A tres leguas de aquella antigua Villa, y no muy lejos del Coto Real denominado de Oñana, se halla situado el pintoresco y célebre Santuario de María Santísima del Rocío, tan popular y conocido en Andalucía, por la belleza singular de la Sagrada Imagen, por la celebridad de sus romerías, y sobro todo por la tierna y acendrada devoción que los habitantes de las provincias de Huelva y Sevilla profesan desde tiempo inmemorial a tan peregrina y encantadora efigie de la Madre de Dios.
Considerada bajo el punto de vista que hoy presenta, es de estatura natural, y se halla vestida con el traje característico del siglo XVII, época en que empezaron a vestirse de telas las imágenes, pues hasta entonces se había acostumbrado hacerlo así, y sólo se veían talladas y pintadas con variedad de colores. El Niño Jesús lo muestra delante sosteniéndolo con sus manos, e inclinando su vista hacia El, y toda ella ofrece el aspecto de la mujer misteriosa, que vió San Juan en sus revelaciones, rodeada de los rayos del Sol, coronada con diadema imperial de estrellas, y debajo de sus pies la luna.
La antigua celebridad de esta Imagen, pide ahora con detención examinarla monumentalmente y artísticamente, y al efecto, hemos visitado su Santuario pare estudiarla despojada de las vestiduras sobrepuestas con que se halla adornada en nuestros días. desde luego, lo primero que descubrimos al fijar la vista, es una bellísima escultura, que mide poco más de un metro, y revela el estilo propio de los principios del siglo XV, época en que fué aparecida según refiere la tradición
El estado de deterioro en que se hallaría, debió hacer que se tratase de su restauración, y ésta imprimió seguramente en ella el sello del último período del gusto llamado gótico. está embutida en la que se describió antes, tiene completamente borrado su rostro, pende de sus hombros un sencillo manto pintado de azul y el vestido está de verde, sujetándolo a la cintura una correa salpicada de estrellas de color de oro, dejándose ver entre los pliegues de la túnica por su parte baja el calzado grana de forma puntiaguda. En el sitio del pecho al lado izquierdo, está perfectamente señalado el lugar que ocupó el Niño, como también la sentida actitud del brazo con que lo sujetaba la Señora, La rigidez y el estilo severo con que los artistas de aquella edad modelaban sus estatuas, está en relación con el aspecto que manifiesta, y es todo lo que hoy se puede apreciar de esta obra de arte.
De todo lo expuesto se deduce claramente que la Imagen ha sido modificada en dos ocasiones distintas: la primera cuando fué hallada, y con posterioridad a mediados del siglo XVII, que al tratar de vestirla sufrió una transformación radical, dejando oculta y maltratada interiormente la primitive que se acaba de describir ¡Cuántas joyas artísticas se hallarán perdidas y ocultas, por la indiscreción y la ignorancia, semejantes a esta, cuyo estado no podrán menos de deplorar los amantes de los monumentos históricos, dando a la vez luger a que se dude de la veracidad de las tradiciones piadosas de los pueblos!.
He aquí ahora lo que refiere la tradición popular acerca del origen, descubrimiento y prodigios de esta preciosa Imagen, según se halla consignado en la Regla de su Hermandad. Es un hecho constante, que las esculturas de la Santísima Virgen halladas o aparecidas en los bosques o montañas de los campos, traen su origen de haberlas ocultado allí los antiguos cristianos, cuando nuestra querida patria se vió invadidad por el furor de los sarracenos. Celosos aquellos fieles de la honra y gloria de Dios, y el culto y veneración debidos a su Santísima Madre, temían que sus Imágenes fuesen destruidas o profanadas por los secuaces del Korán, enemigos declarados de las prácticas de la religión de Jesucristo. Para evitar, pues, tan horroroso sacrilegio, las escondían en sitios ignorados, lejos de las poblaciones, y conservadas por la Providencia a través de los tiempos, se fueron encontrando muchas después de la reconquista, según plugo a los designios del Señor, para fomentar más y más la devoción a su amada Madre la Virgen María, por medio de prodigios y maravillas.
Esto es lo que precisamente ha sucedido con la venerable Imagen de Nuestra Señora del Rocío, a principios del siglo XV, cuando la Religión había llegado en nuestro suelo al más alto grado de gloria y esplendor. En aquel tiempo, un vecino de la referida villa de Almonte salió al campo con ánimo de distraerse en los placeres de la caza, y llegando al sitio de su término conocido con el nombre de La Rocina, bosque inculto y lleno de malezas, en el que había siglos tal vez que no penetraba planta humana, los perros se internan en la espesura, y demuestran con sus ladridos y ademanes la sorpresa que les cause un objeto extraño y desconocido. Semejante actitud impulsa al cazador, llevado de un instinto natural, a penetrar en lo interior del sitio donde estaban, y aproximándose, admira una imagen colocada sobre el tronco de un árbol; llegándose a ella la examina, y reconoce en efecto que es un bello simulacro de la Madre de Dios.
