El hecho mismo de que un oficial de origen corso pueda comandar a los veintisiete años el ejército de la campaña de Italia y, con poco más de treinta, imaginar que puede fundar en la Francia de los capetos y los borbones una nueva monarquía y una nueva dinastía, sería inconcebible e inexplicable sin las perturbaciones revolucionarias que habían abatido al Antiguo Régimen, llamando a la acción a las masas populares y renovando un espíritu nacional que alimentaba nuevas esperanzas y una mentalidad inédita.
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