. Entonces empezaron mis cuestionamientos respecto a que podría haber salido la noche anterior y ya el sábado era muy tarde. En fin, típicos rollos mentales del motociclista decidido que tiene absolutamente claro su objetivo y destino ¿...?. Luego de unas cuantas vueltas alrededor de la moto, con café en la mano y un pucho en la boca, la mochila amarrada a la parrilla con muda de ropa y cámara fotográfica en su interior, además de todos los artilugios que llevo sobre todo cuando ando solo, linterna, pilas de repuesto, tie-downs, cordel, spray para pinchazos y dos rollos de fotos por si acaso, díjeme: Anda Claudio, ¿ porque no sales solo y haces alguna ruta desconocida ?.
Partí, ante el clamor popular por mi sabia decisión y enfilé rumbo al norte de Santiago. El día estaba razonablemente bueno para ser pleno invierno. Luego de andar unos 100 km. el asunto se empezó a descomponer, pero no pasó a mayores. Decidí en la carretera ir a Petorca, una pequeña ciudad ubicada al nororiente de Santiago, a unos 200 km. El viaje hacia allá se inicia por la carretera principal hacia el norte, hasta la ciudad de La Ligua, desde donde nace el desvío hacia el oriente, se pasa por Cabildo, se sube una pequeña cuesta y es necesario cruzar por el túnel La Grupa, con tránsito en un solo sentido y semáforo de regulación. Continué hacia Pedegua, lugar que había sido mi destino transitorio en otros viajes al norte y seguí hasta Petorca.
Habiéndome documentado profusa y rigurosamente, mas no por ello en forma menos exhaustiva, pude cerciorarme que en Petorca había un hotelito, en el cual podría alojar la noche del sábado, así que dicho problema estaba resuelto, no llevaba ni saco de dormir ni menos carpa.
Al llegar a Petorca, las nubes que me habían acompañado todo el trayecto se disiparon y dieron paso a una tarde preciosa, llena de sol, como preparada para mostrarme un paisaje inédito para mi.
Eran cerca de las 15:00 cuando llegué a destino, Petorca era bastante más pequeño a como me lo había imaginado. Las pocas personas que a esa hora transitaban por el pueblo, me miraban como bicho raro, un tipo solo, en moto, con bultos en su parrilla, por mi aspecto, flaco, alto, de barba, rubio y de lentes, más parecía a un típico gringo aventurero que a un chileno con cuestionamientos mentales respecto a donde salir a quemar combustible.
Buscar la dirección del hotel, para asegurar alojamiento, no fue cosa difícil, estaba en una de las dos únicas calles longitudinales del pueblo. Al encontrarlo surgieron mis dudas, el alojamiento costaba US$ 5 ( asunto remediable con la VISA GOLD, ......es broma ), y habían solo tres habitaciones, dos desocupadas, por lo cual sin problemas, podría dormir solo en una de ellas, me llevaron a conocerla, habían cuatro camas, y la pieza media como cuatro metros de altura, sin baño privado, pero no había más remedio. Como eché de menos mi carpita chica.
Salí a recorrer, aprovechando la luz, compré un par de bebidas y unos chocolates y me interné valle adentro, todavía por pavimento, hasta llegar, unos 10 km. más adelante, a Chincolco, donde se inicia el camino de tierra. El entorno es el típico de esa zona, muchos cerros, casi todos habitados exclusivamente por cactus y casi ninguna otra especie.
En Chincolco, hay tres alternativas posibles, a la izquierda un desvío a Pedernal, un caserío un poco perdido en medio de puros cerros, derecho el camino sigue por el mismo valle pasando por un tranque bastante agradable, según me contaron, y a la derecha existe una ruta hacia Alicahue, desde donde se puede continuar hacia Putaendo, para regresar a Santiago no por mi camino de llegada, sino por un tramo que va por el valle central, algo muy interesante. Decidí dejar este viaje para el domingo y conocer esa tarde Pedernal.
Al poco andar, me interné por un camino en muy mal estado que de pronto se acabó en una pirca de piedras, me devolví y al preguntar me dijeron que me había pasado del desvío correcto, así que vuelta atrás. Si el otro camino era malo, este era horrible, cruzaba el lecho seco de un río lleno de piedras, pero al poco andar se compuso bastante. Pase cerca de un tranque de relave de una mina abandonada y luego crucé un pequeño badén de un esterito que apenas llevaba agua. En ese punto el camino se internó por un cajón muy estrecho, a mi izquierda un cerro muy lindo, con la presencia de unas piedras horadadas bastante impresionantes, a mi derecha un acantilado a veces mas profundo, otras menos, pero siempre algo atemorizador.
De pronto el cajón se abrió y dio paso a una vallecito muy verde que se veía espectacular. Nadie imaginaría encontrarse con él ahí. Pare en un punto, comí y bebí algo, tomé unas fotos, el consabido tabaco y preferí devolverme, no quedaban más de unos 35 km. hasta Petorca, pero pensando en lo peligroso y estrecho del camino de regreso, prefería hacerlo con luz natural. Prometí volver.
Llegué a Petorca cerca de las 20 hrs. Traté de entrar la moto al patio interior del hotel, era una típica casa antigua, cuya fachada llegaba hasta la calle, sin estacionamiento para vehículos. No pude entrar la moto solo, ya que las dos gradas de acceso eran bastante altas y el diámetro de la rueda no le permitía subir con el impulso. Afortunadamente, en medio de mis intentos pasó una persona que al verme algo afligido me ayudó a levantar y entrar la moto.
