Confirmando las tesis de los frankfurtianos Horkheimer, Adorno, Marcuse y Benjamin, la reproductibilidad técnica del arte y las nuevas posibilidades de difusión masiva no han contribuido a la extensión de la cultura reflexiva a quienes por razones socioeconómicas estaban marginados de ella, sino que ha creado una (sub o seudo) cultura masiva paralela que ha contribuido –en coincidencia con las posiciones de ruptura y ensimismamiento de las vanguardias históricas, posteriormente extendidas a casi todas las formas de creación exigentes- a un reforzamiento de la distancia entre la cultura creativo-reflexiva y el público mayoritario. En la sociedad pos-industrial las infraestructuras mercantiles han funcionado como superestructuras cosmovisivas que aseguran la pervivencia del sistema. Este proceso de inversión se ha conseguido con la constitución de la sociedad de consumo, cuyo proceso ideológico central se basa en la acción de los medios de comunicación que crean la cultura de masas. Según Adorno y Horkheimer, esto origina el surgimiento del nuevo modelo de la seudocultura, proceso por el que los contenidos intelectuales y culturales se convierten en mercancías y son difundidos a través de los medios de comunicación de masas como parte de una estrategia global de dominio. Sus agentes son los medios de comunicación de masas, y sus efectos la pseudoformación y desensibilización. Estos autores supieron ver –desde sus propios inicios- como esta construcción social de la realidad, vertebrada a través de los medios de masas, constituye una falsa culturización y afecta a los procesos educativos, en tanto que los nuevos Modelos Educativos surgidos adoptan la estructura de estos medios, cuyos valores se elaboran con claros intereses económicos; por ello la educación se vuelve seudoeducación, centrándose en la formación y capacitación profesional y ocupacional del individuo en detrimento de la formación integral de éste. De esta manera, seudocultura y seudoeducación articulan un modelo ideológico que sirve de superestructura a la sociedad de consumo. La industria cultural tiende a encarnar pronunciamientos autoritarios y se erige así en profeta irrefutable del orden preponderante. Como consecuencia de esta ideología de falsa cultura surgen nuevas formas de conocimiento de carácter supersticioso que también serán difundidas a través de los mass-media. Nos hallamos ante lo que Adorno denominó superstición de segunda mano, que desembocaría en los años treinta en los movimientos políticos irracionales -en los que la xenofobia o el odio a lo diferente es su único y exclusivo programa- y en los noventa en el auge de sectas, magos, videntes y corrientes seudorreligiosas.
En las sociedades del capitalismo tardío el nuevo Modelo de Cultura supone una dominación de la conciencia, que se vuelve sumisa y asume componentes irracionales a través de la estructura simbólica de los medios de masas. La seudocultura estimula lo instintivo, lo fácilmente comprensible, lo que no necesita ser conceptualizado, sino simplemente percibido. Se trata de un modelo de cultura de masas y para las masas en el que estas carecen de capacidad para decidir sobre sus contenidos y efectos (en lo que se cumpliría la broma de Kruschev: "La libertad del capitalismo es la que tiene la zorra en el gallinero para elegir que gallina se come"). Esta forma de dominación de las estructuras psicológicas individuales y colectivas contribuye a la transformación de los conceptos en seudoconceptos, de la cultura en seudocultura y de los sentimientos religiosos en superstición, e impone sus preceptos de forma subjetivizante y autoritaria. Adorno pone de manifiesto, a la vez que denuncia, la existencia de una actitud autoritaria latente en la psicología colectiva pos-industrial, y critica este desarrollo de los aspectos inconscientes e irracionales del comportamiento de las masas, que puede desencadenar movimientos agresivos de carácter racista y xenófobo. La historia vendría a darle la razón, superando sus peores expectativas.
Para la seudocultura no todos los valores son rentables: la selección que hace de ellos está subyugada a los principios de economía e ideología, y su fin es el éxito. En esto también acertaron los frankfurtianos, y más de medio siglo después, los efectos de la selección cultural obrado por los agentes rectores de los medios de comunicación de masas se hacen sentir con una fuerza que sólo los que sobrevivieron a la Segunda Guerra –especialmente Marcuse- pudieron constatar. Este autor ha descrito así la nueva realidad de la sociedad de la comunicación masiva: "destruyendo la autonomía mental, la libertad de pensamiento, la responsabilidad y, conduciendo a la inercia, la sumisión y la renuncia a cambiar, la sociedad establecida, maestra de la repetición, se convierte en el gran claustro materno de sus ciudadanos". Marcuse pasa de la teoría de la seudocultura a la teoría de la unidimensionalidad a partir de una reflexión sobre la situación del individuo dentro de esta estructura integral de la sociedad, que dará como resultado al hombre unidimensional que, aislado dentro del engranaje de la productividad, permanece simultáneamente encerrado en el universo de la repetición y alentado en unos valores y libertades ficticios -virtuales, se diría hoy-, renunciando a toda conciencia crítica y aceptando la lógica de la dominación -que reconoce como lo cotidiano, y por ello como lo normal- impuesta por el sistema.
