E. P. THOMPSON
Costumbres en común "Introducción"
Todos los estudios que aparecen en el presente libro se comunican por caminos diferentes con el tema de la costumbre tal como se expresaba en la cultura de los trabajadores del siglo 18 y bien entrado el 19. Mi tesis es que la conciencia de la costumbre y los usos consuetudinarios (relativos a la costumbre: derecho consuetudinario) eran especialmente fuertes en el siglo 18: de hecho, algunas "costumbres" eran inventos recientes y, en realidad, constituían la reivindicación de nuevos derechos. Los historiadores que se ocupan de los siglos 16 y 17 han tendido a ver el siglo 18 como una época en que estos usos consuetudinarios estaban en decadencia, junto con la magia, la brujería y supersticiones afines. Desde arriba se ejercía presión sobre el pueblo para que "reformara" la cultura popular, el conocimiento de las letras iba desplazando la transmisión oral y la ilustración (se supone) se filtraba de las clases superiores a las subordinadas. Pero las presiones "reformistas" encontraban una resistencia empecinada y el siglo 18 fue testigo de cómo se creaba una distancia profunda, una profunda alienación entre la cultura de los patricios y la de los plebeyos. Esta distancia fue un fenómeno a escala europea y una de sus consecuencias fue la aparición del folclore, cuando observadores sensibles (e insensibles) de las capas altas de la sociedad mandaron grupos de exploración con el cargo de inspeccionar la "pequeña tradición" de los plebeyos y tomar nota de sus extrañas prácticas y rituales. Desde su mismo origen, el folclore llevó consigo esta sensación de distanciamiento condescendiente, de subordinación y de las costumbres como reliquias. Pero lo que se perdió, al considerar las costumbres (plurales) como reliquias distintas, fue todo sentido claro de la costumbre en singular (aunque con muchas formas de expresión), la costumbre, no como post-algo, sino como sui generis, como ambiente y como vocabulario completo de discurso, de legitimación y de expectación.
Si a muchos de los pobres se les negaba la educación, ¿a qué otra cosa podían recurrir salvo a la transmisión oral con su pesada carga de "costumbre"? "Costumbre" era sin duda una palabra buena en el siglo 18: Inglaterra se enorgullecía desde hacía tiempo de ser Buena y Antigua. "Costumbre" tenía muchas afinidades con la common law. Este derecho se derivaba de las costumbres, o los usos habituales, del país. Estas costumbres, de las que a veces sólo quedaba constancia en los recuerdos de los ancianos, tenía efectos jurídicos, a menos que fueran invalidadas de forma directa por el derecho estatuido.
Es posible que los derechos que reclamaban los mineros de Dean procedieran del siglo 13, pero las "Leyes y Costumbres de los Mineros" fueron codificadas Inquisición de 1610, año en que 48 mineros libres dejaron constancia de sus usos (que se imprimieron por primera vez en 1687). Frecuentemente, la invocación de la "costumbre" de un oficio o una ocupación indicaba un uso ejercido durante tanto tiempo que había adquirido visos de privilegio o derechos. Así en 1718, cuando los pañeros del suroeste intentaron alargar la pieza de paño en media yarda, los tejedores se quejaron diciendo que ello era "contrario al derecho, el uso y la costumbre desde tiempo inmemorial". Y en 1805 los impresores del Londres se quejaron de que los patronos estaban aprovechándose de la ignorancia de sus oficiales "discutiendo o negando la costumbre y rehusando reconocer los precedentes, que hasta ahora han sido la única referencia". Muchos de los ejemplos clásicos de luchas que tuvieron lugar al entrar en la Revolución Industrial giraban tanto en torno a las costumbres como a los salarios o las condiciones de trabajo.
La mayoría de estas costumbres pueden calificarse de "visibles": estaban codificadas de alguna forma o pueden explicarse con exactitud. Pero cuando la cultura plebeya se hizo más opaca a la inspección de las clases altas, también otras costumbres se hicieron menos visibles.
En el siglo 18 la costumbre era retórica de legitimación para casi cualquier uso, práctica o derecho exigido. Y, a decir verdad, el mismo término "cultura", con su agradable invocación de consenso, puede servir para distraer la atención de las contradicciones sociales y culturales, de las fracturas y las oposiciones dentro del conjunto.
Llegados a este punto, las generalizaciones sobre los universales de la "cultura popular" pierden su contenido a menos que se coloquen firmemente dentro de contextos históricos específicos. En estos ejemplos espero que la cultura plebeya se convierta en un concepto más concreto y utilizable, que ya no esté situado en el ámbito insubstancial de los "significados, las actitudes y los valores", sino que se encuentre dentro de un equilibrio determinado de relaciones sociales, un entorno laboral de explotación y resistencia a la explotación, de relaciones de poder que se oculten detrás de los rituales del paternalismo y la diferencia. De esta manera (espero) la "cultura popular" se sitúa dentro de la morada material que le corresponde.
