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Por: Manuel Fernández Molina
Estas líneas sintetizan las aportaciones hechas al movimiento teatral de Guatemala por una mujer que estuvo enteramente dedicada al teatro, Norma Padilla (1930-84). Pocas personas han jugado un rol tan importante en el desarrollo del teatro en Guatemala como lo hizo ella, y es que se desempeñó en diferentes situaciones: como actriz, como directora y creadora escénica y también como ejecutiva encargada de patrocinar el teatro. La característica de que Norma Padilla destacó en diferentes aspectos del quehacer teatral hizo que sus contribuciones fueran importantes y variadas. En los párrafos que siguen se hace una evaluación suscinta de su actividad en las diferentes ramas.
La vida de Norma Padilla en el teatro arrancó a partir de que fue una discípula predilecta de la educadora catalana María Solá de Sellarés, quien inició en 1945 el movimiento teatral moderno en Guatemala. Esta exilada española fue directora por tres años (1945-48) del instituto encargado de la formación de maestras de educación primaria; fue ahí que ella formó un grupo de teatro con sus estudiantes, entre las que destacaron Norma Padilla, Ligia Bernal, Matilde Montoya, Carmen Antillón y Consuelo Miranda. Estas cinco estudiantes se destacaron en el teatro guatemalteco en diferentes ramas: Ligia Bernal como escritora, Carmen Antillón en el teatro de títeres, Matilde Montoya como académica especializada en teatro colonial, Consuelo Miranda como actriz, y, finalmente, Norma Padilla en la valencia triple que se ha señalado: actriz, directora y funcionaria publica.
Como actriz Norma Padilla cubrió un período de unos 35 años, que pueden contarse desde sus primeras obras como adolescente bajo la dirección de María de Sellarés, en 1945, hasta cuando dejó de actuar para dedicarle tiempo completo a su trabajo como funcionaria pública a cargo de la promoción cultural, a mediados de 1980. En su desempeño como actriz siempre fue muy entregada al trabajo y de gran disciplina, pero no fue en este terreno en donde hizo sus aportes más significativos al movimiento teatral, sino los que hizo como directora y como funcionaria.
Norma Padilla como directora cambió el estado de conformismo y/o tradicionalismo en el que se hallaba el movimiento teatral a principios de la década de 1970. En 1972 fundó el grupo Teatrocentro con otros seis artistas del escenario, con quienes se entregó de lleno a la tarea de crear un lenguaje escénico que auténticamente estuviese engarzado y combinase con las obras teatrales más de avanzada. Se planteaban esto porque en Guatemala se montaban obras muy modernas, pero que la vanguardia se quedara meramente en el texto que los actores comunicaban; no había intentos de renovar el lenguaje escénico (actuación y los roles de luces, escenario, vestuario, maquillaje, música, etcétera). Fue a partir de este desfase entre la literatura dramática que se presentaba y los tipos de montaje que se hacían, que los artistas que formaron Teatrocentro se pusieron a investigar y luego a crear, bajo el liderato de Norma Padilla. La primera obra que este grupo montó con muy buena acogida de crítica, de público y de recepción entre los otros teatristas fue Fando y Lis, de Fernando Arrabal.
Como funcionaria pública, Norma Padilla concibió, diseñó y echó a andar en 1975 las 'Muestras Departamentales de Teatro', es decir festivales regionales armados con montajes hechos por teatristas de las provincias. Antes de esta idea la actividad teatral en las provincias era muy escasa, casi inexistente, y a partir de estas 'Muestras' el teatro departamental cobró gran vitalidad. Después de su asesinato político, ocurrido en febrero de 1984, la gente de teatro del interior del país ha convertido a Norma Padilla en un símbolo del teatro contestatario.