La restauración



1. El congreso de Viena
2. El nuevo orden europeo
3. Fundamentos ideológicos y regímenes políticos
4. Las primeras grietas del sistema: la revolución de 1820-1821
5. La represión y el marco internacional
6. La independencia griega y la cuestión de Oriente
7. La independencia de las colonias de América meridional: debilidad estatal e inestabilidad política
8. Luchas político-sociales y reforma en Inglaterra (1815-1832)
9. De la reforma electoral al librecambismo
10. Francia: la restauración borbónica
11. Desde 1820 a la revolución de julio
12. Desde la revolución de julio hasta 1848
13. Crisis en las relaciones internacionales



1. El congreso de Viena

En marzo de 1814, las cuatro grandes potencias de la coalición antinapoleónica se habían comprometido (tratado de Chaumont) a mantener durante un período de veinte años los acuerdos y el orden político-territorial que se fijarían en los tratados de paz. La determinación de las potencias vencedoras se reforzó con el esfuerzo de revancha napoleónica, cuyos resultados fueron privar a Francia de las conceciones que inicialmente se habían previsto (los límites conseguidos en 1792), y reducirlas a las fronteras de 1790, imponiéndole, además, una pesada indemnización de guerra y una fuerza de ocupación de 150.000 hombres (segundo tratado de París, 20 de nov.1815).
Todos los estados europeos estuvieron representados en el congreso de Viena (oct.1814-sep.1815), pero las líneas esenciales del nuevo orden fueron acordadas entre las cuatro grandes potencias (la Cuádrupla Alianza: Gran Bretaña, Rusia, Austria y Prusia).

2. El nuevo orden europeo

Para comprender bien los caracteres de la Restauración, no hay que descuidar el hecho de que, salvo algunas excepciones, las reformas institucionales y sociales consolidadas durante el gobierno y la ocupación de Napoleón no podían ser anuladas y revocadas sin provocar nuevas alteraciones, totalmente indeceadas por las potencias vencedoras. El congreso de Viena quería, sobre todo, la restauración de la legitimidad dinástica, es decir, procuró especialmente el retorno de los soberanos legítimos, los monarcas por "derecho divino". Las monarquías hereditarias, fundadas en antiguas tradiciones, eran consideradas no sin razón uno de los mayores elementos de estabilidad en Europa y, en efecto, eran los verdaderos vencedores de Napoleón; quien, por lo demás, adoptando el principio dinástico y hereditario, había, él mismo, legitimado el sistema e intentado introducirse en él.
El esfuerzo antinapoleónico de Rusia fue retribuído con gran parte de Polonia, que Alejandro I declaró reino autónomo. Gran Bretaña recuperaba en Europa a Hannover, antiguo dominio hereditario de la dinastía, y ganaba algunas posiciones estratégicas para su dominio naval: Malta y las islas jonias dle Mediterráneo, Helgoland, en el mar del norte, algunas Antillas y en el índico, Mauricio y Seychelles.
Los cambios más importantes se produjeron en Italia y Alemania, donde, también en el plano político e institucional, los principios de la Revolución Francesa y la experiencia de la ocupación napoleónica había tenido gran influencia y terminaron por oponerse al proyecto restaurador de Metternich. Los controvertidos juicios sobre el congreso de Viena tocan particularmente a la obra del estadista austríaco que dominó la escena política y diplomática europea, al menos hasta 1830 y fue canciller del Imperio Austríaco hasta 1848. Aun cuando parezca que en Viena uno de los primeros planos fue ocupado por el zar Alejandro, y que sus ideas triunfaron con la constitución de la Santa Alianza -la mística hermandad de los soberanos que por la gracia divina tendrían el deber de salvaguardar la paz y el bienestar de las "naciones cristianas"-, fue el realismo de Castlereagh, representante de Gran Bretaña, y de Metternich, el que tuvo los éxitos mayores.
Austria, renacida tras las humillaciones napoleónicas, y territorialmente compensada con la cesión de los Países Bajos y la adquisición de los territorios vénetos, se convierte en el soporte del sistema europeo, no sólo por la extensión y la centralidad geográficas de su Imperio, sino especialmente por le predominio absoluto que se le reconoce en Italia y la presidencia de la Confederación germánica (el nuevo organismo para llevar a cabo el vacío dejado por el Sacro Imperio romano, cuyo final pareció irreversible hasta a los más tenaces y hábiles restauradores).