Rasgos característicos de la cultura plebeya del siglo 18.
Como cosa corriente y normal, muestra ciertos rasgos que comúnmente se atribuyen a las culturas "tradicionales". En la sociedad rural, pero también en las regiones manufactureras y mineras muy pobladas, hay una gran herencia de definiciones y expectativas consuetudinarias. El aprendizaje como iniciación en la habilidades adultas no se halla limitado a su expresión industrial formal. Es también el mecanismo de transmisión intergeneracional.
Tanto las prácticas como las normas se reproducen a lo largo de las generaciones dentro del entorno lentamente diferenciador de la costumbre. Las tradiciones se perpetúan en gran parte por medio de la transmisión oral, con su repertorio de anécdotas y de ejemplos narrativos; donde la tradición oral se ve complementada por el creciente conocimiento de las letras, los productos impresos de mayor circulación, tales como libritos de coplas, almanaques y crónicas anecdóticas de hechos delictivos, tienden a someterse a las expectativas de la cultura oral en lugar de desafiarla ofreciendo otras opciones.
Los testimonios de cencerradas inducen a pensar que en las comunidades más tradicionales -y en modo alguno eran éstas siempre comunidades de índole rural- actuaban poderosas fuerzas automotivadas de regulación social y moral. Estos testimonios pueden mostrar que si bien el comportamiento anormal era tolerado hasta cierto punto, más allá de éste la comunidad procuraba imponer a los transgresores sus propias expectativas heredadas en lo referente a los papeles conyugales y la conducta sexual que gozaban de aprobación. Incluso aquí, sin embargo, tenemos que proceder con cautela: esta no es simplemente "una cultura tradicional". Las normas que se defienden así no son idénticas a las que proclaman la Iglesia o la autoridad; se definen dentro de la cultura plebeya misma, y los mismos rituales que se utilizan para avergonzar a un notorio transgresor sexual pueden usarse contra el esquirol (despectivo, Obrero), o contra el hacendado y sus guardabosques, el recaudador de impuestos, el juez de paz.
Esta es, pues, una cultura conservadora en sus formas, que apela a los usos tradicionales y procura reforzarlos. Pero el contenido o los significados de esta cultura no pueden calificarse de conservadores con tanta facilidad. Porque en la realidad social el trabajo va "liberándose", decenio tras decenio, de los tradicionales controles señoriales, parroquiales, corporativos y paternales, a tiempo que va distanciándose de la dependencia directa de cliente respecto de la gentry. De aquí que tengamos una cultura consuetudinaria que en sus operaciones cotidianas no se halla sujeta a la dominación ideológica de los gobernantes. La hegemonía subordinante de la genry puede definir los límites dentro de los cuales la cultura plebeya es libre de actuar y crecer, pero, dado que dicha hegemonía es secular (laica) en vez de religiosa o mágica, poco puede hacer por determinar el carácter de esta cultura plebeya. Los instrumentos de control y las imágenes de hegemonía son los de la ley y no los de la Iglesia o del carisma monárquico. La ley puede puntuar los límites que los gobernantes toleran; pero en la Inglaterra del siglo 18 no entra en las casas de los campesinos, no se menciona en las plegarias de la viuda, no adorna las paredes con iconos no informa una visión de vida.
De aquí una de las paradojas características del siglo: tenemos una cultura tradicional rebelde. No pocas veces, la cultura conservadora de la placa se resiste, en nombre de la costumbre, a las racionalizaciones e innovaciones económicas (tales como el cercenamiento de tierras, la disciplina del trabajo, los mercados de granos "libres" y no regulados) que pretenden imponer los gobernantes, los comerciantes o los patronos. Por consiguiente la cultura plebeya es rebelde, pero su rebeldía es en defensa de la costumbre. Las costumbres que se definen son las propias del pueblo, y, de hecho, algunas de ellas se basan en reivindicaciones bastante recientes en la práctica. Pero, cuando el pueblo busca legitimaciones para la protesta, a menudo recurre de nuevo a las reglas paternalistas de una sociedad más autoritaria y entre ellas escoge las partes más adecuadas para defender sus intereses presentes: los protagonistas de motines de subsistencias apelan al Book of Orders y a las leyes contra los acaparadores, etcétera, los artesanos apela a ciertas partes (por ejemplo la regulación del aprendizaje) del código Tudor del trabajo.
Otro rasgo de la cultura que reviste un interés especial para mí es la prioridad que en ciertos campos se da a las sanciones, intercambios y motivaciones "no económicas" frente a las directas y monetarias.