Comí solo, no estaba mal, algo sencillo pero muy contundente, y salí a dar una vuelta caminando a la plaza. No había nadie. Compré un par de periódicos y una lata de cerveza y me acosté. Eran las 10 de la noche. Yo, que a esa hora normalmente estoy empezando la noche estaba soberanamente aburrido y solo en ese lugar. Frente al "hotel" había una discoteca que metía una bulla inmensa y me acompañó hasta que me dormí, pensando tonteras. ¿Que hacía yo solo en aquel lugar?
Bueno, ya estaba hecho, no quedaba mas que dormir.
El domingo, desperté cerca de las 8 de la mañana, fui al baño que era común a las otras habitaciones y solo atiné a lavarme la cara y los dientes, ni siquiera tenía toalla como para haberme intentado duchar. Pensaba que sería un trasto inútil ante la perspectiva de alojar en un hotel común y corriente, allí me darían una toalla de baño como corresponde, pensaba yo.
Tomé desayuno, empaqué la mochila y miré los cerros. Deprimente espectáculo. Petorca se emplaza en medio del valle y esta rodeada al norte y al sur de cerros, ellos estaban cubiertos por las nubes. Tuve que tocar la puerta de la casa del dueño de la única bencinera del lugar, quien afortunadamente me atendió bien, no sin antes advertirme que corría un riesgo al irme solo hacia Alicahue. El camino estaba malo y podría pinchar una rueda. No tenía más remedio. La decisión estaba tomada, yo soy una persona que si piensa algo lo hace, hasta el final de las consecuencias, o merece alguna duda por lo comentado al inicio de este relato....?
Volví a pasar por Chincolco, nadie en las calles, salí del pavimento y me interné hacia el sur. A medida que subía, me fui internando en la capa de nubes que veía desde Petorca. Afortunadamente, por lo desagradable de tal situación, esta duro poco, cuando de pronto, para mi asombro, había superado las nubes y sobre ellas se me abría un día despejado espectacular. Llegué a un portezuelo, desde donde iniciaba el descenso a Alicahue y en cuya cumbre me detuve. Una vista majestuosa. A mi espalda y abajo, niebla, por sobre ellas una cordillera preciosa, mi moto y yo al medio y por sobre todo aquello y hacia el sur, mas cerros y mas abajo, más nubes.
Comencé a descender hasta que me volví a internar en medio de las nubes. Cruce unos sectores del camino en bastante mal estado, recorrí cerca de 40 km. sin encontrarme con absolutamente nadie. Cruce de pronto unas pocas casas a la orilla del camino y me detuve a tomar unas fotos. Habían unos cuantos almendros, ciruelos y otros arboles en flor. Conformaban, dentro de aquel día gris y frío, una ventana a los colores del arcoiris.
Llegué a Alicahue, donde me detuve a consultar en el retén de carabineros, quienes me informaron respecto del camino a seguir. Hubo un sector muy malo al poco de salir de ahí. De pronto tuve que cruzar una pequeña explanada, donde solamente, en medio de la niebla, se veían las huellas dejadas en el pasto por los pocos vehículos que por ahí habían transitado. Me detuve a tomar una de mis fotos preferidas. La sensación de soledad era única. Se conjugaban las condiciones del tiempo, niebla, la inexistencia de tránsito, el lugar en sí y mis sentimientos. Valió la pena.
El camino comenzó a ascender nuevamente y de pronto crucé por las ruinas de una casa de adobe, casi no quedaba nada de ella. La protegía un árbol que parecía seco. Paré, me tomé un par de fotos y descansé un rato. Al cabo de unos 10 minutos, escuché el inconfundible sonido de algunas XR, que lata pensé, rompían toda la magia de aquel lugar. Sin embargo, los ruidos acabaron de improviso. Pensé, ¿será tan absurda la situación como para que los únicos vehículos con los que me cruce sean motos y ellos se hayan detenidos cerca de mi y estemos a un paso uno del otro?. Así fue. De pronto, volvieron a retumbar los motores, y al cabo de un par de minutos, aparecieron, una XR 250, una XR 400, una XR 600 y una DR 650. Obviamente se detuvieron al verme ahí. Conversamos un rato y fueron bastante agradables, estaban haciendo el mismo camino que yo quería hacer, pero en sentido contrario. Se preparaban para una futura aventura en Bolivia, que envidia. Sin embargo igual se asombraron de verme solo por aquellos lugares tan inhóspitos y observaban con algo de envidia la comodidad de llevar mi pequeña mochila en la parrilla de mi moto y no en la espalda como ellos lo hacían. Concluyeron que era algo que tendrían que implementar.
Nos despedimos y continué el viaje. Crucé un nuevo portezuelo y emprendí la bajada hacia El Tártaro, un pequeño pueblito donde se inicia el pavimento. Hasta ese momento el día estaba despejado, pero al poco andar, con destino a Putaendo y luego a San Felipe, nuevamente se empezó a nublar y en forma bastante amenazante. De San Felipe a Santiago no distan mas de 90 km. A mitad de camino se puso a lloviznar en forma muy suave. La llegada a casa fue algo melancólica. En ese trayecto me crucé con tres motociclistas, que aparentemente se dirigían a San Felipe, me dio gusto como me saludaron.
PD: Unos cuatro meses después pasé por el mismo lugar donde estaban las ruinas de la casa de adobe. El árbol no estaba seco, sólo esperaba mejores épocas para mostrar su follaje.
El Duende
Viaje de agosto - 96
Escrito en agosto - 97