3. Fundamentos ideológicos y regímenes políticos

Como hemos visto, el congreso de Viena adoptó el principio de equilibrio en las relaciones de las potencias. En cuanto a los regímenes políticos y la política interna de los distintos estados europeos, la situación se presentaba compleja y más delicada. Para garantizar la paz y la seguridad, contra cualquier intento de subversión se precisó también un principio de intervensión. Pero las situaciones y las circunstancias eran muy variadas y muy pronte se desvaneció el acuerdo unánime de las cinco grandes potencias sobre la aplicación de las medidas concretas en las que se fundaba el nuevo orden.
El significado de la mayormente restaurada legitimidad dinástica, la fuerza de las tradiciones, la búsqueda de derechos históricos opuestos a la revolución, el nuevo prestigio y respeto por los sentimientos y las instituciones religiosas (Iglesia católica) no eran interpretadas en todas partes de la misma manera ni tuvieron las mismas consecuencias.
El renacimiento católico, pero sobre todo, la alianza renovada en el trono y el altar fueron componentes importantes en la Restauración. La concepción de una sociedad respetuosa de las jerarquías sociales y de las autoridades políticas consagradas y protegidas por el aval de la iglesia debían favorecer el retorno al orden y su mantenimiento. En general, en el universo político, la iglesia trataba de volver al pasado más o menos lejano (antes de 1789). En cambio, incluso rechazando la revolución y sus excesos, consideraba irreversibles, y conciliables con una monarquía absoluta o administrativa, algunas de las reformas realizadas en las últimas décadas. Era quien iba más lejos y consideraba indispensable dar vida regímenes representativos y constitucionales.
Las distintas posiciones pueden colocarse en un abanico desde los reaccionarios hasta los liberales constitucionalistas. Algunos grupos de legitimistas reccionarios no vacilaban en invocar a veces los derechos de la soberanía popular para imponer los poderes de la antigua aristocracia.
Del discurso político sobre la soberanía o la identidad nacional, se pasa así al terreno de la lucha política y social que concretamente en Francia tenía un desarrollo interesante, en particular con la aplicación de la carta constituional, otorgada por el restaurado Luis XVIII. Los gobernantes franceses, sobre todo los de la época napoleónica, introdujeron algunas reformas institucionales y sociales y modificaron, por no decir modernizaron, la administración del Estado; abolieron lo que quedaba del as instituciones feudales y los privilegios de la nobleza y del clero y uniformaron la legislación civil según las normas del Código napoleónico.

4. Las primeras grietas del sistema: la revolución de 1820-1821

Una manifestación del "espíritu revolucionario" o de la agitación que existía en los ambientes revolucionarios y estudiantiles de Alemania se puede advertir en la manifestación que organizaron los estudiantes, profesores y periodistas el 18 de octubre de 1817 en Warburg, en Turingia. se conmemoraba el tercer centenario de las tesis luteranas que habían señalado el comienzo de la reforma protestante, y el cuarto aniversario de la victoria de Leipzig contra Napoleón. En una gran hoguera los manifestantes quemaron obras de escritores que habían sostenido el conservadurismo legitimista, una copia del Código napoleónico y el reglamento de la policía prusiana, un bastón de mando austríaco y otros símbolos de la represión y el militarismo. Era evidente el espíritu nacionalista.
Pero el episodio más grave sucede en 1819, cuando un estudiante asesina al dramaturgo antirromántico Kotzebue, informante del zar Alejandro I. Metternich reccionó haciendo aprobar por la Dieta confederal de Frankfurt los decretos de Carlsbad, que instauraban en Alemania una censura de prensa más rigurosa y un control policial más rígido.
Fueron más graves y tuvieron mayor repercución los acontecimientos españoles de 1820. Fernando VII, una vez recuperado el trono en 1814, había revocado inmediatamente la constitución proclamada en Cádiz en 1812. Las protestas de Italia eran distintas, pero no por azar estaba también presente el entramado entre sociedades secretas y representantes del ejército. No siempre es claro si la demanda de una constitución era una pura y simple imitación o una expresión consciente de los individuos más democráticos.
Es difícil incluir en un único movimiento los episodios que van de la revolución de las tropas concentradas en Cádiz (enero 1820) a la sublevación de los oficiales rusos, que, en diciembre de 1825, en el delicado momento de la transferencia del trono de Alejandro I a Nicolás I intentaron confusamente imponer una constitución.
se puede hablar de un ciclo revolucionario europeo que se manifiesta especialmente en las áreas periféricas, mediterráneas y sudorientales del continente.

