Lluvia, viento, mar

 

 

 

 

Dedicado a todos aquellos que me han animado a seguir haciendo cosas en mi vida.

 

 

 


I.

 

No llueve, el aire está seco,

seco, yermo, pesado.

Hace calor, aunque no se donde.

 

Recordar, inventar, adivinar, tres opciones.

No es ninguna elección,

no puede haber elección,

todas son válidas,

todas sirven,

todas serán utilizadas.

 

Futuro en el presente,

el pasado en el cajón,

cajón a punto de abrirse.

 

Quizás una cronología...

 

Pero no, el punto no es la línea,

y esta vez arrojaremos pintura

sobre el cuadro de la Creación.

 

 


II.

 

Revuelve mi pelo,

es lo que quiero.

Cierro los ojos,

y te veo.

Los abro, y te siento.

Acerco mi mirada a ti

y pierdo mi ser.

Me absorto, me absorbes,

me fundo en tu piel

me hundo en tu ser.

 

Siento que tu eres yo,

y que yo no existo.

 

Y que nada importa,

y que soy feliz.

En ti,

junto a ti.

 

 


III.

 

No me recuerdas a nada.

No debo mentirte, lo siento,

pero no me recuerdas a nada.

 

No puedo recordarte a ti misma,

ni siquiera se quien eres.

No me importa si lo crees

no me importa que esto sea un nuevo cisma.

 

Cuando el sol se levanta,

la luna desaparece.

Pero está ahí, sin falta,

cuando el sol, a la noche, se aparta.

 

No se si te recuerdo,

ni si debo recordarte,

no se si nos veremos de nuevo,

o si, para todo, ya es demasiado tarde.

 

 

 


IV.

 

Hoy hace mucho calor,

no mucho, lo justo para molestar.

Pero hace calor.

 

Me cuesta hablar del pasado,

rememorar lo ya rememorado,

hablar de lo mismo,

sentir otra vez,

para lo bueno y lo malo.

 

Llovía, soplaba el viento,

mas bien bufaba,

y el mar rugía al fondo,

suave, casi sin molestar.

 

Si, todo es verdad

y mentira también.

 

Yo estaba allí,

pero eso no existe,

esto no existe.

 

Hace calor, pero sin exagerar.

Quiero contar las cosas

pero sin volverlas a contar.

 

Quiero revivir sentimientos

sin ahorcar el orgullo,

ni herir el recuerdo.

Quiero recordar lo bueno

de cosas demasiado banales,

sin repetir lo escrito,

sin repetirme a mi mismo.

 

Esto es lo que quiero.

Esto es lo que, inocente de mi, pretendo.

 

 


V.

 

Por ahí sopla,

y susurra, y canta,

es nuestro viejo compañero,

que nos habla al alba.

 

Nos trae cuentos,

oídos durante la noche,

en tierras extrañas.

 

Nos cuenta chismes,

picardías, vidas atravesadas,

lo que surja, lo que caiga.

 

Cosquillea entre mis piernas,

puñetero, no se está quieto,

párate un rato, me mareas,

no te entiendo, dame un poco de silencio.

 

Eres como un niño travieso,

de la mala leche que tienes,

hasta en lo de repetir todo,

a los críos te pareces.

 

Me seguirás pelando la oreja,

pero quiero oír tus sainetes,

tus milongas, tus bufidos,

tus chismes, tus sonsonetes.

 

Te digo,

que si quieres pararte un rato,

bien,

y que si no,

sílbame al oído y después, vete.

 


VI.

 

Llueve en el atardecer,

con las últimas luces del día.

Llueve, con lluvia fina,

con sonido de seda al caer.

 

En la penumbra del bosque domado,

vigilo el paso del tiempo

y refresco mi existencia

oyendo la lluvia llover.

 

El fuego, acompañante al fondo,

se sacrifica con todo lo que tiene:

Luz, calor, en lo que puede, todo.

 

Las horas pasan y pasan...

Por mi pasan como les da la gana,

porque tengo el mejor concierto

que imaginar pueda el espíritu:

sonata para lluvia y chimenea

con acompañamiento de atardecer.

Ideal para recuperar el alma,

sin ni siquiera necesitar

preocuparse por tener o no compaña.

 

 

 


VII.

 

El mar, el viento, la lluvia,

el ser, el sentir, el nacer,

todo, siempre, por siempre.

 

La importancia de las cosas

las fijan ellas mismas.

La casualidad no existe.

No puede todo estar equivocado.

 

Toda la vida simula

un estanque de aguas doradas

que debemos albergar en nuestras manos,

sin perderlo, con cuidado.

 

Sin ese estanque dorado,

no somos nada.

 

Sin esas aguas doradas,

no seremos mar,

no sentiremos el viento,

no naceremos al llover.

 

Seremos solo una mano vacía.

 

 


VIII.

 

No hay quien mantenga el pelo en su sitio,

manía de soplar las olas tienes,

déjale en paz, siquiera un ratito.

 

Ya, lo comprendo, si no le movieses,

si no te estuvieses quieto,

nadie os haría caso.

Pero a ver si aprendes

a mover las olas

sin soplarme el flequillo,

que sujetarlo es la leche.

 

 


IX.

 

Siempre he dudado

si decir el mar o la mar.

Marinero no soy,

hablo de oídas,

y no puedo sugerir

haber sido tu amante,

se de tu sexo,

tanto como del de los ángeles.

 

Seguiremos dudando y discutiendo

sobre si eres el mar o la mar,

pero a fe fija que el sonido de tus olas,

el frescor de tu espuma

y tu agitada superficie

es una forma mágica de ser,

un ser conocido y frecuente

un ser misterioso,

un ser único y diferente.

 

 

 


X.

 

Llueve sobre la tierra,

se moja el campo, los prados.

Y suena la música.

 

Se escucha la música sobre la tierra,

ahí, afuera, a unos pocos pasos,

a pocos pasos del fuego, de la chimenea.

 

Las llamas bailan al son de la lluvia,

coquetas, misteriosas, hijas del fuego.

El calor envuelve la chimenea.

 

Mi cuerpo se estremece, pero no de frío:

oye, siente, observa, ausculta el ambiente.

Mi cuerpo siente el calor y escucha,

escucha la lluvia afuera, en la tierra.

 

 


XI.

 

Llueve, desde mi ventana lo veo.

No me lo esperaba,

ha sido una sorpresa.

Agradable, creo.

No lo se, no estoy seguro.

 

¿Acaso quería que lloviese,

que se volviese gris el cielo?

 

¿Acaso quería encerrarme en mi,

cerrar mis ventanas al exterior?

 

¿Acaso quería pasear solo,

vaciar de paseantes las calles,

para poder disfrutar en soledad?

 

¿Acaso no se lo que quería?

 

Bendita lluvia,

fuente de contrastes,

de vida y de detalles.

 

Lluvia, llueve,

ya no me importa,

ya no me entristeces.

 


 

 

 

 

 

© José Andrés Calvo Conde

 

Textos escritos el 2 de abril de 2000.

Corregidos el 23 de julio de 2000.

 

 

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