A principios del s XVII los habitantes del núcleo urbano primitivo de Buenos Aires eran 500y para mediados de siglo los documentos permiten calcular una población de 4.000 habitantes.
Este crecimiento obedeció al
hecho de que Buenos Aires se fue integrando en la región. De hecho –aunque no
de derecho- fue la puerta de entrada del comercio ilegal que burlaba la ruta
monopoliza impuesta por la Corona y conectaba a los comerciantes portugueses con
los españoles, súbditos ambos de un mismo monarca, por razones
circunstanciales de la política europea.
Estos condicionamientos geográficos
y económicos modelaron a la población porteña dándole un carácter
cosmopolita y abierto. Una sociedad con predominio del grupo blanco criollo
por su origen y un porcentaje importante de portugueses dentro del grupo
extranjero la caracterizó hasta bien entrado el siglo XVII. Mercaderes y
transportistas se afincaron en ella y buscaron lazos de pertenencia a través de
matrimonios o adquiriendo la condición de vecinos, a la vez que negociaron, no
siempre con éxito, el libre ejercicio de su profesión con autoridades más o
menos venales en el desempeño de sus funciones administrativas.
Desde temprano, para los porteños
el prestigio social y el poder estuvieron unidos a la rápida obtención de
ganancias por el ejercicio del comercio. El desarrollo de Potosí como centro
minero dinamizó la economía de la región austral y su influencia se irradió
en estas playas. Buenos Aires resultó un atractivo puerto de salida para la
plata potosina a cambio de mercaderías europeas adquiridas a precios mucho más
bajos que las que proveía Lima con el arancelamiento que pautaba la Corona.
Esta situación se vio favorecida más aún por la cercanía de los dominios
portugueses que le permitió acceder al comercio esclavista sin que España
pudiera impedirlo. La tolerancia de este comercio ilegal era una forma de
incorporar el nuevo puerto a la economía colonial y asegurar de este modo su
supervivencia, a la vez que se evitaba dejarla abandonada a su suerte o presa de
invasiones de otras potencias.
Durante la primera década del
siglo y por impulso del gobernador Hernandarias se instalaron en Buenos Aires
los primeros hornos para la fabricación de ladrillos y tejas, aunque los
cambios en las técnicas de edificación fueron muy lentos. La Plaza mayor ganó
la manzana comprendida entre las actuales Balcarce, Rivadavia, Defensa e
Yrigoyen, hasta entonces propiedad de los padres jesuitas, quienes habían
construido su primera capilla y algunos ranchos. En razón de que los edificios
obstruían el campo de tiro de la fortaleza, el gobernador resolvió demoler las
construcciones. La orden jesuítica fue recompensada con un solar en la actual
manzana de las Luces donde finalmente se estableció.
El cabildo y la cárcel pasaron
al otro lado de la plaza y comenzó a construirse la iglesia que se consagraría
catedral. La aduana ocupó un espacio cercano a la actual Vuelta de Rocha.
Del barro y el adobe se pasó al
ladrillo cocido ligado con barro y argamasa. Las maderas de urunday y pinotea
fueron reemplazando a las primitivas estructuras de cañas. Los viajeros que
visitaron Buenos Aires coincidieron en sus comentarios acerca de la sencillez de
la edificación. También destacaron la amplitud de las viviendas particulares
proyectadas en torno de amplios patios, y a medida que se afirmaba el uso del
ladrillo, provistas de numerosas habitaciones y dependencias de servicio. La
extensión del terreno permitía además tener un huerto y árboles frutales. No
era por cierto el aspecto externo lo que indicaba la posición social de la
familia porteña; sì, en cambio, la cercanìa al casco urbano, el mobiliario,
la calidad de la vajilla y la cantidad de sirvientes.
Además de la Plaza Mayor donde se concentraban las actividades comerciales, políticas, sociales y religiosas de los porteños, la zona del Riachuelo, convertido en puerto natural, generó a su alrededor uno de los primeros arrabales. Este pequeño río desaguaba en el de la Plata más ala Norte, a la altura de las actuales Humberto Primo y Paseo Colón. Las embarcaciones debían buscar el canal de entrada a la altura de la Plaza de Retiro y bordear la ciudad hacia el sur para descargar las mercaderías y luego fondear en ese tramo. Los barcos de gran calado no tenían acceso a este embarcadero natural y debían alejados casi una legua de la costa.
La actual calle defensa
comunicaba la zona portuaria con la ciudad y su recorrido dio origen a los altos
de San Pedro (hoy San Telmo), donde la población creció al amparo de las
actividades comerciales y de abasto que generaba el puerto. En este arrabal
también se habían concentrado varios hornos de ladrillos y tejas junto a
modestas viviendas y galpones para el almacenamiento de productos de importación
y exportación. Desde 1653 se habilitó un servicio de balsas y canoas para el
cruce del Riachuelo. Buenos Aires crecía al amparo de las posibilidades que
generaba el puerto y definía su función en la cuenca del Plata.
fuente: www.elhistoriador.com.ar