Era de talla, y tenía sobrepuesta una túnica de lino entre blanca y verde, con una inscripción latina a la espalda que decía: Nuestra Señora de los Remedios. Atónito con la vista de tan peregrina hermosura, se postra a venerar la Imagen de la Virgen, e inmediatamente trata a costa de gran trabajo sacarla de aquel sitio montuoso, y así lo verifica al punto; más como fuese su intención, dice la relación impresa que citamos antes, colocarla en la villa de Almonte, distante tres leguas de aquel luger, siguiendo sus piadosos deseos, se quedó dormido, a esfuerzo del cansancio y la fatiga; y al despertar se halló sin la sagrada imagen.
Afligido y penetrado de dolor, volvió al sitido donde la halló primeramente, y la vió allí lo mismo que antes, conociendo que por medio de aquel singular y maravilloso prodigio, manifestaba la Señora su voluntad de que allí fuese donde se le tributase culto y veneración. Entonces marchó a Almonte a referir todo lo acaecido, y propagada la noticia con la mayor rapidez, salieron el clero y el Cabildo de la villa seguidos de numeroso pueblo, y dirigiéndose al lugar de la aparición o hallazgo de la devota efigie de María, la vieron tan peregrina y encantadora, que desde aquel mismo instante empezó a arrebatar los afectos de los corazones, y ser objeto de la más entusiasta y fervorosa devoción.
Desde luego se le erigió allí una pequeña ermita, y se construyó el altar para colocar la Sagrada Imagen, de tal modo que el tronco en que fué hallada, le sirviese de pedestal. A pesar de la advocación de los Remedios con que sin duda fué venerada en la antiguedad, la llamaron generalmente de Las Rocinas, por el sitio de su invención, cuyo título, andando el tiempo, se ha mudado insensiblemente en el misterioso y poético del Rocío, con que es invocada hoy la Señora, no sin una mística y significativa alusión.
Extendiéndose, pues, por toda aquella comarca la devoción a María Santísima de las Rocinas, adquiriendo nombre de milagrosa, y a fines del siglo XVI su fama había pasado ya las Américas, y prueba de ello, dice la relación anterior, que entre sus devotos se señaló notablemente en aquellas apartadas regiones, Baltasar Tercero, natural de la ciudad de Sevilla, el que hallándose en Lima por los años de 1587, otorgó su testamento ante el escribano público Esteban Pérez, y dejó entre otros legados, uno de mil pesos, para que llevados a Almonte se impusiesen, y se fundase una capellanía en la ermita de Nuestra Señora, a fin de que los moradores de aquellas selvas y contornos no careciesen los días festivos del Santo Sacrificio de la Misa.
Además dejó también otra limosna de quinientos pesos para reparar la ermita y hacer habitaciones para el Capellán, que debía celebrar en ella todos los días.
Progresivamente iba aumentándose el fervor y la devoción a la Santísima Virgen, y el año de 1635 fué asignado por primer Ermitaño el P. Fray Juan de San Gregorio, de la Congregación de San Pablo, cuya vida ejemplar y edificante contribuyó poderosamente a promover y fomentar el culto con notable concurrencia de los fieles. Más donde se experimentó de un modo visible la protección de la Soberana Señora, en cuantos la invocaban ante esta su Sagrada Imagen, fué en la horrorosa epidemia que afligió a Sevilla y toda su comarca en los años de 1649 y siguientes.
Desde aquella triste época data su principal y mayor celebridad. Consternados los hijos de Almonte acordaron llevar la Imagen de las Rocinas a la iglesia parroquial de la villa, y ésta se vió libre de aquel terrible azote que asolaba a Andalucía. Con éste motivo se hizo fiesta solemnísima, en la que fué elegida su Patrona. Asimismo data desde aquella fecha la institución de su fiesta anual el día segundo de Pascua del Espíritu Santo, como igualmente la tan renombrada romería, que ha llegado hasta nosotros como la más numerosa de cuantas por aquí se conocen, y la que goza de más fama y popularidad.
Al mismo tiempo se refiere también la fundación de la Hermandad, para sostenimiento y solemnidad de los cultos, y a imitación de ésta han ido erigiéndose otras sucesivamente, según el orden siguiente de antiguedad. después de la primitiva de Almonte, ocupa el primer lugar la de Villamanrique, a ésta le sigue la de Pilas, después la de La Palma, a ésta las de Moguer y Sanlúcar de Barrameda, y por último las de Triana, Umbrete y Coria del Río.
JOSE ALONSO MORGADO Y GONZALEZ Y
GONZALEZ
(Nº 26 de la Revista "Sevilla
Mariana" 15-VII-1882).