Historia de las Islas Juan Fernández

Cuando uno se aproxima a Robinson Crusoe desde el continente, esta isla subtropical templada que tiene forma alargada, presenta un perfil de sólo 4 km de ancho, pero con una altura que llega a los 915 m en el cerro El Yunque y 500 a 600 m en los cerros vecinos. Aparece como una estructura imponente e inesperada que se levanta de la superficie del océano. Para un navegante como Juan Fernández, que venía avanzando por las soledades de un mar interminable, el encuentro con esta isla debe haberle parecido una fantasía increíble, un milagro de Dios. Y así lo fue en realidad, para muchos fatigados aventureros y exploradores del Pacífico Sur, que en ella encontraron agua para calmar su sed y seguro refugio contra enemigos y tempestades.

La presencia humana en la isla comienza el 22 de noviembre de 1574, cuando es descubierta por el navegante Juan Fernández, originario de Ayamonte (Huelva, Andalucía). Este solicitó a la Corona de España el dominio de las tres islas que forman el archipiélago por él descubierto: Más a Tierra (hoy Robinson Crusoe) de 47 km2, Más Afuera (hoy Alejandro Selkirk) de 22 km2 y el islote Santa Clara de unos 3 km2.

Adelantándose a la concesión real el marino Fernández se transforma en colonizador y desembarca en la isla con 60 indios, algunas cabras y gallinas, y da comienzo a una explotación despiadada del lobo marino, al que mata para extraerle el aceite que venderá a buen precio en el Perú para los "obrajes" según el padre Rosales. Pero el buque en el que Juan Fernández fleta sus productos sufre un pavoroso naufragio, Fernández pierde todos sus bienes, y para colmo de su desgracia cuando llega a Chile se entera que la Corona ha denegado su petición de dominio. Doblegado y anciano se retira a morir en Quillota.

Mientras tanto las cabras que el sevillano llevó a la isla se han multiplicado prodigiosamente. Se maravillaría de verlas un siglo más tarde el jesuita Diego de Rosales, quien en un viaje a Chile se topó con el archipiélago, se detuvo algunos días para diseminar semillas de árboles y hortalizas y luego siguió viaje. En sus memorias nos deja el Padre Rosales una extasiada descripción del paisaje y la vegetación de este pequeño Edén perdido en el mar.

Sigue en el siglo XVII una larga historia de navegantes, exploradores y piratas que recalan en Más a Tierra.

En Agosto de 1704 un joven de 24 años, de carácter un tanto conflictivo, llamado Alejandro Selkirk, es abandonado en la isla a raíz de una disputa con su capitán. Sólo vendría a ser rescatado por un barco inglés después de 4 años y cuatro meses que el sufrido marino pasó en la más absoluta soledad. Años más tarde Daniel Defoe oyó hablar de este hombre que insistía en narrar la historia de su destierro en una lejana isla a la que siempre se refería como "my beloved island". De allí nació el personaje de Robinson Crusoe y sus famosas aventuras.

Durante el siglo XVIII, y a raíz de varios intentos de Inglaterra y luego de Francia por tomarse la isla, España decide fortificarla y además instala un presidio destinado a los más peligrosos criminales. A éstos los obligaron a excavar siete grandes cuevas donde los mantenían confinados tras recios barrotes de luma.

En el siglo XIX, durante el período de la Reconquista, el brigadier Mariano Osorio deportó a la isla a un grupo de noventa y seis patriotas, entre ellos Don Manuel de Salas, Don Juan Enrique Rosales y el pobre Don Pedro Nolasco que desesperado por los sufrimientos optó por suicidarse. En 1823 Lord Cochrane y María Graham estuvieron de visita en Más a Tierra.

Recién en 1 877 se da comienzo a la colonización de la isla por el gobierno chileno, sin embargo, el gran impulsor es un suizo, el Barón Alfredo de Rodt.

No puedo terminar este relato sin mencionar que en 1915 la bahía de Cumberland fue el escenario de una batalla naval entre un barco alemán, el Dresden, y dos barcos ingleses. Viéndose perdido el capitán del Dresden decidió hundir su nave, para lo cual hizo abrir las compuertas, y el barco se fue a pique lentamente. Ahí quedó varado a sesenta metros de profundidad en un punto hacia el norte de la bahía. Este buque hundido ha sido muy trajinado por los hombres rana, que poco a poco han ido desmembrando su osamenta. Hoy está prohibido bucear en él, desde que un médico aficionado a este deporte quedó atrapado entre sus fierros. Tres hombres de la tripulación del Dresden murieron a consecuencias de la batalla y posterior hundimiento, y están enterrados en el pequeño cementerio del pueblo.

Entre los sobrevivientes se encontraba el Teniente Wilhelm Canaris, quien durante la Segunda Guerra Mundial era el jefe de la Abwehr (Servicio de Inteligencia) con el grado de Vicealmirante, y que fue fusilado por conspirar en contra de Hitler. Otro de los sobrevivientes, Hugo Weber decidió quedarse en la isla habitando una cabaña solitaria. Como se sintiera un poco solo pidió a sus parientes de Alemania que le mandaran una esposa, estos con mucho sentido práctico decidieron mandarle dos para que pudiera elegir. Así lo hizo Don Hugo escogió la que le pareció mejor y la otra la devolvió a Alemania.


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