"I. Obertura" Haciendo explosión los planes de perfidias y de robos abandona Corpus Christi el ejército alevoso que aparecía en holganza, sin acechar Matamoros; en el Frontón sus banderas enarboló jactancioso; y horrible clamor de guerra alzaron sus bronces roncos. Los soldados mexicanos hambrientos y en abandono, con malas armas, sin parque, resentían los trastornos de la traición de Paredes y las intrigas del mocho, que creyó llegado el tiempo de alzar en México el trono. Ampudia manda las fuerzas mexicanas, y anheloso galvaniza el entusiasmo, arbitra recursos prontos, y el maltratado armamento y el todo menesteroso; en acción pone sus tropas que son del valor asombro. Al Frontón avanza el yanqui y los rancheros rabiosos dispersos incendian, matan y derraman en su enojo del invasor con la sangre el desenfreno de su odio. Hay un momento propicio pues los contrarios son pocos; Ampudia su plan ordena, que era certero y juicioso, pero en el instante mismo que va a ejecutarlo él propio, le anuncian que ya Paredes en el poder, veleidoso a Arista encomienda el mando para que le acaten todos. Ampudia y Arista en antes guardaban hondos enconos que sembraron la discordia y que engendraron trastornos; pues cuando pasiones viles hacen penetrar su soplo en las alturas del mando con disimulado embozo, los más previsores planes se tornan desgracia y polvo; en Palo Alto y en la Resaca de esto dieron testimonio. "II. La batalla" Entre alaridos y truenos anúnciase la batalla, y de Palo Alto los campos se envuelven en humo y llama. En el paso de Anacuitas que se disputa con rabia, el humo de los cañones, forma tenebrosa marcha, en donde inventa la mente más que convicta espantada, sangre, destrucción, horrores, de inverosímil matanza. Nuestras piezas eran pocas; las muchas del yanqui estallan, y el tiro de los fusiles a sus cañones no alcanzan; muriendo nuestros soldados; por las enemigas balas, sin retroceder un punto y victoreando a la patria. El humo negro destiende sobre las filas su faja, pues a Taylor furibundo la resistencia le exalta; porque ven que indio imbécil con derrota le amenaza. Por una, dos y más veces ve estrellarse su arrogancia en aquella de valientes inaccesible muralla. Entonces para ocultarnos sus ardides y sus mañas, incendia el pasto que forma repentino un mar de llama que en oleajes espantosos todo aniquila y arrasa; entretanto que sus bronces nuestras filas despedazan, entre muertos y quemados a la bayoneta claman, los valientes que no luchan y que sin luchar los matan. Arista, ardiente, sublime, blandiendo su fuerte lanza, a todas partes acude, sobre los estribos se alza y prudente y reflexivo los vivos ímpetus calma de sus heroicos soldados, a los que quiere en el alma; al fin a la bayoneta, la tropa terrible avanza, y Arista erguido, terrible, rompiendo nubes de balas, empeña a la bayoneta aquella lucha extremada. y con sus jefes valientes los fuegos del yanqui apaga. La noche cubre con sombra tanto horror, tanta desgracia, y la victoria indecisa a la nueva aurora aguarda. Taylor levanta su campo, y a los carros contramarcha; Arista en hondo silencio dispone la retirada, y toca alto en un extremo en la boscosa Resaca, que al frente tiene llanuras y el hondo Bravo a su espalda. "III. Después de la batalla" Como en el fondo espantoso de lóbrega y honda sima, en nuestro campo sangriento dolientes brazos se oían, de los soldados heroicos que en las recias embestidas o mutilados cayeron, o abandonados expiran otros heridos, sangrando y rendidos de fatiga, por la sed atormentado, que los mataran pedían, en vano entre las tinieblas, se buscan las medicinas, porque a los primeros tiros dio el galeno la estampida. De que se levante el campo da las órdenes Arista; y en la confusión, Ampudia corrige, ordena las filas. Quedan regados cadáveres; infelices que agonizan y redoblan sus quejidos al rodar la artillería. Era un rumor doloroso algo que no se adivina, algo que cruza los aires, que hiere y aterroriza; pero en medio del desastre lo que en lo íntimo lastima son las calumnias que inventa vil y rastrera la envidia: a Arista traidor le llaman sus enemigos con ira, y la deserción y el dolo y la infamia santifican "IV. La Resaca de Guerrero" Es ancho carril, extenso, el campo de la Resaca; a sus lados grandes bosques, en su medio una barranca y depósitos fangosos de verdes e impuras aguas. Apenas brota la aurora y se forma la batalla, a la cabeza los jefes gloria y honor de la patria; mas, en la tropa, ¡qué cambio, qué frialdad, qué calma aciaga! Se nota que es como augurio de derrota y de desgracia. ¿No son éstos los valientes que ayer en brillantes cargas conquistaron de la gloria los laureles y las palmas? ¿No son los que atravesando por entre horrores y llamas miraron del enemigo vencedores las espaldas? ¡Ay!, que la calumnia horrible ha envenenado las almas y creen que los ha vendido el caudillo que los manda, y que se esconde en su tienda para no darles la cara. Arista obstinado opina que quietud el yanqui guarda, y descuida los aprestos de otra tremenda batalla; pero después, reflexivo, a Rómulo Vega llama, diciéndole: «Te encomiendo el honor de nuestras armas, hoy tú mandarás en jefe, hazte digno de tu fama.» De pronto el yanqui aparece, un flanco nuestro amenaza; y los infantes de Puebla con bravura le rechazan; marcando heridos y muertos su violenta retirada; era un reconocimiento que raudo acomete y pasa. Mas Taylor en son de guerra, hacia nuestro campo marcha. Aviso le dan a Arista, pero éste con pertinencia se aferra a que no es combate el que le anuncian las balas, y se retira a su tienda con sorprendente confianza. La batalla se ha empeñado, se despilfarran hazañas por unos, mientras los otros se dispersan en bandadas, y otros, traición reclamando, rompen furiosos sus armas. En vano haciendo prodigios de valor relucha Uraga; en vano Urriza esforzado, llevando en alto su espada con regueros de su sangre rumbo al honor les señala, y Calatayud muriendo, lauros arranca a la fama. Forman remolino ardiente caballos, rifles, espadas y las banderas que flotan como la dispersa tabla de nave que el viento empuja y que el arrecife arrastra. Por aquí muere Ramírez que los contrarios asalta y asido al bronce enemigo le deja vida y entrañas; por allá reúne Barreiro a la tropa desbandada, aunque herido mortalmente, soberbia y ardiente su alma. Como huracán la derrota cuando encuentra desbarata; entonces, muy tarde, Arista quiere reparen sus faltas; con los bravos escuadrones al enemigo se lanza; pero el enemigo astuto entre los bosques dispara, y barre sus escuadrones la asoladora metralla hasta quedar casi solo. Armas, pertrechos, fusiles y parque y nada se salva. Así terminó el encuentro en Palo Alto y Resaca; que preparó la discordia aliada con la ignorancia. Mas no se humilló el derecho ni el honor de nuestras armas. Érase Ampudia un valiente; Arista de invicta espada; los dos de alto patriotismo y de intenciones sin mancha; pero ambos de llanto y duelo llenaron a nuestra patria. -- Guillermo Prietomore Corridos © 1996 VMG