La cultura, que debe hacerse cargo de la felicidad de los individuos, al convertirse en técnica y mercancía, destruye su propia esencia, e igual le sucede al arte. El rasgo actual de la producción cultural (y de la imagen que de la cultura dan los medios) es la disminución del antagonismo entre ésta y la realidad social: "mediante la extinción de los elementos de oposición -ajenos y trascendentes- de la alta cultura, por medio de los cuales constituía otra dimensión de la realidad; esta liquidación de la cultura bidimensional no tiene lugar a través de la negación y el rechazo de los valores culturales, sino a través de su incorporación total al orden establecido, mediante su reproducción y distribución en una escala masiva". De este modo, la cultura, convertida en propaganda, procura la desinvidualización del ciudadano e incluso ella misma se unidimensionaliza reduciéndose a formas preconcebidas y alienadas. Esta cultura unidimensional, irradiada por los medios masivos, ocupará así un papel clave en la articulación de un modelo ideológico que, como ocurría en la seudocultura, sirve de superestructura a la sociedad de consumo. Para Benjamin, "el objeto mercantilizado es la negación del objeto humanizado del arte". En las sociedades de masas, la reproducción técnica produce una alteración no sólo de la imagen, sino también de la adecuada interpretación del valor artístico, afectando esto al concepto de valor cultural. "El público masivo se acercará al arte desde las actitudes y hábitos asumidos en su relación artificial con el Arte mercantilizado".
Saltando de un extremo a otro del siglo, es decir, de lo pronosticado por los autores antes citados a lo constatado, Giovanni Sartori coincide con ellos en su pesimista diagnóstico del fin de siglo, planteando la cuestión que estimamos –junto con la del valor dado al objeto artístico-histórico y la relación entablada con él, tratada en el epígrafe anterior- como la decisiva con relación a la difusión del Patrimonio, aquella que afecta al receptor y a las condiciones de recepción. Sintéticamente, se podría decir que si para Sartori, "todo el saber del homo sapiens se desarrolla en la esfera de un mundus intelligibilis (de conceptos y de concepciones mentales) que no es en modo alguno el mundus sensibilis, el mundo percibido por nuestros sentidos", éste se ha visto seriamente comprometido por la acción de la televisión –agente de factores más amplios de cambio, en un sentido antihumanista y antirreflexivo- porque "la televisión la que modifica primero, y fundamentalmente, la naturaleza misma de la comunicación, pues la traslada del contexto de la palabra (impresa o radiotransmitida) al contexto de la imagen". Así, "el acto de ver está atrofiando la capacidad de entender" porque "la televisión está produciendo una permutación, una metamorfosis, que revierte en la naturaleza misma del homo sapiens", convirtiendo al telespectador en "un animal vidente" que pierde su carácter de "animal simbólico". Enlazando con teorías consolidadas en el ámbito de la reflexión y la investigación europea y norteamericana, Sartori define la televisión no sólo como instrumento de comunicación, sino también como paideia: "un instrumento 'antropogenético'... que ha llegado a ser la autoridad cognitiva más importante de los grandes públicos". ¿Cuál es la clave de esta paideia audiovisual? La respuesta, para Sartori, es desoladora: "La cultura de la imagen rompe el delicado equilibrio entre pasión y racionalidad. La racionalidad del homo sapiens está retrocediendo, y la política emotivizada, provocada por la imagen, solivianta y agrava los problemas sin proporcionar absolutamente ninguna solución... Él clima cultural más apoyado por los medios de comunicación consiste en atacar al modelo 'elitista', abyecto y superado, del hombre racional occidental... Él incremento de la audiencia se consigue en descenso, a la baja, haciendo disminuir a los alfabetizados a los niveles de los analfabetos". Por último, para Sartori, el panorama se completa con la consideración de los medios de comunicación de masas como una especie de plaza mayor de la estulticia que por primera vez en la historia tiene la capacidad de aglutinar la opinión de los sin-opinión, la cultura de los sin-cultura, en un ejercicio de seudo democracia que no es sino la consagración, en su máximo grado, de la demagogia: "Él homo insipens (necio y, simétricamente, ignorante) siempre ha existido y siempre ha sido numeroso. Pero hasta la llegada de los instrumentos de comunicación de masas los 'grandes números' estaban dispersos, y por ello mismo eran muy irrelevantes. Por el contrario, las comunicaciones de masas crean un mundo movible en el que los 'dispersos' se encuentran y se pueden 'reunir', y de este modo hacer masa y adquirir fuerza".