Tornavacas. Aduana de Extremadura

 
    En una hondonada de la cabecera del Valle del Jerte, flanqueada por los imponentes macizos montañosos de Gredos y la Sierra de Béjar, nos encontramos con la bella localidad de Tornavacas. Su término municipal es muy accidentado a causa de las abruptas pendientes que se elevan a ambos lados del río Jerte, y que alcanzan los 2.400 m. de altitud en el pico del Calvitero.

 
    La inmersión más idónea y brusca en la plenitud vallense se realiza a través del Puerto de Tornavacas, cuyos 1.275 m. de altitud hacen de este punto un inigualable mirador desde el que se obtienen panorámicas espectaculares sobre la cuenca jerteña. Asomarse a ella desde el Puerto produce una impresión tan sobrecogedora como ambigua. Inicialmente te domina el susto ante la precipicio que se abre a tus pies, esa fosa encajonada y profunda del Jerte. Pero pronto se apodera de tí el gozo impagable de contemplar tanta hermosura natural concentrada en un simple vistazo.

 
    La función fronteriza ha marcado a la villa y término de Tornavacas. Por fortuna, las economías agrarias de los pueblos castellanos y altoextremeños se complementan. De Ávila han llegado los cereales al Valle, y de éste ha subido la variada fruta, el delicioso aceite y el codiciado vino para los paladares "serranos", gentilicio con que se designa a los abulenses de esta parte que limita con tierras extremeñas. Un activo comercio, incluida su vertiente ilegal del estraperlo, ha cruzado la frontera entre ambas comunidades. Todavía hoy son decenas los tornavaqueños que tienen su "modus vivendi" en la venta de productos de primera necesidad en las aldeas semidespobladas de la demarcación de Barco de Ávila. Estos intercambios económicos y laborales han ido urdiendo una trama de relaciones estrecha entre los pueblos situados a uno y otro lado del Puerto de Tornavacas. Una serie de mutuas influencias, lógicas entre comunidades vecinas, aflora en distintos aspectos socioculturales.

 
    En los albores de la repoblación medieval estas tierras altas del Jerte estuvieron adscritas a la jurisdicción abulense. Por la posesión de la iglesia de Tornavacas llegaron apelear los obispos de Ávila y Plasencia.

 
    Tornavacas es la mejor aduana para ingresar en suelo extremeño. Durante siglos el suyo funcionó como Puerto Seco. Allí se controlaba el tránsito de personas y animales que tenían que tributar por cruzarlo. El cobro de los derechos de portazgo provocaron, en la E. Media, enfrentamientos entre el corregimiento placentino y el cabildo catedralicio.

 

 
 
 
 

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