5. La represión y el marco internacional

La intervención de Austria fue determinante, sobre todo en Nápoles, donde el movimiento constitucionalista tenía amplio consenso. La intervención nos devuelve al marco internacional, que fue importante para los distintos resultados que tuvieron las revoluciones de aquellos años: en efecto, mientras en Italia y España, las revoluciones fracasaban, en América Latina y en Grecia tenían éxito.
El sistema de congresos (reuniones periódicas de las grandes potencias) comenzó a funcionar con la conferencia de Aquisgrán (otoño 1818), con temas como la ocupación militar en Francia, proyectos de Alejandro I sobre la Santa ALianza, y sobre todo, la sublevación de las colonias españolas en América.

6. La independencia griega y la cuestión de Oriente

Entre las sociedades secretas cuyo florecimiento caracterizó el último período napoleónico, existía una, la Eteria, fundada en Odesa, que se propagó por muchos centros del Imperio otomano, sobre todo aquellos en que desarrollaban sus actividades los comerciantes y marinos griegos. Los asociados aspiraban a liberar a su patria del dominio turco. El deseo de independecia, animado también por el zar Alejandro, estaba particularmente extendido en la colonia griega de Constantinopla. En marzo de 1821, justamente el momento en que estaban por ser sofocados los movimientos constitucionales de Nápoles y Turín, la insurrección ardió en Grecia. Los turcos aplastaron la revuelta en las principales ciudades, pero no consiguieron extinguirla totalmente en las ásperas localidades montañosas del Peloponeso y en las islas, donde se desarrolló la guerrilla.
En el congreso de Epidauro, en enero de 1882, los rebeldes proclamaron la independencia. La dureza de la represión provocó denuncias que llegaron hasta el arte, como el cuadro del pintor francés Delacroix, La masacre de Quio. De todas partes llegaba la ayuda para los defensores de la libertad helénica, y muchos voluntarios marcharon a combatir a su lado. La actitud inglesa se orientará más tarde a evitar la disgregación del Imperio turco para impedir que Austria y Rusia se expandieran en los Balcanes y que esta última pasara del Mediterraneo a través de los Dardandelos. Pero en 1825-1826, las circunstancias favorecen la feliz conclusión de la lucha por la independencia griega, gracias a un acuerdo entre Inglaterra y el nuevo zar Nicolás I (1825-1855), que muy pronto se mostró menos sensible que Alejandro a los consejos y a la influencia de Metternich.
En 1827, Inglaterra, para impedir una acción unilateral del zar, logró obtener una decisión diplomática común de Rusia, Inglaterra y Francia y el envío inmediato de una flota para imponer una mediación a Turquía. El 20 de octubre de 1827 la flota anglofrancesa destruyó a la turcoegipcia en Navarino. Por su parte, Rusia penetró con su ejército en los Balcanes avanzando victoriosamente hasta amenazar Constantinopla. Finalmente, las potencias vencedoras (Francia, Inglaterra y Rusia) llegaron a un acuerdo para convertir a Grecia en reino independiente.

7. La independencia de las colonias de América meridional: debilidad estatal e inestabilidad política

La independencia de Grecia y el nuevo orden danubiano fueron ratificados cuando ya se había modificado el equilibrio político y territorial establecido en el congreso de Viena.
Hasta 1823, el sistema había conseguido mantener el orden sin mayores problemas, reprimiendo en Alemania, Italia y España a las fuerzas y los partidos de la revolución y del "movimiento" liberal. Entre 1823 y 1830, la represión ganó la partida en gran parte de Europa, y el caso de Grecia es más bien marginal; pero si se mira más allá de Europa, se puede constatar que la ya irreversible conquista de la independencia por parte de las colonias de America Latina había contribuído igualmente a debilitar el sistema de la restauración europea. Luego la revolución francesa de 1830 renovó la agitación con consecuencias inmediatamente evidentes.
Los acontecimientos latinoamericanos, si bien con una cronología distinta de la que hemos considerado, mostraron también que difícil era aplicar los principios y la práctica del liberalismo y la democracia en sociedades divididas por diferencias étnicas, con profundas grietas sociales, que habían vivido en el culto a las autoridades religiosas, políticas y militares y en la respetuosa diferencia y el terror por los poderosos y los amos, titulares legítimos o arbitrarios de la tierra, la riqueza y la fuerza.

