¿Nunca has tenido esa sensación de que alguien te observa desde las sombras? ¿Podrías asegurarme que algo no se acaba de mover abajo de aquel viejo escritorio? ¿Intentarás explicarme otra vez que ese ligero movimiento de la cortina lo provoca el viento? Toma como ejemplo ese ruido que te ha hecho bajar el volumen del estereo y defiende tus tontas teorías físicas sobre los sonidos... Ese casi imperceptible olor a humedad y podredumbre que solo detectaste por un segundo... ¿no te ha provocado un estremecimiento?
Los seres humanos son demasiado incrédulos, si no tienen pruebas materiales de algo, no se atreven a comentarlo, son demasiado materialistas, a lo largo de tantas generaciones, parecen haber olvidado que el sobrevivir a un mundo tan peligroso se lo deben a sus instintos, ahora los tratan de abandonar como algo inutil, como un saco demasiado viejo para ser usado, como un último recuerdo de que son animales, los desprecian, los tratan de reprimir, ya no confian en ellos, como si ya no existieran peligros que sus ojos no les pueden revelar...
Yo lo se muy bien, durante mucho tiempo los he estudiado, creo inclusive haber llegado a conocer a algunos bastante bien, pero los más jóvenes me atraen especialmente, tal vez sea esa deliciosa combinación de inocencia y curiosidad, siempre buscando cosas nuevas, siempre retando al mundo, los niños creen más en sus instintos, ellos saben que hay cosas que no se pueden ver ni oir, y que sin embargo pueden hacer daño, creaturas que solo la luz ahuyenta, seres del mal, que se esconden durante el dia, pero que cada noche cobran vida y salen de sus escondites para perseguir víctimas propiciatorias para sus obscuros rituales satánicos, o bien, por simple diversión...
Los niños creen en los monstruos de todos tipos, y tu, tu deberías creer también, si quieres, puedes ir al closet y revisar, donde tu vista ya no alcance, ahí te estaré esperando.
© Leonardo Alcántara G. 1996
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