La política de la democrácia

El período histórico que estudiamos en esta obra comenzó con una crisis de histera internacional entre los gobernantes europeos y entre las aterrorizadas clases medias, provocada por el efímero episodio de la Comuna de París en 1871. Este episodio breve y brutal -y poco habitual para la época- que desencadenó un terror ciego en el setor respetable de la sociedad, reflejaba un problema fundamental de la política de la sociedad burguesa: el de su democratización.

Este era el dilema fundamental del liberalismo del SXIX, que propugnaba la existencia de constituciones y de asambleas soberanas elegidas, que, sin embargo, luego trataba por todos los medios de esquivar actuando de forma antidemocrática, excluyendo del derecho de votar y de ser elegido a la mayor parte de los ciudadanos varones y a la totalidad de las mujeres.
A partir de 1870 se hizo cada vez más evidente que la democratización de la vida política de los Estados era absolutamente inevitable. Las masas acabarían haciendo su aparición en el escenario político, les gustara o no a las class gobernantes. Los políticos tendían a resignarse a una ampliación profiláctica del sufragio cuando eran ellos, y no la extrema izquierda, quienes lo controlaban todavía. Probablemente ese fue el caso de Francia y el Reino unido. Entre los conservadores había cínicos como Bismarck, que tenían la fe en la lealtad tradicional de un electorado de masas, considerando que el sufragio universal fortalecería a la derecha más que a la izquierda. Pero incluso Bismarck prefirió no correr riesgos en Prusia (que dominaba el imperio alemán), donde mantuvo un sistema de voto en tres clases, fuertemente sesgado en favor de la derecha.
Ciertamente las agitaciones socialistas de la década de 1890 y las repercusiones de la primera revolución rusa aceleraron la democratización. La política democrática no podía posponerse por más tiempo. En consecuencia, el problema era cómo conseguir manipularla.
La manipulación más descarada era todavía posible. Se podían poner límites estrictos al papel político de las asambleas elegidas por sufragio universal, este era el modelo bismarckiano. En otros lugares, la existencia de una segunda cámara, formada aveces por miembros hereditarios, como en el Reino Unido, y el sistema de votos mediante colegios electorales especiales y otras instituciones análogas fueron para las asambleas representativas democratizadas. Las votaciones públicas podían suponer una presión para los votantes tímidos, especialmente cuando había señores poderosos u otros jefes que vigilaban el proceso. Por último siempre existía la posibilidad del sabotaje puro y simple. Ahora bien, estos subterfugios podían retardar el ritmo del proceso político hacia la democratización, pero no detener su avance.
La consecuencia lógica de ese sistema era la movilización política de masas para y por las elecciones, es decir, con el objetivo de presionar a los gobiernos nacionales. Ello implicaba la organización de movimientos y partidos de masas, la política de propaganda de masas y el desarrollo de los medios de comunicación de masas.
La era de la democratización fue también la época dorada de una nueva sociología política: Durkheim, Ostrogorski, Webbs y Weber. 1