8. Luchas político-sociales y reforma en Inglaterra (1815-1832)

Durante casi cincuenta años, el partido conservador (tory) dominó la política y el gobierno inglés.Su larga permanencia en el poder fue posible porque la Revolución francesa y las guerras vapoleónicas habían despertado aspiraciones y causado agitación en las islas británicas; la perspectiva de que se difundieran el espíritu y las ideas revolucionarias atemorizó a la oligarquía dominante convenciéndola de que los conservadores podrían, mejor que los liberales (whigs), oponerse con firmeza a las influencias francesas y a conducir con decisión la guerra. Desde 1811, la enfermedad de Jorge III lo había obligado a establecer una regencia que forzaba el predominio de los tories, representantes, aún más que los whigs, de los intereses de la restringida oligarquía de grandes propietarios. Ambos partidos no diferían mucho de su base social, esencialmente constituída por algunas grandes familias aristocráticas, ni en la organización que carecía de estructuras rígidas y permanentes, como sería luego la de los vencedores partidos de masas. Sólo se trataba de distintas tradiciones y posiciones políticas con matices que, en los momentos de crisis, podían originar fuertes divergencias y enfrentamientos, pero que generalmente se mantenían en los límites de un moderado debate parlamentario.
En 1815, tras un breve período de expansión de las exportaciones británicas, el país entró en una crisis financiera, comercial e industrial, que justamente por la nueva situación económica madurada en el país, tuvo características específicas y diferentes a las dificultades que, al mismo tiempo, se presentaban en Europa continental. Como era tradicional, la crisis del continente afectó especialmente al sector agrícola y a los productos de susbsistencia; en Inglaterra, en cambio, al castigar al sector manufacturero provocó desocupación industrial y protestas obrera. El país estaba agitado. Se destruyeron máquinas (luddismo); por medio de asambleas y panfletos. En 1817, el gobierno conservador obtuvo la aprovación del Parlamento para suspender la vigencia del habeas corpus, la mayor garantía de que gozaba la libertad individual. Sin embargo la represión más severa se llavó a cabo en 1819, en los arrabales de Manchester, la nueva ciudad industrial algodonera surgida casi de la nada, con un saldo de once muertos y 400 heridos. El gobierno del conservador lord Liverpool, acentuó la represión haciendo aprobar, también en 1819, los Six Arts, las seis leyes que restringían la libertad de reunión y de prensa y preveían procedimientos acelerados para los deleitos contra el orden público.
Pese a la represión más rigurosa de los actos de violencia y ala prohibición de huelgas y de recolección de fondos de solidaridad (1825), los sindicatos obreros dieron sus primeros pasos.
Pero la emancipación de los católicos era el mayor problema, no tanto en Inglaterra, sino en Irlanda, cuya población era mayoritariamente católica. Daniel O´Connell, que ya se había opuesto a la unión con Inglaterra, y era partidario de la lucha no violenta, organizó a los católicos irlandeses en un gran movimiento de masas, la Catholic Association. Éste salió victorioso en elecciones sobre el candidato protestante en 1828. Le tocó al duque Wellington resolver la espinosa cuestión. La ley prohibía a O´Connell entrar en Westminster; antigua sede de la Cámara de los Comunes. Pero, temiendo que la anacrónica aplicación de las antiguas disposiciones encendiera focos de guerra civil en Irlanda, Wellington, hizo aprovar la ley de emancipación, que reconocía la plena igualdad política de los católicos, abriéndoles el Parlamento y el resto de los empleos públicos con excepción de los cargos de lord, canciller y virrey de Irlanda.
Algunas de las provisiones dictadas por el gobierno tory entre 1820 y 1830 demuestran la capacidad del sistema político inglés para absorber sin fracturas revolucionarias las fuerzas y presiones de la opinión radical y de las capas populares. Los reformadores radicales y los whigs buscaban no solamente abolir los escandalosos abusos denunciados muchas veces, sino también, tener en cuenta los cambios que las concentraciones industriales habían provocado en la radicación de la población.

