Resurreción
Y los muertos se vuelven a levantar de sus tumbas
Para contemplar con ojos cansados de amargura
Una nueva línea en el libro de la vida.
Miran como no queriendo ver,
Sin articular palabra,
Con la sabiduría
Del que no presume de saberlo todo.
El mundo parece que se vuelve loco,
Y que olas de terror, de odio,
De fervor, de rabia, de intolerancia,
De amor y de estupor,
Recorren el mundo de una punta a la otra,
Para volver a recomenzar el camino,
Como en un mar perpetuo.
Y los muertos examinan ese mundo,
Que ya no es el suyo,
Sin pasión, comentando entre si, en voz baja,
Las novedades del momento,
De la amarga línea que toca escribir esta vez.
Otra vez, comentan algunos,
Como en aquel tiempo, dicen otros,
De nuevo, surge como clamor común.
Y concluyen que quizás esta vez será la última,
Aunque no lo saben, quizás ni lo creen.
Lo han deseado demasiadas veces.
Y, cansados, se vuelven a reposar,
En espera de nuevas líneas de la historia,
Cuya contemplación les emocione de verdad.
A los muertos, las guerras les aburren.
Siempre repetidas, siempre iguales.
Lo que les sorprende y arranca sentimientos
Es descubrir un mundo en paz.
Junto a la hoguera
Las imágenes hierven en mi cabeza
Como el agua de la tetera calentada
En el desierto,
Sobre la hoguera.
Las imágenes surgen y brincan a mi alrededor
Como las sombras que nacen del resplandor de la hoguera.
Solo, frente al fuego,
Veo al viejo de ojos agrietados
Mientras observa inquisitivo
El horizonte al amanecer,
Y el viento agita sus ropas
Sobre la tierra reseca.
Veo a los niños jugar
Con viejos juegos,
Juegos reinventados,
Con juguetes que jamás han sido pensados.
Veo a las familias,
Resguardarse del aire, en cuclillas,
Mientras protegen sus ojos con el velo
De la vista del extranjero.
Veo al soldado detenido en el horizonte, exhausto,
Mirando fijamente al suelo,
Mientras el arma cuelga inerte de su mano.
Veo estallidos, nubes negras,
Aviones que rasgan el cielo
En la penumbra de la luz.
Veo las sonrisas desdentadas
De los que no tienen nada
Pero creen tenerlo todo
Y quizás no estén muy equivocados.
Veo el sol abrasador sobre la arena.
Y dos amigos recorriendo el camino
Sin vacilar, con paso firme,
Con sus torsos semidesnudos,
Sin miedo a lo que ha de venir.
© José Andrés Calvo Conde