La conquista de América fue una consecuencia inexorable de la expansión del capitalismo mercantilista europeo, montado en sus nuevas técnicas de guerra y navegación, buscando mas allá de su mundo conocido nuevas rutas comerciales y mercados y, donde fuera posible, territorios susceptibles de conquista.
América no fue "descubierta" por los vikingos ni por Cristóbal Colón, sino conquistada por España y otras potencias europeas, siendo el descubrimiento para ellos, tan sólo el primer acto de ese proceso de conquista.
La mayoría de las masas indígenas que poblaban el continente fueron unificadas forzosamente al proceso del conquistador, cambiando de amos -en condiciones más duras- las poblaciones de las sociedades más evolucionadas y cayendo en una espantosa extinción o marginación muchas tribus de menor desarrollo cultural.
Si el flujo de metales preciosos puede ser considerado como un fenómeno que tiene un efecto reforzador de la pervivencia o desarrollo de determinadas estructuras sociales, está lejos de tener la virtud de ser su causa originante. Por otra parte, la aplicación, en determinados periodos históricos, de formas de explotación feudales, semi-feudales o aun esclavistas en las colonias "de ultramar" por parte de las metrópolis europeas, no ha sido incompatible con su florecimiento capitalista.
La conquista de América fue un capítulo simultáneo del proceso general de expansión europea que se inicia en el siglo XV, y fundó un imperio colonial acorde con las características y debilidades de la metrópoli impulsora, cuyo ulterior derrumbamiento -y el reemplazo de la influencia española por la de otras potencias más expansivas- tiene estrecha relación con su origen y modalidades.
Hacia fines de la edad Media, la Europa feudal había reconstituido su economía y su comercio de manera considerable. Si bien la desintegración del Imperio Romano acarreó la ruina de sus unidades económicas y sociales mas florecientes, con la consiguiente despoblación de las ciudades y la decadencia de las artesanías y la cultura en general, la lenta reconstrucción feudal de la agricultura se hizo sobre bases humanas mucho mas vastas. Esta amplitud sería luego la condición general de un desarrollo técnico y comercial de mayor envergadura que el del mundo antiguo.
Pero de todos modos, existió sin duda una relación de necesidad entre el florecimiento económico y la reactivación de las relaciones comerciales intereuropeas, por una parte, y el impulso del comercio ultramarino de occidente por la otra. La motivación económica de este impulso ultramarino hacia el Oriente es la necesidad de los europeos de asegurar el comercio de "especias", como la pimienta, la canela, la nuez moscada y el clavo, que se producían todas en países tropicales.
Estas exploraciones estuvieron precedidas y posibilitadas por una serie de avances técnicos referentes a instrumentos y métodos de orientación y determinación de la posición de los buques en mar abierto, al diseño y construcción de los navíos y a la adopción de los cañones y otras armas de fuego como base de la potencia bélica naval.
Los portugueses estaban en mejores condiciones que los españoles de "descubrir" América e iniciar su conquista. De este modo se realza la visión y la voluntad de Cristóbal Colón en torno de su empresa exploradora que, en inferiores condiciones, encontró tierra al occidente más apartado, aunque no fuera el lejano Cipango (Japón) que suponía.
El convenio con la Corona española, muy similar al que había gestionado sin éxito en 1484 frente a la Corona portuguesa, establecía que la expedición -financiada por aquélla- tenía por objeto el descubrimiento y adquisición de islas y tierras firmes "en el Mar Océano". Esos territorios eventuales pasarían al dominio de los reyes de España, en compensación de lo cual Colón recibiría una serie de recompensas, detalladamente estipuladas.
Después de 37 días de viaje en mar abierto, es decir, desde la partida de las Canarias, el marinero Rodrigo de Triana avistó tierra por primera vez, aunque los expedicionarios ya estaban seguros, desde el 7/10, de que encontrarían tierra, por los signos que observaban en el mar y la atmósfera. Estos hallazgos calmaron un clima de disconformidad de la tripulación que había llegado a ser peligroso.
La expedición hizo pie a tierra en la isla que Colón bautizó como San Salvador. Los cálculos efectuados por el Almirante le hacían suponer que estaba en Cipango (Japón), o muy cerca de ese país, precisamente constituido por un archipiélago, según las noticias de Marco Polo. Por lo tanto, si San Salvador no era Cipango propiamente dicho, estaba bien cerca de él.
En esa perspectiva, Colón dispuso la exploración de las islas cercanas a la San Salvador: Santa María de la Concepción, después el Cayo del Ron, en el noroeste de Cuba, la costa norte de La Española (actualmente Haití).
En La Española, donde encontraron pequeñas cantidades de oro de origen aluvial, Colón perdió su buque Almirante, la Santa María, tal vez la principal circunstancia que lo decidió a regresar, dejando un pequeño contingente de hombres en un fuerte. Colón regresó a España con vientos tan favorables como los que tuvo en su fundamental viaje de exploración. Sin embargo, fue castigado por el mal tiempo al acercarse a Europa, lo que lo obligó a refugiarse primero en las Azores y luego en la costa portuguesa.
Como era natural, al recalar Colón en Portugal, el rey de este país, Juan II, lo requirió para que le explicara los resultados de su notable viaje. No obstante, el rey, que como el príncipe Enrique era un conocedor de la geografía de mayor nivel que el marino genovés, acogió con mucho escepticismo la creencia de que se había llegado al Asia por el occidente, o bien que se estuviera muy cerca de ese continente. Parece que se inclinó más bien a suponer que la expedición había tan solo descubierto algunas islas nuevas del Atlántico, sin un valor demasiado grande.
Sea como fuere, el viaje de Colón implicaba una rivalidad naval y comercial por parte de España que el Rey Juan estaba dispuesto a eliminar o, al menos, disminuir. En consecuencia, reclamó de inmediato su derecho a las tierras descubiertas, basándose en las cláusulas del tratado de Alcaçovas y de la mayor proximidad de las nuevas tierras a las Azores.
En su argumentación, llego a exagerar que las islas descubiertas podían ser consideradas parte del archipiélago de las Azores portuguesas. La respuesta española fue acudir al arbitraje internacional, que para aquellos años, en los Estados cristianos, contemplaba una única posibilidad: la intervención de la Santa Sede.
En estas condiciones, el Rey Juan II no podía esperar que un aumento desmedido de sus pretensiones de anular la rivalidad española se resolviera, sin guerras. De modo que cuando el Papa Alejandro VI promulgo sus bulas del 3 y 4 de mayo de 1493, atribuyendo a España todo lo descubierto al Oeste de una línea imaginaria, de polo a polo y a un centenar de leguas españolas al oeste de las islas Azores y de Cabo Verde, Juan II se apresuró a aceptar el arbitraje resuelto como base de negociación.
Tal vez otra hubiera sido su actitud si hubiera creído que Colón había desembarcado en Asia. De todos modos, Portugal siguió presionando con la amenaza bélica y solicitó al mismo tiempo que la línea fijada por el Papa fuera trasladada 270 leguas mas al oeste; finalmente su criterio fue aceptado por España, lo cual formalizó en el tratado de Tordesillas, firmado el 7/6 de 1494. El mismo fue considerado un importante triunfo diplomático de Portugal y, con posterioridad, significaría la base de los derechos territoriales portugueses sobre el Brasil.