La era del Imperio

Al período trascurrido entre 1875 y 1914 se le puede calificar como era del imperio no sólo porque en él se desarrolló un nuevo tipo de imperialismo, sino también por otro motivo ciertamente anacrónico. Probablemente fue el período de historia moderna en que hubo mayor número de gobernantes que se autoproclamaban oficialmente "emperadores" o que fueran considerados por los diplomáticos occidentales como merecedores de ese título.

El período que estudiamos es una era en que aparece un nuevo tipo de imperio, el imperio colonial. La supremacía militar y económica de los países capitalistas no ha sufrido un desafío serio desde hacía mucho tiempo, pero entre finales del siglo XVII y el último cuarto del siglo XIX no se había llevado a cabo intento alguno por convertir esa supremacía en una conquista, anexión y administración formales. Entre 1880 y 1914 ese intento se realizó y la mayor parte del mundo ajeno a Europa y al continente americano fue dividido formalmente en territorios que quedaron bajo el gobierno formal o bajo el dominio político informal de uno y otro de una serie de Estados, fundamentalmente el Reino Unido, Francia, Alemania, Italia, los Países Bajos, Bélgica, los Estados Unidos y Japón.
Dos grandes zonas del mundo fueron totalmente divididas por razones prácticas: África y el Pacífico. No quedó ni gún Estado independiente en el Pacífico, totalmente dividido entre británicos, franceses, alemanes, neerlandeses, norteamericanos y japoneses. En 1914, África pertenecía en su totalidad a los antiguos imperios. En Asia existía una zona amplia nominalmente independiente, aunque los imperios europeos más antiguos ampliaron y redondearon sus extensas posesiones.
Sólo una gran zona del mundo pudo sustraerse casi por completo a ese proceso de reparto territorial: el continente americano. Este reparto del mundo entre un número reducido de Estados era la expresión más expectacular de la progresiva división del globo en fuertes y débiles.
El análisis del imperialismo, fuertemente crítico, realizado por Lenin se convertía en un elemento central del marxismo revolucionario de los movimientos comunistas a partir de 1917 y también en los movimientos revolucionarios del "tercer mundo". El punto esencial del análisis leninista era que el nuevo imperialismo tenía sus raíces económicas en una nueva fase específica del capitalismo, que, entre otras cosas, conducía a la división territorial del mundo entre las grandes potencias capitalistas. Las rivalidades existentes entre los capitalistas que fueron causa de esa división engendraron también la primera guerra mundial.
Los análisis no marxistas negaban la conexión específica entre el imperialismo de finales de siglo XIX y del siglo XX con el capitalismo general y con la fase concreta del capitalismo. Negaban que el imperialismo tuviera raíces económicas importantes y que no había tenido concecuencias decisivas en la primera guerra mundial.

El acontecimiento más importante del SXIX es la creación de una economía global, que penetró de forma progresiva en los rincones más remotos del mundo. Esta globalización no era nueva, aunque se aceleró en los decenios centrales de la centuria.

La civilización necesitaba ahora el elemento exótico. El desarrollo tecnológico dependía de materias primas que se encontraban en lugares remotos. El motor de combustión interna necesitaba petróleo y caucho: los pozos petrolíferos del Medio Oriente eran ya objeto de un intenso enfrentamiento y negociación deplomáticos. Estos acontecimientos no cambiaron la forma y las características de los países industrializados o en proceso de industrialización, aunque crearon nuevas ramas de grandes negocios. Pero transformaron el resto del mundo, en la medida en que lo convirtieron en un complejo de territorios coloniales y semicoloniales que progresivamente se convirtieron en productores especializados de uno o dos productos básicos para exportarlos al mercado mundial, de cuya fortuna dependían por completo. 1