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Monólogos de Clan



      Hoy no los voy a hacer hablar de escollos ni de rema tu propia canoa o
Clan tu vida es servir. Es más, hoy ustedes ni van a hablar. Me toca a mí
como jefe, en el sentido más autócrata del término, así que vayan bajando
sus manitas para tomar la palabra. Cuando se me presentó la disyuntiva de
aceptar el cargo de esta sección, pasé una larga semana cavilando sobre
las implicaciones de tal responsabilidad. ¿Saben
porqué acepté ser Jefe de Clan? No, no contesten: porque no lo saben y
porque ya les dije que no los iba dejar hablar. Porque pensaba que de
todas las opciones que existen de ser dirigente, ésta era la que menos
conflictos me iba a acarrear. Vamos pues: donde más campechanamente la
pasaría. Ni tenía que lidiar con señoras histéricas que llegan al Local a
reclamarte que su hijito se mancha el uniforme durante las juntas de
Manada y pobre de uno si descuida la dieta de su bodoque en campamento, ni
ser una mezcla de McGyver y la Madre Teresa de Calcuta para andar
soportando a una caterva de barbajanes y hormonas alebrestadas, que ni
Dios Padre va a convencerme que sea otra cosa la Tropa.
      No, me dije, yo no estoy para esos apostolados. Mi carácter no está
para misiones civilizadoras. Por eso me aventé como Jefe de Clan, porque
creía que trataría con personas más centradas; que la chamba vendría de
pechito: revisar planes de adelanto, autorizar proyectos y ver a quién
mandaba de servicio al siguiente campamento de Gacelas. Sobre todo,
esperaba haberme salvado del trato con los padres de familia; a lo más
algo de public relations. ¿No hasta nos recomendaron con el dueño del
Atzimba, mesa de pista y atención especial, cuando estábamos viendo la
Roca Mujeres? Que compadre del papá y padrino de primera comunión del
nuevo que la semana anterior había ingresado al Clan, que después quién
sabe porqué ya nunca regresó, si salió muy bien esa actividad.
      Bueno, pero todo esto viene al cuento porque quién sabe qué dicen
todos ustedes en sus casas, cállense, no me interesa saberlo, que tuve que
poner mi cara de imbécil en la taquiza de Grupo, cuando se me acercó la
mamá de uno de ustedes, bien seria y preocupada, a decirme si no estaré
forzando demasiado a los muchachos: todos los fines de semana se la pasan
fuera de casa en actividades de Clan. Que los viernes en la noche ya mejor
su hijo se sale con todo y mochila, en la que por cierto nunca le ha visto
que meta el uniforme scout, yo todavía explicándole a la señora que en el
Clan no es obligatorio usarlo para todas las actividades, y no regresa
sino hasta el domingo en la tarde. Según esto, cada semana alojo a diez
tipos en mi casa. "No mamá, es que nos quedamos en casa del jefe". Qué
chingones, al menos inviten. Soy su jefe, no su alcahuete.

 

AUTOR: Arturo Reyes Fragoso.
Comunicador Social, Periodista Scout y Guionista de Historietas.
Autor de: CUENTOS DE UNA NOCHE DE CAMPAMENTO. (ASMAC, 1991)
 
 


 
 
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