9. De la reforma electoral al librecambismo

En los últimos años se había desgastado la unidad del grupo tory y, en las elecciones de 1830, los partidarios del as reformas salieron reforzados, aun sin alcanzar una reforma absoluta. El nuevo soberano, Guillermo IV, encargó al lider de los whigs formar el nuevo gobierno, que contó con el apoyo de una parte de los tories. Mientras crecía la agitación en el país, la Cámara de los Lores fue obligada a ceder ante la amenaza de una ruptura de los pares liberales y progresistas y el temor de provocar una revuelta radical y popular. En junio de 1832, la reforma electoral fue definitivamente aprobada.
La nueva ley no tenía nada de revolucionaria. Reafirmaba plenamente el criterio censitario, pero aparecían algunas circuscripciones electorales casi dehabilitadas. Sin embargo, a pesar de la barrera censitaria, el número de los inscritos en las listas electorales aumentaba por la extensión del derecho a voto también a los locatarios.
La consecuencia más importante de la reforma no reside tanto en el mejoramiento aportado al sistema lectoral, sino el éxito de la batalla política. En cuanto a los principios, no se reconocía nungún derecho a la "soberanía popular", pero la derrota de los grupos más conservadores y las conquistas de la opinión pública y las asociaciones progresistas, abrían una nueva etapa en la política inglesa y despertaban muchas esperanzas e ilusiones. Se conseguiría concretar algunas aspiraciones como el libre cambio, confirmando la fuerza que adquirían el movimiento asociacionista y la opinión pública.
El desarrollo de la industria textil y las inéditas concentrac´ones urbanas y obreras, plantearon las cuestiones social y de la formación de la "clase" obrera y la conciencia de "clase" de los asalariados y proletarios. La explotación del trabajo infantil en las fábricas recién fue tratado en 1830 con el cambio político y el nacimiento de las primeras organizaciones sindicales. Pero durante algunos años más el trabajo de las mujeres y de los adultos no tuvo ninguna limitación. Los trabajadores conscientes y combativos participaron en el movimiento radical y en las grandes reivindicaciones que se expresaron en la agitación "cartista". La Carta del Pueblo, redactada por los artesanos londinenses Lowett y Place, transfería la lucha al plano político, justo en el momento en que fracasaban las tentativas de unión nacional de las Trade Unions, y una nueva crisis económica (1836-1839) favorecía la movilización popular. La Carta consideraba que la base de toda futura reforma debía ser la democratización del sistema político: por ello pedía el sufragio universal masculino, elecciones todos los años y un salario para los diputados que permitiera la presencia y actividad en el Parlamento de los que carecían de medios económicos. En 1839 la Carta fue presentada a la Cámara de los Comunes, pero ni siquiera se la discutió. Entretanto se habían delineado dos tendencias en el movimiento: una legalista, representada por Lowett, Place y los radicales moderados, y otra, revolucionaria, sostenida por el grupo encabezado por Feargus O´Connor. En 1842 se presentó una segunda petición con un número mayor de firmas y con un tono más radical. Fue igualmente rechazada por el Parlamento.

10. Francia: la restauración borbónica

Los acontecimientos políticos, culturales y sociales de Francia durante la Restauración continuaron siendo un punto de referencia importante para Europa.
La concesión de una carta constitucional, y la posibilidad, por lo tanto, de debates abiertos y de una expresión más o menos amplia y libre de la opinión pública, representativa de distintas opiniones y tendencias, hacían de Francia, junto con Inglaterra un laboratorio de ideas y de experiencias políticas. El Parlamento -constituído por una cámara electiva de diputados y por una Cámara de pares nombrados por el rey- no tenía la facultad de proponer leyes; discutía, aproba o rechazaba las normas propuestas por el gobierno nombrado por el rey y solamente responsable ante él. El voto contrario del Parlamento, por lo tanto, no obligaba a dimitir al gobierno. En el clima del "terror blanco" que siguió a la derrota definitiva de Napoleón en Santa Elena, las elecciones consagraron una representación ultra-legitimista del 90%. Se verificó entonces un singular contraste entre el gobierno y los nuevos diputados.
Entre 1816 y 1820 se formó un poderoso grupo constitucional, o sea favorable a la aplicación de la Carta. Las importantes leyes aprobadas aseguraron un moderado régimen de libertad, el dersarrollo de la prensa y del debate político, y la recuperación de la actividad económica después de superar la carestía y la crisis de subsistencia de 1816-1817.
Mientras disminuía la influencia de los Ultra, un ala izquierda se desprendía del grupo constitucional, menos ligada a la monarquía de los borbones, más sensible a la memoria y la experiencia de la primera fase de la Revolución francesa, más abierta a los intereses de la bueguesía de los negocios y orientada hacia una extensión en sentido parlamentario del régimen constitucional.

