Cuando el aire era más puro y la marisma más verde;
cuando al nacer la mañana volaban patos silvestres ;
cuando el Coto de Doñana era una alfombra celeste
y el cielo se reflejaba en los lucios trasparentes.

Completamente redondo, estaba el sol amarillo
y besaba el horizonte bañándolo con su brillo
Las nubes, tímidamente, se teñían de naranja
y se alargaban las sombras de los pinos, verde y malva.

Rompió el silencio de siglos un ladrido en la Rocina ;
junto a un reseco acebuche los perros se arremolinan ;
por el viejo tronco asoma una cara tan divina
que el cazador, emocionado, cae al suelo de rodilla.

Quien hubiera sido tu, cazador de la marisma
para quedar sorprendido y ser el primero en ver
a la Virgen del Rocío.

Ya toda Andalucía está en marcha. Por caminos y veredas, la caravana de la alegría, canta hasta enroquecer. Esperando jubilosa la cita con la Madre de las Marismas de Almonte.

Canta y baila Andalucía como si estuviera loca, y es que la Blanca Paloma, espera que llegue el Sábado de Pentecostés, para que ese rosario de Simpecados, carretas, caballos y peregrinos, se postren a sus pies, para un año mas , dar testimonio vivo de fervor y devoción a la que es Madre de Dios y Madre de los hombres. Ese Sábado del Rocío, como canta la copla, se engalana como novia primeriza y esparce alegría, bullicio, cantos, lagrimas y suspiros porque la espera de todo un año se ha hecho realidad. ¡Ya estamos junto a la buena Madre!. Atrás ha quedado todo un año de desconciertos, penas, ilusiones y esperanzas. Y una vez postrados a las plantas de la Señora, nos reconciliamos con su Hijo, el Pastorcito Divino.

En la mañana del Domingo, el Real del Rocío, se transforma en inmensa catedral al aire libre, y sus columnas convertidas en esbeltas palmeras, acogen a los rocieros para celebrar uno de los actos más importantes de la Romería: La Misa de Pontifical. ¡ Ahí esta la verdad del Rocío! ¡ Ese es el verdadero Rocío ! Cuando llega el momento de la Comunión se recordará de nuevo la escena evangélica de toda una muchedumbre hambrienta de Dios, y los sacerdotes esparcidos por el recinto, volverán a asociar su hambre, repartiendo la Comunión como El repartió el pan y los peces.

Y llega la noche. Y cuando un manto bordado de luna y estrellas cubre la pequeña aldea el Gran Rosario del Rocío da comienzo. Van brotando, poco a poco, las Avemarías de este Rosario sin fin. Y la Virgen ha cambiado su manto azul de cielo intenso y transparente con aromas de la mar por ese otro negro profundo e intenso como las emociones que brotan del corazón de sus hijos. Y el Arenal se ha llenado de luces como replica a ese cielo marismeño; velas, antorchas y bengalas iluminan los Simpecados de las Hermandades, mientras miles de gargantas cantan los Misterios el Santísimo Rosario en honor a Nuestra Señora. la oración se desgrana en perlas de amores.

Y de pronto y sin saber como ni cuando, se transforma la fiesta en fe y devoción , para preparar el Lunes de Pentecostés Ya estamos en la madrugada del Lunes, donde se palpa:

Apretarse almonteños, nobles leones,
que se acerca la lucha de corazones.
El plato fuerte y el broche de oro de la Romería
es la procesión de la Reina de las Marismas.
Aquí no hay palabras, solo sentimientos porque...
Cuando por la Marisma la Virgen sale
hasta el sol se detiene para rezarle.
¿Quien no le reza
a esa Blanca Paloma
Flor de Pureza?

 

El alma del Rocío, lo que da sentido profundo a este movimiento andaluz y universal de fe cristiana y de humanidad de la tierra, de poesía y de belleza, de costumbrismo popular y de religiosidad trascendente, es la Virgen del Rocío, la Blanca Paloma, la Madre de Dios, la Madre de la Iglesia y la Madre de los hombres. Ella, en esa imagen que hizo sentir al sacerdote andaluz D. Juan Francisco Muñoz y Pavón "... que no es obra humana, sino que bajo de los cielos una mañana...", es la que da expresión y contenido a esa realidad maravillosa y desconcertante que es la Romería.

Ella es la que explica la historia del Rocío y sus hermandades a lo largo del tiempo, ofreciendo las claves para poder comprender y entender este inmenso movimiento de gentes que, con su vanidad y su pecado, con su deseo de bien y de amor, de alegría y de paz, caminan hasta la Aldea Almonteña. Es la realidad sentida de la presencia maternal y misteriosa de la Virgen María, que se convierte en sensación intima y profunda en esas Marismas del Rocío, la que hace que el Rocío sea siempre el mismo y siempre único y diferente, por muy cambiado y distinto que nos aparezca a través de los tiempos, de las costumbres, de las vicisitudes y de las transformaciones.

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