11. Desde 1820 a la revolución de julio

El asesinato del duque de Berry (feb.1820), único miembro de la familia real que podía asegurar la continuidad de la dinastía borbónica, puso fin al período de relativa tranquilidad que había gozado Francia durante los gobiernos del duque de Richelieu y de Décazes. En 1818 se había conseguido un éxito importante con el final de la ocupación militar por parte de las potencias vencedoras de Napoleón y el regreso oficial de Francia al concierto de las grandes potencias europeas. Las jornadas electorales de 1820 y 1821, en el clima europeo agitado por movimientos en España y en Italia e influido en la misma Francia por el temor a la agitación y las insurrecciones carbonarias, dieron todavía mayor fuerza a la derecha, que completó su triunfo en 1824, a la muerte de Luis XVIII. Le sucedía su hermano, conde de Artois, con el nombre de Carlos X. Algunas medidas que limitaban la libertad individual, restablecían la censura de prensa y restringían los derechos electorales. La sociedad burguesa, que había crecido entre tanto y se consolidaba, temía el posible retroceso hacia formas políticas absolutistas y hacia el restablecimiento de los privilegios del clero y de la nobleza.
En 1830 el ejército francés estaba en Argelia comenzando la construcción de un nuevo imperio colonial. Pero el éxito militar no fue suficiente para resolver en favor del rey la grave crisis política e institucional. Quienes promovieron la insurrección de París el 27 de julio, la primera de las tres jornadas revolucionarias que provocaron el final del reinado de Carlos X fueron en primer lugar los periodistas y los estudiantes. El número de muertos y heridos, respectivamente ochocientos y cuatro mil entre los civiles y doscientos y ochocientos entre los soldados, testimonian la participación popular y la dureza de los encuentros en las barricadas.

12. Desde la revolución de julio hasta 1848

La victoria de la revolución de julio daba nuevo aliento a los liberales, a los radicales y a los republicanos en toda Europa y provocaba también algunos cambios irreversibles en el orden internacional establecido en Viena en un área estratégica importante. En efecto, la revolución de los belgas ponía fin al reino unido de los Países Bajos y daba a luz una nueva monarquía dotada de una constitución que fue considerada la más avanzada de las vigentes. En Francia, la antigua Carta de 1814 fue sustancialmente mantenida, sometiéndola a algunas enmiendas.
Los años 1831 y 1832 fueron difíciles para Francia, también desde el punto de vista económico y social. El episodio más grave fue la revuelta y la represión de los canuts, los obreros del antiguo centro manufacturero y comercial de Lyon. La derrota de la insurrección republicana de París, en julio, con su secuela de condenas y deportaciones, terminaba con la posibilidad de un renacimiento del movimiento revolucionario. El reinado de Luis Felipe, ya sostenido por el consenso de los círculos financieros, intelectuales y algunas capas de la burguesía del campo y la ciudad, salió reforzado de estos acontecimientos. Un cambio conservador se produjo tras el atentado contra Luis Felipe. Perseguidos por la ley, los republicanos se organizaron en sociedades secretas cada vez más extremistas que fomentaron la agitación social.
En los años cuarenta colaboran con la estabilidad, además del cansancio y el desinterés por la política, la favorable coyuntura económica. Pero la caída de la tensión idealista y política, la falta de alternativas en el marco de las instiuciones, la acentuación de los particularismos y de los intereses locales no eran señales positivas. El mismo desarrollo económica hacía madurar otros problemas y nuevas diferencias sociales que se manifestaban en la explosión de 1848.

13. Crisis en las relaciones internacionales

La revolución de julio de 1848 en Francia tuvo inmediatas repercusiones en Europa suscitando, en los grupos radicales, la esperanza de un renacer del movimiento revolucionario que pudiera debilitar las cadenas de la restauración, abrir el camino a regímenes liberales y constitucionales y favorecer las aspiraciones nacionales. El curso de los acontecimientos demostró una vez más que los intereses de las grandes potencias y el sustancial respeto al principio del equilibrio triunfaba sobre más o menos sinceras razones ideológicas. Ni siquiera los extraordinarios acontecimientos de 1848 y 1849 trastornaron el equilibrio territorial que se había establecido en 1815, y sólo tras la guerra de Crimea (1854) se inició un nueva fase, marcada por los conflictos armados entre los Estados europeos, que puso fin al sistema vienés.

Con una revolución popular, los liberales y católicos afirmaron el derecho de Bélgica a separarse de Holanda, a la que estaba incorporada por decisión del congreso de Viena. El 24 de octubre de 1830, Bélgica proclamó su independencia e instauró una monarquía constitucional. Ante el intento de Guillermo I de Holanda de restaurar por la fuerza la unidad de los Países Bajos, el ejército francés intervino en defensa de los belgas. 1